A las 7 de la mañana, la azafata llamó a nuestra puerta para despertarnos. En unos minutos nos servirían el desayuno. Habíamos descansado estupendamente, pero nos esperaba un día largo de nuevo. Nos vestimos y nos trajeron para cada uno dos naranjas, zumo, agua, café, leche, una tabla de quesos con frutos secos, y lo que habíamos pedido la noche anterior: mi chico unos crepes y yo un porridge con melocotón.
Estaba todo de 10. No podemos hacer otra cosa más que recomendaros que elijáis el Flecha Roja para hacer el traslado entre ciudades, es toda una experiencia.
Llegamos a Moscú con la música de fondo a las 7:55 y lo que nos esperaba era un panorama completamente distinto al de San Petersburgo. La estación de Moskovsky era un ir y venir continuo de gente entre carteles solamente en cirílico. Preguntamos por los billetes en un puesto de información y lo que nos dijo no era nada claro y después de insisitir en la taquilla dedujimos que lo que teníamos que hacer era sacarnos una tarjeta “monedero” llamada Troika. El depósito por cada una era de 50R y las recargamos con 350R cada uno, que era el equivalente a 10 viajes.
Mi novio también había marcado las principales estaciones en un plano, pero el nuestro estaba con caracteres latinos y todo lo que veíamos era cirícilo. Ese fue el momento de mayor agobio del viaje.
Los rusos seguían con su ir y venir y no había apenas espacio para pararse a pensar qué hacíamos. Nos colocamos cerca de un cartel con las líneas y con paciencia nos pusimos a comparar con nuestro mapa hasta que dimos con la ruta al hotel, que estaba cerca de la Plaza Roja. Como no podría ser de otra manera la primera vez, nos pasamos una parada y nos confundimos en un trasbordo, pero lo solucionamos rápidamente.
A la salida del metro, no sabíamos exactamente donde quedaba la calle del hotel a pesar de llevar mapa, pero es que en Rusia, las salidas de la misma estación de metro pueden estar separadas por 500 metros. Como lo leéis. Así que tenéis que tener cuidado con ver bien por la que salís. Con la reserva del hotel impresa en ruso, un señor nos señaló la ruta a la calle y nos dirigimos hacia allí, aunque tardamos más de lo esperado porque comenzó a llover y tuvimos que refugiarnos en un McDonald’s.
Finalmente, dimos con el número 22/2 (Office 44) de Ulitsa Bolshaya Nikitskaya 22/2 a pesar de no estar bien señalado y subimos a nuestro piso. El dueño, un joven ruso que tampoco hablaba inglés más allá del “Thank You”, nos enseñó la habitación. Estaba limpia, tenía TV y aire acondicionado y wifi, una estancia muy básica. La ubicación, eso sí, era ideal, en una calle amplia y tranquila a pesar de estar plagada de lujosos restaurantes y a 10 minutos andado de la Plaza Roja, además de tener un 24 Horas justo en la puerta.
Descansamos un rato antes de volver a salir. Como os he contado, en el tren dormimos de fábula, pero también llevábamos mucho cansancio acumulado. Sobre las 11:30 fuimos andando a la Plaza Roja para visitar el Mausoleo de Lenin, que abre martes, miércoles, jueves y sábado de 10:00 a 13:00 y tiene entrada gratuita.
Cuando llegamos había bastante cola, pero en su favor he de decir que es muy fluida porque no permiten a nadie pararse en el interior, con lo cual en algo más de media hora estábamos dentro.
El ambiente es de respeto máximo. Hay que bajar unos pocos escalones para entrar en un interior de paredes oscuras y con un guardia uniformado en cada esquina pidiendo silencio. Con sólo unos segundos dentro, ya notas que la temperatura está bastantes grados por debajo que la del exterior pero luego, ves la figura de Lenin y te deja helada del todo. El cadáver reposa vestido con traje negro en una urna de cristal iluminada, de la que evidentemente no se pueden sacar fotos.
Me dejó muy impresionada. Lenin falleció hace más de 90 años, pero parece que lo hiciera ayer. Tenía muchas ganas de esta visita además porque la historia alrededor del cuerpo es apasionante. Cuando el líder de la Revolución Rusa murió en 1924 a causa de un misterioso mal, se creó el “Comité para la Inmortalización” para tratar de determinar cuál sería la mejor manera de preservar el cuerpo a lo largo del tiempo. El resultado fue la momia mejor conservada de la historia y ese día la tenía delante.
Salimos de nuevo al exterior y aprovechamos para disfrutar ya con tranquilidad de la inmensidad de la Plaza Roja y de todos los edificios que la rodean. No me podía creer que la hubiera visito tantas y tantas veces en miles de reportajes y en el telediario y por fin estuviera allí.
Comimos en los almacenes GUM, un edificio con una arquitectura exquisita. Como en todos los lugares públicos, pasamos por un arco de seguridad para acceder que sólo pita si llevas armas. En caso de que lleves mochila muy grande o maleta, te la hacen pasar por el escáner pero no era nuestro caso.
Tras dar una vuelta por el interior, la opción más clara para comer era al buffet, pero estaba literalmente a rebosar y la oferta no era mucha, así que lo hicimos en una cadena de cafeterías con buen aspecto llamada “House of Coffee”. Pedimos crepes de salmón y ensaladilla rusa con pollo para compartir, y de segundo, tallarines carbonara con semillas de amapola y pasta con salmón Coronamos con una tarta típica moscovita (porción normal). Con bebidas, el total fue de 2603R.
La comida estuvo bastante bien, especialmente la ensaladilla rusa, que aunque no difiere mucho de la que tenemos aquí, el punto del pollo le aportó un toque diferente.
Después fuimos a visitar el interior de la Catedral de San Basilio. La entrada fueron 350R cada uno. Levantada a petición de Iván “El Terrible”, otro fascinante personaje de la historia rusa, ha sobrevivido a todo tipo de calamidades, desde incendios a amenazas de demolición para despejar el paso a los desfiles.
El interior sorprende. Siendo una catedral, lo lógico es esperarse altos techos y amplias galerías. Nada más lejos de la realidad. Consta de nueve pequeñas capillas repartidas en dos niveles y conectadas por pasadizos decorados con frescos. Singular por dentro y por fuera.
Y las vistas de la Plaza desde el interior de la catedral tampoco tenían ningún desperdicio.
A la salida, disfrutamos de nuevo de la Plaza Roja, esta vez centrándonos en la parte norte, donde está el Museo Estatal de Historia y la pequeña Catedral de Kazán.
A continuación pensamos en visitar la Catedral de Cristo Salvador porque según el plano estaba cerca. “Cerca” en Rusia es un concepto bastante cuestionable, como ya os hemos contado. La cúpula se veía desde los aledaños del Kremlin y creíamos que no tardaríamos más de unos minutos en llegar hasta ella… el caso es que entre que las distancias son enormes y las calles de 4 o 5 carriles con pasos de peatones bastante escasos y desperdigados, tardamos cerca de una hora. Eso sí, mereció la pena porque la catedral es espectacular.
La entrada es gratuita, pero no permiten fotos en el interior. Nosotros esa mañana nos habíamos ido sólo con las cámaras para evitar pagar por dejar la mochila en taquillas y nos prohibieron el paso, así que tocó ver el interior por turnos mientras el otro esperaba fuera con las cámaras. Aun así, disfrutamos muchísimo la vista, porque la decoración y los frescos de esta catedral compiten seriamente con el de San Isaac. Es una preciosidad.
Una vez terminada la visita, fuimos andando hasta la animada calle Arbat. Tardamos lo nuestro, pero fuimos disfrutando de las tranquilas y grandiosas calles con mucha arquitectura al más puro estilo soviético por el camino.
La calle Arbat es quizá el mejor sitio para comprar souvenirs en el centro, pero yo recomiendo esperar. Por otro lado, podemos ver algún que otro puesto de comida callejero, músicos y restaurantes tipo fast food económicos.
Regresamos de nuevo al hotel, sin saber muy bien si cortarnos o no los pies y aprovechamos para descansar un rato más e informarnos sobre la excursión que queríamos hacer al pueblo de Suzdal, el más bonito de los que se engloban dentro de lo que se denomina “Anillo de Oro”. Lo cierto es que teníamos pensada la visita para el dia siguiente, pero aunque llevaba meses recabando información en la página web de ferrocarriles rusos y diversos blog, todo lo que veía en cuanto a horarios y precios era diferente. Como la excursión requería salir del hotel a primerísima hora de la mañana para coger un tren muy temprano, no quisimos ir tan a ciegas que perder el tiempo entre ubicarnos, hacernos entender y demás nos hiciera perder el día, así que decidimos que lo más sensato sería hacer otras visitas de las que llevábamos anotadas el día siguiente y pasarnos por la estación a informarnos de horarios y precios para el sábado.
La siesta se nos fue un poco de las manos. Yo apenas suelo descansar durante el día cuando estoy de viaje porque me gusta exprimir hasta el último segundo, por muy cansada que esté, pero os prometo que en esta ocasión el cuerpo me lo agradecía y mucho.
Habíamos pensado cenar en unos puestos de carne asada que habíamos visto por la mañana en la Plaza del Manége, pero cuando llegamos estaba todo cerrado. Tocó ir al centro comercial subterráneo de la misma plaza y por no acabar en McDonald’s lo hicimos en Sbarros, una cada que a mí nunca me ha gustado mucho ya que el precio de la comida, que no es nada económico, suele ir al peso y la calidad no es nada buena. Cogimos unas ensanadas y trozos de pizza que con bebidas nos costaron 1230R.
Terminada la cena, fuimos a ver la versión nocturna de la Plaza Roja. Seguía maravillándome como en la mañana. Conoceréis la fantástica sensación que es sentirte y ver con tus propios ojos algo que llevas viendo en fotos toda la vida.
Nos volvimos al hotel pasando por los animados locales de Bolshaya Nikitskaya, nuestra calle. Eran pubs y restaurantes que nos llamaban a gritos, pero dadas las hileras de coches de alta gama que se extendían junto a la acera… reconocemos que nos dio bastante miedo animarnos y acabar en bancarrota. Además, ninguno tenía nombre y no podíamos buscar referencias por internet, así que nos quedamos con las ganas.
Estaba todo de 10. No podemos hacer otra cosa más que recomendaros que elijáis el Flecha Roja para hacer el traslado entre ciudades, es toda una experiencia.
Llegamos a Moscú con la música de fondo a las 7:55 y lo que nos esperaba era un panorama completamente distinto al de San Petersburgo. La estación de Moskovsky era un ir y venir continuo de gente entre carteles solamente en cirílico. Preguntamos por los billetes en un puesto de información y lo que nos dijo no era nada claro y después de insisitir en la taquilla dedujimos que lo que teníamos que hacer era sacarnos una tarjeta “monedero” llamada Troika. El depósito por cada una era de 50R y las recargamos con 350R cada uno, que era el equivalente a 10 viajes.
Mi novio también había marcado las principales estaciones en un plano, pero el nuestro estaba con caracteres latinos y todo lo que veíamos era cirícilo. Ese fue el momento de mayor agobio del viaje.
Los rusos seguían con su ir y venir y no había apenas espacio para pararse a pensar qué hacíamos. Nos colocamos cerca de un cartel con las líneas y con paciencia nos pusimos a comparar con nuestro mapa hasta que dimos con la ruta al hotel, que estaba cerca de la Plaza Roja. Como no podría ser de otra manera la primera vez, nos pasamos una parada y nos confundimos en un trasbordo, pero lo solucionamos rápidamente.
A la salida del metro, no sabíamos exactamente donde quedaba la calle del hotel a pesar de llevar mapa, pero es que en Rusia, las salidas de la misma estación de metro pueden estar separadas por 500 metros. Como lo leéis. Así que tenéis que tener cuidado con ver bien por la que salís. Con la reserva del hotel impresa en ruso, un señor nos señaló la ruta a la calle y nos dirigimos hacia allí, aunque tardamos más de lo esperado porque comenzó a llover y tuvimos que refugiarnos en un McDonald’s.
Finalmente, dimos con el número 22/2 (Office 44) de Ulitsa Bolshaya Nikitskaya 22/2 a pesar de no estar bien señalado y subimos a nuestro piso. El dueño, un joven ruso que tampoco hablaba inglés más allá del “Thank You”, nos enseñó la habitación. Estaba limpia, tenía TV y aire acondicionado y wifi, una estancia muy básica. La ubicación, eso sí, era ideal, en una calle amplia y tranquila a pesar de estar plagada de lujosos restaurantes y a 10 minutos andado de la Plaza Roja, además de tener un 24 Horas justo en la puerta.
Descansamos un rato antes de volver a salir. Como os he contado, en el tren dormimos de fábula, pero también llevábamos mucho cansancio acumulado. Sobre las 11:30 fuimos andando a la Plaza Roja para visitar el Mausoleo de Lenin, que abre martes, miércoles, jueves y sábado de 10:00 a 13:00 y tiene entrada gratuita.
Cuando llegamos había bastante cola, pero en su favor he de decir que es muy fluida porque no permiten a nadie pararse en el interior, con lo cual en algo más de media hora estábamos dentro.
El ambiente es de respeto máximo. Hay que bajar unos pocos escalones para entrar en un interior de paredes oscuras y con un guardia uniformado en cada esquina pidiendo silencio. Con sólo unos segundos dentro, ya notas que la temperatura está bastantes grados por debajo que la del exterior pero luego, ves la figura de Lenin y te deja helada del todo. El cadáver reposa vestido con traje negro en una urna de cristal iluminada, de la que evidentemente no se pueden sacar fotos.
Me dejó muy impresionada. Lenin falleció hace más de 90 años, pero parece que lo hiciera ayer. Tenía muchas ganas de esta visita además porque la historia alrededor del cuerpo es apasionante. Cuando el líder de la Revolución Rusa murió en 1924 a causa de un misterioso mal, se creó el “Comité para la Inmortalización” para tratar de determinar cuál sería la mejor manera de preservar el cuerpo a lo largo del tiempo. El resultado fue la momia mejor conservada de la historia y ese día la tenía delante.
Salimos de nuevo al exterior y aprovechamos para disfrutar ya con tranquilidad de la inmensidad de la Plaza Roja y de todos los edificios que la rodean. No me podía creer que la hubiera visito tantas y tantas veces en miles de reportajes y en el telediario y por fin estuviera allí.
Comimos en los almacenes GUM, un edificio con una arquitectura exquisita. Como en todos los lugares públicos, pasamos por un arco de seguridad para acceder que sólo pita si llevas armas. En caso de que lleves mochila muy grande o maleta, te la hacen pasar por el escáner pero no era nuestro caso.
Tras dar una vuelta por el interior, la opción más clara para comer era al buffet, pero estaba literalmente a rebosar y la oferta no era mucha, así que lo hicimos en una cadena de cafeterías con buen aspecto llamada “House of Coffee”. Pedimos crepes de salmón y ensaladilla rusa con pollo para compartir, y de segundo, tallarines carbonara con semillas de amapola y pasta con salmón Coronamos con una tarta típica moscovita (porción normal). Con bebidas, el total fue de 2603R.
La comida estuvo bastante bien, especialmente la ensaladilla rusa, que aunque no difiere mucho de la que tenemos aquí, el punto del pollo le aportó un toque diferente.
Después fuimos a visitar el interior de la Catedral de San Basilio. La entrada fueron 350R cada uno. Levantada a petición de Iván “El Terrible”, otro fascinante personaje de la historia rusa, ha sobrevivido a todo tipo de calamidades, desde incendios a amenazas de demolición para despejar el paso a los desfiles.
El interior sorprende. Siendo una catedral, lo lógico es esperarse altos techos y amplias galerías. Nada más lejos de la realidad. Consta de nueve pequeñas capillas repartidas en dos niveles y conectadas por pasadizos decorados con frescos. Singular por dentro y por fuera.
Y las vistas de la Plaza desde el interior de la catedral tampoco tenían ningún desperdicio.
A la salida, disfrutamos de nuevo de la Plaza Roja, esta vez centrándonos en la parte norte, donde está el Museo Estatal de Historia y la pequeña Catedral de Kazán.
A continuación pensamos en visitar la Catedral de Cristo Salvador porque según el plano estaba cerca. “Cerca” en Rusia es un concepto bastante cuestionable, como ya os hemos contado. La cúpula se veía desde los aledaños del Kremlin y creíamos que no tardaríamos más de unos minutos en llegar hasta ella… el caso es que entre que las distancias son enormes y las calles de 4 o 5 carriles con pasos de peatones bastante escasos y desperdigados, tardamos cerca de una hora. Eso sí, mereció la pena porque la catedral es espectacular.
La entrada es gratuita, pero no permiten fotos en el interior. Nosotros esa mañana nos habíamos ido sólo con las cámaras para evitar pagar por dejar la mochila en taquillas y nos prohibieron el paso, así que tocó ver el interior por turnos mientras el otro esperaba fuera con las cámaras. Aun así, disfrutamos muchísimo la vista, porque la decoración y los frescos de esta catedral compiten seriamente con el de San Isaac. Es una preciosidad.
Una vez terminada la visita, fuimos andando hasta la animada calle Arbat. Tardamos lo nuestro, pero fuimos disfrutando de las tranquilas y grandiosas calles con mucha arquitectura al más puro estilo soviético por el camino.
La calle Arbat es quizá el mejor sitio para comprar souvenirs en el centro, pero yo recomiendo esperar. Por otro lado, podemos ver algún que otro puesto de comida callejero, músicos y restaurantes tipo fast food económicos.
Regresamos de nuevo al hotel, sin saber muy bien si cortarnos o no los pies y aprovechamos para descansar un rato más e informarnos sobre la excursión que queríamos hacer al pueblo de Suzdal, el más bonito de los que se engloban dentro de lo que se denomina “Anillo de Oro”. Lo cierto es que teníamos pensada la visita para el dia siguiente, pero aunque llevaba meses recabando información en la página web de ferrocarriles rusos y diversos blog, todo lo que veía en cuanto a horarios y precios era diferente. Como la excursión requería salir del hotel a primerísima hora de la mañana para coger un tren muy temprano, no quisimos ir tan a ciegas que perder el tiempo entre ubicarnos, hacernos entender y demás nos hiciera perder el día, así que decidimos que lo más sensato sería hacer otras visitas de las que llevábamos anotadas el día siguiente y pasarnos por la estación a informarnos de horarios y precios para el sábado.
La siesta se nos fue un poco de las manos. Yo apenas suelo descansar durante el día cuando estoy de viaje porque me gusta exprimir hasta el último segundo, por muy cansada que esté, pero os prometo que en esta ocasión el cuerpo me lo agradecía y mucho.
Habíamos pensado cenar en unos puestos de carne asada que habíamos visto por la mañana en la Plaza del Manége, pero cuando llegamos estaba todo cerrado. Tocó ir al centro comercial subterráneo de la misma plaza y por no acabar en McDonald’s lo hicimos en Sbarros, una cada que a mí nunca me ha gustado mucho ya que el precio de la comida, que no es nada económico, suele ir al peso y la calidad no es nada buena. Cogimos unas ensanadas y trozos de pizza que con bebidas nos costaron 1230R.
Terminada la cena, fuimos a ver la versión nocturna de la Plaza Roja. Seguía maravillándome como en la mañana. Conoceréis la fantástica sensación que es sentirte y ver con tus propios ojos algo que llevas viendo en fotos toda la vida.
Nos volvimos al hotel pasando por los animados locales de Bolshaya Nikitskaya, nuestra calle. Eran pubs y restaurantes que nos llamaban a gritos, pero dadas las hileras de coches de alta gama que se extendían junto a la acera… reconocemos que nos dio bastante miedo animarnos y acabar en bancarrota. Además, ninguno tenía nombre y no podíamos buscar referencias por internet, así que nos quedamos con las ganas.
GATOS DEL DÍA PARA 2 PERSONAS
- 2 Tarjetas de Metro con 10 viajes cada una y depósito: 740R
- Comida en House of Coffee: 2603R
- Entradas a Catedral de San Basilio: 700R
- Cena en Sbarro’s: 1230R
Total Gastos: 5273R