Cuando comenté al taxista que me alojaba en el Hotel Harmony, éste comentó ‘very good’. Y la verdad es que está muy bien, por un precio razonable tienes una habitación amplia y limpia. El chico de la recepción, que hablaba un español aceptable después de estudiarlo por cinco meses en el Instituto Cervantes de Delhi, me recomendó cenar en el restaurante de al lado. Otro vegetariano, pero como era tarde no me apetecía vagar en busca de alternativas. Cené arroz con guisantes y queso y roti con queso. Excelente.
Después de desayunar lassi de papaya, panqueques de plátano y café con leche, tranquilamente me dirijo al grupo oeste, que reúne la mayoría de los templos hinduistas de la región, famosos por sus esculturas en las que se representan no pocas escenas de contenido sexual. Uno a uno, los guías que dirigen los diferentes grupos iluminan con sus espejos las figuras más conocidas y comentan con distinta gracia los siliconados pechos de las bailarinas, la distancia controlada con la que un amante aleja a un mono de su amada que lo abraza con fuerza o el uso de estupefacientes para prolongar la práctica de las diferentes posturas. Lo más sorprendente no es ni el excelente estado de conservación del recinto, ni de la singularidad de las imágenes, sino de la fecha de ejecución, sino la fecha en la que fueron construidos los templos, 950 y el 1050. ¡Hace mil años!
Había previsto pasar allí dos días y el recinto se puede visitar perfectamente en media jornada. Así que me sobra tiempo y decido alargar un poco la tarde. Hace calor, pero en el interior de los templos se está fresco. Dentro, sólo se aguanta un rato, el que se es capaz de soportar frente al hedor de los murciélagos. Sin embargo, en la antesala, la cubierta te protege del sol mientras contemplas el recinto ajardinado que enmarca los ocho templos destacados. También resulta entretenido el comportamiento de los turistas, entre los que abundan los españoles y, entre ellos, las parejas de recién casados.
A medida que avanza la tarde el cielo se cubre y la luz no mejora la vista. Es hora de salir. Decido cenar en uno de los locales recomendados por la guía y esta vez no defrauda. Pollo tandoori con salsa de yogur con cerveza. Un festín fabuloso.
Al día siguiente decido visitar el resto de templos que están diseminados por la región y que, si bien no están tan bien conservados, cuentan con el atractivo adicional de tener que explorar hasta encontrarlos, además de localizarse en un emplazamiento más auténtico.
De camino al último grupo de ellos, paso por el ‘pueblo viejo’, que es el auténtico núcleo poblado más próximo a los restos arqueológicos en contraposición al moderno entramado urbano turístico. A la entrada, un anciano con gafas de gran aumento me reclama desde la puerta. Insiste en que vea su muestrario de antigüedades, bisutería y demás artículos de venta a turistas. Declino, pero el interior de la vivienda parece bonito y decido entrar. Me explica las maravillas de todos los artículos que expone ordenadamente sobre una mesa baja. No me interesa nada, salvo una caja de metal de la que no puedo apartar la mirada. Él, astuto, empieza a centrarse en el regateo de la caja que, por supuesto, acabo comprando.
A la salida, Rajú, un chaval, se ofrece a enseñarme el pueblo. Le digo que no necesito un guía, pero él parece no tener nada mejor que hacer. Me explica como extienden el excremento de vaca en la puerta de las casas a modo de alfombra para evitar la entrada de los mosquitos y como ritual de buena suerte. También me muestra los límites donde vive cada casta y unas numeraciones que figuran en las esquinas y que indican la fecha de vacunación de la polio. En las calles nos sorprende varias comparsas formadas por furgones o tractores que llevan unos iconos hindús iluminados de mil colores y emiten estruendosa música que bailan sendos grupos de jóvenes, tirándose polvos de colores. Acabo la tarde contemplando la puesta de sol sobre un lago. Al lado, unos padres completan un muñeco de paja al que le insertan petardos. Es el festival de Durga y esa noche le prenderán fuego mientras yo tomo el tren a Benarés.