SEGUNDO DÍA EN GRECIA.
Al día siguiente nos levantamos con una perspectiva muy distinta del anterior y en el hotel nos sirvieron el desayuno casi a escondidas. La calle donde se encontraba era tranquila, pero en torno a la Plaza Sintagma había mucha tensión según nos dijeron. Enseguida apareció la guía del tour, que nos comentó que había que salir enseguida de la ciudad porque las cosas estaban empezando a ponerse feas y se temía que hubiera incluso barricadas en la carretera, lo que nos dejó con los ojos como platos. Ya en el autobús, nos unimos a nuestros compañeros de tour: en total éramos 16 personas, todas españolas salvo dos argentinos; menos mal, era un buen número para que las visitas no se convirtiesen en un correcalles. El autobús era grande y teníamos sitio de sobra para ir como nos diese la gana, otra cosa a favor. Dos parejas nos comentaron que el día anterior habían estado alojados en los alrededores de la Plaza Omonia y no pudieron ni siquiera salir a la calle por causa de los disturbios que se encontraron en los alrededores. Entonces nos dimos cuenta del acierto de coger el hotel al otro lado de la Acrópolis, donde los jaleos no llegaron, pero se me pusieron los pelos de punta al recordar que nuestro segundo hotel en Atenas (al que iríamos a la vuelta del tour) estaba, precisamente, en la mismísima Plaza Sintagma.
Desde Atenas, las excursiones son largas hasta los sitios turísticos más demandados, fundamentalmente Delfos y Meteora. Tanto es así que no resulta aconsejable hacer viajes de ida y vuelta en una jornada desde la capital griega, ya que se pierde mucho tiempo en el camino y resulta bastante cansado. Sin duda lo mejor es alquilar un coche para hacer los recorridos cada uno a su aire (aunque hay que tener presente que las carreteras muchas veces no son buenas y la forma de conducir de los griegos es un tanto particular) o, de lo contrario, contratar un tour de más de un día que visite varios lugares, aunque esto sale algo caro. El transporte público ahorra dinero pero hace perder mucho tiempo y no siempre es posible combinar los destinos sin regresar a Atenas. En fin, es cuestión de estudiarlo según lo que quiera visitar cada cual.
Itinerario de la jornada en GoogleMaps. Lo pongo un poco como orientación, porque no me coinciden ni la distancia ni el tiempo que tardamos. Fue menos.


Canal de Corinto.
Aquí hicimos nuestra primera parada. Desde Atenas el trayecto es de unos 80 kilómetros y tardamos en torno a una hora, puesto que la carretera estaba bastante despejada. De esta zona recuerdo que fuimos casi todo el tiempo por autovía, pero se me ha olvidado si había peajes. Este canal une el Golfo de Corinto con el Mar Egeo, y separa el Peloponeso del resto de la Grecia continental. Aunque no se construyó hasta finales del siglo XIX (entre 1881 y 1893), se dice que ya Nerón intentó poner en marchar un proyecto que se remontaba nada menos que al siglo VII a.C., cuando el cabo Matapán era uno de los más temidos por los marinos en la antigüedad.
Vista hacia el Mar Egeo.


Mide algo 6,3 kilómetros de largo y evita a los barcos dar un rodeo de 400 kilómetros alrededor de la península del Peloponeso, pero solo puede ser utilizado por embarcaciones pequeñas ya que mide 21 metros de ancho y su calado es de 8 metros de profundidad. Aunque en estos tiempos los grandes cargueros ya no temen doblar el cabo Matapán, todavía lo utilizan más de 11.000 barcos anualmente, aunque ninguno lo hizo durante la media hora larga que estuvimos allí. Lástima, nos hubiera gustado ver pasar algún barco por el canal.
Vista hacia el Golfo de Corinto.


Santuario de Esculapio (Asclepio) y Teatro de Epidauro.
Otros 60 kilómetros de trayecto nos llevaron hasta Epidauro, nuestra segunda parada ese día. La carretera cambió completamente y nos encontramos subiendo un puerto de montaña que ofrecía vistas fantásticas al mar Egeo.

Desde el canal hasta Epidauro tardamos una hora más o menos. Hay un autobús desde Atenas, que llega en unas dos horas y media. El yacimiento arqueológico que se encuentra a unos pocos kilómetros del pueblo actual fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988. Aquí se localiza el antiguo santuario dedicado a Asclepio, dios de la medicina, al que acudía mucha gente en busca de curaciones milagrosas. Además de varios recintos con ruinas muy interesantes que todavía se están excavando, lo más destacado es su teatro, construido en el siglo IV a.C. con capacidad para 14.000 espectadores. Está sumamente bien conservado ya que apenas se ha restaurado pese a que fue saqueado por los godos de Alarico I a finales del siglo IV. Se perdió su pista hasta que un inglés llamado Gell halló sus ruinas a principios del siglo XIX. Como dato histórico curioso, aquí se proclamo la independencia de Grecía en 1822.
Ticket de acceso:

El teatro desde abajo y desde arriba.



El teatro también destaca por su extraordinaria acústica. Se puede hacer la prueba de dejar caer una moneda en el centro del escenario y el sonido se escucha perfectamente en cualquiera de los asientos. No hay que olvidarse de subir a las filas más altas para contemplar el hermoso paraje donde se encuentra situado el teatro. Además, las lluvias caídas la semana anterior en el Peloponeso ayudaron a proporcionarle un color más verde de lo habitual. En mi opinión, una de las visitas que no hay que perderse en un primer viaje a Grecia.
No dejéis de subir a las últimas filas. Se aprecia mejor el entorno, que es precioso.

Micenas.
Continuamos viaje hacia Micenas, en un trayecto de unos 55 kilómetros, que tardamos en recorrer en torno a una hora. Por el camino nos detuvimos a almorzar en un restaurante un menú que nos costó 12 euros. Antes de llegar a Micenas, paramos en la llamada Tumba de Agamenón también conocida como el Tesoro de Atreo. Es la tumba abovedada (tholos) más importante que se conserva en Grecia, data del siglo XIII a.C. y pertenece al estilo artístico creto-micénico. Algunos fragmentos de la puerta de entrada, que estaba decorada, fueron “llevados” a Inglaterra y se encuentran expuestos en el Museo Británico. Consta de una doble puerta, un corredor y dos salas, la principal con una altura de 13,2 metros y un diámetro de 14,5. Realmente resulta impresionante penetrar en su interior para apreciar el espesor de los sillares de piedra y la altura de la bóveda. Merece la pena detenerse a ver este imponente monumento funerario.
. Ticket de acceso combinado para el Tesoro de Atreo y Micenas.
Entrada a la Tumba.
El grosor de los muros y la altura resultan impresionantes comparados con las cabezas de la gente.


Entrada a la Tumba.

El grosor de los muros y la altura resultan impresionantes comparados con las cabezas de la gente.

Los restos más antiguos de Micenas se remontan al siglo XVII a.C. y corresponden a algunas tumbas que se conservan en el exterior de la fortificación. La ciudad empezó a alcanzar su máximo esplendor en torno al año 1400 a.C. y medio siglo después contaba con grandes murallas que defendían un palacio real. La llamada Puerta de los Leones es la mejor conservada, data del año 1250 a.C. aproximadamente, y enseguida atrae la mirada sin remedio, con su dintel compuesto de cuatro bloques que pesan más de 20 toneladas. No puedo negar que sentí una emoción especial al pasar a través de ella. La ciudad fortificada parece que quedó destruida en torno al año 1200 a.C. a causa de un terremoto, aunque había entrado en decadencia tiempo atrás.
La impresionante Puerta de los Leones.



En el yacimiento arqueológico se puede visitar un recinto de tumbas reales del siglo XVI a.C., compuesto por filas concéntricas, los restos del antiguo palacio real y la cisterna, con una profundidad de 18 metros, a cuyo primer tramo se puede descender por una escalera subterránea. Una de las piezas más importantes encontradas en las tumbas es la llamada Máscara de Agamenón, pieza de oro que se encuentra expuesta en el Museo Arqueológico de Atenas y que data del siglo XVI a.C. Pese a su nombre, es imposible que dicha máscara perteneciera al famoso rey que encabezó la expedición que atacó Troya para recuperar a Helena, la esposa de su hermano Menelao, rey de Esparta, ya que los hechos contados por Homero, de ser ciertos, ocurrieron mucho después.
Diversas vistas de los restos de Micenas.


Como pasa con casi todas las ruinas en Grecia, hay que entrenar y mucho la imaginación para hacerse una idea de lo que estos montones de piedras representaron en tiempos en que los antiguos griegos creían que las puertas de la ciudadela, por su tamaño, las construyó un cíclope. Hay que tener en cuenta que estamos contemplando construcciones varios siglos anteriores al nacimiento de Cristo. Y, solo por ver la Puerta de los Leones y pensar que estás pisando la tierra por la que caminó Agamenón merece la pena llegar hasta all, al menos para mi.
Vista frontal del yacimiento.


El paisaje también estaba bastante verde y se veía muy bonito pese a los nubarrones.


Otros lugares que visitamos fueron: Nauplia, importante puerto de la Argólida que conserva los restos de las fortificaciones de Acronauplia (ciudad bizantina y medieval con cuatro castillos venecianos) y Palamedes, ciudadela veneciana construida entre 1711 y 1714 sobre un peñasco de más de 200 metros de altura para defender la ciudad y considerada una obra maestra de la arquitectura militar, sin embargo, no pudo detener a los turcos, que la conquistaron tras solo una semana de asedio. También es muy curiosa la isla fortificada de Bourtsi, al norte del muelle.

No muy lejos de allí está Tirinto, con los restos arqueológicos de sus murallas ciclópeas del siglo XIII a.C., a las que también pudimos echar un vistazo.

Además pasamos junto al puente micénico de Kazarma, situado en la carretera que une Micenas y Tirinto con Epidauro (cerca del kilómetro 15). Forma parte de un conjunto de tres puentes construidos en torno al 1300 a.C. que todavía se conservan (alguno incluso se utiliza) y que corresponden a una antigua carretera micénica que unía las ciudades estados con el mar. Por cierto que los sitios arqueológicos de Micenas y Tirinto fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999.
Puente de Kazarma, uno de los más antiguos del mundo.


Esa noche fuimos a dormir a las afueras de Olimpia. Se puso a llover, así que nos quedamos en la habitación del hotel, donde teníamos la cena incluida. En la habitación estuvimos viendo las noticias en la televisión y nos enteramos de que ese día había habido graves disturbios en Atenas, donde no habían abierto los monumentos, ni siquiera la Acrópolis, no funcionaba el transporte público, ni salían los barcos, con lo que cientos de turistas quedaron atrapados en el Puerto del Pireo. Por teléfono, mi amiga me comentó que, en efecto, la situación había empeorado bastante respecto a la jornada anterior, durante la cual pudimos realizar nuestras visitas con normalidad. Por fortuna, nosotros tampoco nos encontramo ningún problema en los lugares turísticos del Peloponeso ya que los altercados y los efectos de la huelga se centraron sobre todo en las grandes ciudades, especialmente en Atenas y Salonica.