TERCER DÍA EN GRECIA.
Olimpia.
La ventaja que tenía este sistema de tour, de dormir la noche anterior en el lugar más destacado que íbamos a visitar al día siguiente, es que podíamos llegar temprano a los sitios, antes de que acudiera la mayor parte de los turistas, lo cual agradecimos en algunos lugares.
Itinerario de la jornada según GoogleMaps, que no se si es muy exacta en kilómetros y tiempo.
Olimpia no se considera un lugar imprescindible al hacer un primer viaje por Grecia, por lo tanto es uno de los principales candidatos a eliminar de los itinerarios. Dicen que apenas se conserva nada en pie… Bueno, eso no es nuevo, como en muchos otros yacimientos arqueológicos griegos. Sin embargo, yo disfruté pateando el lugar donde nacieron los Juegos Olímpicos, y tampoco me pareció que no tenga nada que ver… Además, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1989, por algo será... Otra cosa es si se compara con otros sitios del Peloponeso que no vimos. En eso no puedo opinar.
Ticket de acceso:
Palestra: centro de entrenamiento de los atletas.
Entrada del estadio y estadio (marcado en el césped, no quedan restos).
Restos del Philippeion, encargado por Filipo II en honor de los reyes macedónicos.
Taller de Fidias.
No sé, quizás fue porque el campo estaba precioso por las últimas lluvias y las ruinas lo agradecían o porque las expectativas eran tan bajas que me sorprendieron incluso las piedras que quedan o porque simplemente pisar el taller donde trabajó Fidias en la construcción de la enorme estatua de Zeus que presidió el templo dórico del siglo V, ya me compensó de sobra la visita. El caso es que conservo un grato recuerdo de Olimpia, aunque queda poco y parte de lo que se ve está reconstruido
Después de ver las ruinas, fuimos a visitar el Museo Arqueológico, que se inauguró en 1982 y tiene una gran muestra de arte prehistórico, arcaico, helenístico y romano, entre las que destacan el Hermes de Praxiteles, el casco de Milciades y varios relieves del Templo de Zeus.
Aquí voy a hacer un alto para comentar lo que supuso en el tour nuestra guía, una mujer de mediana edad, profesora de historia. Por la forma en que habíamos reservado el circuito, no tuvimos tiempo de pararnos a pensar que era eso de un “tour cultural”. Enseguida lo aprendimos con ella, quien desde el primer momento nos ofreció todo tipo de explicaciones sobre la Grecia antigua (y también la moderna, incluyendo su visión sobre la situación que se estaba viviendo por entonces) conjugado con lo que íbamos viendo. Aunque me encanta la historia, no soy ninguna entusiasta de las clases magistrales y ni siquiera suelen gustarme demasiado las visitas guiadas a los monumentos. Sin embargo, reconozco que aquello fue algo especial: conocimos el significado de hasta la piedra más remota, la última leyenda, los personajes que existieron y los que no, los dioses, las diosas, los héroes, los mitos, incluso el más anónimo personaje histórico o de ficción; era como si las ruinas y las esculturas cobraran vida ante nosotros mientras la escuchábamos, lo que no viene nada mal en Grecia, donde se agradece tanto la imaginación. Es cierto que más de una vez se me hizo algo pesada su meticulosidad al comentar hasta el más ínfimo de los detalles, pero ella siempre decía lo mismo: “cuando os canséis, no tenéis más que seguir la visita por vuestra cuenta; de verdad que no me importa”. Bueno pues casi nunca nos íbamos porque cuando estabas a punto de hacerlo no faltaba el momento en que su relato volvía a engancharte sin remedio. Además, lo mismo que te hacía disfrutar con la historia y las leyendas, paraba el autobús en una cuneta para dar de comer a los gatos, compraba dulces típicos para que los probasemos, nos explicaba las propiedades de las plantas que inspiraron la antigua medicina griega y hasta me prestó una crema para aliviar el dolor y la hinchazón que me produjo en una pierna la picadura de un insecto en Delfos. Desde aquí, te envío un abrazo, Artemisa (ese era su nombre y de ahí viene el mío en el foro).
Patrás.
Ya de camino hacia Delfos, antes de cruzar el Golfo de Corinto, paramos a comer en esta ciudad, la tercera en importancia de Grecia y su segundo mayor puerto. La ciudad no tiene nada de particular, pero resulta curioso visitar la iglesia Agios Andréas, moderna pero que imita una basílica bizantina. Construida en el lugar donde supuestamente fue martirizado San Andrés, guarda su cráneo y parte de su cruz. Creo recordar que fue la única iglesia donde pudimos hacer fotos en el interior.
Puente Colgante ente Antirion y Rion.
Cruzamos el Golfo de Corinto por el Puente Colgante que une la Península del Peloponeso en Antirio con la costa sur continental en Rion, y que constituye una de las obras de ingeniería mundial más destacadas de principios del siglo XXI. Con cinco tramos de cable, 28 metros de ancho, 164 metros de altura máxima y 2.225 metros de largo suspendido (2.880 metros en total) es el puente más largo del mundo en su género y se inauguró en agosto de 2004, siendo otra de las grandes construcciones que se llevaron a cabo con vistas a las Olimpiadas de 2004, celebradas en Atenas, si bien era un proyecto largamente acariciado por los griegos, pues facilita enormemente el paso de un lado a otro de personas y mercancías, que antes dependía de transbordadores. Su coste fue elevadísimo, 630 millones de euros (se financió en gran parte con fondos de la Unión Europea) porque se tuvieron que salvar graves inconvenientes como el fondo marino muy profundo (hasta 65 metros), un terreno inestable para su cimentación y estar situado en una zona de muy alta actividad sísmica, lo que obligó a actuaciones especiales para hacerlo resistente a un terremoto de hasta 7 grados en la escala de Richter y a vientos de hasta 250 kilómetros por hora.
Lepanto.
Fuimos por la costa, viendo al otro lado del Golfo las costas del Peloponeso y sus pueblos. El paisaje era muy bonito. Llegamos a Lepanto, donde hicimos una pequeña parada para ver su puerto fortificado, famoso por la batalla que tuvo lugar allí en 1571, cuando la Armada española y genovesa al mando de Juan de Austria venció a los otomanos, impidiendo su expansión hacia occidente; y en la que Miguel de Cervantes resultó herido en el pecho y en la mano izquierda, de ahí la expresión "el manco de Lepanto", aunque en realidad no la perdió sino que quedó sin movimiento. El lugar no tiene gran cosa, pero su significado histórico justifica al menos echarle un vistazo.
Seguimos por la carretera que corre paralela al mar, contemplando a nuestra derecha las costas del Peloponeso con sus montañas y sus pueblos: muy bonito el paisaje.
Pasamos después por Galaxidi con su puerto, recuerdo de un pasado industrial que llevó a la deforestación de la zona, ya superada por fortuna. Sobre sus casas de piedra pudimos ver la silueta de la Iglesia de Agios Nikolaos.
Tras superar el puerto de Itea, nos separamos del mar y empezamos la subida hacia Delfos, atravesando unos de los mayores olivares de Europa: realmente impresionante. En España tenemos Jaén, pero esto tampoco se queda escaso. ¡Caramba!
Nos alojamos cerca del moderno pueblo de Delfos, en un hotel que tenía unas vistas maravillosas con el mar de agua del Golfo de Corinto enmarcando, muy al fondo, el inmenso mar de olivos, y las colinas que rodean el Monte Parnaso, que de momento solo pudimos ver de manera velada porque casi había anochecido. Por la noche subimos a dar una vuelta por el moderno Delfos. No había demasiado que ver, pero el paseo fue agradable. Además del atractivo arqueológico, es una zona muy concurrida en invierno porque en unos kilómetros hay una conocida estación de esquí.
Según pudimos saber luego por las noticias, la situación en Atenas seguía tensa, aunque un poco más controlada que el día anterior después de que el Parlamento hubiera aprobado las condiciones de la U.E. para el rescate. La bancarrota estaba salvada, pero los sacrificios exigidos al pueblo griego eran muy grandes, y así te lo hacían saber cuando hablabas con ellos, si bien casi todos estaban convencidos de que lo mejor era permanecer en la Unión Europea y dentro del euro.