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Aunque lo habíamos visto por fuera en la visita panorámica de la tarde que llegamos a Bucarest, esta mañana tenemos una visita guiada para ver por dentro el Palacio del Parlamento o “Casa del Pueblo” de Bucarest.
Al final de la larga avenida Unirii, sobre una colina artificial de 20 m. (para que realzara más) se eleva el que dicen que es el segundo edificio más grande del mundo, tan sólo detrás del Pentágono, y el más grande de Europa.
Fue el proyecto megalómano del dictador comunista Ceaucescu que tenía en mente desde que había visitado otros estados comunistas. Algunos edificios estaban dañados por los bombardeos de la II Guerra Mundial y en 1977 un fuerte terremoto asoló otros muchos. Vio en ello su oportunidad y en lugar de comenzar a levantar su ciudad en 1984 se comenzó a construir lo que quería llamar “Casa del Pueblo” cuando en realidad iba a ser destinado para su propia residencia, su gobierno y como sede del partido comunista.
En su proyecto urbanístico, además del palacio, como eje central, estaba incluida una larga avenida de 3,5 km. que quería emular a los Campos Elíseos, solo que más larga y ancha. Y edificios que flanquearan esta avenida, construidos al más puro estilo del realismo socialista.
Y para ello necesitaba mucha superficie por lo que no se conformó con demoler los edificios dañados sino gran parte del casco histórico. Las cifras hablan de 7000 viviendas, cuyos inquilinos se vieron en la calle de un día para otro, doce iglesias, tres monasterios, dos sinagogas, un hospital, alguna escuela…
Las cifras relacionadas con su construcción producen hasta mareo. El guía te las dice y al final pierdes el hilo incapaz de retenerlas. Miles de albañiles, cientos de ingenieros y arquitectos, trabajando las 24 horas del día durante cinco años.
Solo se podía utilizar materiales rumanos. El dictador quería demostrar a Europa que eran autosuficientes y poderosos. Materiales que alcanzaron cifras nunca manejadas, un millón de metros cúbicos de mármol rumano (dejó en esos años a las tumbas sin lápidas), toneladas de cristal, acero, bronce, casi un millón de metros cúbicos de madera.
El resultado es un edificio enorme de 12 pisos en altura, otros varios en subsuelo, unos cuantos cientos de miles de metros cuadrados de superficie, más de mil habitaciones o salas, halls, pasillos, escaleras, ascensores…
El exterior te produce la sensación de enormidad, pero también de edificación fría y triste. Propia de los edificios de la línea racionalista del comunismo.
Su interior es otra cosa. Las salas lucen espléndidas. No en vano se han utilizado maderas nobles de nogal, roble y cerezo, mármoles. No se escatimaron gastos en poner paredes de seda, cortinas con bordados de oro o plata, suelos alfombrados (200.000 metros cuadrados de alfombras), lámparas de araña, candelabros de cristal, mosaicos y pan de oro en los ángulos.
Tan sólo se visita una mínima parte de las salas, suficiente para hacerte una idea. También se sube a la terraza en dónde se obtiene una panorámica total de toda la avenida Unirii alineada frente al palacio.
El edificio parece que no llegó a terminarse, aunque no lo parezca. Ceaucescu no logró verlo terminado ni residir en el mismo. En esos cinco años que duró su construcción se agravó la situación precaria de los ciudadanos rumanos. No solo sufrían su falta de libertad sino que pasaban hambre y frío. Las colas para los alimentos básicos se hacían eternas. Y llegó el momento en que se plantaron, logrando que el dictador fuera apresado y ejecutado. Como dice el refrán, a cada uno le llega su San Martín. Tampoco pudo enterarse de que su faraónica obra había entrado en el libro Guinness de los records como el edificio más pesado y el más caro del mundo.
Hoy día, lo que iba a ser la sede del partido comunista y centro de represión y poder absoluto, paradójicamente, alberga instituciones de un país democrático, las Cámaras alta y baja del Parlamento rumano, el Tribunal Constitucional. También el Museo Nacional de Arte Moderno y el de Trajes Folclóricos. Algunas de sus salas se utilizan para fines varios, exposiciones, conferencias, reuniones, teatros, bodas.. Aún así el espacio utilizado es mínimo.
Las distintas salas tienen nombres de personajes ilustres de la historia de Rumanía. Nombres que fueron puestos, lógicamente, después de la revolución de 1989.
La visita hay que reservarla. cic.cdep.ro/ ...nd-tariffs
De igual forma hay que pagar una tasa para las fotos de interior. Las fotos de interior son de un compañero del viaje que amablemente me las ha cedido.
Finalizada la visita tan sólo nos quedaba recorrer la larga avenida Unirii con sus numerosas fuentes situadas en su parte central y los feos edificios que la flanquean.
Y hacer tiempo por el barrio de Lipscani hasta que nos vinieran a recoger para el aeropuerto ya que nuestro vuelo salía a primeras horas de la tarde. Tiempo libre para pasear por el casco histórico y tomarse el aperitivo o un almuerzo temprano.
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Con Bucarest no tenía expectativa alguna, basada en el san Benito de ciudad fea y gris. Y me ha sorprendido gratamente. No es que me vaya embelesada con la ciudad, pero sí que pienso que es adecuada para dedicarle un fin de semana.
Puede que le quede grande el apodo de la “pequeña París del Este” pero quedan aún bastantes recuerdos de la época en que obtuvo dicho calificativo.
Ahora yo la calificaría como una ciudad de contrastes. Junto a los edificios grises y fríos de la época comunista te vas encontrando otros edificios atractivos de finales del XIX y principios del XX, combinados con estilos neoclásicos, art decó o neo rumano. Por la ciudad corren vientos de cambio, la belleza comienza a renacer. La rehabilitación del centro histórico y zonas cercanas se ve que avanza, hay obras y andamios por doquier.
Y tiene otros atractivos. Sus paseos arbolados, los parques, su mucha vida cultural, hay museos para cualquier cosa. Buenos restaurantes con atractiva gastronomía.
Ambiente de fiesta y de marcha. Sobre todo en la zona del casco histórico, que es la que conozco. Con un alto grado de tranquilidad y seguridad para las salidas nocturnas. El carácter amable de los rumanos.
Aconsejable alojarse cerca del casco histórico para poder recorrer a pie lo mejor que ofrece la ciudad.
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Y esta impresión la puedo hacer extensiva a Rumanía. La Rumanía que yo imaginaba no se parece a la que he visto. Como ya dije, no es el viaje de mi vida, pero me ha gustado lo que he visto. Las iglesias pintadas de Bucovina, Sibiu, Sighisoara, el Castillo de Peles.. Con algo más de tiempo y viajando a tu aire se le puede sacar más partido al país. Nos han quedado regiones y pueblos sin visitar, Maramures, la zona del Delta. Y explorar algo de sus parques naturales, adentrándose en su bella naturaleza.
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E incluso Bucarest parece tener su "aquel". Me ha llamado mucho la atención su museo etnografico. Parece una especie de "Madurodam alla Rumana".
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