DÍA 8: Todo Versalles: del codo en la costilla hasta la tranquila soledad.
Nada mejor en un viaje como el nuestro que dormir un día algo más de la cuenta. Nos acostamos pronto y nos levantamos tempranito y completamente repuestos para iniciar una excursión al renombrado y refulgente Palacio de Versalles.
Se llega muy bien de París a Versalles. Hay varias líneas de metro y de tren con las que ir. La más frecuente y cómoda es la línea del RER C 5 desde las estaciones de París de la orilla izquierda hasta la estación de Versailles-Rive Gauche, situada a 700 metros del palacio. Luego sólo hay que seguir a los cientos de personas que van hacia allá.
Por experiencia, es mejor coger el metro desde la orilla izquierda porque el RER C tiene muchas bifurcaciones desde la orilla derecha. Nosotros nos equivocamos, pero llevando un buen plano de las líneas del RER (cuidado, no todos los planos del metro las incluyen) y yendo un poco atentos a las estaciones por las que se pasa, no hay problema.
Se tarda unos 30 minutos en llegar. Hay trenes cada muy poco tiempo, tanto en una dirección como en otra, así que no hay problema de horarios.
El billete vale unos 6 euros aproximadamente la ida y vuelta. Si tenéis tarjeta de metro, recordad que el palacio se halla en la zona 5.
Un fallo con los trenes (al salir desde la orilla derecha) nos permite ver la estrecha Isla de los Cisnes, con la Estatua de la Libertad parisina. Resulta pequeña, pero llamativamente idéntica. Cambio de tren, y en unos minutos, problema arreglado.
El recorrido por el Palacio de Versalles y Sevilla en Semana Santa: hermanos gemelos.
Una de las preguntas que te haces cuando sales de la ciudad que visitas y no dominas el idioma del país es ¿sabré llegar? ¿me confundiré? En Versalles te das cuenta de que esas son preguntas absolutamente retóricas. Te bajas del tren y ya estás metido en una marea humana que literalmente te arrastra por la calle principal del pueblo hasta el palacio.
La entrada de Versalles resulta poco imponente (sobre todo si se ha estado poco antes en Fontainebleau) y no deja entrever lo que hay luego, especialmente la majestuosidad de los jardines.
Estaban restaurando una parte de la fachada y me llamó mucho la atención que recuperaran el brillante dorado (supongo que original) de las rejas y parte superior de los tejados. Pues sí, estábamos entrando en los dominios del Rey Sol.
Nada mejor en un viaje como el nuestro que dormir un día algo más de la cuenta. Nos acostamos pronto y nos levantamos tempranito y completamente repuestos para iniciar una excursión al renombrado y refulgente Palacio de Versalles.
Se llega muy bien de París a Versalles. Hay varias líneas de metro y de tren con las que ir. La más frecuente y cómoda es la línea del RER C 5 desde las estaciones de París de la orilla izquierda hasta la estación de Versailles-Rive Gauche, situada a 700 metros del palacio. Luego sólo hay que seguir a los cientos de personas que van hacia allá.
Por experiencia, es mejor coger el metro desde la orilla izquierda porque el RER C tiene muchas bifurcaciones desde la orilla derecha. Nosotros nos equivocamos, pero llevando un buen plano de las líneas del RER (cuidado, no todos los planos del metro las incluyen) y yendo un poco atentos a las estaciones por las que se pasa, no hay problema.
Se tarda unos 30 minutos en llegar. Hay trenes cada muy poco tiempo, tanto en una dirección como en otra, así que no hay problema de horarios.
El billete vale unos 6 euros aproximadamente la ida y vuelta. Si tenéis tarjeta de metro, recordad que el palacio se halla en la zona 5.
Un fallo con los trenes (al salir desde la orilla derecha) nos permite ver la estrecha Isla de los Cisnes, con la Estatua de la Libertad parisina. Resulta pequeña, pero llamativamente idéntica. Cambio de tren, y en unos minutos, problema arreglado.
El recorrido por el Palacio de Versalles y Sevilla en Semana Santa: hermanos gemelos.
Una de las preguntas que te haces cuando sales de la ciudad que visitas y no dominas el idioma del país es ¿sabré llegar? ¿me confundiré? En Versalles te das cuenta de que esas son preguntas absolutamente retóricas. Te bajas del tren y ya estás metido en una marea humana que literalmente te arrastra por la calle principal del pueblo hasta el palacio.
La entrada de Versalles resulta poco imponente (sobre todo si se ha estado poco antes en Fontainebleau) y no deja entrever lo que hay luego, especialmente la majestuosidad de los jardines.
Estaban restaurando una parte de la fachada y me llamó mucho la atención que recuperaran el brillante dorado (supongo que original) de las rejas y parte superior de los tejados. Pues sí, estábamos entrando en los dominios del Rey Sol.

El palacio abre todos los días, menos los lunes, en horario de 9:00 a 18:30. Los jardines tienen un horario más amplio, sobre todo los sábados, domingos y festivos, días en los que ponen en marcha el espéctaculo de las fuentes (si no, te las encuentras todas apagadas, y algunas con el acceso cortado), además de un espectáculo de fuegos artificiales al final. Merece la pena ver las fuentes funcionando, pero también hay que valorar si ver Versalles aún con más gente te va a permitir verlo realmente (nosotros optamos por ir entre semana).
El precio es de 20 € entre semana y 25 fines de semana y festivos. Los niños entran gratis. La tarjeta Museum Pass es válida, aunque aquí hay que hacer algo de cola para el control de bolsos de la entrada por lo que te libras “sólo” de la cola de la compra de tickets.
Al entrar había otra cola enorme para coger la audioguía. No sé si sería rápida o no porque con los niños…
De todos modos, si vais sin niños o con niños mayores o con niños muy buenos y quietecitos… está bien coger la audioguía porque en el tríptico de la entrada apenas hay información y no hay cartelillos explicativos en las salas que se visitan, por lo que te quedas un poco a la mitad en todo, sin tener una idea muy clara de la historia del palacio.
No soy consciente de haber visto apenas nada del interior del palacio. Las riadas de gente nos iban arrastrando por los estrechos pasillos de las dependencias del palacio casi sin tocar el suelo. Los niños debían pensar que estamos en una cola Disney, porque ni rechistaban. Al igual que en algunas salas del Louvre, sólo vimos techos (fastuosos, eso sí) y la parte de arriba de las grandes camas reales. Mi hijo salió con la idea de que los reyes dormían en literas porque cuando le llamaba la atención ¡mira qué cama tan grande! él sólo veía la parte de arriba del dorsel, y pensaba que la cama era eso.
El precio es de 20 € entre semana y 25 fines de semana y festivos. Los niños entran gratis. La tarjeta Museum Pass es válida, aunque aquí hay que hacer algo de cola para el control de bolsos de la entrada por lo que te libras “sólo” de la cola de la compra de tickets.
Al entrar había otra cola enorme para coger la audioguía. No sé si sería rápida o no porque con los niños…
De todos modos, si vais sin niños o con niños mayores o con niños muy buenos y quietecitos… está bien coger la audioguía porque en el tríptico de la entrada apenas hay información y no hay cartelillos explicativos en las salas que se visitan, por lo que te quedas un poco a la mitad en todo, sin tener una idea muy clara de la historia del palacio.
No soy consciente de haber visto apenas nada del interior del palacio. Las riadas de gente nos iban arrastrando por los estrechos pasillos de las dependencias del palacio casi sin tocar el suelo. Los niños debían pensar que estamos en una cola Disney, porque ni rechistaban. Al igual que en algunas salas del Louvre, sólo vimos techos (fastuosos, eso sí) y la parte de arriba de las grandes camas reales. Mi hijo salió con la idea de que los reyes dormían en literas porque cuando le llamaba la atención ¡mira qué cama tan grande! él sólo veía la parte de arriba del dorsel, y pensaba que la cama era eso.

Bueno, quizás estoy exagerando un poco, pero es que había muchísima gente.
En la Galería de los Espejos conseguimos hacernos un clarito entre grupo y grupo y la vimos bastante bien. Hasta pudimos retrotaernos en el tiempo y bailar un vals (de breves segundos, que ya venía el otro mogollón).
En la Galería de los Espejos conseguimos hacernos un clarito entre grupo y grupo y la vimos bastante bien. Hasta pudimos retrotaernos en el tiempo y bailar un vals (de breves segundos, que ya venía el otro mogollón).

Los jardines de Versalles: simetría, perfección y tranquilidad.
Bajamos con alivio hasta los hermosos jardines, los habíamos estado entreviendo durante “la visita” y teníamos muchas ganas de salir y disfrutar de ellos.
Hay tres formas de hacer la visita a los jardines de Versalles:
- A pie, como hicimos nosotros. Yo es la que eligo porque me gusta ver los sitios sin prisa y a mi aire. Claro que no tengo problemas para que mis niños anden mucho, son incansables, pero tened en cuenta que hay que hacer kilómetros.
- En un tren turístico. Funciona como un autobús. Se compra el billete (creo que vale unos 7 €, no estoy segura) y es válido para todo el día, pudiéndose bajar y volver a subir en las paradas más importantes. Hay que tener en cuenta, que no hay muchos trenes, por lo que se suelen formar colas para subir.
- En carrito de golf. Sí, habéis leído bien. Se alquilan carritos de golf (atención, hay que llevar carnet de conducir) y cuesta 30 € la hora. Vimos que los que los alquilaban tenían que ir muy rápidos si querían ver todo el parque, así que es sólo válido para tener una limitada visión de conjunto o, simplemente, para entretenerse un rato. Nosotros estábamos dudando si cogerlos para esto último, pero cuando llegamos ¡estaban alquilando el último! lo que terminó de decantarnos por el no, tampoco íbamos a estar allí esperando con todo lo que había que ver.
Los jardines son preciosos. Los parterres, con flores de multitud de formas y tamaños y en los que nada se deja al azar, las cuidadísimas formas de los árboles, la geometría de setos y arbustos son dignos de admiración ¿cómo es posible tanta perfección? ¿cómo se puede domesticar así la naturaleza? Y a eso hay que sumarle, las maravillosas fuentes y los cientos de estatuas que, de forma perfectamente organizada conforman el jardín.
La mayoría de la gente se quedaba en las primeras escalinatas de los jardines, por lo que pasas esa barrera invisible y la tranquilidad de la que se disfruta es total.
Comimos cerca del palacio, en los laberintos formados por altísimos setos.
En los jardines del palacio hay varios bares y algún restaurante. La mayoría ofrece comida tipo bocadillo, pizza y similar. El precio es el mismo que en París, osea, a mi parecer caro, y hay que hacer bastante cola para comprar. Lo que hacía prácticamente todo el mundo (y a los que no se les había ocurrido, les entraba envidia) era llevarse la comida de casa y comprar simplemente algún “complemento” (refresco, helado…). Es muy agradable comer por los jardines.
Después del rato de descanso y con muchas ganas de explorar, decidimos empezar por los Jardines del Rey. Por el camino encontramos multitud de fuentes ocultas y rincones que parecían esperarnos sólo a nosotros.
Los jardines del Rey son la pura imagen de lo que es un jardín francés. Es precioso pasearse por sus caminos, ya prácticamente a solas, y pararse en cada detalle.
Bajamos con alivio hasta los hermosos jardines, los habíamos estado entreviendo durante “la visita” y teníamos muchas ganas de salir y disfrutar de ellos.
Hay tres formas de hacer la visita a los jardines de Versalles:
- A pie, como hicimos nosotros. Yo es la que eligo porque me gusta ver los sitios sin prisa y a mi aire. Claro que no tengo problemas para que mis niños anden mucho, son incansables, pero tened en cuenta que hay que hacer kilómetros.
- En un tren turístico. Funciona como un autobús. Se compra el billete (creo que vale unos 7 €, no estoy segura) y es válido para todo el día, pudiéndose bajar y volver a subir en las paradas más importantes. Hay que tener en cuenta, que no hay muchos trenes, por lo que se suelen formar colas para subir.
- En carrito de golf. Sí, habéis leído bien. Se alquilan carritos de golf (atención, hay que llevar carnet de conducir) y cuesta 30 € la hora. Vimos que los que los alquilaban tenían que ir muy rápidos si querían ver todo el parque, así que es sólo válido para tener una limitada visión de conjunto o, simplemente, para entretenerse un rato. Nosotros estábamos dudando si cogerlos para esto último, pero cuando llegamos ¡estaban alquilando el último! lo que terminó de decantarnos por el no, tampoco íbamos a estar allí esperando con todo lo que había que ver.
Los jardines son preciosos. Los parterres, con flores de multitud de formas y tamaños y en los que nada se deja al azar, las cuidadísimas formas de los árboles, la geometría de setos y arbustos son dignos de admiración ¿cómo es posible tanta perfección? ¿cómo se puede domesticar así la naturaleza? Y a eso hay que sumarle, las maravillosas fuentes y los cientos de estatuas que, de forma perfectamente organizada conforman el jardín.
La mayoría de la gente se quedaba en las primeras escalinatas de los jardines, por lo que pasas esa barrera invisible y la tranquilidad de la que se disfruta es total.
Comimos cerca del palacio, en los laberintos formados por altísimos setos.
En los jardines del palacio hay varios bares y algún restaurante. La mayoría ofrece comida tipo bocadillo, pizza y similar. El precio es el mismo que en París, osea, a mi parecer caro, y hay que hacer bastante cola para comprar. Lo que hacía prácticamente todo el mundo (y a los que no se les había ocurrido, les entraba envidia) era llevarse la comida de casa y comprar simplemente algún “complemento” (refresco, helado…). Es muy agradable comer por los jardines.
Después del rato de descanso y con muchas ganas de explorar, decidimos empezar por los Jardines del Rey. Por el camino encontramos multitud de fuentes ocultas y rincones que parecían esperarnos sólo a nosotros.
Los jardines del Rey son la pura imagen de lo que es un jardín francés. Es precioso pasearse por sus caminos, ya prácticamente a solas, y pararse en cada detalle.

Rodeando de nuevo a través de los laberintos, llegamos a la fastuosa Fuente de Neptuno, desde la que se tienen unas vistas fabulosas de toda la subida hasta el palacio, con la manta de césped, las flores, las estatuas y el edificio al fondo, y, hacia el otro lado, el Gran Canal, en forma de cruz, que marca el inicio de la arboleda más agreste, pero no por ello menos hermosa.

Paseando hasta las posesiones de María Antonieta.
Bordeando el Gran Canal, que tenía un ambiente muy festivo y dominguero, fuimos andando tranquilamente hasta llegar al Gran Trianon (unos 20 minutos más o menos).
El Gran Trianon es una especie de palacete que, siguiendo los mismos cánones que el Palacio en cuanto a jardines y decoración interior, ofrece una réplica que, gracias a los pocos visitantes, aquí sí puede verse bastante bien.
Bordeando el Gran Canal, que tenía un ambiente muy festivo y dominguero, fuimos andando tranquilamente hasta llegar al Gran Trianon (unos 20 minutos más o menos).
El Gran Trianon es una especie de palacete que, siguiendo los mismos cánones que el Palacio en cuanto a jardines y decoración interior, ofrece una réplica que, gracias a los pocos visitantes, aquí sí puede verse bastante bien.



Me gustó sobre todo la columnata hacia el jardín. A los niños también, porque su mármol era un estupendo riachuelo helado sobre el que patinar emulando una de las escenas que más les divertían de Bambi. Salieron llorando, cada uno con un chichote claro, pero se lo pasaron pipa.

Al salir del Gran Trianon y por las inmediaciones del Petit Trianon hay fuentes y grifos donde rellenar las botellas de agua. Si dais el paseo andando y es un día de sol, os hará falta.
Seguimos andando en busca del Petit Trianon. Un “pequeño” joyero para María Antonieta.
El Petit Trianon tiene un aire diferente al Gran Trianon: no son sólo una sucesión de habitaciones reales (que también) sino que además se visitan instalaciones de guardias, cocinas… lugares más relacionados con la vida cotidiana, y un pequeño centro de interpretación sobre el lugar.
Entrar en el Petit Trianon es como entrar en un mundo aparte, y es que fue concebido realmente así.
Seguimos andando en busca del Petit Trianon. Un “pequeño” joyero para María Antonieta.
El Petit Trianon tiene un aire diferente al Gran Trianon: no son sólo una sucesión de habitaciones reales (que también) sino que además se visitan instalaciones de guardias, cocinas… lugares más relacionados con la vida cotidiana, y un pequeño centro de interpretación sobre el lugar.
Entrar en el Petit Trianon es como entrar en un mundo aparte, y es que fue concebido realmente así.

Si vais a hacer esta visita y sois aficionados a la historia os recomiendo que veáis la película “María Antonieta” de Sofía Coppola, es una película muy personal e intimista, y desde luego ideal para ponerte en situación sobre el significado de este lugar.
Recorremos los jardines que, para nuestra sorpresa esta vez son tipo inglés: todo es más romántico y está dispuesto con un cuidado descuido muy particular.
Y bueno, aquí viene la estrella del día para los niños: la Aldea de María Antonieta. Un curioso capricho de una reina que, al borde de la Revolución Francesa, no tenía otra cosa en que pensar que no fuera cumplir sus deseos.
Esta aldea es todo un pequeño pueblo con sus cuidadas casitas, sus huertos (que son de verdad) y una pequeña granja con ovejas, gallinas, conejos y burritos ¡qué divertido!
Recorremos los jardines que, para nuestra sorpresa esta vez son tipo inglés: todo es más romántico y está dispuesto con un cuidado descuido muy particular.
Y bueno, aquí viene la estrella del día para los niños: la Aldea de María Antonieta. Un curioso capricho de una reina que, al borde de la Revolución Francesa, no tenía otra cosa en que pensar que no fuera cumplir sus deseos.
Esta aldea es todo un pequeño pueblo con sus cuidadas casitas, sus huertos (que son de verdad) y una pequeña granja con ovejas, gallinas, conejos y burritos ¡qué divertido!

Volvemos, y descansamos un buen rato tomando la merienda en el césped al borde del Gran Canal, viendo caer la tarde.
En el Gran Canal se alquilan barquitas de remo. A no ser que seáis unos campeones del remo o que vuestro presupuesto os permita alquilarla media tarde, no las utilicéis para visitar sitios porque la cruz que forma el canal es realmente grande.
Un último paseo para despedirnos de los jardines y, después de un día estupendo, tren y vuelta a casa.
En el Gran Canal se alquilan barquitas de remo. A no ser que seáis unos campeones del remo o que vuestro presupuesto os permita alquilarla media tarde, no las utilicéis para visitar sitios porque la cruz que forma el canal es realmente grande.
Un último paseo para despedirnos de los jardines y, después de un día estupendo, tren y vuelta a casa.