13 de septiembre de 2018
Mapa de la etapa 12
Desayuno casero y en marcha, que no hay tiempo que perder. Este viaje comenzó visitando ibones -lagos de montaña de origen glaciar-, y con un ibón queremos que casi termine. Aprovechando su cercanía desde Bielsa, para hoy queremos visitar un Ibón de Plan cuya información disponible en la red parece prometedora. Sin embargo no estamos seguros de que seamos capaces de hacerlo, ya que para llegar hasta él es necesario superar durante varios kilómetros una pista de tierra cuyo estado es muy variable y según la época del año y la meteorología puede dejar de ser apta para turismos convencionales. Poco antes de las 9:00 salimos de Casa Pochetas tras unos minutos de charla con Pedro, el anfitrión, que nos bombardea a información sobre sitios y excursiones cercanas en caso de que debamos cambiar nuestros planes.
A las 9:20 y tras la enésima subida para llegar a un pueblo en altura alcanzamos Plan. Allí donde terminan las casas encontramos un aparcamiento casi desierto, justo a la derecha de un desvío que da inicio a esa temida pista forestal. Paramos para echar un vistazo a las instrucciones que hay escritas junto a la máquina en la que abonar la tasa para poder transitar por dicha pista. Por tres euros, obtenemos un ticket en el que escribir a bolígrafo la matrícula de nuestro coche. Las instrucciones también nos advierten de un imprevisto: de 13:00 a 15:00 un tramo de la pista estará cortado con motivo de la celebración de una prueba ciclista. Decidimos intentar subir de todos modos y según lo que tardemos y lo que nos encontremos arriba, decidir sobre la marcha si acelerar la vuelta para evitar el corte o hacer tiempo junto al ibón hasta que se vuelva a reabrir la carretera.
Comenzamos a transitar por la pista, y habernos mentalizado para lo peor juega en nuestro favor. Efectivamente hay que circular por ella con mucha prudencia y todos los sentidos puestos en esquivar las piedras, charcos y otras irregularidades del terreno, pero salvo que lleves un coche deportivo tuneado con medio centímetro de separación respecto al suelo, se puede conseguir. Sin pasar de los 20 kilómetros por hora y casi todo el rato con la primera marcha, tardamos 50 minutos en recorrer los 14 kilómetros que nos hacen ganar una altura de 900 metros. Son las 10:10 cuando salimos del coche junto al Refugio de Lavasar, con 12 grados a la sombra y el cielo totalmente despejado.
El Refugio de Lavasar nos da la bienvenida
Los 20 minutos que separan el aparcamiento del Ibón de Plan según las señales hay que cogerlos con pinzas, ya que nosotros tardamos 40 sin hacer demasiadas paradas. El camino es bastante asequible, con la única dificultad de un tramo inicial que requiere bajar por un río de rocas grandes en las que no todas permanecen quietas al poner un pie sobre ellas. Alcanzamos el ibón, que si bien no está en su mejor momento -la luz no es la mejor, los alrededores tienen colores más apagados que en pleno verano, no hay nieve en las montañas que lo rodean-, nos compensa el camino hasta aquí. Lo que no nos compensaría tanto es quedarnos dos horas haciendo tiempo hasta que la prueba ciclista terminara, así que decidimos reducir la visita y asegurar que a las 12:00 estemos de nuevo en el aparcamiento del Ibón para poder bajar antes de que corten la pista forestal.
El sol da de frente camino del Ibón
Y sí, el camino valía la pena
Los colores de otoño del Ibón de Plan
Ese cambio de planes nos limita a 30 minutos el tiempo que pasamos en esta orilla norte del ibón, tiempo suficiente para entretenernos con fotos, vídeos, pato y vistas. Disfrutamos de las casi estáticas aguas del ibón en las que se reflejan las cumbres que trazan un arco de 180 grados en su extremo más al sur. Con un ojo puesto en el reloj, iniciamos el camino de regreso cuando otras tres parejas han llegado ya al lugar tras nosotros y parecen más decididas a pasar aquí toda la mañana hasta que puedan regresar.
Esto se acaba...
A volver toca
En el parking ya esperan algunos ciclistas
Remontamos el camino lamentando esas rocas que, si a la ida eran en descenso, ahora son en subida. Según nos acercamos al aparcamiento ya nos vamos encontrando con los ciclistas que han acudido a la cita. Mentiría si no dijera que pasamos unos minutos algo contrariados por el hecho de que el hobby de unos condicione de tal manera el hobby de otros. Regresamos al vehículo y tras 36 minutos sorteando los mismos obstáculos pero en sentido contrario, estamos de nuevo en Plan. Por el camino de vuelta apenas nos hemos cruzado con tres coches, y todos en lugares donde no era complicado hacerse a un lado para que podamos seguir la marcha. En los primeros kilómetros de descenso hemos podido distinguir las cintas de color que señalan el camino por el que las bicicletas de montaña bajarán a toda velocidad.
La foto no transmite lo irregular de la pista
Sin haber alcanzado las 13:00 y con toda la tarde por delante tras la inesperada reducción de la visita, decidimos hacer hoy la actividad final que teníamos reservada para mañana antes de abandonar Huesca: visitar las Ermitas de Tella, un conjunto de hasta tres construcciones religiosas que se pueden visitar en un recorrido circular con inicio y final en la homónima localidad. A las 13:15 y tras una nueva carretera de montaña “divertida”, ya hemos parado el motor y estamos disfrutando de nuestros bocadillos caseros junto a la entrada del Museo del Oso.
Iniciamos la visita y para ello debemos aproximarnos hasta la primera de las tres ermitas mediante un sendero de tierra que se extiende más de lo esperado. Desde el propio pueblo de Tella podíamos ver dónde se encuentran, y aunque no sea excesivamente lejos tampoco están a tiro de piedra. La visita es interesante por todo lo que ofrece con poco esfuerzo: las tres construcciones van acompañadas de paneles informativos que exponen su historia y uso, siendo el más llamativo el de la Ermita de San Juan y Pablo por cumplir nada más y nada menos que 999 años desde la construcción de sus discretas paredes. Al interés histórico le acompañan vistas a toda la comarca de Sobrarbe así como al inicio del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido si giramos la vista hacia el oeste. Por último, las vistas hacia Tella han ganado altura y perspectiva gracias a la distancia y altitud adquirida por el camino. Completamos el circuito visitando las tres ermitas -pesadísimas las moscas en esta parte del recorrido- y regresamos hacia Tella trazando un círculo.
Antes de las ermitas, la Iglesia de San Martín
Ya se ve la primera al fondo...
Alcanzando la ermita de San Juan y Pablo
Panorámica frente a la más antigua de las tres
Siempre informados
La de San Juan y Pablo, desde cerca
El camino que separa la primera de las otras dos...
Ordesa asoma a nuestros pies
La segunda, la de la Virgen de Fajanillas
Fajanillas a la izquierda, Virgen de la Peña a la derecha
El paisaje desde las dos últimas ermitas
La ermita de la Virgen de Fajanillas desde más arriba
Y siempre sin perder de vista Tella
La de San Juan y Pablo queda ya lejos
El camino...
... de vuelta hasta Tella
Mientras caminábamos, otros descansaban
Desde aquí y desviándonos al poco de iniciar el camino de vuelta tenemos dos posibles añadidos a la visita: las vistas desde los Miradores de Revilla y el Dolmen de Losa la Campa. Sin embargo el cansancio acumulado y el poco atractivo de las imágenes que encontramos por la red nos hace descartarlos. Los kilómetros de carretera de montaña y pistas forestales de hoy han sido la puntilla para que midamos mucho más a dónde ir, así que a las 16:00 y tras una compra mínima en el supermercado Spar junto al Ayuntamiento de Bielsa, estamos de nuevo en nuestro apartamento de Casa Pochetas.
Sobre la bocina y en nuestra última tarde de alojamiento, pero no me voy a quedar sin probar el inesperado servicio de sauna que se ofrece a los huéspedes de los apartamentos. Hay que llamar previamente a Pedro para que tengan lista la instalación a la hora indicada, así que acordamos que bajaré a las 19:00 y hacemos tiempo pasando por última vez por el trago de rehacer el equipaje. Esta vez le damos una vuelta de tuerca. Dentro de unos pocos días haremos otro viaje -sí, otro- que nace igualmente en Barcelona, así que decidimos dejar toda la ropa posible en casa de mis padres para no andar transportándola de costa a costa innecesariamente. Así que toca prever qué tipo de ropa de la que estamos cargando querremos llevar también a nuestro próximo destino.
Dan las 19:00 y vuelvo a la planta baja con bañador y zapatillas. La sauna me espera, reservada para mí, en la puerta de acceso restringido más allá de pequeño gimnasio con una bicicleta estática, una bicicleta elíptica y una videoconsola Nintendo Wii. El cuarto consiste en la citada sauna -la clásica sauna húmeda a 90 grados y un la que poder verter agua sobre las brasas para aumentar la humedad- y una ducha con más botones de los que uno espera. El primer problema lo encuentro en esa ducha futurista, en la que soy incapaz de activar el teléfono superior y debo enjuagarme agachándome para que los chorros laterales me alcancen. El segundo y más molesto inconveniente es que la puerta de la sauna no cierra bien. Uno de los imanes que la mantienen cerrada está debilitado y para que no se abra y se escape el calor debo permanecer sentado lo más cerca de ella y aguantarla con la mano. Esto dificulta un poco la misión de relajarse mientras sudas.
Cumplida la misión de liberar toxinas, vuelvo a la habitación. Por el camino he acordado con Pedro que, dado que el apartamento ya está reservado para mañana y no puede aplazar la hora oficial de las 12:00 del mediodía para abandonarlo, nos dará la llave de un pequeño cuarto junto a la recepción donde podemos dejar nuestro equipaje y venir a buscarlo cuando vayamos a abandonar Bielsa definitivamente.
Cuando el reloj marca las 21:00 ya hemos cenado y no tenemos otra cosa que hacer que meternos en la cama. Para mañana no tenemos tanta prisa por ponernos en marcha, pero cuesta salir de esta dinámica de acostarse temprano y levantarse más temprano todavía. Cerramos los ojos por última vez en Huesca.