El puerto de Drvenik queda a poco más de 100 Km de Split, así que en apenas hora y media nos plantamos allí. Pasar el coche costó 90 Kunas (solo ida) y 13 más por persona. Tarda poco más de media hora el trayecto.
En cuanto pisamos la isla nos sentimos como en casa, parecía que estábamos conduciendo por Formentera, luego ya la cosa empezó a tomar altura y volvimos a la realidad croata. En el primer mirador que paramos nos atacaron los bichos, primero era: "Mira mira que son? escarabajos, ala! que colores mas chulos" Luego: "Oye pues hay un montón, si, si, la verdad estan por todas partes" " Uy se me suben, yo me meto al coche, si yo también" Al final: " CORRE, CORRE, CIERRA QUE ENTRAN"
No los volvimos a ver en ningún otro sitio, menos mal.
Pasamos Jelsa de largo que era donde habíamos reservado la habitación, para ir del tirón a Stari Grad y la verdad es que el camino es bonito paro laaaaaaargo. También ya llevábamos bastantes kilómetros a las espaldas para esas alturas, menos mal que como no parábamos de cascar pues se nos hacía entretenido, pero vaya, que no es pequeña la isla y tiene mucho sube y baja.
Aparcamos junto a una pequeña iglesia (cerrada

Y empezamos a recorrer el pueblecito, es precioso, cuidado al detalle y en cada calle te dan ganas de pararte a decir algo. El puerto es chiquitín pero también muy arregladito.
Una vez nos lo hubimos recorrido de punta a punta, paramos a tomar nuestro merecido café.

Yo no sé ni cuanto rato estuvimos ahí, disfrutando del solecito y del ambiente marinero. Justo en frente de la cafetería había un señor en su barco que estaba vendiendo pescado fresco y, a pesar de que apenas había gente, todo el que pasaba paraba a comprarle, cuando "vendió todo el pescado" lo celebró invitando a un gato, que devoró su comida muy cerca de nosotras.
Nos hubiéramos quedado a vivir en esa terracita, pero tocaba ir a buscar nuestra morada, así que volvimos a por nuestro coche y le dijimos adiós a la preciosa Stari Grad.

Deshicimos el camino andado para volver a Jelsa. Para no perder la costumbre, nos perdimos antes de poder encontrar la sobe, al final un mecánico movilizó a medio pueblo para ver donde estaba nuestra habitación. Estaba ahí mismo, pero como no hay carteles que anuncien nada, pues toca preguntar.
Se llamaban apartamentos Milatic, y no podían estar mejor situados. Un poco "vintage" pero limpios (que después de la noche anterior era lo único que nos preocupaba).
Yo estaba muerta, pero Yas me animó y salimos a ver el pueblo, menos mal, porque no me esperaba nada y me encantó. Es más de lo mismo pero al ser menos turístico (recordar en que mes estábamos) tenía un poco más de "vida". Nos lo pasamos bomba subiendo y bajando cuestas, cotilleando en cada rincon.
Pasamos una tarde maravillosa, arriba y abajo explorando el pueblo.

Y como colofón una puesta de sol increible en semejante entorno:

Y con todo eso en nuestras retinas nos fuimos a hacernos la cenita al apartamento y a dormir.
A la mañana siguiente tocaba la ciudad de Hvar (se llama igual que la isla) así que nos fuimos a la otra punta, carretera arriba carretera abajo, pueden parecer distancias cortas a pero los desniveles son importantes, así que tardamos más de la media hora que dice Google Maps.
Aquí sí que tuvimos que pagar aparcamiento, 12 Kunas un par de horas.
Lo primero que hicimos fue buscar un sitio para el cafecito mañanero, en plena plaza del pueblo, junto a la catedral y frente al puerto, vimos uno lleno y ahí que nos sentamos, tenía pinta de que nos iban a clavar, pero se estaba tan bien al solecito y con esas vistas que nos tomamos dos cafés por barba, al final nos costó más o menos como en todas partes.
Desde ahí salimos a explorar la ciudad, fuimos caminando hasta el final del puerto y luego subimos por las callejuelas a ver la ciudad con perspectiva.
La verdad es que es bonita, pero ya llevábamos muchas parecidas así que el factor sorpresa había desaparecido. Encima parecía un decorado, salvo en la plaza, no había ni rastro de vida, tampoco muestras de que la hubiera habido. Una ciudad enfocada al turismo pero sin turistas.
Lo que más nos llamó la atención eran las prohibiciones, carteles anunciaban los precios de las multas (y qué multas!) por cosas como comer en la calle.

Y antes de abandonar Hvar city, nos aprovisionamos, no en una panadería, sino en dos, estaban una junto a la otra y no supimos elegir, se llamaban Pekara Kraljica Mira y Pekara Panino.
El tramo hasta el puerto de Drvenik, justo en la otra punta de la isla, se hizo larguillo, pero para añadirle un poco de aventura Yas se metió por un camino de tierra sin indicaciones, tuvimos que acabar dejando el coche aparcado a un ladito, porque no nos atrevimos a bajar más por esas pendientes y continuar a pié hasta el nivel del mar.
Y que nos encontramos? Una cala preciosa, unas cuantas casas desiertas y gatos, muuuuchos gatos.
Así que sacamos nuestras provisiones y un poco para nosotras y un mucho para los gatos fuimos dando cuenta de ellas. En un momento dado, al otro lado de la cala, vimos un ser humano, salió una mujer, como no, a echarle de comer a los gatos... Otra funcionaria

Y mientras yo me entretenía con los bichillos, Yas aprovechó para probar el agua, se metió hasta donde pudo aguantar el frío.

El gato más descarado nos acompañó hasta el coche donde como premio le di el resto de Friskies que me quedaba, y ahora sí que sí, pusimos rumbo a Dubrovnik.
Decidimos jugárnosla y cruzar por Bosnia sin el seguro internacional, tuvimos suerte y no pasó nada, pero que cada uno sopese si merece la pena el riesgo. Lo que sí fue muy fácil fueron los trámites en la frontera, nos pidieron el pasaporte y ya está, ni rastro de esas colas interminables de las que había oído hablar, ventajas de la temporada baja!
Y sin ningún percance llegamos a Dubrovnik.