En esta etapa continúo con los sitios que recorrimos durante nuestra escapada andaluza de la última semana de febrero. En esta ocasión le toca el turno a un lugar de lo más peculiar: Setenil de las Bodegas, muchas de cuyas casas se encuentran prácticamente embebidas en las rocas, utilizándolas como parte de su propia arquitectura. Lo cierto es que no tenía demasiadas referencias con anterioridad de este pueblo, pero en cuanto vi un par de fotos y que nos quedaba muy cerca de nuestro destino principal e imprescindible, Ronda, no lo dudé ni un momento y le di todas las vueltas posibles para incluirlo en el itinerario.
Situación de Setenil de las Bodegas en el mapa peninsular según Google Maps.
Aunque pertenece a la provincia de Cádiz, de la que dista 134 kilómetros, Setenil de las Bodegas se encuentra más cerca de Málaga capital (96 kilómetros) y de otros destinos muy visitados de esa provincia, como toda la Costa del Sol y, especialmente, la espectacular Ronda, que sólo está a 18 kilómetros, con lo cual se puede combinar fácilmente en cualquier recorrido turístico por la zona. Claro que esa facilidad tiene también el inconveniente de una afluencia masiva de visitantes, por ello resulta muy recomendable evitar en lo posible los días de mayor trasiego, como fines de semana y periodos vacacionales. Bueno, tampoco estoy descubriendo nada nuevo.
En nuestro caso, llegamos un lunes de febrero sobre las tres de la tarde, procedentes de Priego de Córdoba, y aunque la climatología era estupenda, no parecía un momento especialmente complicado en cuanto a presencia de turistas. Sin embargo, había bastante gente, sobre todo en las terrazas de los restaurantes de la Calle de las Cuevas del Sol, una de las zonas más pintorescas del pueblo, a las que luego me referiré.
Calle Cuevas del Sol llena de gente sentada en las terrazas de los restaurantes.
Precisamente para evitar aglomeraciones, preferimos adelantar el horario del almuerzo y paramos en el restaurante Venta Vista Alegre, en la carretera A-367, a la entrada de la localidad de Cuevas del Becerro, ya a solo 13 kilómetros de Setenil. Nos sorprendió el sitio. Cuando llegamos no había nadie y al irnos estaba a rebosar, sobre todo de trabajadores del pueblo. Menús caseros y sencillos a 9 euros, muy correctos, pero sin exquisiteces, por supuesto. Además, servicio rápido y amable. Más que suficiente para nuestras necesidades básicas de la jornada.
De camino desde Priego de Córdoba a Setenil de las Bodegas
Desde Priego de Córdoba hasta Setenil de las Bodegas tuvimos que recorrer 157 kilómetros, a lo largo de los cuales el paisaje fue variando significativamente, pasando de un terreno ondulado e, incluso, escarpado en algunas zonas, plagado de olivares, a otro más abierto y verde, en el que predominaban extensos cultivos de cereales, que ya habían adquirido un color verde intenso. Sin embargo, tampoco faltaban “pedruscos” llamativos para entretener el panorama que veíamos desde el coche. Ya cerca de Setenil, volvieron a aparecer los olivares.
Paisaje en Cueva del Becerro.
SETENIL DE LAS BODEGAS.
La presencia humana en estas tierras se remonta al Neolítico, como lo atestiguan los restos arqueológicos encontrados en cuevas, entre los que destaca la llamada Damita de Setenil, una pequeña venus de cinco mil años de antigüedad y que tras permanecer en el Museo de Cádiz ha regresado a su hogar, constituyendo la pieza principal de la llamada Casa de la Damita, el primer museo arqueológico abierto en el municipio. A principios del siglo XV, la corona castellana consideraba clave tomar este lugar para favorecer su avance hacia Granada, pero fracasó el sitio a que se le sometió en 1407. En adelante, ganó fama de plaza inexpugnable hasta su caída definitiva en 1484, ya con los Reyes Católicos. Según dice una leyenda, su nombre procede de Septem Nihil, en referencia a los siete intentos fallidos que realizaron los cristianos para conquistarlo a los árabes. Sin embargo, parece que eso no es así, ya que el origen del nombre se desconoce y los sitios fueron dos y no siete. En cuanto al añadido “de las Bodegas”, he leído que proviene de finales del siglo XVIII, en alusión a la particularidad climática de los almacenes que había en las casas, que resguardaban del calor en verano y del frío en invierno.
Vista del casco viejo de Setenil, al fondo la Calle Cuevas Cabreriza.
En 1501 recibió el título de villa de realengo y se le concedió una Carta de Privilegios equiparable a la que disfrutaba Sevilla en cuanto a franquicias y beneficios. Tras la repoblación, su medio de vida pasó a depender de la vid, los cereales, el aprovechamiento del monte y la ganadería. Gozó de cierta prosperidad durante los siglos XVI y XVII, y en 1630 se independizó de la ciudad de Ronda. Los siglos XIX y primera mitad del XX supusieron un retroceso para su economía debido a las guerras, la desamortización, las crisis sociales y la emigración. Actualmente tiene una población de casi tres mil habitantes, cuyos ingresos proceden en su mayoría de la agricultura y el turismo.
A 640 metros de altitud sobre el nivel del mar, esta pintoresca localidad se encuentra situada en un profundo tajo excavado por el río Guadalporcún o Trejo, al que le llaman el "arquitecto de Setenil", ya que es el causante de la erosión de las paredes rocosas junto y bajo las cuales encuentran acomodo muchas de las casas del centro urbano. En cuanto a su interés turístico, Setenil de las Bodegas forma parte de la llamada “Ruta de los Pueblos Blancos”, está incluido en el catálogo de la Asociación de los Pueblos más Bonitos de España y su casco antiguo tiene la catalogación de Conjunto Histórico-Artístico desde 1985. De modo que atractivos no le faltan, aunque quizás el principal por su originalidad y espectacularidad es el de sus calles cueva; sí, sí, no casas cueva, sino calles cueva, ya que son calles enteras las que se integran en las rocas.
El hecho diferencial de las formas trogloditas que se dan en Setenil es que las construcciones no se excavan en las rocas sino que se adaptan a las paredes del cañón del río, de modo que calles enteras se cobijan bajo y entre las rocas, remetidas, aprovechando los huecos existentes para instalar los habitáculos de las casas, que se completan con las fachadas, balcones, puertas y todo el resto de trabajos de obra necesarios.
Las calles más destacadas en este sentido y que, por tanto, no hay que perderse son: Cuevas del Sol, Cuevas de la Sombra, Calle Jabonería, Calle de la Mina, Calle Herrería, Calle Calcetas y Calle Cueva Cabrerizas. Pues, a ello.
Nuestro recorrido por Setenil de las Bodegas.
Aparcamiento y Mirador en la carretera CA-4223.
Llegamos por la carretera CA-422 y, casi de golpe y sin quererlo, nos vimos metidos en la calle más concurrida del pueblo, donde están los restaurantes. Aunque no había limitación de tráfico rodado, naturalmente no era buena idea deambular por allí con el coche, así que rápidamente buscamos los indicadores de “aparcamiento”, que nos condujeron a la carretera CA-4223, la cual bordea la localidad mientras asciende una enorme cuesta que gana bastante altura en pocos minutos. Había bastante sitio para dejar el coche, si bien no sé si hubiésemos tenido tanta suerte de ser un día festivo. De todas formas, dejando aparte el aparcamiento, merece la pena llegar hasta allí para asomarse al amplio mirador que depara unas fantásticas vistas del pueblo y que también nos ayudó a hacernos una idea de lo que íbamos a visitar a continuación.
Setenil, según lo contemplábamos, está dividido en dos partes: una, en lo alto de un risco y a la izquierda, donde aparece la parte más antigua, con el Castillo, la Muralla y la Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación; y otra, más a la derecha, en la parte baja, junto al río, con las calles más famosas de las casas incrustadas en las rocas. Pero iré por partes.
La visita turística depende de donde se haya dejado el coche: si ha sido en los aparcamiento de la parte baja, por ejemplo en el campo de fútbol, se realizará de abajo-arriba, y caso haberlo hecho en el aparcamiento superior (el nuestro), pues de arriba-abajo. Obvio, ¿verdad? Bueno, pues teniendo en cuenta semejante Perogrullo, a nosotros nos tocó ir primero de arriba-abajo, luego otra subida corta hasta el castillo y, después, volver todo hacia abajo hasta alcanzar el pueblo. ¿Complicado? No tanto.
Desde el mirador, vimos unas empinadas escaleras que enseguida nos condujeron a la parte alta del casco urbano, frente al castillo. Siguiendo una maraña de intrincadas calles blancas, no tardamos en divisar un cartel que señalaba la dirección a seguir hacia la Fortaleza Medieval de Setenil, de los siglos XIII al XVI, y cruzando callejones y arcos llegamos al Mirador del Lizón, desde la muralla del castillo, que nos proporcionó nuevas y preciosas vistas. Segundo mirador imprescindible.
Aparte de un aljibe subterráneo, el Torreón del Homenaje, nazarí, del siglo XIII, es la única edificación que se mantiene en pie de la primitiva fortaleza y hoy se utiliza como sala de exposiciones.
Sin embargo, se conservan más de 500 metros de la muralla original y el entramado urbano medieval, conformado en terrazas. A unos pocos metros, subiendo aún un poquito más hasta coronar el cerro, encontramos la pintoresca Plaza de la Villa, con la Iglesia de la Encarnación o Iglesia Mayor de la Villa, de los siglos XV (construida sobre la antigua mezquita) y XVII, con elementos mudéjares y tardo-góticos renacentistas, aunque en realidad se trata de dos iglesias diferentes juntas, en cada una de las cuales prevalece un estilo. En su interior se conserva un Cristo Crucificado del siglo XVI, una casulla de seda y oro donada por los Reyes Católicos y un retablo sobre madera del siglo XV.
En esta plaza hay también un amplio balcón, el Mirador de la Villa, desde el que se contemplan unas vistas estupendas de los escarpes del río Trejo y la Calle Cueva Cabrerizas, con sus pintorescas casas de techo de piedra, donde se rodó la serie Curro Jiménez. Tercer mirador imprescindible.
Una vez visitadas las alturas, empezamos a descender hasta alcanzar la Plaza de Andalucía, corazón del centro histórico, donde hay también varios restaurantes y terrazas que suelen estar atestadas de gente. Muy cerca se encuentra la antigua Casa Consistorial, hoy Oficina de Turismo, con un magnífico artesonado mudéjar del siglo XVI, y desde la que se contempla muy bien la Plaza de Andalucía y su bullicioso ambiente.
Y elevando la vista, nos encontramos con la espectacular estampa de una meza de rocas y murallas sobre nuestras cabezas.
Aquí ya empezamos a caminar por nuestra cuenta porque no nos poníamos de acuerdo de descifrar el laberinto de calles, casas y arcos. De acuerdo con un plano que llevaba, bajé por una calle hasta encontrar el Puente de Triana, del siglo XVI. Desde allí, continué por la pintoresca Calle Cueva Mina, donde las rocas techan algunas casas, hasta que alcancé el lecho del río, que seguí durante un buen rato por la espectacular Calle Cueva Calcetas, que comunica con el río y se encuentra justamente debajo de la muralla, abrazándola prácticamente. Otro lugar imprescindible.
Desde aquí, el Paseo Guadalporcún continúa paralelo al río, haciendo de mirador hacia la Calle Cueva Cabrerizas, que está enfrente, al otro lado del río. Se puede llegar allí sin problemas ya que hay un par de puentes que comunican ambas orillas. Esta ruta se puede alargar lo que se quiera.
Tras caminar un rato, retrocedí por la Calle Cueva Jabonería, otra de las imprescindibles, hasta encontrar la espectacular calle Herrería, empinadísima (tiene una barandilla para sujetarse) y estrecha, donde el sol no es problema porque las rocas te resguardan, y que en paralelo a la muralla y bajo el castillo llega hasta la Plaza de Andalucía, pasando por enclaves encantadores como el que reza “Bésame en este Rincón”. Me gustó tanto que pese a las escaleras, la subí y la bajé dos veces. Además, se abren algunos huecos en las fachadas opuestas a la muralla que permiten contemplar preciosas vistas. Un pecado perderse este sitio.
Volví al Puente de Triana y lo crucé, tras superar otro rincón encantador en donde se podía leer “una flor, una mujer”.
Me metí entre calles y plazas hasta llegar a la Ermita de San Benito, de los siglos XV y XVI, con su fachada blanca y ocre, en cuyo Altar Mayor se conserva la imagen del Padre Jesús Nazareno, titular de la Hermandad de los Negros, una de las tallas más veneradas de la localidad, que celebra una muy famosa Semana Santa.
Ermita de San Benito, plaza y alrededores.
Continué bajando hasta alcanzar la calle Ronda, ya muy cerca del río, flanqueando el cual se sitúan dos de las calles-cueva más conocidas, las cuales se comunican entre sí por tres puentes muy coquetos, desde donde salen unas fotos estupendas, aunque los reflejos del sol pueden estorbar un poco.
En la Calle Cuevas del Sol se concentran multitud de restaurantes y terrazas, punto de confluencia de casi todos los visitantes. Un auténtico agobio en horas punta, cuando las mesas están en la calle, los clientes se agolpan, los paseantes quieren hacer miles de fotos y los coches pugnan por meterse por donde no hay sitio.
Menos mal que ya por la tarde, una vez que los restaurantes estaban cerrando, la situación se tranquilizó bastante. En fin, un lugar muy bonito y pintoresco, a la vera del río, con una calle entera embebida por las rocas, pero que suele estar atestada de gente. Y eso que era un lunes de febrero…
Al otro lado del río, se encuentra la espectacular Calle Cuevas de la Sombra, que debe su nombre a que no le llegan los rayos del sol porque está completamente cubierta por un peñasco inmenso, que la convierten en una vía casi subterránea. Aquí hay varias tiendas de recuerdos y artesanía, algunos bares y terrazas. Por fortuna estaba cerrada al tráfico y se podía recorrer con menos agobios que su colega del sol. Ni que decir tiene que aquí se consigue si no la mejor foto de todo Setenil, sí la más impactante, la que hará que todo aquel que la vea quiera visitar este sitio. Aunque lograr captar una imagen libre de multitudes puede requerir un buen rato.
Después encontré una pequeña callejuela escondida que, saliendo de la calle Jabonería, se asomaba al río, lo que me deparó bonitas vistas y mucha tranquilidad, puesto que según me alejaba de los restaurantes de la Calle Cuevas del Sol disminuía también el número de turistas hasta que me quedé casi sola.
De vuelta a la calle Jabonería, me topé con una recóndita escalera que tras superar unos cien peldaños me condujo a la Ermita de Nuestra Señora del Carmen, del siglo XVIII, en una pintoresca plaza y en torno a la cual también se encuentra uno de los mejores puntos panorámicos, el Mirador del Carmen, al que se denomina en algunas guías Mirador de Evelyn, a modo de balcón elevado desde donde se tiene acceso visual a casi toda la localidad en un ángulo de trescientos sesenta grados prácticamente, si bien hay que tener en cuenta que las principales calles cueva quedan algo escondidas desde allí. Por lo demás, otro mirador casi imprescindible. Ánimo, que la subida tampoco es para tanto. Poquito a poco y ya está.
Y ya tocaba regresar al coche, subiendo esta vez todo lo que habíamos bajado anteriormente, pero disfrutando también de unas calles ya mucho menos soleadas y también más solitarias, pero con el mismo encanto.
Muy bonito y original, sorprendente, Setenil de las Bodegas. Merece mucho la pena pasarse por allí y dedicarle varias horas para recorrerlo sin prisas, explorando cada rincón. Pese a la gente que se agolpa en las calles de las Cuevas del Sol y de la Sombra y en la Plaza de Andalucía, el resto del pueblo está mucho más tranquilo y da gusto pasear por sus calles, eso sí, tomándose con calma las empinadísimas cuestas. En algún momento me gustaría volver y explorar alguna posible ruta de senderismo por la zona.