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Salimos temprano de Barajas y después de un par de horas soportando que nos intentasen vender de todo en el avión llegamos al aeropuerto G. Marconi. Es un aeropuerto de tamaño mediano (comparado con la T4 cualquier aeropuerto parece pequeño) por el que resulta fácil desplazarse. Para ir a la ciudad recurrimos al Aerobús (5 €) y durante el trayecto pudimos comprobar que lo que habíamos leído sobre los soportales de Bolonia era cierto. Hay kilómetros y kilómetros de ellos, lo que le da una personalidad muy particular a la ciudad.
La primera impresión del hotel fue buena. La recepción es bastante bonita y el personal es agradable. La habitación aún no estaba preparada, de modo que dejamos el equipaje en un cuarto y nos fuimos a dar un paseo por Bolonia.
Lo primero que hicimos fue comernos unos emparedados que traíamos de casa en un banco del Parque Della Montagnola. Al terminar subimos por Via Della Independenza y a medio camino nos detuvimos en un local recomendado en el foro a tomar el postre: unos crepes de Nutella sencillamente espectaculares.
Entramos en la Catedral de San Pietro. No está mal, pero desmerece respecto a lo que veremos luego, lo que más destaca es un nacimiento de terracota a tamaño natural. Algo más arriba se llega al encuentro entre las vías Ugo Bassi y Rizzoli, un sitio estupendo para echar fotos porque mires donde mires encontrarás una bonita panorámica.
Enfrente se encuentra la Plaza de Neptuno, con la fuente que le da nombre en el centro. Curioso el detalle de las sirenas que echan chorritos de agua por los pechos. Al lado tenemos la Sala Borsa, una biblioteca realmente preciosa en cuyo exterior hay paneles con fotos de los boloñeses que murieron durante la SGM luchando contra los alemanes. Hay que recordar que Bolonia fue uno de los principales centros de la resistencia italiana contra la ocupación nazi.
Al lado de la Plaza Neptuno se encuentra la Plaza Mayor, rodeada por la Basílica de San Petronio y los palacios del Podestá, Comunale y de los Notarios. Es una de las plazas más bonitas que he visto en Italia, lo cual es decir mucho. Como primera aproximación dimos una vuelta a la plaza, sin entrar en ningún sitio, y nos fuimos.
Volvemos al hotel y subimos a la habitación, que ya está lista. Tras un pequeño descanso volvemos a las andadas.
Esta vez sí que entramos a la Basílica de San Petronio, que es la quinta iglesia más grande del mundo. De haberse llevado a cabo el proyecto original habría sido mayor incluso que la Basílica de San Pedro (no la actual, la anterior a esa), pero se quedaron sin dinero y tuvieron que conformarse con una versión “reducida”. El interior es bastante austero y llama la atención el reloj de sol en el suelo diseñado por el astrónomo Cassini.
De la Plaza Mayor fuimos a la Vía Rizzoli hasta llegar a la base de las dos torres. Estas torres de ladrillo son el símbolo de la ciudad y forman parte de las veinte que subsisten de las casi cien que se cree que llegó a tener Bolonia en el siglo XIV, cuando las familias nobles demostraban su poder construyendo una torre tan alta como fuera posible. Llegamos a ver alguna ilustración reconstruyendo el aspecto que debió tener la ciudad cuando todas las torres estaban en pie y resultaba más que curioso, una especie de Benidorm medieval. La Torre degli Alsinelli mide 97 m. de altura y la Garisenda más o menos la mitad. Otro detalle interesante de las torres es que ambas están bastante inclinadas debido a la deficiente calidad de los cimientos. De frente no se nota tanto la inclinación de la Torre Garisenda pero si uno se coloca en el lugar adecuado se observa que no tiene nada que envidiar a la Torre de Pisa. Hasta el punto de que resulta sorprendente que no se caiga.
Debido a su inclinación está prohibido subir a la Torre Garisenda. A la Torre degli Agsinelli no pude subir esa tarde porque ya estaban cerrando pero me prometí que no me iría sin hacerlo, pese a que la subida prometía ser dura. En su lugar nos fuimos a ver el Palacio de la Mercancía y de allí bajamos hacia la Basílica de San Estéfano, que en realidad son siete iglesias construidas pegadas unas a otras. De todas ellas yo destacaría la del Santo Sepulcro, de forma poligonal, que como su nombre indica contiene un bellísimo sepulcro del siglo XI. En esta basílica compramos un recuerdo y el amable monje benedictino que atendía la tienda nos regaló toda una charla sobre arte. Por desgracia lo hizo en italiano, por lo que apenas pudimos captar algunas cosas sueltas.
Como empezábamos a estar algo cansados nos marchamos a la Via Marsala para corroborar sobre el terreno todo lo que había leído en Internet acerca de los aperitivos en Bolonia. Y sí, es tal como lo cuentan. La versión boloñesa comienza a las seis de la tarde y dura hasta las nueve, aproximadamente, y la cosa consiste en que pides una bebida y tienes acceso a un bufé libre muy apañado en cuanto a calidad y variedad, con pasta, ensaladas, canapés, fiambres, pizza, etc. La bebida sale más cara de lo normal, pero teniendo en cuenta que por ese precio ya sales cenado resulta rentabilísima.
Por último nos fuimos a la estación del tren a comprar los billetes para el día siguiente y regresamos al hotel, que ya iba siendo hora.
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