De regreso a Madrid desde Itálica, teníamos planificada una pequeña ruta de senderismo de camino hacia Azuaga, donde teníamos previsto pasar la noche. Para ello, atravesamos una parte del Parque Natural de Sierra Norte, enclavado dentro del sector central de Sierra Morena, en el norte de la provincia de Sevilla. Nuestro objetivo era el lugar conocido como “Cerro del Hierro”, que está catalogado como Monumento Natural.
UBICACIÓN EN EL MAPA PENINSULAR.
Situado a 98 kilómetros de Sevilla, desde la capital andaluza fuimos por la A-4 hasta Carmona y allí nos desviamos hacia la A-457, que seguimos hasta Lora del Río, a cuya altura tomamos la A-455 hasta el pueblo de Constantina. En adelante, continuamos por la SE-163 hasta la entrada al Cerro del Hierro, unos cinco kilómetros antes de alcanzar la localidad de San Nicolás del Puerto. En total, una hora y veinte minutos de viaje en el coche, aproximadamente. Las carreteras tienen muchas curvas al atravesar tramos de montaña, pero tienen buen firme en general, hay poco tráfico y contemplamos bonitos paisajes. Esta zona tendremos que explorarla con calma y más detenidamente en otra ocasión.
También nos hubiera gustado detenernos en Constantina, que es Conjunto Histórico Artístico, pero en enero anochece en torno a las seis de la tarde y ya íbamos muy justos para llegar al Cerro del Hierro con tiempo suficiente para hacer la pequeña ruta de senderismo que teníamos prevista. Otra vez será.
En dirección a San Nicolás del Puerto, desde la carretera, sale, a la derecha, un camino que lleva hacia el Mirador del Cerro y que, de acuerdo con los indicadores, seguimos con el coche hasta llegar a un aparcamiento con paneles indicativos. El inicio de la ruta se encuentra en el punto de información, ubicado en uno de los antiguos edificios mineros, rehabilitado para ello, pero que no funcionaba entonces. Sin embargo, eso no fue óbice para que enseguida nos encontrásemos con un panorama de lo más llamativo.
El paisaje kárstico tan peculiar que se contempla en este lugar se debe a la erosión de parcial por la nieve y la lluvia de sus rocas calizas, ricas en hierro, y a la mano del hombre que lo modeló para extraer el mineral. Su explotación desde tiempos de los romanos hasta el siglo pasado dejó al descubierto un laberinto de agujas, corredores y lapiaces de formas y colores sorprendentes, que ofrecen su versión más brillante al amanecer y al atardecer.
Aunque ya no están en explotación, aún se conservan recuerdos de su pasado minero, como el antiguo trazado ferroviario que unía la explotación con la estación de Los Prados-Cazalla, actualmente acondicionada como Vía Verde, que se puede recorrer a pie o en bicicleta.
El sendero básico que recorre las galerías y túneles del cerro suma solo unos dos kilómetros y parte del punto de información, situado en la llamada Casa de los Ingleses, donde residían los ingenieros y gestores de la mina, que llegaron desde Escocia a finales del siglo XIX. También se conservan algunas de las instalaciones y de las casas donde residían los mineros. En la actualidad, según he leído, el pueblo sigue estando habitado y cuanta con 90 residentes.
Teníamos previsto hacer una ruta un poco más larga que la oficial, de unos cinco kilómetros, pero se nos estropeó porque uno de los tramos estaba cortado por desprendimientos, algo habitual en la zona por sus propias características. Así que al final, entre ir y retroceder casi se nos hizo de noche, por lo que no pudimos completar el itinerario. Sin embargo, lo que vimos no nos dejó indiferentes ni mucho menos.
Dejamos el aparcamiento y por una pista de tierra habilitada como sendero nos dirigimos hacia el Mirador del Cerro, desde donde contemplamos una perspectiva panorámica muy sugerente, sobre todo in situ, en pleno atardecer. Para las fotos el momento no era tan bueno, ya que el sol iluminaba el fondo, resaltando los colores, en especial, los ocres, marrones y naranjas, pero los primeros planos permanecían en la sombra, conformando unos contrastes bastante feos.
Al principio, el recorrido es muy sencillo de realizar y cuenta con una zona acondicionada para personas con movilidad reducida; además, hay numerosos paneles informativos que explican el proceso que se seguía en la extracción del mineral, así como su criba, lavado y transporte.
Impresiona moverse entre las agujas y a través de túneles, convertidos en cuevas, plagadas de musgo, mientras las rocas relucen al sol con tonos de un naranja casi imposible. En cierto modo, nos recordó a las Médulas, aunque es más pequeño y tiene matices algo diferentes.
Por lo demás, el entorno se nos presentaba verde, con una vegetación rica de tipo mediterráneo, entre la que destacan los durillos, los madroños, los helechos, las cornicabras…
También, tal como advierten los carteles, se debe caminar con precaución, procurando no salirse de los senderos, ya que el terreno es irregular y puede haber pozos muy profundos, lo cual tuvimos la oportunidad de descubrir. ¡Madre mía, que hondo! Ojo con los niños por aquí.
Al adentrarnos entre las agujas pétreas, el camino se hizo más estrecho, sadentrándose entre túneles y cuevas, donde se complicaba un poco, pero no demasiado. Sin embargo, allí apenas entraba el sol y el entorno se volvió oscuro, si bien afectó más a la hora de tomar fotos que en el sitio.
Lamentablemente, cuando estábamos en lo más interesante, nos encontramos con el cartel de “camino cortado temporalmente por desprendimientos”. Así que, como no nos gusta arriesgar innecesariamente y, además, se estaba haciendo de noche, decidimos retroceder al punto inicial, sin completar una ruta circular que, creo, hubiese estado muy bien. Bueno, otra vez será.
No es un sitio que pille muy de paso precisamente, pero si os encontráis o transitáis por la zona, merece la pena acercarse y echar un vistazo, sobre todo al atardecer, pues las peculiares formas de las rocas y los colores que adquieren cuando las baña el sol poniente transforman tan peculiar paisaje en una visión digna de unas cuantas fotografías.