Dinamarca se sitúa en el norte de Europa. Está formada por la península de Jutlandia y 407 islas, de las que solo 79 están habitadas. Además, les pertenece el territorio de Groenlandia y el de las islas Feroe.

Tiene una extensión de unos 43.000 kilómetros cuadrados (la de España es de 505.990). Su población, por tanto, también es pequeña, contando con algo menos de 6 millones de habitantes (menos que Cataluña), de los que algo más de un millón viven en Copenhague, su capital.
Pese a eso, es un país rico y se le considera uno de los estados del bienestar más desarrollados del mundo.
Se rige por una monarquía parlamentaria y se dice que es una de las monarquías más antiguas del mundo, ya que provienen de Gorm el Viejo, que vivió en el siglo X. Su reina es Margarita II, de 82 años y muy bien valorada. Actualmente el primer ministro es una mujer, Mette Frederiksen.

El país tiene algunos de los salarios más altos del mundo, una amplia protección social, subsidios, derechos, servicio médico gratis para todos, educación gratuita, etc. Como contrapartida, pagan muchísimos impuestos y todo es muy caro. Y ese aspecto debemos tenerlo en cuenta cuando vamos de viaje, ya que nos afectará muy directamente. Precios de hoteles, restaurantes o entradas son elevados. Eso no quiere decir que sea imposible viajar allí. Todo es cosa de organizarse.
Dinamarca es un país seguro, lo que no implica que uno deba confiarse. Siempre se debe estar al tanto de las pertenencias.
La moneda es la corona danesa. Actualmente un euro equivale aproximadamente a 7,5 coronas. Nosotros cambiamos 100 euros cada uno en una casa de cambios del propio aeropuerto, sin comisiones extras. Lo hicimos para gastos extraordinarios que no pudieran pagarse con tarjeta (por ejemplo, un restaurante en el que se había estropeado el datáfono) pero nos sobró bastante y lo usamos en el aeropuerto el día de la vuelta para comprar algunas cosas. Generalmente te admiten las tarjetas de crédito.
Dinamarca es un país de religión luterana, cuya máxima autoridad es la reina (como pasa con los anglicanos de Reino Unido e Isabel II). Hay pocos practicantes y muchas iglesias se han transformado en salas de exposiciones y de sesiones de meditación.
El país tiene 5 aeropuertos internacionales. El más grande e importante es el de Copenhague, llamado Kastrup, que está a unos 8 km de la ciudad. El segundo en importancia es el de Billund, útil para llegar a la península de Jutlandia (muy usado para viajar al parque de Legoland).
El aeropuerto de Copenhague está bien conectado con el centro por medio de metro (con transbordo) o tren (directo desde la estación central). Los billetes se pueden adquirir en las máquinas, cuyo uso es fácil siempre y cuando lo pongas en inglés. No es barato. Dos billetes pueden costar 36 coronas por persona. Los trenes daneses son bastante cómodos en general, aunque algunos son más nuevos que otros. Ah, y todavía tienen el sistema de primera y segunda clase.
En cuanto a la red de metro, no es muy extensa pero sí suficiente. Cuenta con 4 líneas. Al aeropuerto llega la M2 (línea amarilla). A la estación central de trenes, las líneas M3 (roja) y M4 (azul). Si deseamos llegar desde el aeropuerto a la zona de la estación central, deberíamos hacer el trasbordo en la estación de Kogens Nytorv. El metro funciona todos los días del año, las 24 horas. Su frecuencia de paso es muy buena y no acostumbra a ir muy lleno. El área de lo que llaman Gran Copenhague se divide en zonas. Normalmente nos moveremos por la 1 y la 2 (24 coronas por billete) pero para ir al aeropuerto debemos adquirir uno de 3 zonas. Como en Barcelona, los billetes tienen una validez desde el momento de su validación. Los de 1 o 2 zonas sirven durante una hora y cuarto y los de 3, una hora y media.

Los niños de menos de 12 años no pagan siempre que viajen acompañados de un adulto; chicos hasta 16 años pagan la mitad de un billete o abono.
Es posible también comprar abonos llamados City Pass, que nos permiten viajar ilimitadamente y sin especificación de zonas (de 1 a 4) durante los días elegidos (entre 24 y 120 horas). El precio de un abono de 24 horas para un adulto es de 80 DKK; para 120 horas, de 300 DKK.
A los viajeros les será muy útil la tarjeta Copenhaguen card. Esta tarjeta permite la entrada gratis a 89 atracciones o museos (no solo en Copenhague ciudad). Se pueden comprar de 24, 48, 72, 96 y 120 horas y sus precios son, respectivamente, de 60, 88, 108, 125 y 142 euros. Los niños de entre 3 y 11 años necesitan llevar su propia tarjeta, pese a que es gratis. Los chicos de entre 12 y 15 años llevarán tarjetas que cuestan, respectivamente, 33, 47, 58, 68 y 76 euros.
Es importante comprar la tarjeta en los lugares establecidos de modo oficial o en su propia web (se puede hacer con antelación y descargar en el Smartphone o recoger allí)- copenhagencard.com/cart. La tarjeta es válida por horas, no por días. Eso quiere decir que se puede empezar a usar un día a las 7 de la tarde y ser válida hasta 5 días más tarde a la misma hora.

Como comentaba, la Copenhaguen card da derecho a entrar a muchas de las principales atracciones de Copenhague y alrededores. Eso incluye, por ejemplo, los palacios de Christianborg, Amalienborg y Rosenborg, los castillos de Kronborg y Frederiksborg, la catedral de Roskilde o el museo de los barcos vikingos de la misma ciudad, el parque de atracciones Tívoli (solo entrar, no las atracciones), las entradas a la Glyptoteca o al Museo Nacional o un paseo por los canales de Copenhague. Eso sí, solo puede usarse una vez por atracción. Además, permite viajes ilimitados en trenes, metros, autobuses y autobuses acuáticos y los trenes a las ciudades donde estén situados esos museos o monumentos. ¿Vale la pena?. Pues todo depende del uso que uno le dé pero si se visitan los principales lugares y se coge el transporte, sí.
Dicen que la cocina danesa tiene influencias francesas e incluso italianas. A mí no me pareció nada del otro mundo, la verdad, pero todo es cuestión de gustos.
Comer en Dinamarca es caro pero siempre hay opciones para todos los bolsillos. Dicen que el desayuno típico danés consta de café o té, pan de centeno con mantequilla, queso, yogur con muesli y miel, huevos cocidos, embutidos, quizás alguna crèpe con siropes, batidos de frutas y, curiosamente, quizás también haya Nutella. Muchas de estas cosas las vamos a encontrar en los buffets de desayuno de los hoteles. En ninguno de los dos a los que fuimos encontramos clásicos como en otros hoteles nórdicos como arenques o salmón ahumado. El desayuno es bastante abundante, a diferencia de la comida, que se hace temprano (entre las 12 y las 13 horas) y es ligera.
Uno de los platos típicos de Dinamarca es el smorrebrod. Consiste en una rebanada de pan de centeno, más o menos grande, que se unta de mantequilla y a la que se le añaden cosas. Puede llevar pescado, carne, huevos, gambas, etc.

La cena, entre las 18 y las 19 horas, es mucho más abundante y no es raro encontrar los restaurantes abarrotados a esa hora. Como platos típicos podemos encontrar las frikadeller (albóndigas de carne de cerdo y carne de ternera mezclado con leche, harina, huevos, cebolla y especias), pescados (como el gravad laks- salmón marinado acompañado de eneldo y mostaza dulce- o el sild- arenque-, servido de muchas formas), el flæskesteg (que es un asado de cerdo) o el hvid labskovs (estofado de ternera). El paté de hígado danés tiene buena fama. Es muy bueno comido solo pero a ellos les gusta ponerle encima remolacha encurtida, tocino o champiñones.
En el terreno de las bebidas, decir que son muy caras por lo que tenemos la opción de pedir “tap water”(agua del grifo) en nuestras comidas. El agua es buena pero, a diferencia de Francia, suelen cobrarla (aunque muchos menos que el agua mineral embotellada).
Otras bebidas típicas pueden ser el akvavit (agua de vida), que es la bebida nacional danesa con un 40% de alcohol, o la cerveza (Carlsberg o Tuborg). En invierno es típico el glogg, glögi o glühwein, que no es otra cosa que vino caliente con especias.

En cuanto al dulce, dicen que los daneses son golosos. Yo tengo que destacar el kanelsnegl, el rollo de canela.

En Copenhague encontramos el que fue considerado en 2010, 2011, 2012, 2014 y 2021 el mejor restaurante del mundo, además de tener 3 estrellas Michelin. Se llama Noma y está en Nordatlantes Brygge, una antigua bodega. La verdad es que no es apto para todos los bolsillos ni su concepto gustará a todos (como suele pasar con este tipo de restaurantes).
Para los que quieran una opción mucho más asequible, decir que en Copenhague podemos encontrar buffets como Dalle Valle o Riz Raz.

Mucho más barato aún tenemos la opción de comprar un perrito caliente en uno de los muchos puestos callejeros o incluso en un 7eleven. Los precios rondan las 30 y pico coronas en sus versiones más económicas.
¿Y quién no tiene en mente las famosas latas azules de galletas danesas de mantequilla?. Pues allí podemos comprarlas, claro. Eso sí, mucho más caras que en España.
Y se comen hot dogs. Muchos. Por todas partes hay carritos ( Pølsevogn, algo así como carrito de salchichas) en la calle que los venden (caros para lo que cuestan en otros sitios, baratos para lo que vale todo en Dinamarca). Es una opción rápida para comer algo barato. De hecho allí se han llegado a considerar casi como un plato nacional.

Otra obsesión son los churros. Sí, sí, los churros. Pero que nadie le extrañe ver que los sirven con chocolate por encima e, incluso, con bolas de helado.
En cuanto al idioma, en Dinamarca se habla danés, que para nosotros resulta complicado, pero gran parte de la población habla inglés.
Además de las celebérrimas galletas danesas y los Lego, Dinamarca tiene fama por su porcelana. La Real Fábrica de Porcelana de Copenhague se fundó en 1775 por Cristian VII con el objetivo de tener sobre su mesa unas vajillas dignas de un rey. El azul acanalado se ha convertido en uno de los símbolos de la compañía. Pero el diseño más famoso es la Flora Danica, que se sigue haciendo, copiando un diseño de finales del siglo XVIII. El nombre proviene de la enciclopedia botánica Flora Danica. La vajilla original fue un encargo de Cristian VII para regalársela a Catalina la Grande de Rusia. Tardaron en hacerla 12 años y en ese tiempo la zarina murió, por lo que el rey decidió quedársela. Se conservan unas 1.500 piezas de las 1.802 que tenía y ahora pertenecen a la reina Margarita. Actualmente se pueden hacer reproducciones, a mano, que cuestan la friolera de 5.000 coronas por plato.
