Era un día feo. Lloviznaba.
Las calles de Erbil a las nueve de la mañana estaban completamente desérticas. Me costó cinco minutos encontrar un taxi que me llevara a la terminal de taxis compartidos a Suleimaniya. Me cobraron 15000 dinares por el trayecto a mi nuevo destino.
Circulamos por verdes praderas y pelados cerros.
Toda la actividad comercial estaba paralizada, de vez en cuando, algún colmado tenía las persiana subida. A 22 km, después dejar Erbil, pasamos cerca de una colina que alberga el castillo de Khanzad del siglo XVI. Rastreando el Google Map puede ver muchísimo puntos interesantes en el Kurdistán iraquí para visitar con calma. Pero en este viaje me iba a centrar en una aproximación a las ciudades más importantes de Irak.
Llegamos antes del mediodía a Suleimaniya. El taxista, en vez de dejarme a las afueras, me llevó al centro de la ciudad. Eso sí, sin acordarlo, me pidió 5000 dinares antes de bajar del coche. Se lo di, porque es lo que me hubiera cobrado un taxista de la localidad; pero no me gustaron las formas.
Casi todo estaba cerrado. Subí una calle que dejaba a mano derecha la Gran Mezquita buscando un hotel para pasar varias noches. El primero, solo ver la entrada me echó para atrás, no mire ni la habitación, las paredes tenía grandes descorchados y humedales. Era todo una invitación a coger la de Villadiego. Después de treinta minutos, bajo la constante llovizna, buscando infructuosamente un hotel, apareció un cartel vertical con un delfín dibujado y escrito en el espacio libre: Hotel Dolphin. Me resultaba familiar el nombre. ¡Ya está! Lo había leído en el blog de un viajero: Ganas de Mundo. Coincidía con él que era un lugar muy limpio y las habitaciones individuales pequeñas. En cambio, sobre las puertas que no cerraban bien que tanto desagradó a nuestro viajero no coincidía, no porque no tuviera razón, sino porque, seguramente, el tiempo todo lo arregla si el propietario es un tío avispado y quiere mantener el prestigio de su negocio en alza. Las puertas en el 2022, al menos de mi habitación, cerraban perfectamente. Y, además, los recepcionista tenían un aceptable nivel de inglés. Me cobraron 30,000 dinares la noche. No era cuestión de llorar una rebaja en días festivos y con el hotel casi lleno, así que me di por satisfecho con el precio. Incluido el desayuno en él.
¿Qué hago está tarde? Todo los puntos de interés turísticos cerrados. No había muchas alternativas. Así que fui a pasear al Azadi Park, el parque más grande de la ciudad. En una de sus esquinas tenía un parque de atracciones, al más puro estilo Tibidabo, donde los adolescentes masculinos eran sus principales clientes. Estuve tentado a pasar unas horas divertidas en la montaña rusa y otras atracciones. Hay cosas que no puedo hacer solo y está era una de ellas.

Como el Museo Amna Suraka está al lado del parque me acerqué a preguntar a los militares que lo custodiaban qué día volvería a estar abierto. El soldado me comentó pasado mañana. Aprovecharía a primera hora, antes de partir a Bagdad, para visitarlo. La sorpresa fue mayúscula cuando llegué ese día y seguía cerrado. Parecían tener razón los de la página de facebook (Irak travellers cafe) hasta el día 8 no abrirían ningún museo.
Desde el patio contiguo de una cafetería tenía una pequeña perspectiva de la exposición de los vehículos militares que abandonó Sadam Hussein en 1991 durante la revuelta, situados en una plaza del recinto, entre ellos varios tanques. Estos edificios rojos, acribillados de metralla y balazos, funcionaron bajo el régimen del dictador como el cuartel general de la inteligencia de Sadam que se convirtió para los kurdos en una casa del terror. Tantas fueron las atrocidades que ocurrieron en sus dependencias que los kurdos evitaban pasar cercar de este edificio por aquel entonces. Hoy día convertido en museo didáctico de los trágicos sucesos que ocurrieron en sus celdas y cuartos.

Más tarde, después de un té en la cafetería adyacente al museo, me acerqué a Public Park, situado en la calle Salim frente al Hotel Sulaimani Palace. Fue construido en 1937 y está considerado el más antiguo de la ciudad. Era muchísimo más pequeño que el anterior y no había mucha gente. Algunos niños jugando al futbol, parejas de iraquíes y algún grupo familiar que paseaban o disfrutaban sentados en los bancos de la tranquilidad del recinto.

Los mejores momentos en Suleimaniya los pasé justo al anochecer alrededor de la Gran Mezquita. De pronto cobraba vida la ciudad, al menos ahí, después de tantas horas desértica y con todos los locales cerrados, se convertía en una eclosión de júbilo y diversión que contagiaba a todos los presentes. ¡El bullicio musulmán volvía a renacer! Repleta de tenderetes de ropa, kebabs, teterías, frutos secos, chucherías…

A pesar de no hacer gran cosa Suleimaniya me dejaba buen sabor de boca.

