Para no hacer de un tirón un viaje a la provincia de Cádiz, por la que teníamos planificada una ruta a primeros de marzo, decidimos pernoctar una noche en Écija, no por nada especial, sino porque parecía una distancia adecuada para que nos quedase poco trecho hasta nuestro destino y poder aprovechar al máximo la siguiente jornada, ya en tierras gaditanas. Sin embargo, la ciudad, a la que algunos llaman “la sartén de Andalucía” por las altísimas temperaturas que alcanza en verano, nos sorprendió gratamente, mostrándonos muchas cosas interesantes para ver que en principio no esperábamos.
La distancia desde Madrid hasta Écija es de 445 kilómetros, que se recorren cómodamente por la A-4 en poco más de cuatro horas y media salvo que se presenten problemas de tráfico, lo que no fue nuestro caso en un día laborable a media mañana. Salimos sobre las diez, tomamos un café por el camino y paramos a almorzar a la altura del kilómetro 310, en el restaurante Casa de Postas del Rey, en el municipio de Villanueva de la Reina, entre Bailén y Andújar. Nos llamó la atención el lugar, cuyo origen se remonta al año 1766. Además, fue el lugar donde se firmaron las Capitulaciones de la Batalla de Bailén, el 22 de julio de 1808. Cuando vamos de viaje, no nos gusta comer demasiado, así que pedimos el menú del día, que nos costó creo recordar que 14 euros, estuvo muy correcto y con un servicio rápido y amable. Resultó ser un sitio muy curioso para hacer un alto en el camino.
Las calles del casco histórico de Écija son estrechas, tienen bastante tráfico y apenas hay huecos para estacionar. Así que nos dirigimos directamente al aparcamiento subterráneo de la Plaza de España, con el cual tiene concertado un descuento (nos cobraron 13,60 euros por 24 horas) el hotel donde habíamos reservado el alojamiento. Nada más pisar la plaza ya pudimos contemplar algunas de las famosas once torres de la ciudad. Caminando unos cinco minutos, llegamos al Hotel Platería, magníficamente situado para visitar Écija a pie. Nos acomodaron en una habitación muy confortable, desde cuya ventana divisábamos la torre más llamativa, la de la Iglesia de San Juan. La noche en el hotel nos costó 68 euros.
Habitación y vistas desde la ventana.
Una vez hecho el registro, ya estaba lista para empezar a patear la ciudad. Me resultó muy útil la información que descargué de la página web de la Oficina de Turismo de Écija: un folleto en PDF, un plano turístico y una hoja con los horarios de visita de los lugares destacados.
De acuerdo con el folleto, los orígenes de Écija se sitúan en la época de los tartesos y se remontan al siglo VIII a.C., si bien conoció su mayor esplendor con los romanos, en el siglo I a.C. Fue sede obispal con los visigodos y provincia destacada durante la dominación musulmana hasta que fue conquistada por Fernando III en 1240, que la entregó para su repoblación a nobles, eclesiásticos y militares castellanos. Durante el siglo XVIII gozó de una gran bonanza económica y comercial que la llevó a vivir otra edad de oro, en la que proliferó la construcción de iglesias, palacios, conventos y edificios públicos, cuyo legado la han convertido en referente peninsular del arte barroco en todas sus manifestaciones.
En mi itinerario, procuré seguir las tres rutas propuestas por la Oficina de Turismo, que se corresponden con las torres, los palacios y las plazas, en muchas de las cuales se asientan las iglesias (con sus torres), lo que facilita la tarea. Intenté ajustar mi recorrido a los horarios de la hoja informativa, aunque no todos resultaron exactos, con lo cual tuve que andar y desandar en ocasiones, aunque también vi iglesias abiertas que, en teoría, deberían estar cerradas. Por lo demás, las caminatas son bastante llevaderas, pues si bien hay calles muy estrechas, en general no se afrontan fatigosas cuestas, al contrario de lo que sucede en los cascos históricos de otras ciudades.
Como estaba muy cerca del hotel, lo primero que visité fue el Palacio de Peñaflor (C/ Emilio Castelar, 26), uno de los edificios más emblemáticos de Écija y referente de la arquitectura barroca. La entrada me costó 2 euros. Me gustó mucho, tanto por dentro como por fuera, sobre todo la balconada de 59 metros que se ciñe a la curvatura de la calle y está decorada con pinturas al fresco del siglo XVIII.
Desde la entrada, se puede contemplar la portada de las caballerizas con el escudo de los marqueses. También en la planta baja se ve el bonito patio, formado por dos plantas de arcos superpuestos sobre columnas.
A la planta superior se accede por una escalera de honor que se abre en dos tramos unidos en la parte central por una cubierta con una hermosa cúpula.
Tras visitar el despacho del marqués, subí por una estrecha escalera hasta un mirador techado que me deparó unas panorámicas fantásticas de la ciudad.
Casi enfrente, se encuentra el Palacio de Valdehermoso, del siglo XVI y estilo renacentista. La mejor perspectiva se obtiene desde el mirador del Palacio de Peñaflor. No se puede visitar. En la misma calle, además de las fachadas de ambos palacios, se divisan las torres de las Iglesias de San Gil y San Juan, por lo tanto me pareció un sitio muy especial, imprescindible en cualquier paseo por Écija.
Continué hacia la Plaza de San Gil, situada en la parte alta de la ciudad, que se conoce como El Picadero. Allí se encuentra la Iglesia de San Gil, donde se encuentra el Cristo de la Salud. Sus orígenes se remontan al siglo XV y su estilo era el gótico-mudéjar, pero se reformó durante los siglos XVII y XVIII en estilo barroco. Su torre está considerada como un modelo del barroco, por su belleza y proporción. Tiene 55 metros de altura y, por los restos encontrados que se exhiben en el Parque Arqueológico de la Plaza de Armas, parece que aquí estuvo ubicado el antiguo Alcázar.
Al cabo de un rato, aparecí nuevamente en la Plaza de España, muy amplia y de trazado rectangular, cuyo origen se remonta al siglo XIII. Constituye el centro neurálgico de la ciudad, a la que los ecijanos llaman “El Salón”, donde suelen reunirse para charlar, o tomar algo. De hecho, aquella tarde, con un tiempo estupendo, la plaza estaba a tope de gente, aunque las fotos las tomé en momentos de menor concurrencia. Al fondo, está el Ayuntamiento, edificio de ladrillo y estilo neoclásico, construido en 1893, y cuya fachada estaba cubierta por unas lonas al estar realizándose obras.
Protegido por una estructura cubierta, pude ver el Estanque Romano, que estaba situado en la parte trasera de un templo del siglo I a.C. Las piezas recuperadas durante las excavaciones se exponen en el Museo Histórico Municipal. Muy cerca están las esculturas de dos ninfas que protagonizaron cierta polémica en la ciudad con motivo de las obras de reforma de la plaza. Y en otro lateral, descubrí el "rincón del beso", tan típico de los pueblos andaluces.
También se encuentran en esta plaza el Mirador de Benamejí, del siglo XVIII, desde donde las personas ilustres contemplaban los festejos, y la Iglesia de San Francisco, reformada en estilo neoclásico, conserva bóvedas góticas del siglo XY en que se fundó; la primitiva espadaña la derribó un huracán en 1620, reconstruyéndose después.
En una esquina de la plaza, se halla la Iglesia de Santa Bárbara (siglos XV a XIX), con una mezcla de estilos gótico, mudéjar, barroco y neoclásico, y que, según se cuenta, ocupa el lugar donde estuvo un antiguo templo romano. Los orígenes de la torre se remontan al siglo XV, cuando se hizo sobre un antiguo torreón árabe. Sufrió muchos daños en 1892 al caer un rayo en una de sus campanas, por lo que fue derribada y solo se conserva el primer cuerpo de la antigua torre mudéjar.
Desde la Plaza de España me resultó inevitable dirigirse hacia la Plaza de Santa María, a unos pocos metros, atraída por la estampa de una torre similar a la Giralda, que parecía coronar la Casa Palacio de los Pareja, que cuenta con una bella fachada barroca labrada del siglo XVIII, y donde está instalada actualmente la Biblioteca Municipal.
Monumento denominado Triunfo de Virgen del Valle (Patrona de la ciudad) en la Plaza de Santa María.
Pese al efecto óptico, la torre pertenece a la Iglesia de Santa María, cuyo origen se remonta al siglo XIII, aunque sufrió diversas reformas, reconstruyéndose casi completamente en el siglo XVIII. La torre data de 1717, mide 52 metros de altura y es la que cuenta con más campanas.
Aparte del Altar Mayor, varios retablos y la Capilla del Sagrario (de llamativo estilo rococó), no hay que dejar de ver el patio, donde hay una exposición de importantes piezas arqueológicas, algunas de la época romana.
El resto de la tarde lo pasé paseando por las calles y plazas, ya menos pendiente de las rutas propuestas. A lo largo de la caminata vi varias iglesias, entré en alguna de ellas y me topé también con las fachadas de numerosos edificios destacados, sobre todo de estilo barroco. Y, poco a poco, fue oscureciendo, con lo cual alguno de los lugares que comentó a continuación los vi ya de noche.
La Plaza de Puerta Cerrada contiene vestigios de las antiguas murallas y donde en tiempos de los árabes se hallaban dos puertas de entrada y salida de la ciudad. Actualmente hay varios bares y tiene bastante ambiente. Muy cerca, está el Palacio de Justicia, con exuberante decoración historicista de 1931. Se puede visitar el patio, la escalera y la cúpula. Lamentablemente, no me coincidió el horario en que estaba abierto, así que no lo vi. Pasé también por la Plaza de Puerta de Osuna, donde se conservan restos del antiguo recinto amurallado del siglo XIII, con la puerta llamada “Bab Usuna”, aunque yo no supe localizarlos.
Plaza de Puerta Cerrada.
Me gustó mucho Plaza de la Virgen del Valle, rodeada de naranjos y casas señoriales, y en cuyo centro tiene un monumento con una cruz de hierro al que debe su nombre.
En un lateral, está la Iglesia de la Santa Cruz, de fachada inacabada tras ser reconstruida en el siglo XVIII. Su torre, de 42 metros y estilo renacentista es la más antigua de Écija y la única de planta rectangular, lo que se debe a que su base corresponde a al minarete de la antigua mezquita, en la que aún se pueden ver inscripciones en árabe. El interior del templo conserva restos del siglo V tallados en piedra y de la antigua iglesia mudéjar del siglo XIII. Aquí se encuentra el Camarín de la Virgen del Valle, Patrona de Écija.
La Iglesia de Santa Ana proviene de una antigua ermita dedicada a la Santa. En 1620, fue convertida en Iglesia. Su torre de 32 metros de altura debió ser reconstruida tras el terremoto de Lisboa de 1755. Estaba un poco alejada y no me dio tiempo a ir hasta allí, pero se divisa bien desde el Mirador del Palacio de Peñaflor. La Iglesia de la Victoria, se fundó en 1506 sobre la ermita de San Martín. fue derribada en 1965 por estar en ruinas, levantándose solo la cabecera y crucero en 1974. Cuenta con dos portadas de estilo barroco labradas en mármoles, bóveda revestida de yeserías del S. VIII y una torre de 35 metros, de tres cuerpos en ladrillo visto tallado, que quedó exenta tras el derribo de la iglesia.
La Iglesia de las Gemelas solo conserva dos campanarios simétricos de 32 metros de altura y la portada del Monasterio de la Merced, construido en 1684, mientras que la Iglesia de San Pablo y Santo Domingo se empezó a construir en el siglo XIV, predominando el estilo gótico-mudéjar, pero fue muy reformada posteriormente. La Capilla de la Virgen del Rosario está considerada uno de los mejores exponentes del barroco ecijano. La torre está inacabada a la altura del primer cuerpo, cuenta con solo 28 metros de altura y se concluyó en 1700.
La Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, fundada en el siglo XV, fue muy remodelada en el XVIII. Su torre, de 45 metros, se construyó en 1637 en ladrillo tallado oculto tras una doble policromía. Cuenta con dobles hornacinas donde se alojan esculturas de santos en mármol. Fue reconstruida parcialmente tras el terremoto de 1755.
La Plaza de Santiago se considera otro de los lugares emblemáticos de Écija. Es muy coqueta, ha sido remodelada recientemente y en el centro cuenta con una antigua cruz de piedra con faroles. Enfrente, está la Iglesia de Santiago, que representa un buen ejemplo de la arquitectura gótico-mudéjar del siglo XV, en el que destaca su Retablo Mayor. Pasé al interior, pero no tomé fotos porque estaban dando Misa. La torre data de mediados del siglo XVIII, tiene 50 metros de altura y sustituyó a otras dos anteriores, una mudéjar y otra que se dañó por el terremoto de Lisboa de 1755.
Por la noche, me reuní con mi marido y fuimos a cenar a la Plaza de España. Ya había mucha menos gente que por la tarde, había refrescado y entramos a tapear en un mesón. Luego fuimos a dar una vuelta y saqué algunas fotos nocturnas.
Y creo que las fotos nocturnas del Palacio de Peñaflor me quedaron más bonitas que las de la tarde, cuando lo visité.
Al día siguiente, iniciamos la jornada tomando un café con churros recién hechos en un café del Mercado de Abastos. El edificio, construido en la ubicación de un antiguo convento, data de la primera mitad del siglo XIX y fue rehabilitado en el XXI. Está muy cerca de la Plaza de España y merece una visita. También en los alrededores se encuentra el precioso edificio del gremio de la seda, del siglo XVIII.
Después de desayunar, fui hasta la Plaza de la Constitución, a pocos metros de la Plaza de España. Sin embargo, lo más interesante es el Palacio de Benamejí, del siglo XVIII, en el que se encuentran la Oficina de Turismo y el Museo Histórico Municipal.
El edificio comenzó a construirse a principios de siglo XVIII y cuenta con torres en las esquinas y fachada de ladrillo con zócalo de piedra. Se ven las caballerizas, el patio y el museo, en cuya colección destacan numerosas obras romanas rescatadas de las excavaciones urbanas, en especial la fantástica escultura de la Amazona herida y una estupenda colección de mosaicos. La entrada cuesta 2 euros y la visita se hace por libre con audioguía. Muy interesante, imprescindible diria yo.
Luego, me dirigí hacia la Plaza de San Juan, un lugar tranquilo y encantador, con casas típicas alrededor, presidida por la Iglesia de San Juan, ampliamente reformada en el siglo XVIII, ya que la anterior de estilo mudéjar del siglo XVI se hallaba casi en ruinas. Cuenta con una de las torres de decoración más bella y llamativa de la ciudad, de estilo barroco, con azulejos y ladrillo tallado. Construida en el siglo XVIII, tiene ocho campanas y una altura de 42 metros.
El acceso al interior del templo es gratuito. Pagando 2 euros se puede acceder a lo alto de la torre, desde la que se contemplan unas vistas fantásticas de la ciudad. Naturalmente, no dejé pasar la ocasión de encaramarme a las alturas y sacar algunas fotos.
Para finalizar, me dirigí hasta la Casa-Palacio de los Palma, que se puede visitar pagando una entrada de 3 euros. El guía no habia llegado pese a estar en horario de apertura, así que el conserje me lo enseñó a mi sola ya que le comenté que no podía esperar más tiempo (era cierto).
Se trata de una casa señorial que se asienta sobre un antiguo convento. Pude ver el patio, el jardín, el escritorio, la sala de música, las habitaciones y un salón comedor con pavimento del siglo XVI y techo con artesonado mudéjar.
Y así acabó nuestra breve estancia en Écija, en principio planeada simplemente como un alto en el camino hacia la provincia de Cádiz, pero que se terminó convirtiendo en una visita muy interesante que no me hubiera importado prolongar algunas horas más.