Rincón de la Victoria (Málaga): Cala del Moral, Cuevas del Tesoro y la Victoria. ✏️ Diarios de Viajes de España

Durante la escapada de una semana que habíamos planeado a primeros de marzo por la provincia de Cádiz, uno de cuyos objetivos principales era la Sierra de Grazalema, el tiempo nos jugó una mala pasada en forma de intensas lluvias, lo que nos hizo cambiar de destino ya en la propia capital gaditana. Menos mal que había reservado los alojamientos con cancelación gratuita....

Como escuchamos que la climatología se preveía mucho mejor en la provincia de Málaga, decidimos ir hacia allí para visitar algunos sitios que teníamos pendientes, entre ellos, Rincón de la Victoria, que solo conocíamos de paso, ya que no somos muy aficionados a la Costa del Sol. El caso es que hace unos meses leí un artículo sobre la Cueva del Tesoro y la Cueva de la Victoria, que despertaron mi interés; así que lo apunté para verlas cuando nos viniese bien. Mejor momento, imposible.

Rincón de la Victoria se encuentra a poco más de 16 kilómetros de Málaga capital. Situada en la comarca de la Axarquia, cuenta con más de 50.000 residentes, lo que la convierte en el noveno municipio más poblado de la provincia y el segundo de la comarca, tras Vélez-Málaga. Por su cercanía a la capital, ha pasado a formar parte de su cinturón residencial, provocando una evolución demográfica espectacular en los últimos treinta años, pues en 1991 contaba solo con unos 13.000 habitantes. El municipio llevó el nombre de Benagalbón hasta 1949, cuando la administración municipal se trasladó a Rincón, al ganar importancia este núcleo costero sobre el pueblo del interior, debido al predominio del sector pesquero sobre el agrícola.

Su historia, no obstante, se remonta al Paleolítico, como demuestran los hallazgos arqueológicos de la Cueva del Tesoro. Además, se conservan restos de una muralla íbera de tres mil años de antigüedad y se sabe que en sus inmediaciones se instalaron los fenicios hacia el año 700 a.C., si bien fue en la época de los romanos, que la llamaron Bezmiliana, cuando prosperó gracias a las fábricas de salazones y garum. Ganó incluso más importancia con los árabes, pero entró en declive durante el reinado de los Reyes Católicos, hasta que en 1766, con Carlos III en el trono, se levantó la Casa-Fuerte de Bezmiliana, que formaba parte de la línea de fortificaciones defensivas costeras para combatir a los corsarios británicos. Actualmente, este monumento es el más importante de la localidad, se utiliza como sala de exposiciones y cuenta también con unos jardines, en los que destacan una fuente y la escultura del Rapto de Europa.

Muy cerca de la Casa-Fuerte se encuentra el hotel que habíamos elegido para alojarnos esa noche, el Rincón Sol, de cuatro estrellas, que en esas fechas de temporada baja tenía un precio muy económico, debido también a que el Paseo Marítimo se hallaba patas arriba por unas obras de mejora en las canalizaciones de aprovisionamiento de agua. El caso es que los comerciantes de la zona no estaban nada contentos con el descenso en sus facturaciones, pues apenas podían utilizar las terrazas que se asoman a la playa. Y así nos lo comentó la propietaria del restaurante donde almorzamos, uno de los pocos que permanecían abiertos, quejándose lastimeramente de haber visto sus ingresos reducidos a más de una tercera parte de lo habitual. Supongo que a estas alturas, el asunto ya estará solucionado. Por cierto, que las alubias caseras, recién hechas, que nos ofreció la señora como prolegómeno a una fritura, estaban de vicio.

Después de comer, dimos un paseo y llegamos hasta la Casa Consistorial y a la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, del siglo XX y arquitectura típica andaluza; pero como no vimos nada demasiado interesante, aparte de una curiosa serie de esculturas que se pueden contemplar a lo largo y ancho de todo el municipio, volvimos a la zona de la playa para hacer la ruta a pie por los acantilados que se aconseja en todas partes al visitar esta localidad.

La ruta tiene unos cuatro kilómetros en total, ida y vuelta. En el plano que vi, se presenta como circular, pero nosotros la hicimos lineal porque no nos apetecía volver por la carretera. Además, las obras que he comentado anteriormente también afectaban a un tramo de la caminata. La duración depende de lo que cada cual quiera entretenerse contemplando el paisaje, haciendo fotos o incluso dándose un bañito en verano en la Cala del Moral.

Empezamos a caminar en la extensa playa de Rincón, yendo por el Paseo Marítimo hacia la derecha, una zona que no estaba afectada por las obras. Ya cerca de la pared de roca, siguiendo la calle hacia la izquierda, llegamos hasta una pequeña ermita dedicada a la Virgen del Carmen, donde hay también una placa en la que se explica la historia y la leyenda de la imagen. Sin embargo, para seguir la ruta, tuvimos que volver hacia atrás, ya que el túnel de El Cantal, al que luego me referiré, estaba entonces cerrado por las obras de la tubería, con lo cual tuvimos que subir hasta lo alto del acantilado por unas empinadas escaleras que comunican con las urbanizaciones que se encuentran arriba. Está indicado. No sé en qué situación se encontrara esto ahora.

Caminando por la calle hacia la izquierda, se llega a un mirador muy chulo, desde el que se contempla una buena panorámica de Rincón de la Victoria y su playa, sobre todo al amanecer y al atardecer. Desde este promontorio se vislumbra el paisaje conformado por una gran extensión de casas y apartamentos que copan toda la zona en torno al mar. Allí mismo también se puede ver una de las dos Torres Almenaras con que cuenta el municipio (la otra está en Torre de Benagaldón), la Torre de El Cantal, a 30 metros de altura sobre el acantilado. Estas construcciones datan del siglo XIV y tenían un cometido militar y defensivo, para vigilar la costa por si aparecían los piratas, de cuya presencia se alertaba día con humaredas y de noche, encendiendo hogueras.

Unos metros más adelante, se llega al entramado de pasarelas y miradores que es el principal atractivo de esta ruta, desde donde se pueden contemplar los acantilados de El Cantal y, al fondo, la Bahía de Málaga. En una opinión totalmente personal, confieso que aquel entramado con tanto cemento y tan “preparado” me descuadró un poco, ya que esperaba un sendero más rústico, por así decirlo, que afectara menos al entorno natural. Lo hubiera entendido si se hubiese pretendido facilitar el acceso a las personas de movilidad reducida o para permitir el paso de sillas de ruedas o carritos de bebé, pero con esa cantidad de escaleras y tantos sube y baja… No sé. Quizás se solucione cuando terminen las obras de canalización y se pueda acceder más cómodamente a través de los túneles. Eso sí, hay numerosos bancos para tomarse un descanso, leer o deleitarse con la vista del mar.

Desde la protección que otorgan las barandillas, se puede contemplar las olas batiendo fuerte sobre las rocas. Sin embargo, no hay demasiada altura, con lo cual las panorámicas me parecieron más atractivas que espectaculares. De todas formas, el paseo es bastante entretenido.

Aparte del panorama, de camino hacia la Cala del Moral nos fuimos encontrando otras cosillas, como una curiosa escultura metálica de El Principito, una hornacina con otra imagen de la Virgen del Carmen, un busto de una enfermera con mascarilla en homenaje a los sanitarios por su lucha contra la pandemia y una placa en la que se señala el agujero que hizo en la roca un obús durante la Guerra Civil.

También resultan muy llamativos los túneles por los que pasaba antaño el tren, conocido popularmente como La Cochinita, a través de los cuales se podía pasar hasta el comienzo de las obras de la canalización.

Al final, llegamos hasta la Cala del Moral, donde se termina esta ruta de pasarelas. Se puede completar un recorrido circular volviendo por las urbanizaciones y la carretera, pero nos pareció más incómodo y con menor interés. Así que volvimos por donde habíamos venido, contemplando un bonito atardecer.

La cena no tuvo mucha historia, así que me la salto y pasaré directamente a la principal razón de nuestra escala en Rincón de la Victoria.

Al día siguiente, desayunamos unos churros “a la madrileña” (así los anunciaba el propio bar) muy ricos. Después, fuimos hasta el amplio aparcamiento de la Cueva del Tesoro, donde teníamos cita reservada para nuestra primera visita del día, que sería a la Cueva de la Victoria.

Rincón tiene la peculiaridad de contar con una de las tres cuevas de origen marino que se conocen en el mundo; la única en Europa y la única abierta al público, pues las otras están en Asia y América Central y no se pueden visitar. Tanto en la Cueva del Tesoro como en la de la Victoria, se han encontrado restos del Paleolítico y de la Edad del Bronce, algunas de cuyas piezas están expuestas en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Para su protección, las pinturas rupestres permanecieron al margen de las visitas turísticas hasta febrero de 2022, cuando se abrió la Cueva de la Victoria. A partir de entonces, se pueden visitar en conjunto con esta cueva, de forma independiente a la cueva del Tesoro. El acceso está limitado a un máximo de 30 personas por día.

La Cueva del Tesoro está habilitada el público en general, mientras que la Cueva de la Victoria es más del tipo de aventura, por lo que no está permitido el acceso a niños menores de 10 años ni a adultos mayores de 70. Esto último me llamó mucho la atención, aunque, al parecer, se trata de un requisito impuesto en las actividades que están calificadas como de “turismo espeleológico activo”. En fin, no creo que la edad tenga tan decisivamente que ver con el estado físico de una persona… ¿O es que justamente al cumplir los setenta se desmoronan de repente huesos y articulaciones?

Las visitas son guiadas y tienen lugar los viernes, sábados y domingos a las 10:00, 12:30 y 16:00, en grupos máximos de 10 personas en cada turno. Yo reservé a las 10:00 del viernes y resultó que éramos los únicos a esa hora, así que estuvimos los dos solos con el guía, un chico muy majo que tras darnos la información preliminar nos facilitó una redecilla para el pelo y un cascó con luz frontal. Suelen mirar que lleves calzado que no resbale, deportivo o de trekking. Están prohibidos los bastones y las mochilas o bolsos grandes. Por cierto que en el interior no noté tanto frío como en otras cuevas, pues la temperatura ambiente durante todo el año está entre los 18 y 19 grados.

Vistas desde el exterior de las cuevas, cuya entrada se encuentra en una colina.

La primera parte se realiza en la Cueva del Tesoro, en la parte a la que no se accede en la visita general, donde se encuentran las pinturas rupestres originales, en particular la del famoso ciervo rojo, que data del Paleolítico Superior y constituye la imagen emblemática y el logo de la propia Cueva del Tesoro tanto por su antigüedad como por su extraordinario estado de conservación. Este acceso tan restringido pretende proteger las pinturas, exponiéndolas a un número muy reducido de visitantes y con una iluminación limitada a la de la linterna del guía. Un privilegio poder admirarlas con tus propios ojos y, además, que un experto te explique cada trazo, cada detalle. Aquí, lógicamente, no se permite tomar fotos.

Después, salimos al exterior y fuimos hasta la Cueva de la Victoria, situada a unos cien metros, en el Parque Arqueológico del Mediterráneo, y a la que tuvimos que acceder por un agujero en el suelo, descendiendo por una escalera metálica de unos cuatro metros de alto. Allí empezó nuestra pequeña aventura espeleológica (ya hemos otras antes y nos gustan mucho, al parecer a los setenta tendremos que renunciar… ), por cavidades sin iluminar, sin escalones artificiales, pasando agachados por estrechas aberturas o deslizándonos por pasadizos hacia arriba o hacia abajo, agarrados a cuerdas; surcando, en definitiva, unas oquedades que habitaron nuestros antepasados hace ya treinta mil años. ¿Verdad que suena bien...?

A lo largo del recorrido, el guía nos dio todo tipo de explicaciones acerca de lo que estábamos viendo (con la luz del frontal) o sintiendo (a oscuras), en especial, lo concerniente a la geología del lugar, a su flora y fauna y a las actividades de los humanos que las ocuparon en la Prehistoria.

Nos explicó los sondeos arqueológicos realizados en la cueva, nos mostró réplicas de los objetos hallados y de las herramientas utilizadas por sus moradores en el Paleolítico y el Neolítico, y también pudimos contemplar muestras de Arte Rupestre original y un enterramiento o hipogeo, datado 3.000 años antes de la construcción de las pirámides de Egipto. Esta cueva estuvo abierta y sin vigilancia hasta hace no mucho tiempo, por lo cual no se salvó de grafitis y otras “actividades” del ser humano contemporáneo, que quedarán igualmente para la posteridad. Al contrario que en los recorridos de este tipo aventurero que hemos hecho en otras cuevas (El Soplao, Ojo Guareña…), pudimos hacer fotos en todas partes, excepto a las pinturas rupestres, aunque no era fácil por la ausencia de luz salvo la de nuestros frontales, lo que a menudo perjudicaba más que ayudaba en las tomas a causa de los molestos reflejos. Pero, bueno, alguna salió decente. La visita duró en torno a una hora y tres cuartos. Nos resultó muy entretenida y el guía fue muy simpático y ameno. Si bien hay que llevar cuidado en el recorrido, siendo consciente de lo a lo que vas y por donde te vas a mover, tampoco nos pareció difícil ni mucho menos peligroso.

A continuación, fuimos a la Cueva del Tesoro, que se visita por libre. Te puedes descargar la audioguía en el teléfono escaneando un código QR. Está permitido hacer fotos en todo el recorrido, aunque con las características de la cueva y los efectos de luces no resulta fácil que queden medianamente bien.

En un principio, eran tres cuevas, llamadas El Higuerón, El Suizo (Sala del Lago) y La Victoria. Tras las obras de adaptación para su apertura al público, las dos primeras quedaron unidas a través de la Sala de la Virgen, pasando a denominarse Cueva del Tesoro por la “leyenda del tesoro de los cinco reyes”, según la cual allí yace enterrado el tesoro que Tesufin ibn Alí -último rey de los almorávides- envió rumbo a Al Andalus antes de morir en Orán en 1145 a manos de los almohades. Tras perderse su pista, en el siglo XVII, Fray Agustín de Milla recuperó el asunto en uno de sus manuscritos, situando el tesoro en la Cueva del Higuerón. A partir de entonces, muchos se lanzaron a la búsqueda del tesoro y algunos perecieron en el intento, como el suizo Antonio de la Nari, que la excavó durante veinte años y falleció en su interior en 1847 a causa de una explosión de pólvora, razón por la cual empezó a conocerse como la Cueva del Suizo.

Hacia 1915, Enrique Laza, un farmacéutico de Vélez-Málaga, compró el terreno y lo utilizó para extraer murcielaguina (excrementos de murciélago), muy apreciada como abono. En 1919, el abate francés Henri Breuil, acompañado por el arqueólogo malagueño Miguel Such, visitó la cueva y tomó apuntes de unas pinturas rojas en las paredes, de las que publicó un artículo en 1921.

A mediados del siglo XX, Miguel Laza, sobrino de Enrique Laza, heredó el terreno e investigó en la cueva la existencia de cualquier indicio que avalara la leyenda del tesoro. Encontró una imagen de la Virgen del Carmen, piezas del periodo magdaleniense, puntas de flecha y cerámica árabe. Y, además, perfectamente enterrado, localizó un candil con seis monedas árabes en su interior, lo que devolvió la leyenda a la actualidad y alimentó la curiosidad de la gente. En los años 70, Miguel Laza abrió la cueva al turismo y en 1980 donó el terreno al Ayuntamiento, salvo la cavidad, que el Consistorio alquiló a sus descendientes en 1990, dos años después de su muerte. Posteriormente, ambas partes mantuvieron cierta polémica en torno a la conservación de la Cueva y a su gestión.

La cueva cuenta con iluminación y está habilitada para el público en general. Se puede tomar un ascensor para descender a la cueva, pero en las salas y corredores hay varios tramos con escaleras. Tiene días de visita y horarios más amplios que la de la Victoria. Nada más entrar, tras bajar unas escaleras, en cuyos rellanos hay instalados paneles informativos, se alcanza una sala bastante grande, en la que incluso se celebran conciertos. De hecho, había un escenario montado el día que la visitamos, lo que le restaba atractivo.

Luego se recorren varias salas, alguna bastante espectacular. Situada en un promontorio calizo que forma un acantilado sobre el Mar Mediterráneo, enseguida nos pareció distinta a otras (muchas, porque a mí me encantan las cuevas) que hemos visitado, seguramente por tratarse de una cueva de origen marino. Se cree que data del Jurásico, con el agua del mar excavando a lo largo de miles de años galerías y túneles, esculpiendo las gargantas y las columnas propias de las cuevas submarinas. Y eso justamente es lo que se puede apreciar en las diferentes salas. En especial, me gustó la que se llama Nactiluca y también la Sala del Volcán, ambas iluminadas con bastante acierto a mi modo de ver.

Tuvimos la suerte de entrar en un momento en el que había muy poca gente, de modo que pudimos recorrerlas a nuestro gusto, yendo y viniendo tranquilamente, deteniéndonos donde nos parecía y haciendo fotos a menudo sin nadie o casi nadie alrededor. Eso nos permitió también sentir la intensidad del silencio, roto solo en la distancia y a ratos por el leve tintineo del agua corriendo entre las rocas. Una sensación que al principio produce cierto reparo, pero que enseguida se torna placentera y muy agradable.

Aunque no tan llamativas, coloridas ni brillantes como las de otras cuevas, también pudimos reconocer estalactitas y estalagmitas, formadas por las filtraciones de agua dulce y su correspondiente erosión. Por lo demás, se contemplan sedimentos marinos,

Entre los dos caminos que existen a derecha e izquierda, uno que se dirige hacia el mar y otro hacia la montaña, a poco de acceder, no hay que olvidarse del de la derecha (mucho ojo porque hay quien se despista y se va sin verlo), que a través de un pasillo conduce a la Sala del Lago, quizás la más llamativa visualmente de todas y, sin duda, la más fotogénica por sus aguas azules, que se rodean completamente caminando por unas pasarelas.

No obstante, me pareció que tal cantidad de barandillas estropean un poco la belleza del panorama, rompiendo el misterio y restándole encanto. De nuevo, es una opinión muy particular. Pero, claro, no hay que olvidar que al tratarse de una visita libre, además de por motivos de seguridad, nunca se sabe lo que se les puede ocurrir a algunos o a algunas para conseguir la foto más “instagrameable” .

Al salir, acabó nuestro recorrido por Rincón de la Victoria, pues nos enteramos demasiado tarde de que también se puede visitar la Villa Romana de Antiopa, del siglo III d.C. Queda para otra ocasión.