Por la mañana, volvimos a desayunar unas buenas raciones de churros antes de abandonar de Melide para iniciar nuestra cuarta etapa, que también sería cortita, pues teníamos por delante poco más de catorce kilómetros. Al salir de la población, nos topamos con el mojón que señala 52,501 kilómetros hasta Santiago. Como ya he comentado, en este lugar confluyen el Camino Francés y el Camino Primitivo, con lo cual esperábamos encontrarnos con muchos más peregrinos.
Apenas habíamos dejado atrás el casco urbano de Melide, cuando pasamos junto a la Iglesia de Santa María, que yo había ido a ver la tarde anterior. Seguía cerrada, con lo cual perdí la última oportunidad de entrar a conocer sus pinturas. Una pena. Tomamos una pista, dejando atrás lavaderos y casas antiguas, algunas derruidas, medio comidas por la vegetación. Y, de protno, descubrí mi sombra impresa en el sendero.
A la altura de O Carballal, vimos dos rutas posibles para tomar, y elegimos la principal, por O Raido, recomendada en un panel informativo y que nos llevó a través de un bosque, surcando una cómoda pista hasta cruzar el río Catasol por unas piedras a modo de puente, lo que nos dejó unas bucólicas estampas mientras "los hermanos" se divertían

. En el Camino hay tiempo para todo... O casi.
Seguimos un pequeño tramo por un sendero paralelo a la N-547, al final del cual giramos hacia la izquierda para internarnos en otra zona boscosa, cuya sombra agradecimos porque el sol pegaba de lo lindo. Sin embargo, no duró demasiado, pues pronto salimos a campo abierto hasta llegar a Boente, pequeña localidad de unos 100 habitantes, famosa por sus quesos y en la que resulta recomendable detenerse unos minutos.
Enseguida nos topamos con un cruceiro y la
fuente de A Saleta, del siglo XIX, sin especial valor artístico, pero de la que se dice que sus aguas tienen propiedades medicinales. Verdad o no, lo cierto es que se ha convertido en un punto de referencia para los peregrinos. La sombra es horrorosa, ya lo sé, pero la fuente y el cruceiro están

.
Más interesante me pareció la Iglesia de Santiago, cuyo origen se remonta a año 992. Pese a que el edificio actual data del siglo XIX, conserva varios elementos románicos del siglo XII, como el capitel de la fachada este, presidida por una imagen de Santiago. Con espadaña de granito y un reloj en la fachada, el interior está sostenido por arcadas y los techos recubiertos de madera. Presenta un colorido retablo con un Santiago peregrino de principios del XIX; además, cuenta con una imagen de la Virgen y un San Roque del siglo XVIII. Una iglesia muy bonita para ver por dentro.
Continuamos, caminando en paralelo a campos de cultivo que, de vez en cuando, nos dejaban vislumbrar aldeas, que, en ocasiones, también atravesábamos.
Tras un rato, surcamos otro tramo de bosque, con su correspondiente arroyo cristalino. Luego, salimos al raso y caminamos junto a campos de cultivos, bajo un intenso sol. El itinerario se había convertido en un terreno de continuos sube y baja, el típico que en ciclismo se califica como “rompepiernas”. De todas formas, más que fatigoso, se nos hizo algo... no voy a decir aburrido pero sí un paisaje como todo demasiado igual.
Al fin, alcanzamos el puente medieval de Ribadiso, del siglo XII y con un solo arco, situado en el lugar donde se construyó un hospital para peregrinos, cuyos antiguos edificios fueron restaurados por la Xunta a finales del siglo XIX para convertirlos en albergue. El lugar tiene mucho encanto, pero estaba petado de gente y no resultaba fácil hacer una foto en condiciones.
Desde allí, ya estábamos a las puertas de nuestro destino del día.
Como de costumbre, ahí van los datos de la etapa, grabados en mi copia local de wikiloc:
- Distancia: 13,89 kilómetros
- Duración: 4 horas 26 minutos (2 horas 59 minutos en movimiento)
- Altitud máxima, 456 metros; altitud mínima, 245 metros.
Captura del itinerario y perfil de la etapa:

Un paseo por Arzúa.
Llegamos muy pronto a Arzúa, tanto que ni siquiera habíamos almorzado. Mientras comentábamos que podíamos haber hecho la etapa completa de un tirón, sin necesidad de dividirla en dos días, fuimos avanzando por las calles de la localidad, que nos recibió con el lema “benvidos a terra do queixo”. No fue queso, sino patatas a la marinera y paella lo que tomamos como menú del peregrino en la agradable terraza de un restaurante, a la sombra, por supuesto.
Después, fuimos a nuestro lugar de pernocta, la Pensión Casa Frade, en el mismo centro del pueblo, junto al Ayuntamiento, y que, como los demás, respondió bien a nuestras necesidades y al precio que pagamos. Nuestras mochilas nos estaban esperando en recepción. Impecable el servicio de Correos.
Pese a que hacía mucho calor, no tardé demasiado en salir a curiosear un poco por esta localidad de unos 6000 habitantes, cuyo censo está en continuo declive. Estaba de fiestas y había bastantes chiringuitos montados en la Plaza de Galicia, en cuyos alrededores se sitúan sus puntos de atracción turística más importantes. Alberga un parque con plátanos centenarios, donde se encuentran el Monumento a las Queseras y la Fuente de los Becerros, mientras que en un lateral está la Iglesia parroquial de Santiago, de mediados del siglo XX. El gentío era tal que preferí dejar las fotos para la mañana siguiente, cuando estuviese todo más despejado. Y así fue.
En la calle posterior, se ven algunas casas señoriales y otras de arquitectura tradicional gallega, con las típicas galerías acristaladas. Y, a pocos metros, se encuentra la Capela da Madalena, pequeña iglesia románica del siglo XIV. Estaba cerrada, así que solo pude contemplar su exterior.
Por la noche, no había mucho donde elegir, así que cenamos en una de esas hamburgueserías que utilizan carne de calidad, gallega, por supuesto. Como era uno de los pocos restaurantes abiertos, estaba hasta los topes y tardaron mucho en servirnos, pero al menos conseguimos sentarnos en una mesa para esperar, suerte que no tuvieron la mayor parte de los "aspirantes", que se marchaban desesperados porque a pocos servían y nadie se levantaba. En fin, menos mal que no teníamos prisa... Eso sí, al final, cuando llegó la comanda, me pusieron un perrito caliente gigante que estaba muy rico y las hamburguesas no le fueron a la zaga. El retraso mereció la pena.