Al despertar, recogemos nuestras cosas y vamos en busca de la señora para pagarle. En el patio no está, y no sabemos si picarle a su casa o no… hay bastante silencio. Esperamos un rato, nos asomamos a la ventana y nada. Nos acercamos a la valla exterior y ahí aparece corriendo detrás… no hay nada como un fingido sinpa! Nos dice que no acepta pagos on tarjeta y pagarle con leu es quedarnos sin blanca, porque no hemos vuelto a cambiar desde el primer dia… Pero entonces nos dice que le podemos pagar en euros sin problema, así que eso hacemos. No tenemos cambio y nos redondea la noche a 25€ (eran 26€ en booking) y nos despide, sin mucho más interés.
En frente de las salinas había un restaurante al que quisimos ir a cenar, pero cuando llegamos ya habían cerrado la cocina. Vamos a ir a desayunar y así dejamos el coche aparcado en su parking gratuito, a 5 minutos andando de las salinas, y nos ahorramos aparcarlo en el de pago del lugar, que ahí poca más opción hay.
Al llegar no hay ni un alma, así que desayunamos en la terraza con la compañía de los pajaritos que vienen a pedirnos migajas. Hoy compensamos los malos desayunos que hemos tenido en todo el viaje, con unos buenos capuchinos, unas crepes de cacao y unos huevos fritos con bacon. El lugar se llama Sarea n Bucare, pagamos 77 lei (15.53€).

Vamos a las salinas, que hace poco que han abierto y ya está lleno de escolares esperando entrar. No hacemos cola y pagamos en taquilla un tiquet de estudiante por 30 lei y uno de adulto por 50 (16,14€ las dos). Aquí si miran el carnet de estudiante e incluso me preguntan qué estoy estudiando y cuándo acabo. El carnet que llevo es válido para el curso escolar 22/23, sin fecha concreta, así que no me dicen nada más.
Recorremos las salas superiores de la salina, que són curiosas pero no tienen mucho misterio. Nos asombran las paredes repletas de sal compacte y vamos leyendo algunas informaciones en carteles. Bajamos por las escaleras 13 pisos, que no se hacen pesados, y llegamos al fin a la galería principal. Es alucinante ver cómo han reaprovechado las minas después de su uso para la extracción, y la han reconvertido en un parque de atracciones-spa. Damos una vuelta, viendo como la gente juega al billar o al mini golf en un escenario tan curioso. Nos acercamos a la zona de las barcas y decidimos pagar creo recordar que 60 lei (6 euros por barca) y te dicen que son unos 20 minutos, pero nosotras estuvimos más y nadie nos dijo nada. Imagino que si se llena más y hay cola, entonces si te piden salir pasado el tiempo. Nos divertimos intentando manejar la barca, y desde abajo es curiosa la perspectiva. Es algo completamente opcional, pero nos parecía algo diferente que hacer para aprovechar la visita.

Cuando salimos de ahí, decidimos subir en ascensor y marcharnos ya. Si hace algo de frío pero nosotras con un jersey y una chaqueta fina estábamos muy a gusto, tampoco hace un frío invernal. ¿Vale la pena la visita a las minas? Para nosotras, sí. Yo había estado en las minas de sal de Wieliczka, en Polonia, y no tiene nada que ver. Si esperas ver unas minas impresionantes, sin explotar ni decorar, igual este sitio te decepciona. Si esperas ver algo “diferente” y original, entonces es muy curioso de ver. Pero todo dependerá de tus expectativas.
De ahí vamos al coche y ponemos rumba a Cluj, donde nos pasaba un poco como en Timisoara: ciudad grande, que se “vive” más que se visita durante un par de horas. No sabíamos si hacer noche aquí o visitarla, comer algo, e ir hacia el norte. Al final es lo que hacemos, porque al llegar vemos que no nos dice nada: la vemos una ciudad bastante gris, con mucho tráfico y algunos edificios sueltos como la Iglesia de San Miguel y el Monumento Matia Corvin, recorremos el boulevard Eroilor, llegamos a la plaza Avram Iancu, donde admiramos la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción y la fachada del Teatro Nacional. Aprovechamos estar en una gran ciudad para buscar una casa de cambio, y cambiamos esta vez 175€ (a 4.91 el cambio). Nuestra intención es ya acabar el viaje con ese efectivo.

Pasado esto decidimos irnos ya, porque no vemos qué más podemos hacer ahí a parte de acercanos al Jardín Botánico, que está algo alejado. Preferimos dormir en Maramures y nos volvemos al coche, que hemos aparcado en una zona de parques al norte de la ciudad a una media hora andando. A la salida de Cluj paramos en un Lidl, compramos algo de comer y nos vamos a la zona rural.
Hemos hecho bien, porque empezamos a vivir una experiencia increíble en esta zona del país. Ponemos como ruta las iglesias de madera en el GPS para saber qué camino coger, y entre una y otra nos encontramos parajes llenos de paz y verde, cerdos, vacas, camiones con buzones de colores que resultan ser panales de miel. Por el camino nos encontramos a alguna gente muy característica labrando el campo o ordeñando vacas, y también descubrimos unas construcciones llamadas Haystack, que resultan ser típicas de esta época del año y de esta zona de Rumanía. Son construcciones de heno, que les sirve para secar y para guardar y alimenar a los animales durante todo el año. Forman unas construcciones verticales realmente curiosas, y como ya empieza a hacerse tarde y no hace tanta calor, es cuando salen a hacerlos.
La primera iglesia en la que paramos es Rogoz, la iglesia de los Santos Arcángeles, patrimonio de la humanidad por la UNESCO desde 1999. Data de 1663 y está construida en madera de olmo, con su gran mesa de los sabios en un lateral, donde dicen que se reunían para tomar decisiones importantes. Está, como las demás, rodeada por un cementerio que es casi tan curioso como la iglesia. Cuando llegamos ya era cerca de las 6, si no recuerdo mal, y asomadas a las ventanas de la iglesia pudimos ver bastante el interior de la iglesia, así que decidimos no llamar al número que aparecía en la puerta para que nos abriera. La verdad es que nos impresionaba más el exterior que el interior, que no nos llamaba tanto la atención. Nos quedamos por ahí un rato, rodeando el lugar. Igual por ser la primera de todas, nos llevamos una gran impresión de Rogoz. Habíamos aparcado, tal cual, en la puerta al lado de la valla, porque no había ningún espacio para aparcar mejor como otra si tenían, pero nadie nos dijo nada. Había un par de personas cavando una tumba O.o y un niño con su bici por entre las mismas, que nos recordó a una peli de miedo.

De ahí seguimos hacia Plopis, construida en 1798 y es mucho más alta. Repetimos el modus operandi de intentar ver el interior desde el exterior, ya que aunque llamemos por teléfono es demasiado tarde y estamos fuera del horario de visita. Admiramos la zona y vamos a Surdesti, que está bastante más cerca y es prácticamente idéntica. Aquí ya está empezando a oscurecer y, además, empieza a llover. Pero antes de irnos, en la zona del cementerio, vemos a una mujer que está cortando hierbas con una especie de guadaña de madera. Nos llama la atención y nos acercamos a chafardear, en lo que ella nos ve y nos sonríe. Sigue trabajando y como seguimos ahí, nos llama para que nos acerquemos. La mujer habla italiano, por sus antepasados, y entre el italiano, el rumano y el español, nos entendemos y nos explica que allí está enterrado su padre, que murió hace 3 años, y ella está limpiando su tumba de hierbas. Nos enseña el instrumento que utilitza, que es el mismo que usan para los haystack, y nos dice que vive muy cerca de la iglesia. Nos pregunta que donde están nuestros maridos, y cuando le decimos que en casa trabajando, se queda alucinada. Nos pregunta por los bambini y le decimos que no, que nosotras a viajar, y la mujer no sabe si reírse o no, alucinada. Nos dice que allí las chicas de nuestra edad (tenemos 30) ya están casadas hace años y criando a los críos, y eso de dos chicas viajando solas es muy raro para ellos. Aún así nos sonríe y nos transmite mucha simpatía. Tiene unos ojos preciosos y cuando la piropeamos se pone roja. Le pedimos una fotografía las 3 y accede muy contenta, diciendo que vaya pelos y vaya pintas que lleva para una foto! Jajaj

Nos despedimos de ella y nos vamos hacia el coche, de camino a la última de hoy: Budesti. Cuando llegamos ya es completamente de noche, son casi as 22h, pero la iglesia está iluminada y le da un aire muy diferente a las demás. Está en una colina, y las puertas exteriores están abiertas así que nos podemos acercar. Llueve bastante, y no tardamos mucho en irnos pero nos parece preciosa así iluminada.

De ahí tenemos unos 20 minutos en coche al alojamiento, donde ya hemos avisado por booking de la hora a la que llegaríamos. Hemos reservado la noche en Breb, en Casa Pintea de Sub Coasta, por 28€ la noche. Además, hemos pagado 160 leu (32,2€) entre las dos por una media pensión, para cenar y desayunar aquí. Ha sido muy buena opción, ya que no hay nada para cenar cerca y menos tan tarde, y además hemos leído en los comentarios que la dueña cocina muy rico y así tendremos la oportunidad de probar algo realmente local.
Nos cuesta un poco encontrar la pensión, ya que es de noche y llueve, y el camino final es bastante rural. El GPS nos manda a una casa que no tiene pinta de ser, pero la señora de la casa (al ver un coche en su puerta) sale a la valla. Le enseño el nombre de la pensión que buscamos y muy amablemente nos indica por señas que tenemos que volver hacia atrás y girar en el cruce donde hemos seguido recto. Le hacemos caso y vamos mirando hasta encontrar una casa iluminada y con la valla abierta… tiene que ser esa. Al acercarnos, vemos el nombre en la puerta y una señora sale a recibirnos. Nos indica donde aparcar, dentro de su propiedad. Nos rodea campo y otras casas y pensiones.
Cuando salimos del coche, nos enseña la habitación para que dejemos las maletas y ya nos dice que si queremos cenar. Estamos hambrientas! Y son las 10 y media de la noche, así que nos lleva al comedor que está en su casa, en frente de la casa de invitados. Ya tiene la mesa preparada, con los platos y varias botellas de licor. La señora, Ana, adivinad… habla español! Ha estado haciendo algunas temporadas de cosecha en Huelva y chapurrea bastante bien nuestro idioma. Nos trae una olla de sopa para unas 8 personas, por lo menos, y nos invita a beber vino o palinka, un aguardiente de Hungría y del este de Europa. Nos dice que es muy fuerte, que lo destilan dos veces y está prohida la venta por el alto grado de alcohol que tiene, así que lo hacen en casa para consumo propio. Tiene el normal y uno de frambuesa. Yo empiezo la cena con un chupitazo y aquello arde más que la absenta. Nos tomamos dos platos de sopa, que está buenísima y además entra de lujo. Aún con dos platos cada una, queda la mitad de la olla, y cuando pensamos que con eso ya nos vamos a dormir, viene Ana con una bandeja con arroz de verduras y unos lomos en salsa. Al ver que no nos hemos acabado TODA la sopa, nos dice que si no tenemos hambre. Le decimos que estamos llenas y nos dice que no pasa nada, que el hambre viene comiendo y que tenemos toda la noche. Nos deja el segundo plato y se mete en la cocina. Probamos el lomo y el arroz, pero a penas comemos porque realmente no podemos más. Cuando al cabo de un rato sale, nos dice preocupada que si no nos ha gustado. Le insistimos en que está buenísimo pero no podemos más, y me recuerda a mi abuela diciendo que no comemos nada y que hay que crecer. No muy convencida, se lo lleva y nos trae el postre: unos pastelitos caseros como de galleta con merengue o nata. Nos parimos uno de cada y le damos infinitas gracias. Lo único que queremos es darnos una buena ducha y coger la cama, porque ha sido un día super intenso!
Total día = 68.38€ (34.18€ p/p)
Total día con alojamiento = 96,38€ (48.19€)