La mañana amaneció con el cielo casi despejado
. Después de desayunar, nos asomamos por última vez a la playa de Es Pujols, con aguas de colores más intensos bajo el sol. También fotografié a las famosas lagartijas de tonos azules, que se han convertido en icono de la isla y su naturaleza.





De nuevo pasamos por Las Salinas y el Estany des Peix, contemplando unas estampas muy bonitas con las casas blancas reflejadas en el agua, cuyo color rosado le sentaba muy bien.


Can Marroig, Punta de la Gavina y Punta de Sa Pedrera.
El área protegida de Can Marroig y Punta de Sa Pedrera es una zona de tierras escarpadas entre el Puerto de la Sabina y Cala Saona. Nos dejamos llevar por el navegador, que nos metió por varias enrevesadas pistas hasta que llegamos a un aparcamiento y, a lo lejos, divisamos la silueta de la Torre de Sa Gavina, a primera vista muy similar a las otras dos torres defensivas que habíamos visitado ya.


Una vez allí, más que la torre, lo que atrapó nuestra atención fueron las imponentes panorámicas desde el acantilado sobre el que se ubica, que nos volvió a sorprender con sus colores rojizos y una erosión tan profunda que desgajaba las rocas, obligándonos a andar con cuidado, fijándonos bien dónde poníamos los pies. Desde luego, nada de chanclas para ir por aquí.




Sin embargo, todavía no habíamos alcanzado lo mejor. Continuando por el sendero, a veces inexistente, que, hacia el norte, recorre el litoral, dejamos atrás la torre de vigilancia y descubrimos cuevas y grietas, pequeñas ensenadas y playas diminutas escondidas entre las rocas.




Pero con ser agreste y bello, lo más llamativo era el color del mar, que combinaba la transparencia cristalina de las aguas con unos increíbles tonos azules y turquesas. De verdad, había que estar allí para verlo. Espectacular y solitario este sitio. Aunque no es la mejor cala para tomar un baño relajado, se puede hacer buen snorkel. Aunque el tubo y las gafas quedan para otra ocasión, el agua estaba tan clara que podíamos adivinar el fondo desde lo alto del acantilado. ¡Qué bonito!



Alcanzamos el punto geodésico y unas formaciones de colores rosáceos y marrones muy claros, casi blancos, supongo que por su composición mineral.




¿Eso se parece a un elefante o son imaginaciones mías?

Punta de Sa Pedrera en tiempos fue una cantera y debe su nombre a las piedras, grandes y pequeñas, que conforman mil formas caprichosas en una especie de desierto de siluetas y colores, con el fantástico fondo de un mar verde y azul.


Disfrutamos mucho de este lugar, quizás porque apenas nos encontramos con media docena de personas, algo que lo hacía muy especial.


Lo curioso es que mirando de espaldas al mar nos encontramos con una planicie y un terreno bronco y árido, azotado por el viento y con muy escasa vegetación.


Como contraste, en Can Marroig hay un bosque de pinos y sabinas y un área recreativa. Muy cerca queda la ensenada del Caló de S’Oli con sus playas.

Sant Francesc Xavier.
Como nos faltaba por conocer la capital, decidimos ir allí a comer y así, de paso, dábamos una vuelta. Es la principal población de la isla, donde se encuentra el Consell Insular (Ayuntamiento). Su población es de unos 3.000 habitantes.




Dejamos el coche en un aparcamiento a la afueras y fuimos caminando hasta el centro histórico, que es muy pequeño pero resultón para dar un paseo. Lo más interesante se centra en dos calles y la Plaza de la Constitución, con la Iglesia de San Francisco Javier del siglo XVIII y la Casa Consistorial.

El cielo se había puesto negro de repente y amenazaba tormenta. Al lado de la plaza, nos acomodamos en la terraza del restaurante Es Marés, donde comimos de maravilla a buen precio (no llegó a cuarenta euros), mientras veíamos caer un auténtico diluvio, que, por fortuna, no duró demasiado.

Ya nos quedaba poco tiempo disponible en la isla, así que, tras dar un paseo corto, volvimos al coche y nos dirigimos hacia al Puerto, para esperar la salida de nuestro ferry. Comprobamos el lugar exacto del embarque y estuvimos un rato dando vueltas por la Sabina para hacer tiempo. Muy complicado el aparcamiento allí. Tuvimos que hacer lo que no habíamos hecho en todo el resto de la isla: sacar un ticket de pago en el aparcamiento del puerto hasta que nos dejasen embarcar. Sin coste, solo permitían entrar a la zona de embarque sin con menos de media hora de antelación a la salida del barco.

El ferry de Trasmapi salió en hora y deshicimos la travesía que habíamos realizado dos días atrás, entretenidos en contemplar de nuevo el bonito panorama. Nuestra corta estancia en Formentera nos había gustado mucho, pero tocaba volver a Ibiza, donde entre otros muchos lugares nos esperaba el islote de Es Vedra, que acechaba poniendo fondo al faro que dejábamos atrás en la Savina..

