Nada más desembarcar en Ibiza, nos dirigimos con el coche al Puerto de San Miguel, donde nos alojaríamos durante las cuatro noches restantes de nuestra estancia en las Pitiusas. Elegimos el Hotel Galeón (de la Cadena Barceló) porque fue el mejor precio que encontré, con diferencia, de sus características, prescindiendo de la zona de San Antonio, ya que solemos huir de las aglomeraciones tanto de gente como de tráfico. Cierto que es un cuatro estrellas que ha conocido mejores tiempos y que necesita una renovación más pronto que tarde, pero está situado en un lugar espectacular, dispone de aparcamiento gratuito y nos ofrecía media pensión por 523 euros las cuatro noches. No es que nos guste especialmente la manutención de los hoteles, al contrario, pero el precio con cena en este hotel nos salía bastante más barato que en otros sin desayuno. Y el lugar parecía bonito. Pues nada, allí mismo.
Itinerario desde el Puerto de Ibiza al Puerto de San Miguel en Google Maps.
Port de San Miquel.
Desde la capital hasta el Port de Sant Miquel solo hay 23 kilómetros, pero enseguida nos dimos cuenta de que transitar por las carreteras ibicencas no es ninguna bicoca, tanto por el intenso tráfico como por la propia orografía de la isla, mucho más ondulada y boscosa de lo que nos habíamos imaginado. Llegamos a nuestro destino en unos treinta minutos. Hicimos el registro y descubrimos la ubicación espectacular del hotel, como también era espectacular la vista que teníamos desde la terraza de nuestra habitación.
Sin duda, las panorámicas son lo mejor del complejo, al menos en la actualidad. De todas formas, tampoco nos quejamos del buffet de la cena, que nos pareció de buena calidad y variado, incluso de un día para otro. En las comidas, el agua era gratis, el resto de las bebidas había que pagarlas aparte. Por fortuna, en esa época no tuvimos que atenernos a un turno ni guardar colas para encontrar mesa en el comedor.
El Port de Sant Miquel fue en su día el puerto pesquero del pueblo de Sant Miquel de Balansant, si bien ahora el mayor vestigio de ese pasado ha desaparecido, dando paso a un lugar plenamente turístico, con hoteles, un par de restaurantes, bares y algún que otro supermercado, si bien de un modo tranquilo, pues nada tiene que ver con la “marcha” de otros puntos de Ibiza. Incluso con la barbaridad urbanística de unos hoteles y bloques de apartamentos que se han comido buena parte del acantilado, la cala no deja de ser preciosa, rodeada de bosques de pino y cerrada a medias por un islote con acceso por una lengua arenosa que también es playa. Además, presume de unas aguas de una gana de verdes tan variados e intensos que te dejan sin habla. En los alrededores, se puede hacer rutas de senderismo, subir hasta la Torre Des Molar y visitar la Cueva de Can Marça. Ya lo iré contando.
Después de cenar, bajamos caminando hasta la zona de la playa, a ver qué tal el ambiente. Y aquí reside otro de los inconvenientes del hotel, que se encuentra en un alto, por lo que para llegar a la playa hay que coger el coche, lo que ni apetece ni compensa, o bajar a pie una buena cuesta, que luego hay que subir a la vuelta, claro está. Eso sí, hay farolas y acera. Se pasa por otro enorme complejo hotelero que ahora está cerrado y en obras. Aunque traté de evitar en lo posible que los edificios de los hoteles del acantilado salieran en las fotos, en algunas, están. El Hotel Galeón es el que se ve ahí, desde la playa.
En la playa no había apenas ambiente, la discoteca de un hotel, un par de restaurantes y algún que otro bar abiertos. Por lo demás, calma absoluta. Y tampoco mucho sitio para pasear. Así que regresamos pronto. El hotel dispone de servicio de animación, pero no nos atrajo demasiado. Así que nos entretuvimos leyendo en la habitación y preparando las excursiones del día siguiente con ayuda de los mapas que me habían facilitado en la Oficina de Turismo de Ibiza.