Viaje y llegada a Vilnius.
Los cuatro vuelos que hicimos durante este viaje fueron con la compañía Air Baltic, de la que no teníamos referencias. Los de salida y llegada a Madrid compartían código con Iberia, así que partimos desde la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas y retornamos allí mismo. Nos llamó la atención que el fuselaje fuese blanco inmaculado, sin logotipos. Claramente, el avión era alquilado. El embarque fue puntual, aunque salimos con media hora de retraso porque un pasajero que había facturado no se presentó y hubo que bajar su maleta del avión. A bordo no había pantallas individuales de entretenimiento y tampoco dieron comida ni bebida gratis. En fin, nada nuevo. Tardamos algo menos de cuatro horas en llegar a Riga.
Aunque nuestro primer destino era Vilnius, como no hay vuelo directo hasta allí, hicimos escala en la capital letona, donde aterrizamos en medio de un gran aguacero, si bien dejó de llover mientras la aeronave rodaba por la pista y ni siquiera tuvimos que abrir el paraguas para llegar a la terminal (ni autobús, ni finger, a pata). Íbamos muy justos para tomar la conexión, así que nos dimos una buena carrera, hasta que comprobamos en una pantalla que nuestro vuelo salía con retraso (quizás motivado por la demora que traía el de Madrid). Así que, ya más tranquilos, aprovechamos para tomar unos bocatas en una cafetería, que casi a las once de la noche seguía funcionando a tope. Al final adelantaron el embarque y vimos que, en este caso, el avión sí que estaba pintado con los colores de Air Baltic. Tras un vuelo de unos cuarenta y cinco minutos, aterrizamos en Vilnius sin incidencias. Era casi la una de la madrugada, pero hacía buena temperatura y no llovía. De paso, adelantamos una hora nuestros relojes para adecuarlos al horario local.
Como es lógico, nos llevaron directamente a hacer el registro en nuestro alojamiento, el Grata Hotel, de tres estrellas, situado a unos quince minutos caminando del casco viejo y que cuenta con habitaciones confortables. Con un diseño bastante peculiar, tiene a la venta muchos de los elementos de su decoración (cuadros, esculturas, muebles…), cada objeto con un cartel explicativo y su precio puesto. Para nuestra sorpresa, nos entregaron una bolsa de picnic a cada uno en sustitución de la cena. Tomando sándwiches a la una de la madrugada… También nos facilitaron un detallado mapa turístico que nos iba a venir de perlas para nuestras andanzas por libre en la ciudad.
Lituania.
Lituania es el país más extenso (65.300 km2) y el más poblado (unos 2.900.000 habitantes) de las tres Repúblicas Bálticas que íbamos a visitar.
Lituania limita al este con Bielorrusia, al sur con Polonia y al sureste con la región rusa de Kaliningrado, que se encuentra totalmente rodeada por territorio lituano. Al norte, está su frontera más extensa con Letonia y al este con el Mar Báltico, donde la mitad de sus costas forman el Parque Nacional de Curlandia, un itsmo con unas enormes dunas de hasta 60 metros de altura, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000. El terreno del país es bastante plano, salvo algunas pequeñas ondulaciones, y su punto más elevado es la colina Aukstojas con 293,84 metros de altitud sobre el nivel del mar, situado a 24 kilómetros al sureste de la capital. Su economía se basa en el cultivo de cereales, trigo, centeno, colza, leguminosas y avena. También destaca el ámbar, que se utiliza con fines ornamentales y curativos. Su idioma oficial es el lituano, que se considera una lengua de ascendencia indoeuropea. Por motivos obvios, también se habla mucho el ruso. Dos datos curiosos son, por ejemplo, que en Purnuskiai, a 26 al norte kilómetros de Vilnius, se halla el centro geográfico de Europa y que en el siglo XVI, el Gran Ducado de Lituania fue el mayor Estado de Europa cuando estaba unido al Reino de Polonia, formando el Reino de las Dos Naciones.
Vilnius.
Vilna o Vilnius, como se dice en lituano y también en español, además de su capital, es la ciudad más poblada de Lituania, con cerca de 600.000 habitantes. Se encuentra en la zona sureste del país, a solo treinta kilómetros de la frontera con Bielorrusia, en la confluencia de los ríos Vilnia –al que debe su nombre- y Neris. Pese a que siempre será la sacrificada a la hora de escoger destinos en un viaje a las Repúblicas Bálticas, cuenta con un casco antiguo muy bien conservado, que fue inscrito como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1994, gracias a sus cerca de 1.500 edificios de varias épocas y estilos, entre los que sin duda destaca el barroco.
Su historia se escribe desde tiempos muy antiguos como una mezcla de civilizaciones y pueblos, pues por ella pasaron antaño eslavos, germanos y judíos. Pese a que algunos la identifican con Voruta, la capital del rey (Gran Duque, en realidad, según la terminología lituana) Mindaugas, considerado el fundador de Lituania a mediados del siglo XIII, la primera mención escrita de Vilnius no se produjo hasta 1323, cuando el rey Gediminas envió cartas a los mandatarios de varias naciones europeas invitándoles a visitar “el país de los artesanos, los comerciantes y los sacerdotes”.