El río Tarn nace en el monte Lozère y desciende las pendientes de las Cevenas, atraviesa a lo largo de 53 kilómetros unos paisajes espectaculares repletos de parajes extraordinarios y miradores. En este tramo el río discurre encajonado entre escarpes calizos de hasta 500 m de altura, y junto a él se pueden visitar numerosos atractivos como castillos, pueblos, iglesias, etc. Además es una zona donde se pueden practicar numerosos deportes acuáticos. En nuestro caso la visita fue bastante tranquila, recorriendo en coche la carretera D907 bis, que va bordeando el río en el tramo entre Quézac y Le Rozier, y eligiendo algunas paradas para visitar. Elegimos el sentido Quézac -> Le Rozier ya que así tendríamos el sol de espaldas la mayor parte del día, dato importante a la hora de ir conduciendo por la carretera, que muchas veces es algo angosta y con bastante tráfico en verano.

Nuestra primera parada fue en el castillo de Castelbouc, hoy en ruinas y casi inaccesible, y que fue el corazón del antigua provincia de Guevaudán. Quizá a alguien le suene este nombre por la bestia de Guevaudán, una fiera que cuentan las leyendas, atemorizó a los aldeanos de la zona hace siglos y que fue el origen del mito de los hombres-lobo. El castillo fue construido en el siglo XII por Étienne de Castelbouc, vasallo del comandante de los Templarios de Larzac y fue destruido a fines del siglo XVI por orden de los estados particulares de Gevaudan, como muchos castillos de la región, para no para servir como un refugio para los protestantes. Alrededor del castillo se formó un pueblo excavado en la roca, con unas pocas calles empedradas, y a sus pies se extiende una playa de guijarros donde puedes bañarte en las aguas del Tarn. Nosotros aparcamos en una zona de aparcamiento que había al lado del camping "Le Site", gratuito, antes de cruzar el río y ya cruzamos y nos movimos andando por la zona, viendo la playa, el pueblo, y un pequeño paseo por el monte buscando las ruinas del castillo. Esta parada nos gustó mucho, la imagen del pueblo incrustado en la roca y el río a los pies es muy hermosa. En la carretera por la que veníamos nos encontramos un mirador y aparcamos un momento para tener vistas desde arriba.


La siguiente parada la hicimos en el pueblo de Sainte Enimie. Es otro de los pueblos más bonitos de Francia, con sus casas de piedra, sus calles empedradas... y lleno de restaurantes y turistas. La zona de aparcamiento al lado del río estaba llena, y es grande, así que tuvimos que dar la vuelta y aparcar en la misma carretera por la que veníamos, en el arcén, como otros muchos coches y caravanas. Aquello estaba a tope de gente. Aún así, la visita nos gustó. El pueblo tiene bastante vida, al menos en verano, y es agradable para pasear. Desde aquí se pueden alquilar también canoas y kayaks para navegar por el río, así que es normal que hubiera tanta gente. Quizá lo más llamativo es la iglesia románica de Notre-Dame-du Gourg y la fuente de Burle. Cuenta la leyenda que una princesa Merovingia del siglo VI se curó con las aguas de esta fuente de la enfermedad que la aquejaba y desde entonces se le atribuyen propiedades curativas.



La mayoría de los restaurantes están en la zona baja, junto al río, pero en la zona alta encontramos una crepería en una pequeña plaza y comimos allí mismo.
Siguiendo la carretera que discurre paralela al río llegamos a nuestro próximo destino, Saint-Chély-du-Tarn. Es un pequeño pueblo de casas de piedra que tiene algún restaurante y algún hotel, y no esperábamos gran cosa, pero resultó ser nuestra parada favorita en este recorrido por las gargantas del Tarn. Para llegar hay que atravesar un pequeño túnel y un puente y justo al lado te encuentras un pequeño parking gratuito, por suerte encontramos un hueco. Primero dimos una vuelta por el pueblo, que es bastante pequeño, y jugamos con el perro en un canal que había por allí con agua. Tomamos un café en uno de los restaurantes y fuimos a ver la playa de guijarros. El pueblo está situado en lo alto de una pared que da al río, así que hay que bajar unas escaleras hasta la playa. La vista desde aquí es simplemente maravillosa. La estampa del puente sobre el río, las casas del pueblo colgadas sobre la pared, la playa, una cascada al fondo... muy idílico. Nos gustó muchísimo este sitio y nos quedamos un buen rato, y aquí si que nos bañamos los tres, nosotros dos y el perro. Sin duda es una parada más que recomendable en el Tarn. Vimos gente pasando en kayaks y daban ganas de montarse y bajar por el río pero tendrá que ser en otra ocasión.


La última parada en las gargantas fue en Pas de Soucy. Se trata de una zona donde las paredes de roca se derrumbaron a causa de un terremoto ocurrido en el siglo V, según cuentan, se sintió hasta en los Pirineos. Desde el momento que ocurrió esto empezaron a proliferar leyendas fantásticas sobre el lugar y nadie se aventuraba a pasar por ahí porque habitaba algún tipo de ser maligno o el mismo diablo. Mucho más tarde, a principios del siglo XX, se abrió la carretera que une Les Vignes con Sainte Enimie. En 1934 Adrien Espinasse tuvo la idea de construir una escalera para que los visitantes de las Gorges du Tarn pudieran admirar una de las vistas más impactantes del Tarn. Este mirador es privado y hay que pagar para poder subir, pero merece la pena. También hay una pequeña cafetería y tienda de recuerdos.


Para este día teníamos también planificada la visita a Roquefort -sur-Soulzon. el pueblo donde se elabora el famoso queso roquefort, pero dada la hora y que las bodegas donde se fabrica cerraban pronto no nos daba tiempo, así que lo descartamos y nos fuimos directamente al hotel que teníamos en La Cavalerie. Para llegar tuvimos que atravesar el viaducto de Millau, un colosal puente en la autopista que comunica el interior de Francia con la costa mediterránea, hacia donde nos dirigíamos para pasar los próximos días. El paisaje ya iba cambiando, y cuando llegamos a La Cavalerie el tipo de pueblo ya no tenía nada que ver con los que habíamos visitado los días anteriores. Cenamos en le restaurante del hotel y a descansar, que había sido un día intenso y bien aprovechado. Fue de los días del viaje que más nos habían gustado, y es una zona que merece la pena visitarla con más calma y hacer más actividades acuáticas.