Sin salir de Occitania, este día nos desplazamos al departamento de Aveyron, donde se localiza la localidad de Conques. El pueblo es muy bonito, como todos los demás del viaje, pero el entorno que lo rodea no se queda atrás, pues está enclavado entre montañas con bosques frondosos. Forma parte del Camino de Santiago francés, por lo que, aunque es muy pequeño, siempre hay muchos peregrinos y también turistas.
Desde Cahors tardamos unas dos horas en llegar. Habíamos metido en el GPS la dirección del "Parking de l'etoile" pero estaba completo cuando llegamos, así que tuvimos que rodear todo el pueblo y subir al otro que hay en la parte alta, el de La Salesse. Este estaba también muy lleno, pero aún quedaba algo de sitio y pudimos aparcar.

Los orígenes de Conques se remontan a época romana, y aunque hoy es un pueblecito, en la Alta Edad Media fue considerado ciudad. La primera noticia sobre Conques habla de un eremita llamado Dadon que habitaba esta zona a finales del siglo VIII, a quien siguió
Medraldus, siendo este último el que, adoptando la regla benedictina, fundó un pequeño centro religioso (parece que dedicado a San Salvador). Este primer cenobio tuvo el favor de Luis el Piadoso, Carlomagno y Pipino II de Aquitania, quienes lo visitaron en numerosas ocasiones, dándole su protección. Pero la importancia que alcanzó en la Edad Media este lugar fue debido a la llegada a la localidad de las reliquias de la joven mártir Santa Fe (Sainte Foy), nacida hacia el año 290 en Agen, a quien por defender sus creencias cristianas la quemaron en una parrilla (como a san Lorenzo) y finalmente fue decapitada. Todo esto a la edad de trece años, en el año 303 d. C., el la época del emperador Diocleciano. Sus reliquias fueron recogidas en su localidad natal, donde eran veneradas por numerosos peregrinos.
En la Edad Media, un pueblo sin reliquias no era nada, y Conques carecía de tal tesoro, así que parece que en el año 866 un monje del monasterio de Conques robó las reliquitas de Santa Fe y las trasladó a este pueblo. A partir de ahí numerosos peregrinos que se dirigían a Santiago se desviaban hasta Conques para venerar las reliquias de la santa. Poco a poco este número fue aumentando y en el año 1050 el templo se quedó pequeño y construyeron la actual Abadía de Conques. Esto conllevó también el aumento de comerciantes y todo tipod e profesiones asociadas a la construcción, por lo que Conques acabó convirtiéndose en toda una ciudad en aquella época.
A partir del Siglo XVI la ciudad entró en declive, primero a causa de un gran incendio provocado por los protestantes, y después por las guerras y las hambrunas. En 1837 dl inspector de Monumentos Históricos don Prosper Mérimée informó de la penosa situación en la que se encontraba el monasterio, comenzándose su rehabilitación, que se vio favorecida con la llegada a la localidad en 1873 de una nueva
comunidad religiosa: la Orden Premonstratense, volviendo poco a poco los peregrinos a Conques.

El principal monumento del pueblo es la Abadía, sin lugar a dudas, y está considerada la obra maestra del románico del sur de Francia. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1998. La actual iglesia se comenzó en tiempos del abad Odolric (1031-1065) en el siglo XI , siendo terminada por el abad Bonifacio (1107-1125).

Su fachada principal con el Juicio Final, joya del románico del siglo XII, está flanqueada por dos esbeltas torres gemelas realizadas en el siglo XIX. En su magnífico tímpano (que en su origen estaba pintado -azules para el cielo y rojo para el infierno- se representa escenas del Juicio Final según san Mateo (Mt, 25, 31-46). El tímpano está protegido por un gran arco de medio punto con gablete. Se divide en tres niveles y en los que se reparten 124 personajes (entre los que podemos ver a Santa Fe, al abad Begon, al emperador Carlomagno, etc.), representando el cielo y el infierno, presidido todo por Cristo Juez, y la siguiente inscripción: "Pecadores, si no cambiáis vuestras costumbres, sufriréis un juicio terrible".

El interior de la nave es sobrio pero luminoso, con grandes arcos de piedra que separan las distintas naves. El día que estuvimos nosotros no pudimos entrar inmediatamente ya que un coro estaba ensayando, pero a cambio pudimos disfrutar un poco de un concierto imprevisto, un ratito cada uno mientras el otro esperaba fuera con el perro.


El claustro fue realizado en tiempos del abad Bégon III (entre los siglos XI-XII), en el lado sur de la abadía. Solo se conserva parte de las arcadas de la galería occidental y los magníficos capiteles, el refectorio y la fuente central, ya que sufrió un grave incendio en 1366 y ya no se rehízo. Al fondo se encuentra el Tesoro de Conques, que ocupa lo que antiguamente fue el refectorio del claustro. Este museo incluye una colección de rosarios de los siglos VI y VII, pero sobre todo la Majestad de Santa Fe. Cuando estalló la Revolución Francesa los propios habitantes de Conques escondieron las piezas del Tesoro en su casas, y lo devolvieron una vez terminada la situación de peligro.

La Majestad de Santa Fe es una pequeña estatua de madera con plata y cubierta con piedras preciosas. Representa a Santa Fe y es una verdadera joya del siglo X. La santa aparece sentada con el brazo extendido, y es uno de los mayores tesoros medievales de toda Europa. La escultura guarda en su interior parte del cráneo de Santa Fe. (Foto de Internet)

La entrada a la abadía es gratuita, pero el museo es de pago. En este caso yo entré para verlo y aunque no es muy grande, merece la pena sólo por ver la Majestad.
El resto del tiempo que estuvimos en Conques lo dedicamos a pasear y ver las distintas calles del pueblo, y también para comer. Para no faltar a la tradición comimos una gallette en una crepería justo enfrente de la Abadía, aunque con el calor que hacía tuvimos que hacerlo dentro porque fuera daba todo el sol y no se podía estar.

Para la tarde teníamos planeado conocer el pueblo de Belcastel, pero dada la hora y que nos quedaban casi 2 horas y media de camino para llegar a nuestro nuevo alojamiento decidimos prescindir de la visita e ir directos a la zona de las gargantas del Tarn. Para esa noche teníamos reservada una habitación en un camping situado a la orilla del río. Además de ofertar plazas para tiendas de campaña y caravanas, también tienen algunas habitaciones disponibles y nosotros alquilamos una. El sitio no era nada lujoso, bastante austero, pero el entorno era bonito e incluía desayuno. Como sólo íbamos a pasar una noche tampoco pedíamos mucho más. Lo malo fue que la última parte para llegar fue bastante peliaguda, yo ya estaba cansado de conducir y el tramo final antes de llegar al río Tarn era una bajada con muchas curvas y me causa vértigo, así que fui muy despacio y se nos hizo bastante tarde. Cuando llegamos nos dijeron que tenían el restaurante cerrado y que no se podía cenar (quizá por el partido Francia-España de las Olimpiadas) y tampoco tenía ganas de coger el coche y volver de noche después de la paliza del día, así que con lo que teníamos improvisamos unos sandwiches y es fue la cena de ese día.

