Después de unos días en Singapur (como me gusta esta ciudad!!) empezaba nuestra aventura malaya por Borneo. Pasamos por Kuching (sin poder visiarla, solo dormir y poco), vuelo a Miri y de Miri a Mulu en avioncillo. Creo que el de Mulu es el aeropuerto más pequeño en el que he estado nunca
Al miniaeropuerto nos vinieron a buscar los “taxis” del Royal Mulu Resort y, en el camino hacia el Resort tuvimos ya nuestro primer contacto con el clima de la selva.
El bochorno de Barcelona es una broma comparado con la sensación húmeda de calor intenso que te rodea todo el tiempo. Después de instalarnos tan rápidamente como pudimos (porque el aire acondicionado de la cabaña no funcionaba y la primera impresión de la selva se había convertido en un estado permanente de sauna finlandesa), nos duchamos y fuimos a echar una primera ojeada a nuestro alojamiento, el Royal Mulu Resort.
Con el Royal Mulu Resort habíamos contratado un paquete que incluía:
Transfer desde y al aeropuerto
Dos noches en habitación deluxe (una cabaña)
Dos desayunos y dos cenas
Excursiones: canopy, cuatro cuevas, observación de los murciélagos, longhouses, baño en el río.
Como extras inesperados vinieron el arrastre de barca y la caída libre al río Melinau (después os lo explico…)
A pesar de los inconvenientes del primer día con el aire acondicionado (no funciono hasta la madrugada) es un sitio correcto, teninedo en cuenta que estás en medio de la selva. No es tan extraño, funcionando con generadores, que haya cortes de luz de vez en cuando. Aún así, te venden la imagen de resort de lujo, cosa que no son. Las cabañas están amuebladas de forma sencilla, pero las vistas desde el balcón y el porche lo compensa. El baño es básico, pero está limpio y los animalillos hacen compañía… La piscina es un extra importante y, además, hay una tiendecilla donde comprar cosas variadas (bebidas, helados, recuerdos, tabaco, postales, pilas, carretes de fotos, aspirinas…)
Ah, los animalitos del hotel... que recuerdos!
Después de la ducha, más tranquilos, descubrimos el único restaurante cercano, justo antes de cruzar el puente sobre el rio Melinau que lleva a la recepción, el Stella Café, sencillo, baratísimo pero muy agradable, con vistas al rio y unos platos bien ricos (platos que cocinan de uno en uno, porque solo hay una sartén!). También tiene una mini tienda surtida con todo lo que un guiri puede desear, desde repelente de mosquitos y crema solar hasta snacks locales (¿qué buenas las habas fritas!) y artesanías diversas.
Qué bien se estaba en el Stella Cafe...
Esa misma tarde empezaron las aventuras. Hay que tener en cuenta que, para mi, urbanita hasta la médula, mirar de cerca un árbol ya casi es una aventura, claro, o sea que ya os podéis imaginar lo que es pasear por la selva…
Tenía unas ganas locas de hacerme todos los Canopys del mundo (bueno, los dos que teníamos contratados) y aquí, en el Gunung Mulu teníamos el primero, un paseo a 20 o 25 metros de altura en un circuito de unos 600 metros. Yo, la cabra loca de la pareja, iba tranquilizando a mi chico, que tiene un cierto miedo a las alturas. Lo malo fue descubrir, una vez arriba y a medio recorrido, que no tenía miedo, tenía TERROR a estar allí arriba. Por mis narices que acabé el recorrido, por supuesto, pero no había sudado tantísimo en toda mi vida. Y ahí se acabó mi fantástica relación con los Canopys malayos. En fin…
Tanto para llegar al canopy como el camino hacia las cuevas se hace sobre unas pasarelas de madera a unos dos palmos del suelo (que permiten que los bichos diversos pasen por debajo y los guiris no nos cansemos tanto ni nos ensuciemos demasiado con el barro). Durante el trayecto se puede contemplar la naturaleza que te rodea, arboles y másárbolesm, insectos, ruidos y ruiditos más o menos inquietantes según la proximidad y la oscuridad. No tuvimos demasiada suerte con el guía, que apenas nos enseñó un par de insectos y nos comentó un par de plantas, pero el entusiasmo sin límite de una japonesa que nos acompañaba ya servía.
Finalmente, llegamos a las cuevas.
Lincoln!!!!
Por suerte, los diarios no pueden olerse. Porque, claro, donde hay milones de murciélagos, hay montañas de mierda (hablando clarito) y el olor es bastante insoportable, por lo menos al principio (un buén guiri es muy sufrido y se acostumbra a todo).
Un habitante de las cuevas. Bastante simpático, teniendo en cuenta lo que había por allí
También hay millones de escarabajos, de cucarachas y otros insectos de mal vivir. Lo mejor de todo es esperar la puesta de sol fuera de la cueva, en una especie de anfiteatro preparado a tal efecto. Cuando empieza a oscurecer, los murciélagos salen por miles (por millones, creo) a cenar. Estuvimos más de una hora viéndolos salir. Cuando crees que ya no hay más, una nueva oleada se alza y cruza el cielo, moviéndose como una serpiente. Te castigas un poco las cervicales, pero a mi (os recuerdo que soy muy, pero muy de ciudad) me pareció espectacular.
A la vuelta, sin guía ni otros turistas, el camino se fue oscureciendo, tanto que tuvimos que sacar las linternas.
Llegamos a las cabañas, cenamos y, después de una ducha, a dormir que al día siguiente teníamos trabajo (más del que esperábamos, como veréis).

Al miniaeropuerto nos vinieron a buscar los “taxis” del Royal Mulu Resort y, en el camino hacia el Resort tuvimos ya nuestro primer contacto con el clima de la selva.

El bochorno de Barcelona es una broma comparado con la sensación húmeda de calor intenso que te rodea todo el tiempo. Después de instalarnos tan rápidamente como pudimos (porque el aire acondicionado de la cabaña no funcionaba y la primera impresión de la selva se había convertido en un estado permanente de sauna finlandesa), nos duchamos y fuimos a echar una primera ojeada a nuestro alojamiento, el Royal Mulu Resort.
Con el Royal Mulu Resort habíamos contratado un paquete que incluía:
Transfer desde y al aeropuerto
Dos noches en habitación deluxe (una cabaña)
Dos desayunos y dos cenas
Excursiones: canopy, cuatro cuevas, observación de los murciélagos, longhouses, baño en el río.
Como extras inesperados vinieron el arrastre de barca y la caída libre al río Melinau (después os lo explico…)
A pesar de los inconvenientes del primer día con el aire acondicionado (no funciono hasta la madrugada) es un sitio correcto, teninedo en cuenta que estás en medio de la selva. No es tan extraño, funcionando con generadores, que haya cortes de luz de vez en cuando. Aún así, te venden la imagen de resort de lujo, cosa que no son. Las cabañas están amuebladas de forma sencilla, pero las vistas desde el balcón y el porche lo compensa. El baño es básico, pero está limpio y los animalillos hacen compañía… La piscina es un extra importante y, además, hay una tiendecilla donde comprar cosas variadas (bebidas, helados, recuerdos, tabaco, postales, pilas, carretes de fotos, aspirinas…)

Después de la ducha, más tranquilos, descubrimos el único restaurante cercano, justo antes de cruzar el puente sobre el rio Melinau que lleva a la recepción, el Stella Café, sencillo, baratísimo pero muy agradable, con vistas al rio y unos platos bien ricos (platos que cocinan de uno en uno, porque solo hay una sartén!). También tiene una mini tienda surtida con todo lo que un guiri puede desear, desde repelente de mosquitos y crema solar hasta snacks locales (¿qué buenas las habas fritas!) y artesanías diversas.

Esa misma tarde empezaron las aventuras. Hay que tener en cuenta que, para mi, urbanita hasta la médula, mirar de cerca un árbol ya casi es una aventura, claro, o sea que ya os podéis imaginar lo que es pasear por la selva…
Tenía unas ganas locas de hacerme todos los Canopys del mundo (bueno, los dos que teníamos contratados) y aquí, en el Gunung Mulu teníamos el primero, un paseo a 20 o 25 metros de altura en un circuito de unos 600 metros. Yo, la cabra loca de la pareja, iba tranquilizando a mi chico, que tiene un cierto miedo a las alturas. Lo malo fue descubrir, una vez arriba y a medio recorrido, que no tenía miedo, tenía TERROR a estar allí arriba. Por mis narices que acabé el recorrido, por supuesto, pero no había sudado tantísimo en toda mi vida. Y ahí se acabó mi fantástica relación con los Canopys malayos. En fin…

Tanto para llegar al canopy como el camino hacia las cuevas se hace sobre unas pasarelas de madera a unos dos palmos del suelo (que permiten que los bichos diversos pasen por debajo y los guiris no nos cansemos tanto ni nos ensuciemos demasiado con el barro). Durante el trayecto se puede contemplar la naturaleza que te rodea, arboles y másárbolesm, insectos, ruidos y ruiditos más o menos inquietantes según la proximidad y la oscuridad. No tuvimos demasiada suerte con el guía, que apenas nos enseñó un par de insectos y nos comentó un par de plantas, pero el entusiasmo sin límite de una japonesa que nos acompañaba ya servía.
Finalmente, llegamos a las cuevas.


Por suerte, los diarios no pueden olerse. Porque, claro, donde hay milones de murciélagos, hay montañas de mierda (hablando clarito) y el olor es bastante insoportable, por lo menos al principio (un buén guiri es muy sufrido y se acostumbra a todo).

También hay millones de escarabajos, de cucarachas y otros insectos de mal vivir. Lo mejor de todo es esperar la puesta de sol fuera de la cueva, en una especie de anfiteatro preparado a tal efecto. Cuando empieza a oscurecer, los murciélagos salen por miles (por millones, creo) a cenar. Estuvimos más de una hora viéndolos salir. Cuando crees que ya no hay más, una nueva oleada se alza y cruza el cielo, moviéndose como una serpiente. Te castigas un poco las cervicales, pero a mi (os recuerdo que soy muy, pero muy de ciudad) me pareció espectacular.

A la vuelta, sin guía ni otros turistas, el camino se fue oscureciendo, tanto que tuvimos que sacar las linternas.
Llegamos a las cabañas, cenamos y, después de una ducha, a dormir que al día siguiente teníamos trabajo (más del que esperábamos, como veréis).
Segundo día en Mulu y hoy tocaba descubrir las maravillas del rio Melinau. Nos pareció entender que quizá teníamos que ayudar a arrastrar la barca porque no había llovido como se esperaba y el río iba un poco bajo. ¿Qué bromista, el guía...! Pero no era broma, no... Tanot la pareja de holandeses que nos acompañaba como nosotros tuvimos que bajar un montón de veces para arrastrar la barquita, que pesaba lo suyo, por cierto. Suerte que el fondo era de piedras y no de arena. Por cierto, eso nos sirvió para poner a prueba nuestras súper sandalias made in Vietnam. Pasaron la prueba con nota y no perdieron ni color.
A parte del trabajo extra como arrastradores, el día se `presentaba completo. Visita a un poblado con longhouses, dos cuevas más (la tercera, nos dió pereza) y bañito en el río (esta vez, sin arrastrar barca). Cuando llegamos al poblado nos dimos cuenta de que éramos los únicos turistas remojados (¿?). En fin... El mercado del pueblito era una feriecilla para turistas, con unas pocas artesanías locales y nada más. Aún así, sirvió para descansar un poco y que se nos secara la ropa (vaya tontería, si al cabo de media hora volvíamos a saltar al agua).
Las cuevas eran... cuevas. No acababa de valer la pena subir tantas escaleras. Pero el paseo sobre el río desde la primera a la segunda cueva por una pasarela a modo de cornisa era muy bonito. Y el baño en el río... Wow! Qué fresca y qué buena el agua. Nos hubiésemos pasado allí toda la tarde. Pero había que volver al hotel (y sí, de vuelta también hubo que arrastrar la barca de las narices). Volvimos a comer al Stella Cafe y después de un arroz con huevo y otras cosas no muy reconocibles y una bebida de soja (no servía alcohol) ja estábamos listos para la tarde: trayecto en canoa por la parte más profunda del Melinau (nos aseguramos bién sobre el tema de la profundidad, sí...) y visita de una longhouse. Aquí demostre mi original manera de bajar de una barca: pierna derecha en el tronco que hay en la orilla, pierna izquierda en la barca, demasiado tiempo pensando y la barca que se empieza a alejar de la orilla... Ya puestos, y tal como había ido la mañana, como solución de urgencia salté al río para evitar males mayores (aún así me torcí el pulgar y el resto del viaje fuí con ungüentos y vendajes varios). La longhouse curiosa, no se veía nada preparada para turistas, pero a mi siempre me ha dado un poco de corte pasearme por las casas de la gente, así que después de un paseo, volvimos a la barca.
Volvimos al hotel no muy tarde, nos duchamos una vez más (pero esta vez sin ropa, no como en el río), cenamos con una súper jarra de cerveza fría y a dormir.
Al día siguiente, relax en la piscina hasta la hora de ir al aeropuerto para coger el avión camino de Kota Kinabalu.
A parte del trabajo extra como arrastradores, el día se `presentaba completo. Visita a un poblado con longhouses, dos cuevas más (la tercera, nos dió pereza) y bañito en el río (esta vez, sin arrastrar barca). Cuando llegamos al poblado nos dimos cuenta de que éramos los únicos turistas remojados (¿?). En fin... El mercado del pueblito era una feriecilla para turistas, con unas pocas artesanías locales y nada más. Aún así, sirvió para descansar un poco y que se nos secara la ropa (vaya tontería, si al cabo de media hora volvíamos a saltar al agua).
Las cuevas eran... cuevas. No acababa de valer la pena subir tantas escaleras. Pero el paseo sobre el río desde la primera a la segunda cueva por una pasarela a modo de cornisa era muy bonito. Y el baño en el río... Wow! Qué fresca y qué buena el agua. Nos hubiésemos pasado allí toda la tarde. Pero había que volver al hotel (y sí, de vuelta también hubo que arrastrar la barca de las narices). Volvimos a comer al Stella Cafe y después de un arroz con huevo y otras cosas no muy reconocibles y una bebida de soja (no servía alcohol) ja estábamos listos para la tarde: trayecto en canoa por la parte más profunda del Melinau (nos aseguramos bién sobre el tema de la profundidad, sí...) y visita de una longhouse. Aquí demostre mi original manera de bajar de una barca: pierna derecha en el tronco que hay en la orilla, pierna izquierda en la barca, demasiado tiempo pensando y la barca que se empieza a alejar de la orilla... Ya puestos, y tal como había ido la mañana, como solución de urgencia salté al río para evitar males mayores (aún así me torcí el pulgar y el resto del viaje fuí con ungüentos y vendajes varios). La longhouse curiosa, no se veía nada preparada para turistas, pero a mi siempre me ha dado un poco de corte pasearme por las casas de la gente, así que después de un paseo, volvimos a la barca.

Volvimos al hotel no muy tarde, nos duchamos una vez más (pero esta vez sin ropa, no como en el río), cenamos con una súper jarra de cerveza fría y a dormir.
Al día siguiente, relax en la piscina hasta la hora de ir al aeropuerto para coger el avión camino de Kota Kinabalu.