Tocaba volver al estrés de la Puduraya. Solo eso ya me hacía temblar, pero descubrir que las maletas se tenúian que subir a pulso por las escaleras fue todavía peor. Por suerte, ya teníamos los billetes y sabíamos a que taquilla había que ir para que nos dijesen de dónde salía el autocar. Todo el esfuerzo para que nos dijesen que teníamos que volver a salir (bajada a pulso de las maletas), cruzar la calle e ir a una tiendecilla de electrónica-snacks-minikiosko-bebidas y agencia de viajes. Una vez allí (sí, sudados de pies a cabeza ya a las ocho de la mañana), la chica que nos atendió, amabilísima, nos dijo que pagando un poco más (no llegaba a dos € más) en vez del autocas a Tanah Rata, podíamos coger una van hasta la puerta del hotel The Lakehouse. No fué más cómodo, pero sí más rápido. La mayoría de las veces, en Asia un transporte de este tipo solo sale cuando teine ocupadas todas las plazas. Conductor, amigo del conductor, nosotros, cuatro holandeses y una señora malaya nos acabamos embutiendo junto con maletas y mochilas (las que no cabían en el maletero tenían que ir con el pasaje, claro) Después de colocar las piernas en la posición que tendrían que mantener el resto del trayecto, nos pusimos en marcha: ¿qué son tres horitas de nada? Afortunadamente, hacia la mitad del viaje hubo una parada técnica para poner gasolina. Si alguna vez hemos necesitado estirar las piernas era esta!!
Al cabo de dos horas el paisaje empezó a cambiar (aparecían las primeras colinas y los primeros campos de et) y el aire era más fresco y respirable. Llegamos sin novedad a la Lakehouse (un pedazo de Escocia trasplantado a Malasia, con casa Tudos y todo), nos instalamos como siempre y dedicamos un rato a inspeccionar el hotel y sus alrededores.
The Lakehouse es una mansión Tudor perdida en medio de Malasia. La mayoría de propietarios de campos de te eran de origen escocés y en este ambiente de colinas y clima fresco se debieron encontrar como en casa.
El hotel no tiene aire acondicionado, ni falta que le hace. De hecho, agradecimos la manta por la noche. Nuestra habitación era grande y decorada con una cierta anarquía. Además de la cama teníamos un sofá ideal para la siesta, un armario macizo y una mesita con las tea facilities que, en este caso incluían un pote de te Boh, además de las típicas bolsitas (aquí también de te Boh). También había una cestita con fruta y tomates cherris (son típicos de allí).
La cama con dosel, un poco excesiva, pero relativamente cómoda. La primera noche, para variar, se fue la luz, pero como aquí no necesitábamos desesperadamente el aire acondicionado tampoco importó mucho.
El baño estaba decorado en blanco y negro y era correcto, con ducha y bañera. El jabón de canela nos gustó tanto que compramos para nosotros y para regalar.
Los saloncitos comunes son muy acogedores, con butacas comodísimas y, si no hace mucho frío o llueve, puedes salir a las mesas de la terraza con vistas al lago y las montañas. Las chimeneas acaban de ambientar los salones, aunque durante nuestra estancia no hiciera demasiado frío.
Justo enfrente de la casa hay un lago y, en la orilla, un pequeño mercado, en el que compramos productos locales (fresas, tomates y una rosa de regalo) y bebida.
Algo más lejos descubrimos el proyecto de centro comercial (o algo similar) decrépito, medio abandonado o inacabado, no sabemos, con su fantástico restaurante chino, donde comimos, claro, no había muchas opciones. Por lo menos, no era caro.
De vuelta a la Lakehouse descansamos un rato y fuimos al salón para disfrutar nuestro “tea with scones”. Estuvimos un rato viendo las fotos que habíamos hecho hasta el momento en el portátil que nos prestaron en recepción y arovechamos también para enviar algún email.
Al día siguiente teníamos contratada una excursión de día completo para ver el paisaje, los campos de te, Tanah Rata (donde comimos) y la plantación y factoría Boh. En la factoría, además, puedes degustar los tes de la casa en la cantina para decidir con conocimiento de causa cual comprarás después en la tienda.
Dimos un paseo por el bosque para ver las plantas carnívoras, las orquídeas y la pareja de novios que había ido a hacerse las fotos pre o post boda. El guía nos explicó los usos medicinales de algunas plantas. Allí siempre te dicen que la selva lo es todo: tienda de alimentos, farmacia, materiales de construcción...
Por lo que respecta a las plantaciones de te, a parte de ver las plantas en diferentes etapas de crecimiento, también se pueden ver obreros recogiendo el te a mano o a máquina y los poblados donde viven. Como la mayoría de trabajadores son hidús, no falta el templo local.
Comimos en Tanah Rata, en un indio (bueno, en dos, que en el primero nos quedamos con hambre). A estas alturas ya estaban claras nuestras preferencias en materia gastronómica: nos habíamos hecho adictos al dahl (sopa de lentejas), al roti y al naan.
Por la tarde, seguimos recorriendo la zona, hasta que una tormenta tremenda hizo aconsejable que volviesemos al calor del hogas. Cena en el hotel, copita en el salón, a dormir y a prepararse para el traslado a Ipoh al día siguiente.
Al cabo de dos horas el paisaje empezó a cambiar (aparecían las primeras colinas y los primeros campos de et) y el aire era más fresco y respirable. Llegamos sin novedad a la Lakehouse (un pedazo de Escocia trasplantado a Malasia, con casa Tudos y todo), nos instalamos como siempre y dedicamos un rato a inspeccionar el hotel y sus alrededores.
The Lakehouse es una mansión Tudor perdida en medio de Malasia. La mayoría de propietarios de campos de te eran de origen escocés y en este ambiente de colinas y clima fresco se debieron encontrar como en casa.
El hotel no tiene aire acondicionado, ni falta que le hace. De hecho, agradecimos la manta por la noche. Nuestra habitación era grande y decorada con una cierta anarquía. Además de la cama teníamos un sofá ideal para la siesta, un armario macizo y una mesita con las tea facilities que, en este caso incluían un pote de te Boh, además de las típicas bolsitas (aquí también de te Boh). También había una cestita con fruta y tomates cherris (son típicos de allí).
La cama con dosel, un poco excesiva, pero relativamente cómoda. La primera noche, para variar, se fue la luz, pero como aquí no necesitábamos desesperadamente el aire acondicionado tampoco importó mucho.
El baño estaba decorado en blanco y negro y era correcto, con ducha y bañera. El jabón de canela nos gustó tanto que compramos para nosotros y para regalar.
Los saloncitos comunes son muy acogedores, con butacas comodísimas y, si no hace mucho frío o llueve, puedes salir a las mesas de la terraza con vistas al lago y las montañas. Las chimeneas acaban de ambientar los salones, aunque durante nuestra estancia no hiciera demasiado frío.
Justo enfrente de la casa hay un lago y, en la orilla, un pequeño mercado, en el que compramos productos locales (fresas, tomates y una rosa de regalo) y bebida.
Algo más lejos descubrimos el proyecto de centro comercial (o algo similar) decrépito, medio abandonado o inacabado, no sabemos, con su fantástico restaurante chino, donde comimos, claro, no había muchas opciones. Por lo menos, no era caro.
De vuelta a la Lakehouse descansamos un rato y fuimos al salón para disfrutar nuestro “tea with scones”. Estuvimos un rato viendo las fotos que habíamos hecho hasta el momento en el portátil que nos prestaron en recepción y arovechamos también para enviar algún email.
Al día siguiente teníamos contratada una excursión de día completo para ver el paisaje, los campos de te, Tanah Rata (donde comimos) y la plantación y factoría Boh. En la factoría, además, puedes degustar los tes de la casa en la cantina para decidir con conocimiento de causa cual comprarás después en la tienda.
Dimos un paseo por el bosque para ver las plantas carnívoras, las orquídeas y la pareja de novios que había ido a hacerse las fotos pre o post boda. El guía nos explicó los usos medicinales de algunas plantas. Allí siempre te dicen que la selva lo es todo: tienda de alimentos, farmacia, materiales de construcción...
Por lo que respecta a las plantaciones de te, a parte de ver las plantas en diferentes etapas de crecimiento, también se pueden ver obreros recogiendo el te a mano o a máquina y los poblados donde viven. Como la mayoría de trabajadores son hidús, no falta el templo local.
Comimos en Tanah Rata, en un indio (bueno, en dos, que en el primero nos quedamos con hambre). A estas alturas ya estaban claras nuestras preferencias en materia gastronómica: nos habíamos hecho adictos al dahl (sopa de lentejas), al roti y al naan.
Por la tarde, seguimos recorriendo la zona, hasta que una tormenta tremenda hizo aconsejable que volviesemos al calor del hogas. Cena en el hotel, copita en el salón, a dormir y a prepararse para el traslado a Ipoh al día siguiente.