PRIMER DÍA.
Habíamos pasado por Málaga capital un par de veces, en verano, de camino hacia alguna zona playera de la Costa del Sol. En esas ocasiones, apenas nos detuvimos unos minutos para dar una vuelta por el Paseo Marítimo, del que solamente recordaba sus enormes palmeras.
Aprovechando unos días libres en Reyes y la comodidad que ofrece el AVE, decidimos saldar esa cuenta pendiente. Llegamos por la mañana y como sólo llevábamos una bolsa con ruedas por equipaje fuimos caminando desde la Estación María Zambrano hasta nuestro alojamiento, el Hotel Venecia, situado en la calle Alameda Principal núm. 9, al lado de la Plaza de la Marina, justamente frente a la entrada de la Calle Larios. Tardamos unos 20 minutos, más o menos. Resultó una opción muy buena, a un precio estupendo teniendo en cuenta las fechas (112 euros, dos noches de alojamiento con desayunos). Un hotel de tres estrellas, perfectamente ubicado para visitar a pie los lugares más destacados ciudad, sin lujos, pero suficiente para lo que nosotros queríamos. La habitación grande, confortable y tranquila pese a estar en pleno centro, ya que daba a una calle lateral. Naturalmente, era invierno y la algarabía se notaba menos al tener las ventanas cerradas, pero la habitación tenía aire acondicionado con lo cual tampoco creo que hubiese sido mala elección en verano.
Como llegamos bastante temprano, la habitación no estaba lista, con lo cual dejamos la bolsa y los abrigos y salimos inmediatamente a conocer la ciudad con la ayuda de un plano turístico municipal que muy amablemente nos facilitaron en la recepción del hotel. De acuerdo con el itinerario que llevábamos preparado, fuimos directamente a visitar uno de los lugares imprescindibles de la ciudad.
La Alcazaba.
Si se tiene pensado ver también el Castillo de Gibralfaro, es conveniente comprar la entrada combinada para ambos monumentos, que cuesta 3.55 euros (2.20 euros la entrada para cada sitio). Los domingos a partir de las 14:00 es gratis. Se puede empezar la visita por la parte superior o por la inferior, e ir subiendo o bajando, siendo lo último lo mejor, para lo cual, si se va caminando, se puede tomar el ascensor que está en la calle Guillén Sotelo, al lado del edificio del Ayuntamiento. El recorrido es muy agradable, más aún con el día espléndido que tuvimos. Es fácil efectuar la visita con el plano que te dan con la entrada..
Se trata de la antigua fortificación musulmana y aunque se encuentra bastante restaurada merece mucho la pena recorrer sus murallas, patios, torres, jardines, pasadizos, arcos, fuentes y miradores, desde los que se obtiene unas vistas estupendas de la ciudad, del vecino castillo de Gibralfaro, del puerto y de toda la zona centro y sus edificios más representativos. Sí me gustaría señalar que en pleno mes de diciembre pasamos bastante calor (era medio día), así que quien vaya en verano que tenga mucho cuidado con el sol y las altas temperaturas.
Castillo de Gibralfaro desde la Alcazaba.
El Teatro Romano.
Lo vimos al salir de la Alcazaba, está en la parte inferior, pero se puede visitar de manera independiente, pues en realidad está en una plaza pública. No hay que pagar entrada para verlo, salvo que se quiera visitar el museo o acceder a las gradas. Su descubrimiento es bastante reciente ya que data de 1951. Muy recomendable también dar una vueltecita por la noche para ver la iluminación de todo el conjunto monumental. Además, justamente enfrente está uno de los accesos a la famosa taberna El Pimpi.
Salimos de la Alcazaba con tiempo suficiente para ir a comer a uno de los lugares de tapas más conocidos de Málaga: el Mesón de Cervantes. Es un local pequeñito, donde la gente tapea muy cerca, codo con codo, en mesas altas y taburetes. Tuvimos suerte y pillamos un rinconcito; diez minutos después no quedaba ni un hueco libre. La carta de tapas la cambian diariamente y nos gustaron mucho, además, algunas se salen bastante de lo habitual. No conseguimos repetir en ningún otro momento por falta de sitio y nos hubiera apetecido probar otras diferentes. Está en la calle Álamos 11, pero este local lo tienen para horario nocturno, para comer nos enviaron al de la calle Cárcer (creo que era), que está muy cerca, donde sirven a la hora del almuerzo. El precio bastante asequible, por 40 euros nos pusimos las botas, con postres y todo. También ponen medias raciones.
Dedicamos gran parte de la tarde a pasear por el casco antiguo, perdidos por callejuelas que se retuercen sobre sí mismas, tomando a la Plaza de la Constitución como centro de un imaginario círculo. Al principio, te haces un lío y no hay manera de sacarle partido al plano, pero después de acabar veinte veces en el mismo sitio, (la calle Granada o la de Mendez Núñez, en nuestro caso) terminamos por orientarnos a la perfección. A la grata aunque cansada caminata colaboró la excelente temperatura, rondando los 20 grados, que desmentía el ambiente navideño, animado por una colorida iluminación y un inmenso gentío.
Plaza de la Constitución.
La Calle Marqués de Larios, es la más conocida y la más comercial de Málaga (una especie de calle Preciados para los que conozcan Madrid), siempre abarrotada de gente, animadores, músicos… Indispensable vivir su ambiente en cualquier visita a Málaga. En un fin de semana navideño, fue de lo más entretenido (por si echábamos de menos la Puerta del Sol, ). Naturalmente, el complemento perfecto es deambular sin prisas por las calles adyacentes, lo que constituye una de las actividades imprescindibles en una ciudad de la que se recuerda, sobre todo, su extraordinario ambiente.
Calle Larios.
Paseo del Parque y zona del puerto.
Fuimos por el Paseo del Parque hasta el puerto, recorrimos los muelles, el paseo llamado Palmeral de las Sorpresas y llegamos hasta el faro y la terminal de cruceros, girando después a la playa de la Malagueta y la plaza de toros.
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Desde los muelles se tienen unas vistas muy bonitas de la Catedral, la Alcazaba y el Castillo de Gibralfaro, sobre todo al atardecer y por la noche. Es una zona repleta de tiendas y terrazas, donde es posible tomar una copa o un refresco a cualquier hora.
Desde los muelles se tienen unas vistas muy bonitas de la Catedral, la Alcazaba y el Castillo de Gibralfaro, sobre todo al atardecer y por la noche. Es una zona repleta de tiendas y terrazas, donde es posible tomar una copa o un refresco a cualquier hora.
Regresamos al hotel a descansar y salimos nuevamente a la hora de la cena. Nos acercamos hasta la famosa taberna Pimpi, pero estaba abarrotada, con lo cual nos aposentamos en una de las innumerables taperías que hay en la zona centro. En una noche semejante, lo difícil fue encontrar un sitio libre, lo fácil saborear las tapas que nos sirvieron: casi todas riquísimas, especialmente las croquetas, y es que las croquetas siempre están buenísimas en Málaga. Siento no recordar el nombre del local con tanto lío de acá para allá.
Después de cenar, tocaba nuevo paseo por el centro para ver los monumentos iluminados, con mención especial para la Catedral, la Plaza del Obispo y la calle Larios.
SEGUNDO DÍA.
Mercado Central de las Atarazanas.
La mañana volvió a amanecer primaveral, así que desayunamos temprano y con buen ánimo nos dirigimos hacia el mercado, un bonito edificio con coloridas vidrieras, que vale la pena visitar por fuera y, sobre todo, por dentro
Castillo de Gibralfaro.
Desde el mercado fuimos caminando hacia la Plaza de la Constitución, recorriendo otra vez gran parte de las calles del centro, pasamos por el Ayuntamiento, el Paseo del Parque y la Avenida de Cervantes, superamos la Plaza del General Torrijos y alcanzamos la calle de subida al Castillo de Gibralfaro. Hubiésemos podido ir en autobús o en taxi hasta la parte superior, donde se encuentra el parking y el Parador Nacional (lo más recomendable para quienes no quieran hartarse de andar) y luego ir bajando; pero como todavía era temprano, nos apetecía caminar y ascendimos todo el trecho hasta los miradores que se apreciaban desde abajo, colgados en la muralla. No se nos hizo demasiado pesado porque íbamos a la sombra y las vistas de Málaga lucían realmente espectaculares.
Abderramán III transformó en fortaleza unas ruinas de origen fenicio y posteriormente fue convertida en alcazar por el rey Yusuf I en 1340. Tras un largo asedio, los Reyes Católicos la conquistaron en 1487. Lo que queda en pie no es un castillo propiamente dicho, con visita de interiores, sino murallas que serpentean por toda la colina, vigilando la ciudad a vista de pájaro en un ángulo de 360 grados, brindando unas vistas excepcionales, especialmente desde la Torre del Homenaje. Se recorren en toda su longitud en un itinerario circular. Hay un pequeño museo y una interesante guía de plantas autóctonas. Igual que en la Alcazaba, cuidado también con el sol y la temperatura en época calurosa.
Descendimos por la parte posterior de Gibralfaro, recorriendo calles menos céntricas y concurridas. Ya para comer, regresamos al centro, donde las terrazas ya estaban a a reventar de gente. Por fin, en la calle Strachan encontramos un restaurante con sitio en el interior (fuera hacía mucho calor) y tomamos una fideua negra que estaba realmente buena. Quizás nos supo mejor porque a los cinco minutos de sentarnos, ya tampoco quedaba ni un hueco en el local. Sinceramente, en aquel sábado de puente navideño no se trataba de rebuscar “fisnezas” ni sitios “fetén” sino de encontrar un lugar pasable donde acomodarnos. ¡Málaga estaba a tope! Y, después de todo, no tuvimos mala suerte porque nos sirvieron bastante bien.
La Catedral
Después de comer, nos acercamos a la Catedral. De las varias calles a las que da el edificio, a mi la que me gustó fue la Plaza del Obispo Muy bonita la fachada, con el plus de su Belén, especialmente de noche. Está considerada una de las joyas renacentistas andaluzas y fue construida entre 1578 y 1782, quedando inconclusa su torre sur, por lo cual se la conoce popularmente como “La Manquita”: Dado el largo periodo de su construcción constituye una mezcla de estilos, que van del Gótico al Barroco, si bien prevalece el Renacimiento. El templo es enorme, destacando en su interior el Altar Mayor, obra de Diego de Bergara, y el Coro, de Pedro de Mena. Interesante visita por un módico precio de 2 euros, teniendo en cuenta lo que cobran en otros sitios.
Estuvimos a punto de entrar en el Museo Picasso, pero seguía haciendo mucho calor y nos apetecía descansar de tanta caminata, así que fuimos hasta el puerto y nos sentamos en el Palmeral de las Sorpresas a tomar unos cócteles mientras escuchábamos música en directo. Cuando se hizo de noche bajó la temperatura y volvimos al hotel a recuperar fuerzas. Por la noche salimos a cenar, nuevamente de tapas. Fue imposible repetir en el Mesón Cervantes y más todavía encontrar un sitio libre para tomar un fino en El Pimpi, aunque sí nos dimos una vuelta por el abarrotado interior. Al final, terminamos encontrando un hueco en otro local para tomar nuestras últimas tapitas en Málaga.
Nos quedaron sitios por visitar de los recomendados (la Casa Natal de Picasso, el Museo Carmen Thyssen, el Museo Automovilístico, etc) ya que dos días no es demasiado tiempo para patearse una ciudad como Málaga, pero creo que sí vimos lo más importante conforme a nuestros gustos y, sobre todo, disfrutamos de lo mejor: su ambiente. Quizás precisamente porque no es una capital esencialmente monumental, que hubiese una gran cantidad de turistas no fue tanto inconveniente como lo hubiera sido en otros lugares. En resumen, nos gustó mucho Málaga.