...lo usaban como lugar de veraneo, la palabra chacra mudó a chacrita y, de ahí, a chacarita. De modo que su nombre es producto de una deformación, y su epicentro uno de los cementerios más grandes del mundo.
-Te hago una pregunta: ¿la tumba de Luca Prodan?
Los chicos son tres, y no tienen más de 17. Un varón y dos mujeres. Son las tres de la tarde, el cementerio de la Chacarita parece a punto de entrar en ebullición, y ellos llegaron quién sabe de dónde para ver la tumba de Luca Prodan, un músico italiano que vivió en la Argentina, fundó una banda de rock -Sumo- y se murió. Todo buen fan debería saber que Luca no fue enterrado aquí pero estos chicos no lo saben y ahora, asomados a las oficinas de María Elena Tuma -Coordinadora General de Cultura de los Cementerios de la Ciudad de Buenos Aires-, preguntan:
-¿La tumba de Luca Prodan?
A lo que María Elena Tuma responde, como quien ha respondido mil veces:
-Luca no está acá. Nunca estuvo.
-¿Y dónde está? -pregunta el varón.
-Dicen que lo cremaron y lo llevaron a Córdoba.
El cementerio de la Chacarita nació para recibir a los muertos de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 y es el hermano modesto del de la Recoleta que, lejos de aquí, recoge los cuerpos de familias patricias en bóvedas lustradas hasta el ardor. Los años lo hicieron gigante y popular (con panteones que agrupan a sus muertos por nacionalidad -franceses, yugoslavos, españoles- y oficios: zapateros, actores, boxeadores, sastres, maestros, policías) y depositario de ilustres como el presidente Juan Domingo Perón que estuvo aquí hasta 2006, cuando fue trasladado; el cantante Carlos Gardel; y Jorge Newbery, uno de los primeros aviadores hispanoamericanos, que murió al estrellarse en Mendoza, con una bóveda de dimensiones jurásicas en la que cinco cóndores aferrados a un risco custodian el cuerpo de un hombre titánico, desnudo, cobijado entre alas monstruosas, desmadejadas en un gesto de potencia demencial e inútil. Por lo demás, los pasillos están desiertos, blanqueados por un sol de miedo. En algunas tumbas se nota el rastro de los vivos -y entonces hay flores y retratos, y están frescas como galerías a la hora de la siesta-, pero muchas más tienen los vitrales rotos y, en el interior, se acumulan latas de pintura, escobas.
Chacarita es un barrio con mercerías que venden calzones enormes junto a agarraderas para el horno; lavaderos que se llaman Lava que te lava, verdulerías Gen&Ales, o tiendas de ropa K-Labaza: cosas que están ahí desde hace demasiado tiempo, fieles a la única moda que se pueden permitir: la subsistencia. Tiene dos estaciones de tren: la del ferrocarril Urquiza y la del San Martín. A pocos metros de la del Ferrocarril Urquiza está El Galpón, un sitio que se anuncia como el primer mercado orgánico de Buenos Aires y donde los productores venden directamente al público. Abre sólo los miércoles y los sábados, de 9 a 18. Hoy es miércoles. En torno al edificio enorme, de chapa, hay césped y mesas cubiertas por manteles verdes donde varias personas comen comidas saludables y orgánicas que vende el restaurante saludable y orgánico de El Galpón. Hay un chico que toca la guitarra y dos puestos: en uno venden flautas, en el otro trozos de una materia gris opaca sobre la que hay, pegados sin esmero, pedazos de azulejos.
-Es mosaiquismo -dice la mujer que atiende-, pero no el tradicional, es otro concepto. Los hago yo, y salen 4 dólares. Todo con material reciclado.