A mí Bratislava me soprendió muy gratamente. Es más provincial y pequeña que las otras grandes capitales pero quizás esa es su gracia. Te voy a pasar un escrito que tengo a medias de uno de mis viajes en que hablo de Bratislava (qué hicimos, qué ver por ahí...). Espero que te guste y sirva tanto a tí como aquellos interesados en la capital eslovaca:
Un día para ver Bratislava. Ese era el tiempo con que contábamos para poder recorrer las calles de la capital de Eslovaquia, una de las ciudades “revelación” a lo largo del viaje. Cuando se llevan pocas expectativas respecto a un sitio y éste no resulta estar mal, se le acaba cogiendo incluso cariño. Eso me ocurrió a mí con Bratislava, que no me esperaba demasiado de ella y me terminó ENCANTADO. Y lo digo como lo pienso.
No hay apenas información en español sobre esta ciudad. Las guías parecen tocarla de paso y como mucho se puede encontrar algo en inglés. Y en internet más de lo mismo, pero juntando retales elaboré un pequeño dossier en formato word que imprimí y guardé en la mochila. Algo de Historia, algo sobre sus monumentos, los recorridos más interesantes, un pequeño mapa, etc... Lo suficiente para no salir con la caraja e ir más perdidos que un pulpo en una bañera.
Bratislava, siempre que no se quiera profundizar hasta la extenuación, es un destino que se ventila cómodamente en un día. Y no porque desmerezca o porque sea “menos que”. Simplemente es una ciudad pequeña que dista del tamaño de otras “grandes capitales” más conocidas en el continente europeo. Su casco histórico es fácilmente reconocible y por ello no son necesarias las caminatas kilométricas. Incluso sus monumentos no requieren demasiado tiempo porque incluso los más grandes como el Palacio Primacial no tienen excesivas dependencias abiertas al público.
Hay que decir que esta ciudad antiguamente llamada Presburgo gozó de una gran importancia de los Siglos XVI al XVIII ambos inclusive. Y es que fue capital de Hungría durante ese tiempo. Ya después estuvo aquí y allá dentro del Reino húngaro, del Imperio Austrohúngaro y posteriormente compartiendo nación con la República Checa. No hace demasiado de ese invento llamado Checoslovaquia que dejó de existir en 1993.
Respecto a los atractivos de esta ciudad os los comentaré tal y como los vimos o “sentimos nosotros”. Bratislava, como he comentado antes, no es una ciudad de grandes proporciones, sobre todo en lo que a su centro se refiere. Otra cosa son los barrios que la rodean, más propios de lo que el comunismo fue gestando durante décadas. Lo que ya sabéis, bloques repetidos de hormigón, incontables chimeneas de fábricas y un largo etcétera de antiestética y desazón para la vista.
Pero dentro de las lindes de lo que en su día fue Presburgo se goza de un ambiente sensacional, más propio de una ciudad de provincias que de una capital. Eso precisamente fue algo que apreciamos sobremanera. Sus preciosas calles tonos pastel no están atestadas de turistas como pueden estar las tres grandes Imperiales en pleno verano (a saber Praga, Viena y Budapest). La mayoría de los visitantes están de paso y se quedan igualmente un solo día. Aunque poco a poco se está incluyendo en los itinerarios de los viajeros, que buscan algo de sosiego después de ver las ciudades ya comentadas. Hay que recordar que la capital eslovaca se encuentra a 60 kilómetros de Viena, con la hay excelentes comunicaciones tanto por tren como por autobús. Incluso los austriacos más expansionistas la consideran un barrio vienés. El dato de que ambas capitales son las más cercanas en todo el mundo es un sin duda revelador.
Para meterse en el “meollo” lo mejor es dirigirse hacia el Antiguo Ayuntamiento, el corazón de la Staré Mesto (ciudad antigua), donde se reúnen gran parte de los atractivos de la ciudad. Nosotros fuimos allí desde nuestro Hostel, aunque nos detuvimos en la bonita “Iglesia Azul” que nos pillaba de paso. Como su propio nombre indica, en azul es el protagonista de este templo religioso al que vale la pena echar un vistazo. Una vez se cruza la enorme avenida de nombre Sturova, siguiendo las indicaciones tanto del mapa como de las señales presentes en la ciudad, es sencillo adentrarse al casco viejo por alguna de esas calles cuidadosamente limpias, en ocasiones peatonales y con edificios coloristas y agradables a la vista. Uno de los puntos imprescindibles en pleno corazón de Bratislava es sin duda el Palacio Primacial, distinguido por el rosa de su fachada y por su estilo clásico, sin demasiadas estridencias. El que fue en primer lugar residencia de Arzobispos, también llamados Primados (de ahí su nombre), se convirtió en morada ocasional de los distintos Reyes de Hungría. Incluso dentro de sus muros se celebraron ostentosas coronaciones además de otros actos de importancia para la Monarquía y Aristocracia del momento. Aunque fue quizás en 1805 cuando vivió uno de los momentos más importantes e influyentes en Europa. En el Salón de los Espejos se firmó la “Paz de Presburgo” en la que Napoleón hizo tambalear irremediablemente los cimientos del Sacro Imperio Romano Germánico, alcanzando para Francia un poder sin precedentes.
Actualmente se puede visitar el Palacio (nos salió gratis con carnet de estudiante) en cuyas dependencias decoradas con gran lujo permanece colgada una de las mejores series de tapices del XVII a este lado del Danubio, los cuales fueron encontrados escondidos casualmente más de 300 años después. También destaca el mencionado Salón de los Espejos y la Capilla de San Ladislao.
En la misma Plaza que alberga el precioso Palacio hay acceso al Antiguo Ayuntamiento caracterizado por su alta torre con tejado verde, y que en la actualidad cumple la función de Museo Municipal. Cruzando por sus arcadas con tenebrosos capiteles e internándose en su patio se llega a la elegante a la vez que modesta la Plaza del Ayuntamiento. Un lugar amable y armonioso decorado con estatuas y en cuya fachada del edificio municipal se aprecia un curioso resto de la invasión napoleónica: una bala de cañón incrustada. Buscadla a ver dónde la encontráis.
En la Plaza es posible encontrarse con una estatua metálica del mismísimo Napoleón, que sentado parece observar cómo pasa el tiempo. Esta no es la única, ya que en toda la ciudad hay otras tres a cada cual más original que desde hace pocos años se mezclan con los paseantes. Si vais, os propongo que estéis atentos para dar con ellas. Están en lugares céntricos y muy de paso por turistas y ciudadanos. Una es un obrero apoyado en una alcantarilla que descansa y echa un ojo a la gente, más concretamente a “las faldas de las mujeres” como dicen los propios eslovacos. Otra representa a un paparazzi escondido esperando realizar una instantánea de su Pantoja particular. La más querida de las estatuas corresponde a la imagen de Schoner naci, un vagabundo amable y caballeroso de principios del S. XX que nunca descuidó su aspecto, portando siempre frac y sombrero de copa.
De camino al castillo que se erige en lo alto de una colina se pasa por la Catedral de San Martín, un tanto coqueta pero no por ello menos importante en la Historia, ya que aquí fueron coronados nada más y nada menos que 19 monarcas de cuando Bratislava era la capital del próspero Reino de Hungría. De estilo neogótico sufrió innumerables cambios en su aspecto que le hacen diferir un tanto de lo que un día fue. En la pequeña cripta subterránea, rodeados de tumbas de religiosos, nos hicimos alguna que otra fotografía, cosa que no le hizo demasiada gracia a Julián, poco amigo de lugares tétricos. A mí, del que dicen que soy un poco macabro, me sentí como en cualquier otro sitio. Ni mal rollo ni nada.
Y por fin la escalada al Castillo, lenta y escalonada, nunca mejor dicho por sus estrechos y empinados callejones por los que se asciende al que, con perdón, fue nuestro “fiasco” en Bratislava. Y es que el Castillo utilizado en la actualidad como Museo y Centro de Exposiciones de diversos estilos artísticos, no es ni la sombra de lo que fue. Y es que el que durante siglos sostuvo el cetro de un reinado y sirvió de fortaleza inexpugnable, ha sufrido incontables incendios y devastaciones a las que siguieron posteriores reconstrucciones. La fachada externa no es precisamente espectacular pero da suficientemente el pego para no desentonar demasiado. Donde sí se nota la escasa “estética” impropia de un castillo medieval es en el patio interior, que da muchas pistas de su pasado centro del gobierno comunista.
Afortunadamente la subida a la colina del Castillo no la hicimos en vano ya que desde allí obtuvimos una panorámica de la ciudad bastante interesante, aunque personalmente no superior a la que tuvimos la suerte de disfrutar en otro de los puntos imprescindibles de Bratislava, que no es otro que la Puerta de San Miguel. En pleno casco histórico, erigida en la calle del mismo nombre, se alza una torreta que un día formó parte de una de las cuatro entradas a la ciudad por la muralla que en su día existió (y que es posible ver un buen ejemplo próximo a la Catedral). Actualmente, la torre alberga en su interior una excelente colección de armas, aunque el mayor tesoro se encuentre en su tejado exterior, que proporciona esas maravillosas vistas que por su posición en el mapa permite tomar las mejores fotografías de la afable ciudad eslovaca. A escasísimos metros de la torre se encuentra el Museo de Farmacia, la “cámara del timo” particular de la Eslovaquia. No es porque el lugar lo desmerezca, ni mucho menos con los frescos de los techos o con los objetos farmacéuticos que tanto valor tienen. “El timo” radica en que es tan sólo una sala a la que entras cuando pagas. Me explico. Abrimos la puerta y nos pasmamos de una pequeña habitación bastante bonita con instrumentos médicos y frascos de botica (así se llamaban antiguamente a las farmacias). Un señor sentado en una mesa nos informó de los precios, y nosotros, pensando que la cosa podía estar bien, decidimos pagar (no recuerdo cuánto). Qué sorpresa nos llevamos cuando no había más que eso que tuvimos ocasión de ver nada más entrar. Era esa sala. Recomendación para los menos primos: Entrad, preguntad precios y ved el museo. Después marchaos porque no vale la pena dejarse la pasta de esa forma.
Por supuesto que hay muchos más monumentos o edificios de interés en Bratislava como lo puede ser el Palacio Grassalkovich, del Siglo XVIII y que sirve de residencia del Presidente de la República (no abierto al público lamentablemente), el Palacio Mirbach de estilo barroco o la Iglesia/Monasterio de los Franciscanos. Pero sin duda la mejor manera de visitar Bratislava es caminando por sus pintorescas callejuelas, en su mayoría peatonales y llenísimas de terrazas en los meses estivales. Es vital para disfrutar de la ciudad dejarse llevar por su ambiente sosegado y menos estresante que en otras capitales europeas. Vale la pena, sin duda alguna, no ir con “programas” estrictos y preestablecidos, y pasear sin ninguna prisa por una ciudad en la que el tiempo pasa más despacio y lo urgente es menos urgente.
Adicionalmente voy a dar una opinión un tanto subjetiva al igual que baladí como perteneciente que soy al género masculino: las mujeres son posiblemente las más guapas a este lado del continente. No digo más.
El grupo de los 3 viajeros que formábamos Julián, Eduardo y yo dimos cuenta de la vitalidad de una ciudad, de la que sin esperar gran cosa en un principio, nos terminó encandilando. Y es que vivimos un día bastante tranquilo a la vez que alegre por las calles de Bratislava.
Por la tarde comimos, seguimos paseando y fuimos a ver el hermoso edificio de la Ópera, y tras recoger nuestras cosas nos marchamos a la Estación para tomar uno de los muchos trenes que salen en dirección a Viena, la capital de Austria. Alguno se preguntará qué pasó con la reserva ficticia en el Patio Hostel. Sencillo, fuimos a ver qué es lo que había sucedido y el encargado reconoció el error por parte de su personal recién contratado, nos pidió mil disculpas y nos sufragó con creces la diferencia de precio con el Orange Hostel donde habíamos pasado la noche. Todo solucionado, por tanto.
Nada más abandonar en tranvía que nos llevó a la Estación de Bratislava (hay otra más antigua al otro lado del Danubio) supimos que en tan sólo 10 minutos salía un tren cuyo destino final era Wien Südbahnhof, es decir, la Estación del Sur de la ciudad de Viena. La capital austriaca cuenta con no pocas terminales, por lo que conviene enterarse bien dónde te deja el tren. Puede haber una distancia considerable entre unas y otras. Nosotros el alojamiento reservado (Strawberry Hostel) quedaba más bien cerca de la Ostbahnhof, por lo que debimos tomar un tranvía para arribar a nuestro objetivo.
El trayecto entre Bratislava y Viena supera por poco la hora de duración, sobre todo debido a la parada requerida para los respectivos y cansinos Passport Controls a los que todos debemos someternos. Aún así es un tiempo nimio tratándose de cruzar de una capital a otra. Desde la ventanilla pudimos atisbar el gran tamaño de Viena, bastante superior al de las ciudades que habíamos visitado hasta el momento. Un gris casi negro cubría un cielo que parecía querer apagar su luz de un plumazo. Se atisbaba tormenta… )
Espero que os guste!
Saludos,
José Miguel Redondo (Sele)
EL RINCÓN DE SELE