UN FIN DE SEMANA EN JUMILLA
Varios amigos de la misma quinta decidimos celebrar colectivamente nuestro cumpleaños de cifra redonda a lo largo de un fin de semana y las
X Jornadas Gastronómicas Ruta del Vino de Jumilla han puesto el escenario y el ambientillo ideal para una escapada-homenaje que recordaremos siempre con mucho agrado.
Los pueblos del altiplano murciano sorprenden con su aire castellano-manchego más un toque valenciano. Llegamos a mediodía y nos dirigimos directamente al
castillo para contemplar el caserío y su entorno a vista de pájaro. Un acierto, pues también nos brindó la oportunidad de conocer algo de la historia local en sus salas: La orografía abrigada, los cruces de caminos, la huella árabe y cristiana, el vínculo con el Marquesado de Villena y el carácter de frontera, el fin de los señoríos y los nuevos tiempos, el despegue económico y cultural impulsado por el vino y el esparto…son claves que más tarde nos ayudaran a leer la historia en nuestros paseos por Jumilla.
Campanario de la Iglesia Mayor de Santiago desde el Castillo de Jumilla
Al castillo se puede subir en autobús desde la Plaza del Rollo y cabe también acercarse en vehículo propio por la carretera de Yecla hasta un aparcamiento. Desde allí se remonta una subida peatonal suave (10 minutos) hasta la entrada. Lo encontramos muy bien acondicionado. Precio de la entrada: 1 €.
Dejamos la fortaleza sin aristas (ardid para mejor resistir a la metralla) y nos internamos en la trama urbana. El ejercicio y el aire fresco nos han abierto el apetito y nos metemos de lleno en materia gastronómica, pero esto ya lo cuento en
De vinos, tapas y pucheros en Jumilla (Murcia)
Luego, el cuerpo pide paseo y recorremos entre dos luces el
ensanche modernista. Comenzamos por el Jardín de la Glorieta, confín del conjunto histórico-artístico y solar de un antiguo convento desamortizado. Las calles Castelar, Canalejas y Cánovas del Castillo, aunque traen ecos de un siglo agitado en sus nombres, transmiten prosperidad y armonía. Algunas fachadas se han perdido en el tiempo y la voracidad constructora de la segunda mitad del siglo XX. Pero persisten dos pequeñas joyas de este periodo: la
Casa Modernista (proyecto de Joan Alsina i Arùs, hacia 1911) con un bello balcón-mirador de forja y, casi enfrente, el
Teatro Vico.
La mejor tradición artesana de Jumilla y los nuevos aires del modernismo catalán se funden en este balcón-mirador de la Casa Modernista. Forjado sin remaches por el artesano jumillano Avelino Gómez según proyecto de Joan Alsina i Riùs.
En la Plaza de la Constitución (popularmente Jardín de las Ranas por las tres que se abrazan en la fuentecilla) nos atrapa el
Museo Municipal “Jerónimo Molina” pues venimos atraídos por la colección de antiguos enseres de farmacia. No quedamos defraudados y aprovechamos para curiosear las secciones dedicadas al esparto y otros oficios artesanos, vida cotidiana, ciencias naturales (llamativas las mariposas y las huellas fósiles) etc.
Antiguos enseres de farmacia en el Museo Municipal "Jerónimo Molina"
Un recorrido atrás en el tiempo nos lleva ahora a la Jumilla renacentista en la
Plaza de Arriba. La iluminación nocturna realza la fachada del
Palacio del Concejo, de reminiscencias manuelinas. Me hubiera gustado visitar la sección de arqueología que se alberga en su interior por gusto de ver tanto el continente como el contenido, pero ya no pudo ser esta vez. Como me dijo en cierta ocasión una Jumillana, hay que dejar creciente (masa madre para el próximo pan).
Iglesia Mayor de Santiago y Palacio del Concejo desde la Plaza de Arriba
Caminando atrás en el tiempo, el espacio abierto de la Plaza que tan bien simboliza el renacimiento, se estrecha y se enreda ahora en callejuelas de trazado medieval que buscan el cobijo de la
Iglesia Mayor de Santiago y del Castillo. Llegamos a tiempo de contemplar iluminado ese compendio de historia que todo templo de cierta envergadura alberga: Grotescos y dragones en las nervaduras de la nave gótica, ascendencia mudéjar en el rosetón, mecenazgo y señorío de origen feudal en los emblemas de los marqueses de Villena, elegante renacimiento en la cúpula y las veneras que la acompañan, manierismo y transición en el retablo, barroco decidido en las capillas, revisitado clasicismo del XIX en el coro…Y bueno, de momento no ostenta calificación de Trip Advisor en la puerta, es un alivio, que ya lo he visto en alguna iglesia.
Curioseamos las callejuelas de nombres tan entrañables como la Acerica (acceso peatonal al Castillo), Capitán, Acomodadas, Callejón del Fiscal hasta la plaza de Santa María, solar de una desaparecida iglesia cuya orientación nos habla de una desaparecida mezquita y no sabemos qué más en este devenir, piedra sobre piedra, de la historia. La torre y la balconada sobre la calle de Santa María son un sugerente telón de fondo para el lugar y parece que unos personajes van a aparecer en cualquier momento para contarnos alguna vieja historia de estas piedras.
El invierno nos ha pillado de improviso y en sandalias a los murcianos este fin de semana, así que bajamos a los bares y lo combatimos con vinos y pucheros.
Nos alojamos en el Hotel Monreal. Correcto por 58 € / hab. Doble. Se aparca bien en la calle y la situación es cómoda para la visita. Destaco la amabilidad del personal de recepción.
El domingo nos acercamos al
Monasterio de Santa Ana, a unos 10 Km sierra adentro. Arquitectónicamente es sumamente sencillo. Se visita la iglesia y un batiburrillo-museo donde cabe casi cualquier cosa. Lo veo interesante como curiosidad, centro de devoción o por el entorno y la panorámica.
A continuación
visita a una bodega.
Casa de la Ermita, a unos 14 Km de Jumilla y entre viñedos, fue la elegida. La visita guiada (5 €) transcurre primero por los campos, luego en una sala expositiva que pronto se dedicará a la elaboración de cervezas (es el signo de los tiempos) y finaliza con una cata de tres vinos y un aperitivo (queso, embutido, frutos secos) en la sala de barricas. Se prolongó casi durante dos horas y nuestra guía fue muy atenta y amena. Tal vez se echó de menos algo de explicación y acompañamiento durante la cata pero reconozco que fuimos un grupo grande, festivo y algo disperso. Con un trozo de tiza y sobre una barrica dejamos testimonio del paso de los Boticarios Panochos por Casa de la Ermita. Por nuestra parte, llevamos con nosotros una botella de crianza y una confitura al vino que perfuma y realza un buen plato de queso.
Es bonito sentir la cálida acogida propia de los destinos que no son eminentemente turísticos. También dejan espacio al descubrimiento y a la sorpresa. Jumilla ha sido un buen lugar para celebrar la Amistad con vino, simpatía y buenos alimentos.