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Johannesburgo es una de las capitales de Sudáfrica, con una población que supera los 5 millones. La ciudad se fundó en 1886 como un asentamiento minero tras el hallazgo de yacimientos de oro. La llegada de buscadores de fortuna de diferentes nacionalidades hicieron que la minoría gobernante, los bóers, promulgasen leyes en su favor, que en el futuro permitirían el control de la mayoría negra.
El incremento demográfico de la población negra en los alrededores de la ciudad en los años 30, en busca de un trabajo propició la aparición de campamentos de chabolas. Estos núcleos se desarrollaron posteriormente en ciudades organizadas conocidos como townships, de los cuales Soweto es el más conocido.
Tras las elecciones de 1948, en las cuales solo se permitía votar a la minoría blanca, la coalición ganadora estableció el Apartheid (literalmente, estar apartado). Esta ley clasificaba a cualquier persona por su raza, prohibiendo los matrimonios mixtos, así como las relaciones sexuales interraciales. Se separaban las actividades por raza (escuelas, autobuses, playas, baños, …), prohibiéndose incluso la entrada en ciudades como el centro de Johannesburgo.
Johannesburgo es una ciudad joven y como tal ha tenido posibilidad de crecer sin problemas, extiendiéndose por una superficie de 100x60 km. Esto lo hace poco atractiva para visitar: escasos puntos de interés muy distantes entre sí.
Aterrizo a las 9:00h y si estaba nervioso antes de empezar el viaje, eso no era nada comparado a la ansiedad de esperar 45’ para recuperar el equipaje de entre los del pasaje de un A380. El día que aterrice uno de estos en Barcelona puede suponer una espera de días.
Me gustan las primeras impresiones que tienes cuando llegas a un lugar nuevo y estas fueron inmejorables. La amabilidad pausada de la gente. Tomo el tren rápido (Gautrain) que me deja en el centro de la ciudad, Park Station. Es sábado y el tráfico no es bullicioso. Lo primero que me llama la atención es la cantidad de personas que visten la camiseta de los Springbocks, el equipo nacional de rugby que estos días juegan el mundial. Pregunto si juegan hoy y me responden que sí.
Siguiendo los consejos de mis amigos que me advertían de la inseguridad de la ciudad, tomo un autobús que me deja en Melville, un barrio acomodado alejado de aquellos de mala reputación. Allí es donde tengo reservado el alojamiento. Me costó encontrar la pequeña puerta cerrada, escondida entre las trepadoras que cubrían todo el muro del recinto. Una chica me abre la puerta tras picar numerosas veces al timbre. Me acomoda y me entraba una nota del propietario, Conway, recomendándome que sitios visitar.
La ciudad no está pensada para pasear. Sin embargo, el trazado ortogonal de las calles resulta familiar. Recuerda a las ciudades americanas, con letreros de las calles en las esquinas, pero con una arquitectura sobria propia en los rascacielos de los años 60 mezclado con antiguos edificios pintados de vivos colores al más puro estilo africano. En las calles también contrastaban zonas vacías con núcleos atestados de gente con numerosos puestos de venta y hordas de gente subiendo y bajando de los taxis colectivos.
El sol se pone y decido volver a mi zona de confort. Llego ya de noche y en la calle principal los bares están atestados de gente. Juegan los Springbocks contra Escocia. Entro en uno y miro el partido mientras tomo una cerveza. La multitud aplaude cada jugada que supone aumentar el marcador. Gana Sudáfrica holgadamente.
El hostal es perfecto, cama cómoda y desayuno espectacular. Conway me saluda, me da algunas recomendaciones de cómo pasar el día y no me deja pagar la cerveza que me tome en la balconada de la habitación. Me despido y tras dejar la mochila en la consigna tomo el autobús turístico.
Quería visitar Soweto, el suburbio donde se organizó la resistencia al apartheid por la mayoría negra. El recorrido en sí no aporta nada salvo la memoria de los lugares donde tuvieron lugar las protestas, si bien me llamo la atención las dimensiones de la casa de Nelson Mandela, que ahora es un museo con piezas de escaso interés.
Mención aparte merece el museo del Apartheid. Pertenece a la categoría de museos emotivos en los que resulta más interesante la sensación que recibes que lo que ves, como fueron el U21 de Camboya, el museo del holocausto en Israel o el de la coca en Bolivia.
Día 2, Johannesburgo.
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