Viajar a Japón por libre. Diario de una luna de miel soñada ✏️ Blogs de JaponSomos Pedro y Nisa, una pareja canaria que en abril de 2012 cumplió un sueño: viajar por libre a Japón con motivo de su luna de miel. Queremos compartir con vosotros la crónica de nuestro viaje (texto, fotos y vídeo), con el deseo de que os ayude si estáis pensando ir al país del sol naciente por vuestra cuenta.Autor: Nisarce Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (25 Votos) Índice del Diario: Viajar a Japón por libre. Diario de una luna de miel soñada
01: Viaje a Japón: días 1 y 2, de Gran Canaria a Tokyo
02: Viaje a Japón: día 3, Tokyo, Akihabara
03: Viaje a Japón: día 4, Tokyo, Shibuya y Shinjuku
04: Viaje a Japón: día 5, Nikko
05: Viaje a Japón: día 6, Tokyo, Palacio Imperial, torre de Tokyo y alrededores
06: Viaje a Japón: día 7, Kawaguchiko, a la caza del Fuji
07: Viaje a Japón: día 8, Tokyo, parque de Yoyogi
08: Viaje a Japón: día 9, Nagoya y llegada a Kyoto
09: Viaje a Japón: día 10, Nara
10: Viaje a Japón: día 11, Kyoto
11: Viaje a Japón: día 12, sesión de fotos profesionales en Kyoto
12: Viaje a Japón: día 13, Kobe
13: Viaje a Japón: día 14, Hiroshima y noche en Miyajima
14: Viaje a Japón: día 15, subida al Monte Misen en Miyajima, y noche en Fukuoka
15: Viaje a Japón: días 16 y 17, Osaka (primera parte)
16: Viaje a Japón: días 16 y 17, Osaka (segunda parte)
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Etapas 4 a 6, total 16
Tokyo es, como ya les he ido contando, una ciudad enorme, repleta de cosas que ver, pero que puede llegar a saturar. Es por ello que cuando planifiqué nuestro viaje a Japón, de los siete días previstos en Tokyo, dos estaban dedicados a excursiones de una jornada (ida y vuelta en el mismo día, vaya). Y así fue.
Aquí está el videodiario, por si les apetece verlo también: Gracias a sus magníficas conexiones por tren, hacer una excursión de un día desde la capital es totalmente factible. Hay varios destinos recomendables y hasta el último momento lo previsto era ir hasta Kamakura a ver la gran estatua de Buda, pero finalmente decidimos ir hacia el Norte, a la ciudad de Nikko. Como no fuimos a Kamakura, no puedo comparar, pero la verdad es que vale la pena dedicarle un día a Nikko y descubrir el Japón antiguo entre bosques y montañas. Nos levantamos pronto, compramos el desayuno en el Lawson y cogimos el shinkansen (nos comimos el desayuno en el tren) hasta la estación de Utsunomiya, situada más o menos a unos 45 minutos de viaje. Como siempre, les recomiendo la web Hyperdia para consultar todos los horarios de los trenes japoneses con total fiabilidad y exactitud. De ahí cambiamos a una línea local que nos llevó a Nikko en otros 45 minutos. En total, algo más de una hora de cómodo viaje en el que, a través de las ventanas, uno podía ir comprobando cómo a medida que te acercabas a zona de montaña, cambiaba el paisaje: pueblos, verde, y sobre todo cerezos en flor, puesto que en Tokyo ya quedaban muy poquitos. Nikko fue capital de Japón durante muchos años. A día de hoy lo que es el casco histórico (situado en las montañas) está a una media hora caminando desde la estación de trenes. Se puede ir en guagua desde la estación hasta la zona donde empieza el conjunto arquitectónico-artístico-religioso, pero nosotros, cómo no, preferimos ir a pata, y valió la pena, porque descubrimos algunas cosillas interesantes. Como en muchas calles de Japón, las de Nikko están repletas de plantas. En este caso, había plantados árboles de unas flores preciosas. No sé si era una variedad de cerezo… Si alguien nos puede iluminar, se agradece Y un detalle de las flores. En los templos sintoístas japoneses es costumbre que puedas comprar una tablilla para dejar tu deseo escrito y que los monjes del templo recen por él para que se cumpla. En Nikko, mientras caminábamos hacia el casco histórico, nos topamos con un pequeño templo de barrio (desierto el vecindario, por cierto; solo nos encontramos con un par de señoras que nos devolvieron el saludo y unos obreros que arreglaban un trozo de asfalto) en el que no había nadie y podías dejar tu mensaje gratuitamente. Así hicimos. No fue la única tablilla que dejamos escrita en Japón, pero ya verán en dónde fue… Por lo pronto, Pedro escribió el mensaje de la que dejamos en Nikko. Este fue nuestro deseo. Atención a los remitentes… Seguimos caminando, y guiados por un rumor de agua, llegamos hasta el borde mismo de un río. En la foto se puede apreciar que por la zona montañosa hacía un poco de rasquilla… Una de las cosas que me alucina de los japoneses, son sus carteles monos. Pese a la teoría que sostengo, y que dice que son expertos en suavizar mensajes autoritarios/prohibiciones a base de dibujos cucos. Visto también en medio del vecindario… Tras lo dicho, unos 25 minutos de pateo por una suave cuesta, llegamos al inicio de la zona histórica, algo que se aprecia porque el número de restaurantes y tiendas de recuerdos por metro cuadrado aumenta exponencialmente. El inicio de la ruta por la que Nikko es famosa comienza con el puente de Shinkyo. Para pasar por encima del puente hay que pagar entrada, pero se puede ver gratuitamente desde poca distancia. A partir de ahí, hay que subir a pie. Es un buen pateo con escaleras de piedra incluidas, pero es todo tan bonito y tan verde que uno se olvida. Al llegar a la altura del primer templo (el cual pillamos nosotros en restauración) puedes compra la entrada combinada para los principales templos del complejo, algo totalmente recomendable, ya que se ahorra una buena cantidad de dinero. Los japoneses lo llaman “combini ticketo” (combined ticket). Por cierto, dato muy importante si se va de visita a Nikko: por favor, lleven puestos unos buenos calcetines, gorditos y sin agujeros… La cutre que está escribiendo esto se llevó unos finitos y con tomates (agujero por el que asomaba el dedo gordo de su pie derecho). Lo digo porque en todos los templos hay que descalzarse, y al menos en abril en la zona hace fresquito. Acabé con los pies helados y enseñando mis preciosos ñoños a todo el mundo (seguro que más de un japonés hizo la vista gorda por ser guiri, pero no creo que sea de muy buen gusto lo que me pasó xD). Nikko es una ciudad santuario muy visitada por los propios japoneses. De hecho, prácticamente todos los turistas que vimos (al ser un día entre semana, no había muchos) eran nacionales. Hay algo entre místico y antiguo en el aire. Los templos son de madera y están en buen grado de conservación, algunos más que otros. Se ven muchas linternas de piedra, esculturas, altares, budas… La clásica mezcla budista-sintoísta japonesa. Sin duda, es un lugar ideal para acercarse al Japón tradicional y empaparse de su arquitectura en un ambiente mucho más relajado (al menos en las fechas en que fuimos nosotros) que la siempre transitada Kyoto. El templo que más me gustó fue el de Toshogu, en cuyos establos están las esculturas más famosas del complejo: los tres monos sabios. El mono que no ve el mal, el mono que no escucha el mal y el mono que no dice el mal. Lo cierto es que verlo en directo impacta. Esta escultura forma parte de un grupo que ha de verse e interpretarse de forma lineal. En ese mismo templo había un gráfico que explicaba la leyenda paso a paso en japonés y en inglés. La transcribo aquí, porque me pareció muy ilustrativa: Una madre mono mira el futuro de su hijo, mientras el hijo mira a su madre. Tres monos nos dicen que ese mono niño debe no ver el mal, no decir el mal y no escuchar el mal. El niño mono crece y en breve será independiente. Tiene muchas ambiciones. Se acaba sintiendo frustrado en la vida y mira hacia abajo, a lo más profundo del abismo, mientras uno de sus amigos le consuela. También tiene mal de amores. Una nueva pareja de monos está a punto de navegar por las olas de la vida en común. Y ahora la mona va a ser madre. El círculo vuelve a la primera escena. Paseamos y paseamos. Subimos escaleras hasta quedarnos con la lengua fuera, sacamos fotos, nos descalzamos… Pero sin duda lo pasamos en grande. Por cierto, en la entrada de los templos sintoístas suele haber un pequeño estanque de agua que se renueva constantemente y que llega a través de unas cañas de bambú. Es para purificarse antes de entrar, y el ritual se hace según este diagrama. Cómo no, en Nikko también vimos las esculturas de los guerreros. Impresionan, sobre todo a Pedro… Cuando terminamos de ver el complejo histórico, decidimos emprender el camino de vuelta por el mismo sitio por el que vinimos, y a pie, con la intención de almorzar por el pueblo. Justo a la salida del casco histórico encontramos un tenderete que llevaba una pareja de señores mayores. Vendían, entre otras cosas, un dango delicioso. El dango son bolitas de pasta de arroz hechas a la brasa. Esas en concreto eran de la variedad mitarashi y llevaban una salsa de soja espesa, clarita y dulce. Aquellas eran caseras, y la señora, amablemente, nos indicó que tardaría un poco en tenerlas hechas porque las tenía que dejar al punto en la brasa, pero le dijimos que no importaba y así pudimos ver cómo se iban dorando poco a poco. Estaba buenísimo. Ah, si quieren quedar como reyes ante un japonés si te ha gustado la comida que te ha servido, dile “oishii”. Todos a los que se lo dijimos sonreían mucho y asentían mientras repetían “oishii!” (delicioso). Empezamos a descender por el pueblo (lo que antes era cuesta arriba, ahora cuesta abajo) y almorzamos en un restaurante familiar (estaba en la planta baja de una gran casa, como casi todos los comercios de la zona) que encontramos porque nos dieron una propaganda a unos pocos metros con la que nos hacían descuento. Nos pedimos dos ramen enormes y calentitos que nos sentaron de maravilla. Además, me compré una hucha de hojalata de los tres monitos sabios, versión kawaii, que como tengo guardada en una caja con las demás cosas que nos trajimos, no muestro ahora mismo por aquí La pondré en nuestra futura casa para recopilar la calderilla, je, je. Tras eso, regresamos a Tokyo vía Utsunomiya, al hotel en Ueno y pusimos rumbo a Akihabara a frikear un rato. Un contraste total y absoluto, de lo más tradicional a lo más moderno, je, je. De los templos centenarios a los pachinkos. ¡No he hablado de los pachinkos! Son una especie de máquinas tragaperras a la japonesa. No entramos (daba mal rollo, sobre todo cuando sabes que quien lleva el cotarro es la yakuza), pero consiste en conseguir muchas bolitas de metal. Por x bolitas, te dan un vale para canjear por un premio. En Japón el juego está prohibido, pero tienen un truco: al lado de la taquilla diminuta en donde te canjean los vales por los premios (un cenicero, una toalla, etc.) hay un “negocio” en el que te compran con dinero en efectivo esos premios. Regentado por los mismos del panchinko, claro. Así que todo queda en familia. Lo que más me llamó la atención de los pachinkos, fue que los anunciaban con enormes carteles con personajes de manga, anime y videojuegos, todo muy escandaloso, muy hortera. Pedro tiene la teoría de que es para enganchar a los otakus cuando sean “respetables” salary man de treinta y pico años. Lo cierto es que uno cuando está en Tokyo llega a pensar con facilidad que el pachinko es uno de los grandes males de la sociedad japonesa. Pero luego piensas que en España tenemos los bingos, tanto físicos como online (por ejemplo, binguez), así que más o menos es lo mismo, pero como allá son tantos los que habitan el país, especialmente la capital, será que llama más la atención al ser tan numerosos estos locales… Ese fue el día que dedicamos a Nikko. El siguiente lo pasamos en Tokyo, y a día de hoy lo recuerdo como el mejor de los que dedicamos a tan descomunal ciudad. Pero eso ya lo contaré en la próxima entrada del diario Visiten mi blog si les apetece www.nisa-arce.net Etapas 4 a 6, total 16
¡Hola! Edito para añadir el videodiario de este día
De todos los días que pasamos en Tokyo, este fue, sin duda, mi favorito. Un día raro en el que hicimos una ruta bipolar, como esta ciudad enorme y extraña, fascinante quizás por esto último. Nuestra jornada comenzó muy temprano, concretamente a las 4:30 de la mañana, puesto que madrugamos para ir a la subasta de los atunes en la lonja de Tsukiji. Pese al esfuerzo y a que a las 5:45 estábamos en la zona de la lonja donde uno se ha de apuntar para acudir en calidad de visitante a la subasta, fue en vano. A esa hora ya estaban las 100 plazas diarias ocupadas. Moraleja: si pretenden ir a la subasta, cojan un taxi y plántense ahí a las 5 de la mañana, o antes. Como no vimos la subasta, no puedo describir la experiencia. Lo que sí que puedo decir es que no vale la pena visitar los alrededores de Tsujiki. Es una zona industrial vieja (he leído por ahí que están planeando trasladarla de área) y lo más interesante, que son los puestos del mercadillo que abren alrededor, tampoco es gran cosa (al menos en mi opinión, las callejuelas comerciales de Ueno son más variadas y entretenidas). Así que rascados por el fiasco (tanto que ni sacamos fotos), deambulamos un poco por el mercadillo, buscamos dónde desayunar (todo ello a las 6 y poco de la mañana; eso sí, ya en Tokyo el día estaba más que levantado, pues en esa época del año a las 4 y algo ya amanece) y acabamos comprando onigiris y par de cosas más en un 7-Eleven. Cogimos el metro de vuelta, regresamos a nuestro hotel. Hicimos un último esfuerzo y subimos la colada (que habíamos lavado el día anterior en las lavadoras automáticas del hotel) a la azotea, puesto que la secadora no funcionaba demasiado bien. Tras haberla puesto a tender, nos echamos a dormir hasta las 10. Recogimos la ropa, ya seca, y reiniciamos el día tomando la línea yamanote hasta la estación de Tokyo, que casualmente estaba en obras. Es una estación enorme, cuyo exterior tiene cierto estilo europeo. Es un punto de partida muy interesante porque está al lado de los jardines del Palacio Imperial, un lugar agradable para pasear y observar a los tokyotas en su salsa. No son los jardines públicos más bonitos que vimos en Japón, pero son grandes, variados y permiten una vista interesante del Palacio Imperial, una de las estampas con las que más se fotografían los japoneses. De echo, tuvimos que esperar un rato para poder sacarnos la foto de rigor, dado que había un nutrido grupo de jubilados de excursión sacándose una “foto oficial”. No sé si se habrán dado cuenta ya, pero me dediqué a fotografiar todas las decoraciones a ras de suelo que encontré. Hay algunas preciosas, como estas en una baldosa en las inmediaciones del Palacio Imperial. Ese día llovió un poco por la mañana. Nada de lluvia torrencial, pero sí finita, de esa que te cala poco a poco. Con paraguas y un chubasquero, y a base de hacer alguna paradita técnica bajo los árboles, escapamos. Seguimos avanzando. Gracias a Pedro, mapa en mano, llegamos sin demasiados contratiempos al Edificio de la Dieta, del edificio gubernamental más importante del país. Solo lo pudimos ver de lejos por medidas de seguridad. Eso sí, recuerdo perfectamente que había dos monjes budistas (con túnicas naranjas) en una acera, ante el edificio, haciendo un sonido rítmico con una especie de tambor, sin inmutarse. Quizás llevaban horas así. Algún tipo de protesta, supongo. La zona está repleta de empresas multinacionales y demás complejos diplomáticos. A todas estas, nuestro objetivo era llegar hasta la Torre de Tokyo, así que seguimos pateando y pateando. Paramos a comer, nos topamos incluso con la embajada americana, y a todas estas, creíamos intuir que la Torre asomaba en el horizonte… Por la cercanía con las embajadas, el barrio donde está la Torre de Tokyo está lleno de colegios y academias de inglés, y también es donde viven casi todos los embajadores en la ciudad. Una de las cosas más chulas con las que nos encontramos, fue un instituto en el que algunos alumnos estaban disputando un partido de béisbol, uniformes inclusive. Les encanta este deporte. Y en dicho instituto vimos un cartel que nos resultó curioso, puesto que muestra perfectamente el gesto que los japoneses usan para negar, puesto que la negación es algo muy mal visto en su cultura, hasta el punto de que procuran evitar pronunciar la palabra “no”. Es muy típico que si preguntas por algo en una tienda y no lo tienen, crucen los brazos en forma de aspa, como el dibujo de abajo, al tiempo que te hacen una reverencia. Eso quiere decir “lo sentimos, no lo tenemos”. Y tras mucho patear, por fin la encontramos. ¡La Torre de Tokyo! He de decir que no las tenía todas conmigo al acudir a la Torre, no estaba muy convencida sobre si subir o no, pero la verdad es que no me arrepiento de haberlo hecho. La entrada no es barata (unos 12 euros por persona) pero vale la pena por las vistas. Es un poquito más alta que la Torre Eiffel de París, y muchos aficionados al manga la recordarán por ser un enclave esencial en X, de Clamp. A ras del suelo podían verse un montón de carpas del día de los niños colgadas, preciosas. Les saqué chorrocientas fotos, como a todas las carpas que vi durante el viaje, pero me alegro especialmente de haber fotografiado esas, y ahora verán por qué. Resulta que una vez estuvimos arriba, tras haber subido en el ascensor, fuimos conscientes de lo alto que estábamos gracias a que pudimos tomar las carpas de referencia… Tranquilos, que el suelo es completamente opaco, quitando unas pocas “ventanas” de cristal a las que te puedes asomar para tener una perspectiva distinta. Yo tengo un vértigo horroroso, pero hice el esfuerzo, porque algo así igual se hace una vez en la vida. Las vistas son variadas, puesto que hay miradores en 360º. En esta foto no se aprecia, pero vimos como 5 cementerios desde lo alto… También tenían unas pantallas táctiles con una especie de Google Earth. Y gracias a eso reparamos en todo lo que habíamos pateado… ¡Y lo que nos quedaba! [img]También nos encontramos un simpático robot que se encariñó de Pedro rápidamente.[/img] Cómo no, siendo los japoneses los reyes del merchandising, podías comprar tablillas sintoístas acordes con la situación… Cuando bajamos nos merecíamos un caprichito. Y qué mejor que degustar una de las ricas crepes que están por todas partes en la ciudad. Te las dan enrolladas y todo en un papel, así que te las comes por el camino o sentadito en los bancos de madera que allí había disponibles. Por cierto, las del escaparate… ¡son réplicas! Estaban buenísimas. Tras recuperar fuerzas, seguimos caminando, puesto que queríamos llegar a la estación de trenes de la JR más cercana para regresar a Ueno con la yamanote. A pocos metros de la Torre de Tokyo nos encontramos un parquecito muy tranquilo en donde una pareja le pidió a Pedro que le sacara una foto. Y lo mejor del día estaba aún por llegar… Seguimos caminando y de buenas a primeras, distinguimos entre los arbustos lo que siempre quise ver en Japón y, tonta de mí, ignoraba que estaba tan cerca. Fue así cómo llegamos al Templo de Zojoji, un lugar con una magia especial porque es allí donde están las estatuas de piedra dedicadas a los niños fallecidos. Es muy difícil describir lo que sentí allí. Se me saltaron las lágrimas y todo. Es tan fuerte el contraste de esa quietud (el único sonido es el viento), las estatuas de piedra gris, los colores de las ropas y los molinillos, el que no hubiese nadie por los alrededores salvo nosotros… Y todo eso cuando acabábamos de estar en uno de los lugares más modernos de todo Tokyo. Todavía cuando veo estas fotos que saqué, se me ponen los pelos de punta. Sé que está feo que lo diga, pero me quedé muy satisfecha con el resultado. Creo que estas dos fotos a continuación son de mis favoritas de todas las que he sacado a la fecha. Considero que la visita a este lugar es imprescindible. Es la mejor forma de experimentar el gran choque de contrastes que define a Japón y a Tokyo. Y aún medio flipados por el hallazgo (porque repito, no teníamos ni idea de que estaba tan cerca) seguimos la ruta hasta la estación de Hamamatsu-cho para regresar al hotel, en donde caímos destrozados tras tantas horas de pateo y emociones fuertes. Pero de camino nos encontramos con esto… La carta mejor ni la cuento, porque vamos… xD Y así terminó el día que recuerdo con más cariño de Tokyo. A la jornada siguiente tocaba excursión fuera de la ciudad, con un objetivo: ver de cerca el monte Fuji. Etapas 4 a 6, total 16
Editado para añadir el videodiario de viaje
Una de las cosas que particularmente me hacían más ilusión de viajar a Japón, era poder ver el Monte Fuji. Puesto que solamente se puede ascender a su cima en agosto, tras mucho pensarlo y mirar por Internet, decidí proponerle a Pedro en nuestra ruta una excursión de un día y volver a escapar de Tokyo tras la que hicimos a Nikko. Así que ese sábado lo dedicamos, en buena parte, a ir hasta uno de los cinco lagos que rodean al Monte Fuji: la ciudad de Kawaguchiko, que es la base para casi todas las rutas que van al Fuji. Fue un día que recuerdo con mucho cariño porque tuvo algo de mágico. Por un lado, nos permitió volver a contactar con el Japón más tranquilo, el alejado del bullicio de la gran ciudad, y por otro… Bueno, ya lo leerán Comenzamos la ruta tomando la Yamanote hasta Shinjuku. De ahí hay que coger un tren hasta la estación de Otsuki (como siempre, les recomiendo usar la web Hyperdia para consultar trayectos y horarios. Está en inglés). Desde esta estación hay que coger una línea local que lleva directamente hasta destino en algo más de una hora. Ojo: este tren desde Otsuki hasta Kawaguchiko no es de la JR, por lo que no está incluido en el Japan Rail Pass. Creo recordar que salió como 15 euros cada uno. No es muy barato, pero bueno, considero que vale la pena la inversión. Al igual que ya nos ocurriese en Nikko, nos dimos cuenta de que a medida que nos adentrábamos en zona rural, el paisaje se hacía más verde y las flores de cerezo abundaban. Al contrario que en Tokyo, donde ya apenas quedaban, por Kawaguchiko había sakuras. Llegamos a la estación de trenes y nos encontramos con un pueblo bastante grande, agradable, tranquilo. Una caminata de unos 25 minutos nos permitió ver algunas cosas curiosas antes de llegar a orillas del lago. Y otra foto para mi colección de tapas de alcantarilla curiosas. Como ya habrán podido apreciar en la foto del semáforo, el día estaba especialmente nublado. No hacía mucho frío, pero sí que había algo de rasca. Así que cuando llegamos a orillas del lago, fue un poco decepcionante, porque del Fuji, ni rastro. Pedro, que siempre es optimista, me dijo: “tranquila, que tengo la corazonada de que lo veremos”. Y me dejó flipando cuando se acercó a una pareja mayor de japoneses y les preguntó, tan ricamente: “Sumimasen, Fuji-san doko?” (Disculpen, ¿dónde está el Fuji?). Y los japos, todos flipados, se pusieron a señalar en una dirección hacia los nubarrones exclamando “Fuji-san, Fuji-san!”. Me reí mucho xD Aunque no pudiésemos ver el Fuji, el lago en sí es precioso, y lo que lo rodea, muy divertido. Para muestra, varios botones. No podían faltar: baños públicos al estilo japonés. Los usé unas cuantas veces, y tampoco es tan incómodo Atención a la altura a la que está el papel higiénico, a la derecha. Una chica coreana nos sacó esta foto a cambio de sacarle nosotros una a ella. ¿Qué es lo que hace que Pedro se ponga en modo-moe-on? Pues sí, son… … ¡barcas en forma de pato para navegar por el lago! A lo largo del lago hay numerosos negocios de alquiler de estas simpáticas barcas en forma de pato, pero también de lanchas motoras e incluso te puedes subir en un barco con pinta retro que te hace un pequeño recorrido de media hora. Nosotros (cómo no) nos alquilamos una barca en forma de pato. Cogimos (cómo no, again) la más hortera, el patito rosa. Venir a Kawaguchiko y no hacerlo, es un delito xD Estuvimos pedaleando como 25 minutos, y aunque las lanchas motoras levantaban olas y en un par de ocasiones temimos seriamente volcar, lo pasamos como enanos. Pero sin duda, lo mejor de habernos montado en el pato, fue lo que ocurrió mientras estábamos lago adentro. Las nubes seguían ahí, impidiendo la vista, pero de buenas a primeras, se abrieron y… Pudimos ver el Monte Fuji. No mucho, solo el pico, pero la vista quitaba el aliento. Así que si algún día van, procuren que sea cuando esté el tiempo bueno y el cielo despejado, porque las vistas han de ser increíbles. Tan pronto como se dejó verse, se volvió a ocultar. Un visto y no visto que nunca olvidaremos, sobre todo porque desde tierra firme nos hubiera sido imposible detectarlo. Después de las emociones fuertes, tocaba reponer fuerzas. Almorzamos en un restaurante que llevaban únicamente dos señoras mayores. Comimos en la segunda planta de una gran y vieja casa, con vistas preciosas al lago, muy barato y buenísimo. A ver si en vacaciones me pongo a editar vídeos, que está todo inmortalizado en películas digitales. Y tras ello, tocaba emprender el camino de regreso a la estación. A pata, por supuesto. En serio, vale la pena patear por Japón. Te puede pasar lo que a nosotros: encontrarte con un templo vacío en un barrio cualquiera de Kawaguchiko, y disfrutar de lo que les muestro a continuación… Son cosas que no vienen en ninguna guía, y que de viajero a viajero vale la pena recomendar. Hay que aprovechar que Japón es un país muy seguro para perderse por sus calles, siempre con respeto, obvio. Esas pequeñas cosas son las que de verdad recordaré toda la vida. Para regresar a Tokyo, hay que hacer el viaje a la inversa: de ahí a Otsuki, y coger el tren a Shinjuku. Un apunte: los trenes de la JR son tan, tan puntuales, que el tren local que llevaba a Otsuki salió con 5 minutos de retraso y no llegamos a tiempo a coger el de Shinjuku, y nos tuvimos que pasar una hora en Otsuki, con un frío horroroso, dando vueltas por las calles aledañas a la estación, donde no había casi nada abierto ni nadie, solo niebla entre montañas xD Entre las horas de tren, y luego la media hora que nos llevó hacer el trayecto desde Shinjuku a Ueno en la Yamanote, acabamos cansadísimos. Pero creo recordar que esa noche fuimos a Akihabara a frikear una última vez… xD Al día siguiente, domingo, se acababa nuestra estancia en Tokyo hasta el final del viaje (los dos últimos días los pasamos nuevamente allá). Etapas 4 a 6, total 16
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