El último día en Interlaken lo dedicamos a los alrededores del lago Brienz. Cogimos la carretera hacia Meiringen para ir a ver las gargantas del río Aare. Es un cañón que mide algo más de un kilómetro. Lo recorres andando por unas pasarelas y a veces el cañón se estrecha tanto que puedes tocar las dos paredes con las manos.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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La bruma que había esa mañana le daba un aire mágico, a mí me recordaba a Rivendel de El Señor de los Anillos, y estábamos esperando que en cualquier momento apareciese un elfo por allí. Además, el agua del río es la que baja de los glaciares y tiene ese color blanquecino tan particular que contribuía aún más a ese ambiente tan especial.
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Nosotros hicimos ida y vuelta por dentro del cañón pero hay un autobús que lleva de nuevo a la entrada para los que sólo quieran hacerlo en un sentido.
Nuestra siguiente parada en la carretera que bordea el lago fue la cascada de Giessbach. A los pies de la cascada hay un hotel que se llama igual y merece la pena darse un paseo por allí. Es un sitio de lo más romántico.
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Por la parte de delante tiene un embarcadero en el lago Brienz y en la parte trasera tiene una vista impresionante de la cascada. Los clientes pueden llegan al hotel en barca o en coche. Si no te alojas allí hay que dejar el coche en el bosque y llegar andando al hotel. Los jardines son muy bonitos y hay varios senderos que llevan a distintas alturas de la cascada o hasta la orilla del lago.
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Decidimos tomarnos una cerveza en una mesita de la terraza con vistas al lago, y después nos comimos los bocatas en unos banquitos desde donde se veía muy bien la cascada. Nos acercamos a verla de cerca y vimos que había un sitio para verla desde dentro, como en la Staulbach, pero nos habría llevado un rato y preferíamos ir al Museo de Ballenberg, que está a las afueras del pueblo Brienz, a pocos kilómetros de allí.
Ballenberg es un museo al aire libre donde han reconstruido piedra por piedra antiguas casas suizas de los distintos cantones de los siglos XVII a XIX para poder ver la arquitectura típica de cada uno de ellos. Es un viaje al pasado. Dentro de las casas se conserva el mobiliario e incluso la ropa y los enseres personales de las familias que vivían allí.
El terreno donde está el museo es muy grande, las casas están agrupadas por cantones y separadas por el bosque. Aunque haya muchos turistas en algunas estaréis solos con las vacas y los caballos del establo. Llevaría más de un día verlo todo, os aconsejo que cojáis un mapa y si tenéis dos o tres horas como nosotros elijáis las que os llamen más la atención para ir directamente a esas.
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En la mayoría de casas puedes ver demostraciones de los oficios tradicionales: relojeros, tejedores, panaderos, queserías e incluso una antigua farmacia. No os perdáis la casa donde hacían el embutido y las salchichas (casa nº 321): ¡una imagen vale más que mil palabras!
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Por cierto, atentos al tamaño de las gallinas suizas, ¡desde luego están bien criadas! Reconozco que para vergüenza de mi marido me vestí de granjera, total allí no me conocía nadie...a él no le gusta disfrazarse ni en Carnavales, así que evidentemente no le convencí para que me acompañara!
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De allí nos fuimos al centro de Brienz para dar un paseo por la orilla del lago y ver la Brunngasse, una callejuela de la que habíamos leído que era el callejón más bello de Europa. Hombre, bonita sí que es con las típicas casitas suizas de madera que tienen la fachada repleta de flores, pero yo no diría tanto. De todas formas el paseo merece la pena.
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Volvimos a Interlaken para despedirnos del pueblo y del Bebbis. Cenamos una ensalada y dos raclettes, la de carne y la de chocolate, (la de queso ya la habíamos probado), y nos fuimos a hacer la maleta. Nos daba mucha pena saber que sólo quedaba una mañana en Suiza pero nunca se nos olvidarán las vistas del Jungfräu ... ¡y todavía quedaban muchas vacaciones por delante!
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