Triste mañana la de aquel día. El momento de nuestra partida y regreso a casa había llegado y el sueño americano veía sus horas contadas. Ahora que estoy al teclado recuerdo esa sensación extraña de levantarnos aquella brumosa mañana con la mente ya puesta en el regreso y la vuelta a la realidad, pero a la vez, la emoción de contar nuestras aventuras al otro lado del charco.
Ese día tardamos algo más en salir porque dejamos hechas ya las maletas para olvidarnos de ellas durante el resto del día, en que recorreríamos las últimas zonas de San Francisco y a última hora volveríamos al hotel a recogerlas y poner rumbo al Aeropuerto para tomar un vuelo con destino Los Angeles, y de ahí (noche por medio), volver a España.
Lo primero que haríamos sería asistir a una misa gospel en la Glide Memorial Church, en Ellis Street. La iglesia en sí no es excesivamente grande, pero la animación que ya se ve desde fuera es espectacular.
Todo comienza con unos preparativos de sonido y la gente entrando casi abrazada y con una alegría que se contagia en cuanto ya entras y subes al piso superior.
La Misa de domingo empezaba a eso de las 9:30h, y conviene estar no muy tarde porque se llenó de gente en muy poco tiempo. Mientras esperábamos ansiosos por saber qué iba a ocurrir allí, una señora nos preguntó de dónde éramos y si habíamos asistido antes a otra Misa, y viendo nuestra negativa, nos dijo una frase que no se nos olvidará: “Es lo mejor que habréis podido hacer en el viaje”. Aquello prometía…
Y acto seguido, como si de un concierto se tratara, se sucedieron varios coros de música y muchos “solos” de voces auténticamente profesionales, que despertaban un ritmo entre la gente como no lo habíamos visto en muchos otros sitios. De hecho, el “sacerdote” (o más bien, pastor) que salió para dirigir la celebración nos debió ver con caras mustias a todos y pidió que abrazáramos al que teníamos al lado, bailáramos, cantáramos, pataleáramos e hiciéramos de todo lo que no se puede hacer en una iglesia convencional, y la alegría no tardó mucho en contagiarse.
La Misa también hacía en parte publicidad para conseguir la adhesión de nuevos fieles y a la vez, recaudar fondos monetarios, y desde luego perdió algo de su encanto cuando vimos cómo podían hacerse donaciones mandando con el móvil la palabra “spirit” a un número determinado…
Quitando estos apuntes, lo cierto es que salimos de allí con las pilas cargadas, que junto al Donut americano que habíamos tenido el gusto de saborear justo antes, habían hecho que las horas restantes fueran a ser bien aprovechadas, incluso con el cansancio ya acumulado de todo el viaje.
Nuestro siguiente punto de visita sería el Downtown con Union Square, los Yerbabuena Gardens y una vuelta rápida por el centro neurálgico de la ciudad, y la explanada del SoMA y el Museo MOMA visto por fuera.
Pero antes, hicimos un último gesto en honor de la cultura norteamericana reflejada en los Simpson como fue probar suerte en su lotería particular, aunque sin encontrarla. Aquí salimos rascando los boletos y con la cara de ilusión antes de ver el resultado…
Luego, a pocos pasos de allí, llegamos a Union Square, el centro del comercio:
Aquí está otra vista de la famosa plaza de Union Square:
Algunos de los edificios de cristales de la zona:
Y dentro de la explanada de South of Market, con el extravagante MOMA visto de lejos:
Haciendo alguna que otra compra ya por el camino para no perder demasiado tiempo, tomamos nuestro último tranvía de época (al que habíamos cogido el gusto) y nos dirigimos al principio de nuestra calle: Lombard Street para ver una calle muy curiosa.
Allí al principio de esa calle, hay una empinadísima rampa en zigzag por la que es posible bajar en todo tipo de transporte: desde coche, bici, triciclo, patín, etc, y que resulta de lo más divertido. De hecho, un coche bajó marcha atrás y salió ileso…
Desde este alto hay unas espléndidas vistas de la ciudad en varios puntos:
Incluso se llega a ver la prisión de Alcatraz en su particular isla:
Lombard Street en esa zona es objetivo de fotógrafos profesionales que no dudan en subirse a los coches incluso para captar la perspectiva buena:
Bajamos después directamente de vuelta a Fisherman’s Wharf, donde volveríamos a comer y ya hacer las compras de los últimos souvenirs antes de volver hacia el hotel y al Aeropuerto.
Curiosamente, nos encontramos con el nombre de la calle “Francisco”:
Allí es difícil no ubicarse no sólo porque la ciudad mantiene una forma cuadriculada en la disposición de sus calles, sino porque además éstas tienen su nombre grabado en todas las aceras de las esquinas y cruces con otras calles, como podéis ver aquí.
Llegados a este punto, volvimos a ver si era posible hacer una última buena foto del Golden Gate Bridge, y esta vez sí, aunque no con Sol, logramos sacar una bonita panorámica.
Llegados a este punto, y por conflicto de intereses, Pablo y Miguel decidieron tener más tiempo para disfrutar del puerto y una comida más decente y aprovechar así para comprar tranquilamente los últimos souvenirs, pero yo me decidí por intentar acercarme hasta la base del puente para ver si podía verlo algo mejor de lo que lo habíamos visto hasta el momento, y ya de paso, dar un paseo por la bahía en bici hasta él.
Así que busqué una casa de alquiler de bicis y decidí cogerla para una hora, a pesar de que el cielo estaba cada vez más amenazante y no sabía si tendría suficiente tiempo para llegar y volver a Fisherman’s Wharf sin una buena descarga de agua por medio.
Por eso, mientras mis compañeros se quedaron tranquilos comiendo y comprando, yo me fui atravesando los Crissy Fields y un antiguo fortín de la costa hasta que alcancé la base del puente de San Francisco, y esta vez sí, pude conseguir una foto algo más decente para el recuerdo.
Aunque no conseguí sacar el puente entero y con un sol radiante, así tengo una buena excusa para volver a visitar esta ciudad, de la que tantas cosas aprendimos y en la que tantas otras cosas nos quedaron por ver.
A mi vuelta, todavía pude comprar más souvenirs y aún pudimos acercarnos al submarino USS Pampanito, que combatió en la II Guerra Mundial y que ha quedado anclado en el muelle de la bahía, quizás algo oculto para los turistas.
También pudimos sacar la foto de los puestecitos de comida rápida de cangrejo y sus famosas “Clam Chouder” que finalmente no llegamos a probar.
En nuestro viaje de vuelta al hotel, vimos otros tranvías antiguos aparcados y no nos resistimos a la tentación de sacar una bonita foto final de recuerdo:
Era momento de ir al hotel a recoger las maletas, guardar las última compras y poner rumbo al Aeropuerto para pillar el vuelo a Los Angeles, que era de donde partiría a la mañana siguiente nuestro vuelo de vuelta a Madrid.
De camino, aún pudimos ver en uno de los transbordos, el Palacio de Justicia, con montones de banderas norteamericanas ondeando:
El vuelo a Los Angeles no fue en absoluto pesado (duró apenas una hora), pero la llegada allí a las 0:00 de la noche y la eterna espera al vuelo de vuelta que salía a las 8:30 de la mañana fue interminable.
Vivimos la última experiencia de pasar una noche durmiendo en una de las Terminales del Aeropuerto de Los Angeles sin un solo alma en toda la zona, a excepción del servicio de limpieza que nos dieron una buena nochecita… Aún así, y rendidos por el cansancio de tantos días de ilusiones y aventuras, caímos dormidos bajo nuestros sombreros vaqueros, soñando con el esperado regreso y la nueva etapa de contar y recordar todo lo que vivimos durante esas dos inolvidables semanas y media.
Por cierto, aquel día de vuelta (20 de septiembre de 2010) quedará como el día más corto de nuestras vidas, porque nos robaron unas cuantas horas del mismo por el camino, y sin casi enterarnos y con un buen sueñecito en el avión, aterrizamos en Madrid el 21 de septiembre a las 8:00 de la mañana con las maletas cargadas de regalos y las cabezas llenas de historias que no podían perderse.
Y hasta aquí todo.
No pensé que fuera a ser capaz de narrar día a día toda la aventura, pero al final así ha sido. Como os dije al principio, espero que esta historia os haya podido servir (como nos sirvió a nosotros) para perfilar alguna duda sobre vuestro viaje a la salvaje costa oeste americana o para que os despierte la ilusión de hacerlo en un futuro. Y espero, igualmente, que os haya resultado agradable leerlo, como a mí me resultó con los blogs de otros viajeros antes.
Con esto y todos nuestros deseos de que algún día os dejéis caer por allí, se despiden los tres compañeros de aventuras hasta nuestro próximo destino, y que ya sabemos que será……… la legendaria China!!!
Eso es todo, amigos!