Como siempre, el despertador no nos dio tregua por la mañana y otra vez sonó mucho más pronto de lo que quisiéramos, pero este día lo merecía. Habíamos cumplido nuestra primera semana en el Nuevo Mundo y, aunque cansados, nos levantamos con la vista puesta en el mapa porque otra vez, íbamos a hacer rugir el motor de nuestro coche para ir a uno de los lugares del mundo con el que muchos soñamos ir alguna vez, y que no podía ser otro que el incomparable Gran Cañón del Colorado.
Pero como todo, una cosa son los planes sobre el papel y otra bien distinta lo que termina sucediendo, y en contra de muchas otras veces en que habíamos salido mejor parados de lo esperado en cuanto a las expectativas de lo que nos íbamos a encontrar, esta vez no fue así. El día acabó de manera completamente distinta a lo previsto, pero supimos ver el vaso medio lleno, y acabamos con otra sorpresa inesperada, como iréis leyendo…
La segunda despedida de Las Vegas no fue tampoco para nada triste. Sabíamos que otra vez era un ‘Hasta luego!’ porque a la vuelta de nuestra aventura en el Colorado, volveríamos a vernos las caras en una última gran noche memorable. Al salir del Excalibur (eso sí fue despedida), quisimos aprovechar para hacernos la foto más típica de la ciudad, con el cartelito que está al principio de todo. No tiene mucha pérdida, y veréis que está bien pensado para facilitar el aparcamiento de turistas.

Realmente, una gran foto para el recuerdo!
Para llegar al Gran Cañón en coche desde Las Vegas hay al menos dos rutas posibles, y que van por senderos completamente opuestos. Hay que decidirse por visitar una de las dos orillas del Colorado (North Rim o South Rim) y en este caso nos decidimos por la sur.
Si veis el mapa hay un buen trecho de tierra hasta allí, por lo que si vais por autopista, mi recomendación es que lo hagáis en dos días o no veréis nada, y eso es para disfrutarlo. Lo normal suele ser tardar unas 6 h (si todo va bien) por trayecto y nuestra idea original consistía en salir pronto desde Las Vegas y llegar justo después de comer para hacer un tour por la tarde aprovechando la caída del Sol que es el mejor momento para visitar el lugar por los colores rojizos que deja en las paredes de roca caliza.
De camino atravesaréis la presa Hoover donde se cambia de estado y luego continuaréis por el desierto de Arizona con algún Yoshua Tree pero sin ningún cactus. Aquel día, nuevo brunch, esta vez en otra de las cadenas de restaurantes de carretera: Jack in the Box, con un menú decentillo de sandwiches para salir del paso.
El día era espléndido, sonaba música americana en el coche y no dejábamos de ver auténticos monster trucks de camiones que adelantábamos hasta que nos topamos con un extraño mensaje en uno de los paneles informativos y descubrimos uno de los problemas de las autopistas estadounidenses de tres carriles por sentido: los accidentes.
En todo buen viaje que se precie debe pasar algo que trastoque los planes pero te ayude a ver todo lo demás de otra manera, incluso a rehacer tus ideas y descubrir otras cosas que hubieras pasado por alto de no haber ocurrido nada fuera del guión, pero ese día hubo un accidente en plena “highway”.

Resulta que en EEUU, cuando hay un accidente en la autopista (por insignificante que sea), cortan TODA la autopista (ese sentido). Se paraliza el mundo, y todos los coches se quedan completamente parados hasta que llegan los equipos de bomberos, helicóptero de la policía, etc, a levantar acta de lo ocurrido y que siga la normalidad. Y depende de donde se haya producido se tarda más o menos. Aquel día fueron dos horas de aburrimiento en la autopista y la gente aprovechó para tomar el sol (como en la foto), andar, dormir y un sinfín de cosas. Nosotros aprovechamos para practicar nuestro inglés con otros ‘damnificados’, que muy amablemente nos explicaron lo que pasaba (qué majetes).
Por fin al cabo de un rato todo volvió a ponerse en marcha y salimos del atolladero, para darnos cuenta que la tarde la habíamos perdido y que, muy a nuestro pesar, el sueño de ver el Gran Cañón tendría que esperar al menos a la mañana siguiente.
Así que, mirando el mapa y nuestras posibilidades, decidimos hacer noche en algún motel de alguna “junction”cerca del Colorado y aprovechar la tarde-noche visitando otra ciudad que queríamos ver también: Flagstaff.

Flagstaff es una ciudad al más puro estilo americano: para empezar es paso de la ruta 66 (la que se ve en la foto), y andando por allí podréis ver coches de todas las épocas conducidos por auténticos viajeros que se la recorren entera de Chicago a Santa Mónica en Los Ángeles.
Además, todos los comercios de la calle principal recuerdan a viejas tiendas del Far West, porque se ha mantenido el mismo desarrollo urbanístico de aquella época. Si vais, fijaros en que hay carteles con fotos antiguas donde se comparan los anteriores edificios justo con los actuales, y podéis por un momento trasladaros al pasado.

Tampoco podía faltar la vieja locomotora, que está expuesta al aire libre:

Llegada la hora de cenar, y tras la pequeña desilusión del día, decidimos pegarnos un homenaje al estilo americano, y gracias a nuestra amiga la Lonely localizamos un steak house cercano, que nos alegró definitivamente la jornada y nos sacó los colores por lo que nos metimos para el cuerpo.
El sitio se llamaba Black Barts y estaba en las afueras de Flagstaff.

Rodeados de un ambiente muy genuino y ambientado en el Oeste, nos cenamos unas buenas carnes a la barbacoa (T-bones) y una hamburguesa de las buenas, viendo además cómo los camareros a la vez que servían, salían a bailar y cantar a coro al escenario canciones de famosas pelis de Disney, a ritmo de piano y can-can y es que se trataba de un grupo de universitarios que se sacaban un sueldillo entre semana haciendo más amenas las cenas de los comensales del restaurante.

Desde luego lo que nos reímos y comimos en esa noche nos hizo olvidar el mal trago del accidente de la autopista, y ya tan contentos, condujimos hasta una encrucijada de caminos ya no muy lejos de la orilla sur del Cañón, donde tuvimos suerte de encontrar una habitación de motel vacía para pasar la noche. Exhaustos e ilusionados por el día siguiente que nos esperaba, aprovechamos para descansar y reponer fuerzas.