El vuelo de vuelta salía a las 16:00 horas, y para ese día el plan era ver lo más significativo de Glasgow: la universidad y la catedral. Pero el día estaba muy lluvioso y al final prescindimos de la catedral y nos quedamos por lo más cercano a nuestro hotel: la universidad, el parque Kelvingrove y el museo del mismo nombre.
Primero fuimos a la universidad atravesando el parque Kelvingrove, que es muy agradable. Se veían allí muchos paseos matutinos de mascotas. Y ya se intuía la universidad.
Había leído que la Universidad de Glasgow era muy bonita, pero ciertamente me sorprendió. Es preciosa, sus dos claustros, su hall con columnas, y la capilla, a la que entramos por casualidad. Una señora nos vio por allí, nos abrió la puerta y nos contó su historia, ya que fue erigida en memoria de los estudiantes de la universidad que murieron en las guerras mundiales.
En la universidad de Glasgow está el museo Hunteriano, con las colecciones de William Hunter, un famoso médico escocés del siglo XVIII. Allí se puede encontrar de todo: desde restos del muro de Antonino (la última frontera del Imperio Romano en las islas británicas) hasta instrumentos médicos y científicos de todo tipo, fósiles, nidos, esqueletos de animales, insectos, minerales, curiosidades anatómicas, y objetos exóticos de todo tipo. Me gustó mucho y no me lo esperaba.
De vuelta al hotel entramos en el museo Kelvingrove. Me recordó un poco al museo de Escocia de Edimburgo, es gratuito y con una colección variopinta. Entre sus pinturas destaca especialmente el Cristo de San Juan de la Cruz de Salvador Dalí. La parte de historia natural es muy didáctica, y fue un final de viaje con guiño al siguiente. En un mes nos íbamos a Sudáfrica y nos despedimos de Escocia viendo leones, leopardos y elefantes en un museo.
Ya solo nos quedaba terminar de adecentar las maletas, comer y marchar al aeropuerto de Edimburgo. Seguía lloviendo.