NAMIBIA: La vuelta al Sur de África en 80 días (2) ✏️ Blogs de NamibiaLa soledad del paisaje. Un recorrido por libre alrededor del extremo sur del continente africano.Autor: Globaltrote Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (7 Votos) Índice del Diario: NAMIBIA: La vuelta al Sur de África en 80 días (2)
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Etapas 4 a 6, total 10
Lo malo de Christo no era su estridente risa, sino que era muy risueño. Suele tocar una pieza al piano mientras los huéspedes desayunan. El domingo nos ‘deleitó’ con ‘Dios bendiga a África’. Toma nota del desayuno y comenta que hace buen día, a pesar de que esté nublado. Y es que lo relevante es que no sopla el viento. Rehago la mochila con la ropa limpia y marcho rumbo a Sossusvlei, una parte del desierto del Namib, donde se localizan las dunas más altas del planeta, y uno de los principales atractivos del país.
Llevo más de 3000km recorridos y empiezo a estar cansado, sobre todo por la atención que requiere conducir por las carreteras de ripio. Paro en Aus, un punto señalado en el mapa de carreteras. La ciudad es minúscula, los surtidores de gasolina propios de museo, pero hay un hotel cuyo restaurante tiene una carta muy completa, donde tomo un café y me comunico a través de su buena conexión wifi. Al salir de la población, unos niños saludan sentados sobre unos neumáticos. Y vuelta al ripio. El paisaje no presenta alteración. Conduzco despacio y los kilómetros se me hacen eternos. Entonces decido parar. Quito la música y me tranquilizo contemplando el paisaje. Acuerdo olvidarme de distancias y tiempos. Sólo tratando de disfrutar del trayecto. Bingo. Todo fluye. La luz, los colores en el horizonte, el viento por la ventana, … ¿Te gusta conducir?. Todo resulta armonioso, llegando a Sesriem a tiempo para contemplar la puesta de sol entre las dunas de Sossusvlei. La ventaja de pernoctar en el campamento de Sesriem, gestionado por la administradora pública de Parques Nacionales, es que puedes acceder al recinto una hora antes de que lo abran, al amanecer. Así pues, me levanto a las 5h para a las 5:30h tomar camino a la primera de las dunas, localizada a 40km. Cuesta ascender por las inconsistentes rampas de arena, pero una vez alcanzada la cumbre las vistas son espectaculares. Tras unos minutos recreándome en el paisaje que forma este mar de arena, bajo de forma rápida para alcanzar el primer punto de interés, la duna 45. La duna 45 es el superfotografiado arenal que es emblema del parque. Sin embargo, una auténtica autopista de pisadas en la carena de la duna me hace desistir de visitarla. Decido ir al Deadvlei, otra vista reconocida de los trípticos turísticos del país. El espacio es muy grande y los turistas quedan empequeñecidos entre los troncos de las acacias muertas. Un vlei es un término afrikaans dado para lagos poco profundos, en general de naturaleza intermitente y que, en este caso, son las que se forman por la retención de agua entre las dunas – cuando llueve, claro, que aquí es muy poco. Este llano es el que permite acceder con facilidad a los extremos del desierto y poder admirar las caprichosas formas que crea la naturaleza sin grandes esfuerzos. Eso permite observar todo tipo de comodidades turísticas ‘modo africano’ como mesas de picnics con vajilla de porcelana sobre la arena, entoldados o camiones adaptados como autobuses con tracción 4x4. Una vez en el extremo del parque, decido subir la última duna, la segunda más alta, según un guía que esperaba a su grupo bajo una de las pocas sombras del valle de la muerte. Subo con tranquilidad y cuando hollo, me percato que estoy solo. No hay nadie en esa inmensidad. Disfruto del silencio, de la soledad, del panorama. Empiezo a sentir esa serenidad que percibía en la gente que viajaba por largos periodos, mientras yo tenía que volver al trabajo. Bajo rápidamente la ladera . Resulta divertido. Cuando llego abajo percibo el inmenso calor que hace. Es cuando comprendo el porqué de poder disfrutar de aquellas vistas privadamente. De regreso vuelvo a detenerme en la duna 45. Esta vez para prestar atención en cómo el viento barre las huellas del hombre. La naturaleza siempre gana. De regreso al camping, me rehidrato tomando un par de cervezas mientras veo como Australia gana a Escocia en el último minuto en los cuartos de final del mundial de rugby. Sigue haciendo mucho calor, así que decido darme un chapuzón en la piscina antes de mudarme de camping, a pie de la carretera que lleva a Solitaire. Día 17, Sesriem. Etapas 4 a 6, total 10
La carretera hasta Walvis Bay transcurre por pleno desierto, cambiando el paisaje de terrenos baldíos de escasa vegetación a los arenales de inmensas dunas en los kilómetros más cercanos a la costa. Se atraviesa dos puertos esculpidos en la roca y se cruza el Trópico de Capricornio. El único núcleo poblado que se atraviesa es Solitaire.
Cuando preparas el viaje, te formas una idea de cómo va a ser a partir de la información que obtienes. En ese sentido, había hecho una idea romántica de mi parada en Solitaire, un minúsculo pueblo de camino a Swakopmund, compuesto poco más que por una gasolinera de museo al lado de una panadería que realiza el mejor pastel de manzana del país. La realidad es que el puesto es una moderna gasolinera al lado de un gran comedor donde sirven una buena tarta de manzana sobre bandejas individuales de porexpan y café de termo. ¡Tantos kilómetros para acabar en La Panadella 2.0! Los trayectos son largos y las carreteras irregulares, de manera que son muchas las horas que paso al volante. Cuando no pienso en el paisaje, pienso en la gente que quiero, la gente que me importa, en qué estarán haciendo, qué me estaré perdiendo por dedicarme este tiempo… Cuando sorpresivamente cruzo el Trópico de Capricornio. A medida que me acerco a la costa el cielo se nubla y el viento sopla con fuerza levantando la arena y difuminando los colores del paisaje. No se ven los coches, solo los destellos de los faros sobre una alfombra de arena que se mueve de lado a lado sobre la calzada. La imagen parece salida de un cuadro impresionista. Llego a Walvis Bay y me detengo en un cuidado paseo marítimo vacío. La playa es fangosa y por ella pasan sus picos un numeroso grupo de flamencos ante la vista de pelícanos y gaviotas. La ciudad parece aletargada, esperando momentos de una actividad mayor. A continuación, me dirijo a Swakopmund. Las dos ciudades están separadas por apenas 35km de la carretera más concurrida de toda Namibia. Se reproduce aquí también la imagen nebulosa de la arena en movimiento desde la playa al desierto. Llego pasadas la 18h y tras acomodarme en el hotel, ceno en un buen restaurante pescado fresco. Al día siguiente me levanto a la hora habitual. El desayuno se sirve a partir de las 8h y resulta extraordinario. Me doy un paseo por la ciudad. Hay numerosas tiendas y decido entrar a preguntar por una cajita para la colección de Mireia. No hay suerte, pero converso con Anky. Me pregunta de dónde soy y cuando contesto que de Barcelona, me responde ‘muy buen equipo de futbol’. Se alegra de que el Bayern perdiese el día anterior. - ¿Cómo quedó el Barça?, pregunto. - No lo sé, pero mi marido seguro que lo sabe. Acto seguido, lo llama por teléfono delante de mí. 2 – 0, ganó. Prosigo mi camino y topo con una agencia de vuelos panorámicos. Casualmente tienen previsto volar este atardecer con un grupo de cuatro mujeres, quedando una plaza para mí. Si soy aceptado. Es destino. Siguiendo la recomendación de la guía, visito la Kristall Gallerie, una prescindible exposición chic de minerales con una gran tienda al final de su recorrido y el museo local, una recomendable pequeña muestra de temáticas variadas, desde taxidermia de la fauna local, hábitos de las etnias de la zona o minerales autóctonos, todo en unos expositores también propios de museo. Ya por la tarde, acudo a mi cita con las mujeres de mi vuelo. Todas sexagenarias francófonas, salvo la piloto. En esta ocasión recorro en una hora el camino que me tomó toda una mañana, pero en sentido inverso. La panorámica desde las alturas resulta fantástica. Desde las alturas, Solitaire desaparece en el inmenso mar de arena. Día 19, Swakopmund. Etapas 4 a 6, total 10
‘Skeleton Coast’ es el tramo de costa entre los ríos Swakop y Kunene (frontera con Angola) y debe su nombre a los numerosos naufragios acaecidos debido a la niebla, las rocas, los bancos de arena o a todo en su conjunto.
Pronto salgo del centro y los edificios de estilo bávaro pasan a ser chabolas de chapa. Las calles ordenadas y amplias pasan a tener un patrón caótico sin pavimento definido. Grupos de vendedores ambulantes se apostan alrededor de las entradas a los supermercados. Se repite el esquema sudafricano de diferencias entre las poblaciones blanca y negra. Fuera de las afueras de la ciudad se acaba toda vida artificial. Salgo de Swakopmund siguiendo la carretera de sal paralela al litoral. El ambiente es sombrío. La niebla tamiza los rayos del sol y el viento se encarga de cubrirlo todo de arena. Los coches alumbran con sus faros y la vista parece filtrada por el tejido de una gasa. Parece que esté conduciendo por un cuadro. Al cabo de varios kilómetros, una señal indica la presencia de un barco naufragado. Me desvío y salgo del coche. Sólo se oye el viento y el fuerte batir de las olas. Un cormorán lleva una rama en su pico hacia el pecio. La imagen resulta brutal y desgarradora. De detrás de unas dunas salen tres negros con sendas bandejas. Ofrecen minerales. Les pido que me dejen disfrutar del paisaje y se despiden con un ‘acuérdate de nosotros’. Atónito frente la imagen de ese gran buque golpeado por la constante acción de la naturaleza, las sensaciones eran de las más impresionantes que he tenido nunca. En un mundo descomunal, siento mi fragilidad. Sigo la línea de la costa sin olvidar la impresión de lo visto y con tres minerales en mi bolsillo, hasta llegar a Cape Cross. Ese lugar fue el punto en el que Diego Cao, un navegante portugués, clavó en 1485 una cruz reclamando aquellas tierras para el Rey de Portugal y que actualmente está colonizado por miles de focas. Y es que los portugueses llegaron a estas tierras empujados por la necesidad de establecer nuevas rutas comerciales con las Indias, para romper el monopolio que árabes y venecianos tenían de la Ruta de la Seda. El tramo final de la carretera está lleno de rústicos mostradores en los que se exponen minerales de sal de diferentes tamaños. En cada mostrador se encuentra un bote con una ranura a modo de hucha. Tras disfrutar del dolce far niente de las focas y del hedor que desprenden en su conjunto, regreso por la misma carretera y su ambiente misterioso para comer en un aislado local de camino a Henties Bay. La sorpresa es mayúscula cuando veo al entrar una enorme barra, pero en lugar de las chicas del Bar Coyote, me atiende Peter. Bien surtido de cervezas frías y alcohol de todos los tipos, como un plato descongelado de pescado con patatas mientras Peter me explica lo básico del rugby, viendo la repetición que ofrece la televisión por satélite, del partido de cuartos que enfrentaba a Nueva Zelanda con Francia. Peter me explica también que el bar es frecuentado por aficionados a la pesca deportiva que acuden a la costa en días festivos ante mi sorpresa de que no haya pescadores profesionales. A medida que me alejo de la costa desaparece gradualmente la niebla y el sol empieza a caer. En el horizonte brilla como un faro el pico de Spitzkoppe, el lugar al que me dirijo y bajo el cual acamparé esa noche. Llego con la puesta de sol y el chico de la recepción no me indica ningún punto donde plantar la tienda en concreto. ‘Date una vuelta y hazlo donde más te guste’. Así hago y me detengo en un bonito emplazamiento, frente a la montaña, de espaldas a un puente de piedra natural. Monto la tienda y se hace de noche mientras hago la cena. Decido abrir mi primer Rainbow’s End mientras ceno admirando el panorama. Es cuarto creciente y la luz de la luna permite ver la figura de la montaña rodeada de estrellas. Día 21, Spitzkoppe. Etapas 4 a 6, total 10
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