![]() ![]() Viaje a Florencia en Junio ✏️ Blogs de Italia
Descripción del viaje realizado desde el 10 al 15 de junio a FlorenciaAutor: Merche137 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.9 (30 Votos) Índice del Diario: Viaje a Florencia en Junio
Total comentarios: 38 Visualizar todos los comentarios
Etapas 4 a 6, total 6
El sábado, día 13, proseguía nuestra estancia en Florencia, pero esta vez tenía pensado ir a Siena. El llevar ya tres días aquí se iba notando porque, progresivamente, nos íbamos levantando algo más tarde, aunque hoy estaba justificado porque quería ir a la Oficina Profumo Farmaceútica de Santa María Novella ya que, a pesar de haber pasado por ella 5 veces, siempre estaba cerrada. Como abren a las 9,30 h. la idea era verla rápidamente y coger el tren de las 10,10 hacia Siena. Este es otro lugar que recomiendo especialmente porque, a menos que ya conozcas algo de ella, no te imaginas lo que encierra esa puerta de madera sin más ostentación que una pequeña placa dorada con el nombre. Por supuesto no llegamos a la hora prevista a coger el tren porque merece la pena pararse un poco y contemplar esa farmacia-perfumería-museo, como queramos llamarlo. El olor, nada más traspasar el umbral, es increíble, al igual que el recinto.
El techo, con frescos y nervaduras que parten desde los arcos de las paredes, llenas de estanterías ojivales de madera donde se encuentran frascos de cristal con perfumes, las muestras de distintos productos entre telas, discos, partituras de música clásica y algunos instrumentos de laboratorio. También tienen una biblioteca con frescos y otras salas con una exposición de albarelos de cerámica, pero éstas no las llegamos a visitar. Para que os hagáis una idea, lo más barato es una botellita de agua (no de colonia, sino mineral) que sale sobre 6 €, los saquitos para perfumar armarios o cajones a partir también de ese precio más o menos y los jabones a partir de 8 €. Yo no pude resistir la tentación y compré uno de esos saquitos, que tengo en el cajón de la cómoda de mi dormitorio y no veáis cómo huele, me tiene perfumada toda la habitación. También compré un agua de colonia (Angels of Florence) y un jabón de Vellutina, con elementos hidratantes pero que yo compré, la verdad, por la vistosidad de la caja, como adorno para mi cuarto de baño porque es del tipo que luego te encuentras en los anticuarios y te piden un precio mucho más caro de lo que te cuesta el jabón. No sé si lo utilizaré o lo guardaré de manera testimonial. Bueno, después de este pequeño capricho, nos dirigimos a la estación de tren. Dada la tremenda cola para comprar los billetes en taquilla, nos encaminamos a las máquinas automáticas, aunque también había cinco o seis personas en cada una. Casi perdemos el tren de las 11,10 que era el próximo que salía para Siena porque a la máquina le tienes que echar un ratito para entenderla, especialmente la primera vez y parece que todos los que estaban delante nuestra eran tan novatos como nosotros. Lo bueno es que, cuando te llega a ti, ya sabes lo que hacer al haberlo visto con el que tienes delante, así que vaya una cosa por otra. Nos fuimos corriendo hacia el andén porque quedaban apenas cinco minutos y buscamos las famosas máquinas amarillas para validar los billetes, cosa que yo llevaba como grabado a fuego en mi mente para evitar la multa. Al haber una en cada andén, intuí que había que utilizar la correspondiente al nuestro; no os puedo decir si sirve la validación en cualquier máquina porque, por si acaso, no hice experimentos y fui a lo seguro. El tren era muy moderno, cosa que me sorprendió, dado lo que había leído en los foros; totalmente nuevo, en tonos azules y grises, vamos de diseño, impoluto, con bastante espacio entre los asientos, muy cómodos y, antes de las plataformas donde estaban las puertas de salida, había tres asientos en línea formando un semicírculo, de manera lateral en las paredes, enfrentados; ya os digo que el aspecto impecable y “futurista” (como comentaré casi al final, eso fue sólo un espejismo y una manera de saber que existen estos otros trenes, pero son excepcionales). En 1 hora y 20 minutos llegamos a la estación de Siena, nos fuimos a la tienda donde venden un poco de todo: periódicos, tabaco, refrescos, souvenirs etc para comprar los billetes de autobús, creo recordar que costaban 1,20 € (porque no figura el precio impreso) y son válidos para una hora, así que compramos dos para cada uno porque con una hora no tienes ni para empezar y ya a coger el autobús; la parada está justo enfrente, en un edificio de ladrillo, bajas unas escaleras y llegas a una especie de andén, en el que están señalizados en paneles luminosos el número del autobús y el tiempo que tarda en llegar. En un par de minutos apareció y nos encaminamos, a través de unas calles que se iban transformando en cuestas, al final del viaje: una plazoleta donde terminaban todas las líneas, cerca de una galería comercial y de la oficina de correos. La calle que encontramos a la izquierda de la galería comercial ya era peatonal o al menos eso me pareció ya que estaba prácticamente tomada por los que, como nosotros, habían tenido la idea de ir ese día (después comprobamos que pasan motos, taxis y supongo que residentes porque también vimos algún que otro coche) y, a partir de ahí, aparecían perfectamente indicadas las direcciones de los lugares monumentales. Daba igual porque todo el mundo venía o iba por esa vía, con lo cual, aunque no estuviera señalizada no nos íbamos a perder. Es una calle repleta de comercios, cafés y algunos sitios de comida rápida. Lo primero que nos encontramos a la izquierda en una plaza, con una estatua en el centro: la plaza Salimbeni, delimitada por tres edificios pero el más importante es el palacio del mismo nombre, que es el del fondo, aunque sólo pudimos ver la fachada porque estaba cerrado, no sé si era debido ya a la hora (casi las 13,30 h.), así que continuamos hacia delante, creo que por la vía Banchi di Sopra y llegamos a la Loggia Della Mercanzia, un edificio de dos cuerpos, pero el interesante es el inferior, con unos arcos redondeados que descansan sobre unas pilastras con esculturas de santos en unas hornacinas y era el lugar donde antiguamente se hacían las transacciones comerciales, ahora hay unas dependencias oficiales. Poco a poco íbamos adentrándonos en una ciudad pequeña pero maravillosa que parece anclada, aún, en la Edad Media. Seguimos y, a la izquierda, se abrían unas pequeñas callejuelas, con unos escalones estrechos la primera, que dejamos pasar y la segunda más amplia con una rampa, que daban a la plaza más famosa de Siena, la piazza del Campo. Es una plaza muy original y diferente a todas las que yo conocía hasta ahora, en pendiente y en forma de abanico. En la parte superior hay varios restaurantes y en el centro, un poco más abajo, una fuente de mármol que parece una piscina, pues es rectangular; en el lado frontal tiene muchos relieves, algunos alegóricos y el central de una Virgen con el Niño, aunque no son los originales porque parece ser que estaban muy deteriorados y se tuvieron que reemplazar por una copia. Algunos de estos los pudimos ver después en el museo del Palazzo Pubblico. Vista panorámica de la Piazza del Campo Fachada del Palazzo Pubblico Este palacio está justo enfrente, en la parte de mayor declive. En él está el Ayuntamiento y lo primero que encontramos al entrar es un patio con una escultura al fondo de la loba capitolina en bronce con Rómulo y Remo, sobre un pedestal de mármol. No sería la única que veríamos porque el hecho de que se atribuya la fundación de la ciudad por Seno, hijo de Remo, hace que sea prácticamente omnipresente. Desde el patio, si alzamos la vista, se puede ver una bella perspectiva de la Torre del Mangia, que se encuentra a la derecha (a la izquierda si miramos desde la plaza) que es altísima y constituye la imagen que yo creo, todos tenemos de Siena. A la torre se puede subir, pero, como es habitual en mi, no lo hice, primero porque hay que echarle valor para afrontar los más de 500 escalones y segundo, porque sólo de ver a la gente que se asomaba a la terraza, justo debajo de la campana, ya se me aflojaban las piernas. Aunque en ese momento, por la hora, no había mucha gente, deben formarse colas de aúpa, porque en un lateral había gran cantidad de sillas de plástico apiladas, supongo que para aguantar la espera. Vista de la Torre del Mangia desde el patio del Palazzo Pubblico En el interior del palacio, además de las distintas oficinas municipales, se encuentra el Museo Civico. Fuimos a la taquilla y se podían comprar entradas combinadas (Biglietto cumulativo), con diferentes opciones, según lo que se quisiera visitar. Yo compré la que incluía el Museo y Santa Maria della Scala para mi (11€) pero si se va con menores, como era mi caso, no trae cuenta la entrada combinada para ellos, porque en el museo Civico van con entrada reducida (4,5€) y en Santa Maria della Scala no pagan, con lo cual es más favorable. (Ahora estoy cayendo en la cuenta que no he ido especificando el precio de las diferentes entradas, por lo que al final del diario pondré un pequeño apartado con los mismos para que quien vaya a ir se pueda hacer una idea a la hora de hacer previsión del gasto). Bueno, estábamos justo para entrar en el museo, al que se accede subiendo unas escaleras metálicas, con lo que no sabes muy bien si vas a visitar un monumento de esas características o a coger unas carpetas de una estantería, pero bueno, llegamos al primer piso y ya seguimos el sentido de la visita, aunque puedes ir y volver si quieres, a diferencia de otros lugares que habíamos visitado en Florencia donde no había posibilidad de vuelta atrás (p.ej. el palacio Médici-Riccardi). El museo es muy interesante, con diversas dependencias que contienen frescos muy famosos, algunos mejor conservados que otros. Obviamente los mejor conservados son también los más recientes (del siglo XIX); éstos están en la primera sala, dedicada a la historia moderna de la ciudad, pero la verdad es que yo no les eché mucha cuenta porque prefería ver en detalle los más antiguos. En la sala del Mappamondo (no lo busquéis porque ya no existe), que es la más grande, en la pared de la izquierda se encuentra uno de la Virgen con el Niño, rodeados de santos y ángeles – la Maestá – de Simone Martini que, según el tríptico que cogimos en taquilla (no había en español, sólo en inglés o en italiano), está considerado como una de las máximas obras del gótico europeo y en la pared de la derecha uno mucho más amplio que representa la toma del castillo de Montemassi, en la región de Maremma, por el conde Guidoriccio da Fogliano (el nombre es como para aprendérselo), que va a caballo y lo pintó también Martini para dejar constancia de los éxitos militares y políticos alcanzados por el estado sienés en 1328. En la sala adyacente a ésta, la sala della Pace o del Buon Governo, están los otros conocidos, representando la comparación entre lo que pasa en una ciudad bien gobernada (todo prosperidad) frente a una que no lo es (todas las maldades). Este es de Ambrogio Lorenzetti, realizado como una alegoría de los efectos sobre Siena y sus territorios del régimen de los “nueve señores de Siena” y aunque está pintado después que los anteriores, están peor conservados. Existen bastante más estancias y una capilla pero no os preocupéis que no me extiendo más, sólo decir que si se sube una escalera de piedra bastante empinada, se accede a un nivel intermedio con dos salas, pero estaba cerrado, así que continuamos subiendo porque yo tampoco tenía interés en ese nivel sino en la loggia superior que tiene una buena vista del paisaje que queda detrás del palacio. Cuando abandonamos éste, y tras una nueva contemplación de la torre y el pequeño templete que tiene delante, se imponía ya comer. Como una no va a ir todos los días a Siena, lo más apetecible era comer tranquilamente, contemplando la plaza, así que nos fuimos a uno de sus restaurantes. La mayoría de ellos estaban a reventar, así que nos decidimos por el que estaba más despejado, supuse que debido al precio, dado el aspecto que tenía, la uniformidad de los camareros, el interior etc. pero un día es un día y la hora tampoco era la más apropiada para seguir buscando, además hacía un calor horroroso, así que nos sentamos en la terraza del restaurante “Al Mangia”. Evidentemente no era barato, pero lo que comimos tenía buena calidad y el servicio extraordinario. En general debo decir que lo que es la comida la vi sólo algo más subida de precio que en España, lo que realmente encarece la cuenta es la bebida porque un refresco está entre 5-6 € y una copa de Chianti, buenecito, digamos de gama media, sobrepasa los 8 €, no sólo aquí sino en todos los lugares en los que estuvimos; mientras que en España podemos tomar un refresco en lugares similares por 2,50 con un segundo plato de, vamos a suponer 25 €, tirando largo, lo que da una relación de 1/10 o lo que es lo mismo, la bebida supondría el 10% respecto del plato, allí te puede suponer el 30% , es decir, tres veces más. Después de la comida nos tomamos un helado, también en la plaza y nos fuimos a ver la catedral. A priori, no se ve tan majestuosa como la de Florencia, posiblemente por el sentido de perspectiva que le confiere a ésta la escalinata de 13 peldaños sobre la que asienta y, aunque las comparaciones son odiosas, al ser de estilos similares, con revestimiento de mármoles parecidos y con un Campanile también en la misma disposición, inevitablemente tomas la primera como referente, pero, en resumen, puedo decir que son totalmente distintas. Por lo pronto, el trabajo de la fachada, con esa cantidad de filigranas y estatuas te atrapa de momento, con lo que no te cansas de mirarla desde los bancos de piedra situados justo enfrente y a media distancia; pero aún más si cabe lo hace el interior, con las columnas listadas en mármol blanco y negro y la gran cantidad de bustos de Papas que están situados en la parte superior de las paredes, que es posiblemente lo primero en lo que te fijas porque sueles ir mirando hacia arriba. Pero rápidamente bajas la vista hacia el suelo y te maravillas aún más, con esas incrustaciones de mármol de diversas tonalidades y que va conformando mosaicos, representando distintas escenas: unos geométricos, otro con varios círculos con animales representando a diversas ciudades italianas, por ejemplo, el conejo a Pisa, el león a Florencia, el caballo a Arezzio, etc. alrededor de uno grande central con el símbolo de Siena: la loba y los gemelos, que a mi me hizo pensar en la época medieval y en la hegemonía que, por entonces, tenía Siena en la región hasta que la perdiera a favor de Florencia, y el más impresionante: el de la degollación de los inocentes, con unas figuras de gran dramatismo. No obstante, la mitad del suelo estaba cubierta por unos paneles de protección, con lo cual no sé si aún cabría más asombro cuando éstos estuviesen al descubierto. Fragmento de la Degollación de los inocentes Aunque sólo tiene una nave, está repleta de elementos de gran valor y belleza, que obligan a una visita muy pausada. Sólo el púlpito de Nicola Pisano requiere un buen rato para poder fijarse en la cantidad de figuras que conforman escenas de la vida de Jesucristo, asentado en unas columnas, cuatro de ellas sobre leones, y el altar mayor, aunque estaba muy a oscuras y no se podía ver adecuadamente, y el interior de la cúpula, azul, con los casetones con estrellas doradas, y la capilla de San Juan Bautista con la estatua de Donatello, y la vidriera, en fin, podría seguir así un buen rato porque es impresionante. Como impresionante es igualmente la biblioteca Piccolomini, con unos frescos cubriendo todas las paredes y el techo que casi te obligan a estar tumbada sobre las sillas dispuestas para una mejor contemplación de los mismos, si no quiere uno salir con tortícolis pero es que es difícil dejar de admirarlos. Probablemente uno de los lugares más venerados sea una pequeña capilla con una verja que hay al lado izquierdo del altar mayor, en el que hay un cuadro de una Virgen con Niño, tocados ambos con coronas sobrepuestas de oro y piedras, la Virgen del Voto, y a la que uno se suele encomendar cuando está en una situación difícil, a juzgar por la plegaria escrita por San Bernardo y que figura en el reverso de las estampas que se pueden encontrar en un pequeño expositor de la catedral, en diversos idiomas. Desde luego, y dejando al margen las creencias que cada cual pueda tener, la verdad es que el cuadro no deja indiferente, con unos focos, para mi, de especial interés: la mirada y las manos de la Virgen y el Niño, que parece como una representación en miniatura de un Jesús joven, docto y en actitud de bendecir, más que un niño realmente. Bueno, no sigo que me embalo demasiado. Nos perdimos el Baptisterio porque yo no quería dejar de ver el museo Della Scala (ahora comentaré por qué) y ya íbamos mal de tiempo pues eran las 18 h. y tenía sólo media hora antes de que cerraran. Cada uno, evidentemente, tiene sus preferencias; en mi caso, cuando algo me gusta le dedico el necesario para verlo bien, sin prisas, aunque para ello tenga que sacrificar otras cosas, pero eso de ir pasando y mirando casi sin ver no va conmigo. Por eso me quedé sólo en Siena y no incluí en la excursión San Gimignano, aunque la mayoría de la gente del foro comentaba que se podía ir a los dos, a mí a ese paso, evidentemente, no me daba el día. Como decía antes, no quería dejar de ir a la Scala; ahora es un museo de pintura y escultura pero a mi me daba igual, porque no iba a ver nada de eso. Mi interés se debía a que fue un antiguo hospital y tiene una sala, casi a la entrada, con unos frescos grandísimos en dos paredes que constituyen casi un tratado de la atención sanitaria de la época. Yo doy clases de salud pública y me apasiona todo lo relacionado con la historia de la misma, por lo que quería llevarme unas fotos, si era posible, de los mismos, porque también me ilusiona tomar yo las imágenes y hacer como una pequeña fototeca para poder usarlas luego, más que cogerlas de Internet o de otras fuentes. Bueno, la sala estaba prácticamente a oscuras, sólo la luz que entraba por una ventana y, aunque había unos bancos largos para poder sentarse y contemplarlos bien y unos paneles explicativos, no había nadie, aunque algunos pasaban en dirección al interior; mis hijos lo tenían claro, ¡cómo va a haber gente tan frikie como tú, mamá!. Cogí mi cámara para intentar sacar aunque fuera una foto, pero no me dio ni tiempo, porque rápidamente vino una chica y me dijo que ni se me ocurriera. Le pregunté que si entendía español y me dijo que no, cosa que me extrañó pero bueno, como yo no tengo grandes conocimientos de italiano como para contarle la película, allá que empezamos a hablar en inglés. Le comenté mi interés por los frescos y ella, cambiando totalmente su registro, y muy amablemente, me dijo: Bueno, pero cuando no pase nadie y sin que la vea mi jefe; pues nada, la ley de Murphy, cuando no pasaba nadie me pongo a hacer la foto y aparece “el jefe” como un rayo, ella empezó a explicarle y el otro me dijo: ok pero tiene cinco minutos porque vamos a cerrar, así que me puse allí en plan reportero y saqué algunas, aunque, al final, me han salido muy oscuras, claro. Por si acaso (porque no podía pararme a ver cómo estaban), me aseguré comprando algunas imágenes editadas en forma de postal, aunque son detalles pero bueno, algo es algo. Detalle de uno de los frescos. Museo della Scala Cuando salimos ya no nos apetecía volver al Baptisterio, así que elegimos ir paseando tranquilamente y entrar en algunas de las tiendas que había por allí. En una regentada por una chica rubia muy simpática se vendían pastas, especias, vino, dulces, frutos secos... todo muy natural y bien organizado y presentado en cajones y unos saquitos de arpillera; nos dio a probar algunas cosas para que comprobáramos la calidad, total, que parecía que había ido al mercado, salí de allí con dos bolsones con diversas cosas: unas bolsas de varios tipos de pasta de colorines, orejones, caramelos, bolsas de pesto y unas cajas de unos dulces de almendra de los que no recuerdo su nombre, estaban cubiertos de azúcar glass y rellenos de una especie de mazapán finísimo, que estaban de lujo. También entramos en otros comercios de piel (cayó un bolso) y en una zapatería (unas zapatillas que había visto mi hijo en Sevilla pero no tenían su número, aquí si y, además al 50% de lo que me hubieran costado allí; lo mismo me había pasado con unas que encontró mi hija en Florencia, así que más que de Italia, iba a parecer que volvíamos de Elda). Entre unas cosas y otras ya eran casi las 20 h. y teníamos un tren a las 20,18 de vuelta a Florencia, así que nos fuimos rápidamente al autobús y a la estación. Cuando llegamos a la vía yo me esperaba un tren parecido al que nos había llevado por la mañana, pues no, era uno con el interior bastante cutre y aspecto de suciedad, que más que a Florencia, me pareció que me transportaba en el tiempo unos 20 años atrás. Bueno, al menos llegó a su hora y a las 10 ya estábamos saliendo de la estación y nos fuimos a Il Grillo a cenar y a escuchar de nuevo a la pareja de inmigrantes que, uno con un acordeón y el otro con un clarinete, interpretaban, esta vez, “La vie en rose” y “Quizás, quizás, quizás”. Estaba claro, seguía transportada en el tiempo… Etapas 4 a 6, total 6
El 5º y último día de nuestro maravilloso viaje tenía una planificación muy concreta:
- A las 9-9,15 h. ver la iglesia de Santa Mª Novella - Ir a la estación y coger el tren de las 10,27 a Pisa - Vuelta a Florencia en el tren de las 13,29 h. - Almuerzo - Visita a la Santa Croce - Visita a la Capilla Brancacci (Reserva para las 16,30 h.) - Visita al Palacio Pitti y jardines de Bóboli Estaba todo perfectamente calculado y el plan no podía ser más sugerente, pero…¿qué ocurriría?. A las 9,10 ya estábamos en Santa María Novella. Entramos por la puerta lateral que da al jardín y nos dirigimos a la taquilla. Sólo había un grupo de cinco personas delante. No sé qué pasaría pero tardaron un ratito en sacar la entrada, la chica de la taquilla llamó a uno de los empleados, estuvo allí mirando algo, no sé si es que llevaban algún tipo de bono o reserva o algo así porque estuvieron hablando los dos con uno del grupo, mirando y remirando algo que éste les mostraba, total que tardamos como unos diez minutos en entrar. Iglesia de Santa María Novella. Portada interior Yo me esperaba una iglesia algo más pequeña, aunque había estado informándome por la guía de lo que había que ver, pero la sensación fue de asombro al ver la amplitud, la cantidad y calidad de los frescos en las distintas capillas y la longitud de las naves. Se nota la influencia y el dinero que debió aportar la otra gran familia florentina de la época, los Strozzi, rivales de los Médici y que lo hacían todo a lo grande, a juzgar por el palacio que se habían construido. Intuyo que debieron impulsar también la construcción de la iglesia, aunque no he podido confirmarlo pues no aparece este dato; si uno mira su historia, sólo se menciona a los Rucellai, dueños de otro de los grandes palacios de Florencia como promotores de la portada, pero, puesto que la iglesia fue construida en varias etapas y bajo el mecenazgo de diversas familias, imagino que los Strozzi, que eran banqueros, debieron aportar también lo suyo porque tienen dedicadas nada menos que dos capillas. Bueno, lo que está claro es que los monjes dominicos no pudieron levantar esta basílica majestuosa sin fuertes aportaciones, habida cuenta de que en ella están los trabajos de grandes maestros del Renacimiento. En la primera nave lateral, más cercana a la puerta, se encuentra la capilla Filippo Strozzi (éste era el banquero y patriarca de la familia), los frescos son de Filipino Lippi, con un colorido y una conservación extraordinaria. Al parecer es en esta capilla donde sitúa Giovanni Bocaccio el encuentro de los siete jóvenes que deciden irse de Florencia para huir de la peste, con el que comienza su famoso “Decameron”. La siguiente, situada detrás del altar mayor – donde está el sepulcro de Filippo Strozzi- es la capilla Tornabuoni, pintada por Ghirlandaio, que traslada la vida de La Virgen y de San Juan Bautista a la época renacentista y se convierten en un buen retrato de la vida cotidiana en el Renacimiento: sus calles, edificios, ropajes, interiores etc. En ella está el coro con sillería de madera . La tercera y última, coincidiendo con la otra nave lateral, es la capilla Strozzi, ya de toda la familia, cuyos miembros aparecen pintados junto a Dante, porque los frescos están inspirados en “La Divina Comedia”. Si continuamos el recorrido en ese sentido contrario a las agujas del reloj que llevamos nos encontramos con otra capilla: la Española, llamada así porque la utilizaba la corte de la esposa de Cosme I de Médici, Leonor de Toledo, también con frescos y el claustro, al que no se podía acceder porque había un cordón impidiendo el paso, sólo se podía uno asomar y se veía un ángulo del mismo. A continuación, pasando la puerta de acceso al claustro se encuentra el fresco de “la Trinidad” de Masaccio que, en su momento, tuvo que ser impresionante por el colorido, ya bastante desvahído, pero aún así se puede apreciar la calidad del trabajo y la sensación de profundidad que le otorga la bóveda con casetones bajo la que se representa la escena. Nos sentamos un rato casi al final, para poder contemplar la perspectiva de la nave central y los arcos ojivales de nervadura listada con mármoles blancos y negros (creo que negros porque la luz que había me impedía ver el color con claridad, por lo que pueden ser verde oscuro, no estoy segura), sobre columnas que no están situadas alineadas sino a distinta distancia, las más cercanas al altar mucho más juntas, con lo que la sensación de profundidad es aún mayor. Nos fuimos a la estación, a través de una especie de pasaje que transcurre por el lateral exterior de la iglesia, con lo que se llega en un momento y nos dirigimos a sacar el billete. La cola en el mostrador principal seguía siendo increíble, había un par de máquinas que se habían quedado “colgadas”, así que nos situamos en la cola que tenía menos gente. Faltaban todavía 20 minutos para que saliera el tren, así que aún no empecé a ponerme nerviosa pero tras unos minutos ya empecé a mirar a ver si la otra estaba más despejada para cambiarme, aunque había más gente, me fui a esa dejando a mi hija en la anterior, para ver si aún podíamos coger el tren que salía en 15 minutos. Cuando ya sólo había una pareja delante de mi hija me voy para allá pensando que ya nos tocaba, ilusa de mi. Tardaron una barbaridad, yo al principio no me quise inmiscuir por una cuestión de prudencia e intimidad pero ya me estaba poniendo negra porque empezaron y anularon la operación como siete veces. Total que, aun a riesgo de parecer entrometida les explico, en inglés, porque era una pareja un poco mayor de algún país centroeuropeo, cómo hacerlo. Bueno, no parece molestarles y me dan las gracias. Cuando llega el momento de pagar los billetes intentan hacerlo con una tarjeta de crédito y por lo que quiera que fuera aquello no iba. Otros diez minutos por lo menos e iban probando distintas tarjetas hasta que por fin una les permite la operación. Para entonces yo estaba “atacada” porque no me había podido volver a cambiar de cola ya que había aumentado significativamente y yo tendría que ser la última. Total, que corriendo por el andén, pudimos llegar al tren casi “por los pelos”. Reconozco que el problema, después de todo, fue mío, porque tenía que haber sacado los billetes el día antes pero no quise hacerlo por si cambiábamos de opinión y no íbamos a Pisa al final. Bueno, llegar llegamos. Compramos los tickets del autobús en quiosco de prensa de la misma estación (1€) y también eran válidos para una hora, así que los compré dobles por si acaso. Menos mal, porque si no, hubiera tenido que estar buscando dónde comprar otros para la vuelta, ya que, al final, tardamos más de lo previsto. Salimos de la estación y nos fuimos a esperar el autobús, a pleno sol, en la parada de la línea rossa, a la derecha de la estación, que era la que nos llevaría al campo dei Miracoli, según el foro. Nos quedamos un buen rato y allí no aparecía autobús alguno por ninguna parte. Tanto nosotros como otras personas que se fueron incorporando, empezamos a impacientarnos porque ya tardaba demasiado. Al cabo del tiempo, llega un autobús “a toda pastilla” y entra hasta donde esperábamos. Nos tuvimos que ir hacia atrás porque el conductor no tenía intención de parar hasta que no le hicieran calzo nuestros pies por lo visto. Hacen relevo y le preguntamos al nuevo conductor que si salía ya para el campo y nos dice a todos que no va para allá, no sé por qué motivo porque lo dijo en un italiano rapidísimo y casi sin mirarnos y nos indica que nos vayamos a una parada de la calle de enfrente que allí pasaría otro autobús que nos dejaría en el Campo dei Miracoli. Allá que nos vamos todos corriendo porque vimos que se acercaba uno, bueno pues ese no era, así que a esperar. Ya llegó y nos encaminamos a nuestro destino. Para cuando llegamos ya hacía un calor tremendo y había gente por todos sitios. Cuando traspasas la puerta de acceso, la visión del conjunto es impresionante, todo en mármol blanco. Nos fuimos hacia la torre flechados, sin mirar siquiera los tenderetes de la derecha. Tras las típicas fotos de mis hijos (yo no me la hice, que conste) sosteniendo la torre, esperando un rato, porque casi todo el mundo estaba en la acera ya que había unos guardias que sacaban a la gente que estaba en el césped y después de hacerle algunas a un chico japonés que iba solo y a un grupo de compatriotas vascas que querían quedar inmortalizadas en grupo, claro, nos fuimos hacia la catedral, rodeando el lateral de la misma y admirándola pues tiene una fachada con unos cuatro cuerpos de arcos redondos con columnas y unos arabescos muy originales. Había una cola respetable para entrar, así que optamos por ir antes al Baptisterio ya que había menos gente. Yo pensaba que las entradas se sacarían allí mismo, pues no, nos dicen que tenemos que ir a la zona de los tenderetes y allí había una oficina donde se sacaban los tickets. Pues nada, vamos corriendo para allá, otra pequeña cola para la compra pero iba rápida. Se podían sacar también combinados para los tres monumentos, pero como nosotros no queríamos subir a la torre, las saqué para el Baptisterio y el Duomo. De vuelta al Baptisterio porque seguía habiendo mucha gente para la catedral. Este nos defraudó un poco pues contrasta el exterior con lo austero del interior, totalmente distinto al que habíamos visto en Florencia. Destacan la pila bautismal, el púlpito de mármol de Pisano, con escenas de la vida de Jesucristo y una galería superior a la que se podía subir por una escalera estrecha y empinada y ver una panorámica completa. Desde alguna de las ventanas se apreciaba también el camposanto adyacente, aunque éste no lo visitamos. Tras estar un ratito sentados en los escalones interiores del Baptisterio, reponiéndonos de la subida y el calor, pues hacía un frescor que se agradecía, nos fuimos hacia la catedral. Cuando llegamos había menos cola, porque había gente que se iba para comprar los tickets (menos mal que no era yo sola), así que no tuvimos que esperar mucho para entrar. Hicimos una visita más rápida que de costumbre, porque la espera del autobús ya nos había retrasado bastante y yo no quería apartarme mucho del plan previsto. La catedral me impresionó gratamente pues tiene elementos de gran interés, como las columnas y arcos que separan las naves, que sostienen una especie de balconada, también con columnas de mármol jaspeado y arcos de medio punto, con los frisos y las paredes llenas de frescos y un artesonado muy vistoso. El interior de la cúpula también está decorado con frescos y destaca en el ábside un gran Pantocrátor. Pero, quizá lo que más llame la atención de todo sea el enorme púlpito de Giovanni Pisano, en el que el trabajo del cuerpo, las columnas de mármoles jaspeados descansando sobre leones, como suele ser habitual en éste y los anteriores que habíamos visto, mezclado con las esculturas, a modo de cariátides, sobre pedestales y una grande, a modo de eje central, le confiere un aspecto abigarrado y muy llamativo. En una capilla lateral, y similar al que habíamos visto el día antes en la catedral de Siena, había un pequeño cuadro de una Madonna, del tipo icono bizantino, al igual que el anterior, rodeado de pequeños paneles con santos y, en una leyenda dorada inferior, podía leerse “Protege Virgo Pisas”. No había nada más, pero luego he podido constatar que es la “Madonna di soto gli organi”, atribuida a Berlinghieri, y de gran veneración. Cuando salimos de la catedral, nos encaminamos ya a la salida del campo. Se nos había hecho más tarde de lo que pensaba, así que decidí entrar en un bar justo a la salida y comprarnos un bocadillo para tomarlo rápidamente y no perder más tiempo cuando llegáramos a Florencia. Era un sitio con self-service, pero como digo, nos compramos un bocadillo. Craso error, pues pedimos unas especie de chapatas con prosciutto. El pan parecía del día anterior y el jamón estaba saladísimo y más bien tieso y nos lo cobraron como si fuera 5 jotas por lo menos. Así que a la voz de “a comer que tenemos que coger el autobús”, terminamos “el suculento” almuerzo. Nos vamos a la parada del autobús y vino bastante pronto, pero para no desentonar con lo que llevábamos de día no podía salir la cosa bien. Empezó a subir un grupo de unos 7 u 8 chavales con unos maletones tremendos, otro que sería del “Inserso” italiano con una guía y mientras subían, se acomodaban, picaban los billetes etc. etc. estuvimos también un buen rato en la parada. Aunque el trayecto hacia la estación es corto y el conductor (como casi todos, pero esto lo comentaré en la próxima etapa) iba “ligerito”, una vez pasado el puente sobre el Arno y vista de lejos una iglesia pequeñita gótica, Santa María della Spina, nos quedamos parados pues había un atasco, no sé si es que habría ocurrido un accidente, porque había varios coches de policía y tras un buen rato reanudamos la marcha. En fin, que para cuando esperamos a que bajaran los de los maletones y el grupo de personas mayores, como yo ya había presentido, perdimos el tren de vuelta, pues a pesar de darnos prisa, acababa de salir hacía 2 minutos. Acordándome del prosciutto tieso como un garrote que no había servido de nada, nos sentamos en un banco de la estación a esperar el próximo tren, que salía a las 14,01h., con lo que estaríamos en Florencia a las 15,23 h. Bueno, no todo estaba perdido. Cuando llegó el tren, similar al que nos había llevado a Pisa y de las mismas características que el que cogimos de vuelta de Siena, es decir, de aspecto bastante lamentable, yo iba recomponiendo mentalmente el esquema: bueno, para ganar tiempo, y seguir en hora con lo planificado, cogeríamos un taxi para ir a la Santa Croce, en realidad, cerca, porque hasta la misma puerta no se puede llegar al ser zona peatonal. Si nos pillaba un poco la hora, porque tardáramos, pues yo tenía un interés enorme por verla, podía prescindir de la Capella Brancacci, aunque también quería ir, pero mis hijos ya estaban un poco hartos de frescos, así que si tenía que sacrificar algo, pues sería esto. Realmente, parece que me lo habían dicho porque yo no hice la reserva desde aquí, ya que no tenía muy claro cuando ir por la cuestión horarios, así que le pedí a una chica de la recepción del hotel el día antes por la mañana que me hiciera la reserva ella. Yo le había dicho para las 16,45 pero no debería haber sitio ya para esa hora porque me la habían dado para las 16,30 h. Efectivamente, cogimos el primer taxi que apareció y nos encaminamos a la Santa Croce; aún en ese momento podría verse todo porque llegamos en un abrir y cerrar de ojos hasta la esquina de la calle. Cuando llegamos a la plaza estaba toda vallada y había dos guardias de seguridad en el único sitio que parecía la entrada a la plaza. Me pareció raro pero me dirigí hacia ellos y le pregunté en un creo que correcto italiano, dónde podía comprar las entradas para la iglesia. Me dice uno, casi echándome de allí, que en el teatro Verdi, yo como que no me creo lo que me está diciendo y le repito que la entrada era para visitar la iglesia y me sigue diciendo que cogiera por la calle recto, girara a la derecha y encontraría el teatro Verdi muy expeditivo. Totalmente escéptica y no encontrando ninguna hipótesis factible para explicar aquello, me voy al teatro Verdi. Tras venderle a una chica que iba delante mía dos entradas para la ópera, la taquillera creería que le estaba tomando el pelo cuando le pido tres entradas para la iglesia. Lo que me tenían que haber dicho los dos “gorilas” de la valla, me lo explica ella y me dice que la iglesia estaba cerrada durante todo el día porque en la plaza se celebraba el “Partido antiguo” o algo así y que allí se vendían las entradas, que era como un partido de fútbol. Le comento lo que me habían dicho los dos de la valla y se sonríe simplemente; evidentemente, una de dos, el pelo me lo habían tomado a mi o ni siquiera me había escuchado cuando le dije dos veces la iglesia. Para paliar la sensación de frustración que sentía en ese momento, pues era uno de los lugares que yo tenía como fundamentales para ver, que en un principio, había situado el domingo por la mañana, aunque después metí Pisa porque mis hijos querían ir dado lo cerca que estábamos, nos fuimos a tomar un helado a Vivoli, absolutamente exquisitos. No quise que el recuerdo del bocata siguiera apareciendo cada dos por tres, aunque era difícil. Pero, en fin, si no hubiéramos ido a Pisa tampoco la hubiéramos visto, así que me resigné. Bueno, nos encaminamos a la Plaza Della Signoria para ver si podíamos llegar por el camino más corto a la Capilla Brancacci, pues aún estábamos a tiempo de verla. Cuando pasamos por delante del Palazzo Vecchio vimos a varias chicas vestidas con trajes de época pero no me paré a preguntar si era una atracción prevista para esa hora o que iban a algún sitio disfrazadas así. La plaza era un hervidero de gente. Mis hijos estaban un poco cansados porque hacía bastante calor, con lo cual me decían que por qué no cogíamos un taxi. Pregunto a un policía local el sitio mejor para poder coger uno y me indica las inmediaciones del Duomo, así que tiramos por la vía Calzauoli para ir hacia allá. Nada más entrar vimos que venían varios coches de policía con sirenas y un sonido de una banda de música y un montón de gente estaba apostada a ambos lados de la calle. Esperamos, porque no podíamos seguir ni cruzar, a ver qué pasaba y empezaron a aparecer un grupo de niños vestidos de pajes, otros detrás ya jóvenes con chaquetas y jubones tocando unas trompetas como anunciando la llegada de algún rey, en fin, en pocos minutos, parecía que estábamos en pleno Renacimiento. En ese momento, y dado que iba a ser imposible llegar a tiempo a la Capilla Brancacci, optamos por esperar en la calle, a ver si pasaba la comitiva. Le pregunto a una chica que estaba a la puerta de un comercio que de qué se trataba y me contesta que eran los participantes en el “partido antiguo”, que se iba a disputar en la plaza de la Santa Croce, que era una fiesta típica que se celebraba ese día y que todos iban vestidos como los de la época de los Médici. Así que nos quedamos porque era desde luego digno de ver. Todos eran hombres, que iban por grupos, unos a pie, pasaban varios grupos y les seguía una banda de música, luego un grupo de críos vestidos de futbolistas y los verdaderos protagonistas del partido. La mayoría daban miedo nada más mirarlos, tremendos, fuertes, con unas espaldas y unos torsos anchísimos, que se podían admirar perfectamente porque muchos iban descubiertos de cintura para arriba, no sé si para compensar el que llevaban pantalones hasta la rodilla de terciopelo. Iban precedidos por abanderados y grupos de distintos colores, luego seguían más personajes de todas las edades, algunos a caballo y parecían sacados de los cuadros de Piero Della Francesca, de Botticelli o de algunos de los muchos frescos que habíamos visto. Allí estaban Cosme el Viejo y un montón más de personajes de la época. Pasaron cuatro equipos, como digo ataviados con distintos colores distintivos, pero casi todos de parecida fisonomía. Algunos grupos tiraban de cañones ligeros, otros llevaban armas antiguas, algún grupo desfilaba con lanzas al hombro. En fin, no sé cuántos irían pero desde luego tardó bastante en pasar. El cortejo lo cerraba un grupo de abanderados que, en un momento dado, lanzaban todos a una las banderas, con lo que el espectáculo era de gran vistosidad y destreza. Al terminar el día, uno de los amables camareros de “Il Grillo” me contó que eran representantes de los cuatro barrios medievales de Florencia: Santo Spirito, Santa María Novella, San Giovanni y la Santa Croce y era una especie de fútbol americano, ya que parecía más rugby y que algunos años había estado prohibido porque se daban de lo lindo y salía alguno mal parado, que era bastante violento. Yo, después de ver el desfile, me quedé con las ganas de haber comprado las entradas ya que había estado en el teatro Verdi, que era donde las vendían pero, claro, en ese momento, no tenía la información sobre el evento porque la chica que me “deshizo el entuerto” no era tampoco muy charlatana, claro está que había gente detrás nuestra y tampoco se iba a parar a explicarme de qué iba la cosa. Bueno, pues después de que pasaran, nos fuimos al Puente Vecchio. A esa hora, no sé si porque era domingo, muchas de las joyerías estaban cerradas pero había un gran bullicio de turistas paseando y haciéndose fotos en el puente, aunque cuando estás en él no te da la sensación de puente sino de una calle más por la cantidad de establecimientos que tiene. Lo cruzamos y nos dirigimos hacia el Palazzo Pitti para ver los jardines de Bóboli. Ya eran más de las cinco, pero teóricamente no cerraban hasta las 19,30 h. Nos entretuvimos mirando los escaparates de algunas tiendas y entramos en una especie de supermercado buscando un pan que nos habían puesto en el almuerzo el día anterior y a mi hija le había gustado mucho, pero no lo tenían; total, entre una cosa y otra vimos el palacio por fuera y subimos el pequeño repecho hasta la entrada a los jardines. Cuando llegamos me dice el señor que estaba en la puerta que ya no se puede pasar; le digo que cómo va a ser eso, que acababa de entrar un grupo y que creía que cerraban a las 19,30 y me dice que no, que cerraban a las 17,30 h. (por mi reloj pasaban 2 minutos de esa hora), le pido que nos deje pasar y me hace gestos con las manos de que está cerrado y cierra la puerta. Otra vez la sensación de frustración más absoluta se apodera de mi, no daba crédito a lo que me estaba pasando y sólo acerté a pensar que ya era raro que no hubiera ocurrido nada porque todo estaba saliendo según lo previsto. En fin, con una mezcla de cabreo, pena y resignación, aparte del cansancio ya por el tremendo calor del día, nos dimos una vuelta por las callejuelas de la zona, nos sentamos a tomar un refresco y, cuando nos pareció que ya lo mejor que podíamos hacer era dar por finalizada la ruta del día, volvimos al hotel. Luego y tras un rato de descanso y reponernos con una ducha, salimos a cenar pero ya no estábamos para buscar mucho, así que fuimos a lo seguro y decidimos terminar nuestra última noche en Florencia cenando en “Il Grillo”, por lo menos, finalizaría bien el día. Como comenté antes, uno de sus camareros, me contó con más detalle la fiesta del día y me invitó a una copa de vino cuando supo que al día siguiente dejábamos Florencia. Eso será el epílogo de nuestro viaje. Etapas 4 a 6, total 6
Como prometí en una entrega anterior, y antes de finalizar el diario, incluyo una pequeña reseña de los precios de las distintas entradas a los diversos monumentos visitados, como guía de previsión de gastos para todos aquellos que quieran acudir:
- Palazzo Strozzi: 8€ (Mis niños, 15 y 12 años, entrada reducida: 4€) - Palazzo Vecchio: 6€ (Niños, entrada reducida: 2€) - Galeria degli Uffizi: 10 € + 4 por la reserva (Niños, entrada reducida: 4€) - Museo del Bargello: 7€ (Mis hijos entraron gratis) - Palazzo Medici-Riccardi: 7€ (Niños, entrada reducida: 4€) - Capelle Medicee: 7€ (Mis hijos entraron gratis) - Museo di San Marco: 4 € (Mis hijos entraron gratis) - San Miniato al Monte: Aportación voluntaria para la conservación de la iglesia. - Galleria dell’Accademia: 10 € + 4 por la reserva (Niños, entrada reducida: 4€) - Battistero di San Giovanni: 4 € cada uno - Iglesia de Santa María Novella: 2,50 € cada uno - Museo Civico y S. Maria Della Scala, Siena: Biglietto cumulativo: 11€ - Museo Civico, entrada reducida: 4,50€ - Duomo de Siena: 3€ cada uno - Pisa: Duomo y Baptisterio: 6€ cada uno Bueno, pues concluía nuestra estancia en la ciudad que siempre quise visitar. Me parecía mentira los días pasados y el último, lunes, me desperté con la sensación de que llevaba allí toda una vida. Ya me sonaban tremendamente familiares las voces de los empleados del hotel Alba y los buon giorno, excusi, grazie, prego, per favore... se habían convertido en palabras de nuestro léxico habitual, incluso cuando hablábamos entre nosotros, mientras terminábamos de meter en nuestras maletas todo lo que habíamos traído y llenarlas con todo lo que nos llevábamos, tanto material, como lo más importante: las vivencias de unas jornadas que recordaremos siempre. Después de desayunar, y de dejar unas letras en el libro de papel de aguas florentino, colocado en un atril para que los huéspedes que quisieran aparecieran inmortalizados en ese fragmento de buenas intenciones y de añoranza que refleja una despedida, solicitamos a la chica de recepción que nos pidiera un taxi para encaminarnos al aeropuerto. En el breve tiempo que se tarda en decir adiós y dar las gracias por el trato dispensado, estaba el taxi en la puerta. El taxista, un chico joven y fornido, que recordaba a los que habíamos visto desfilando el día anterior por la via Calzauoli, introdujo nuestros dos troleys en el maletero. Mis hijos ocuparon el asiento posterior y yo me senté a su lado. Lo primero que hice fue ponerme el cinturón de seguridad, elemento no sólo imprescindible como modo de evitar problemas con los “carabinieri”, sino de absoluta necesidad si se va como ocupante de un medio de transporte en Florencia, Siena o Pisa a tenor de las experiencias vividas, cada vez que subíamos bien a un taxi o a un autobús. La manera de conducir es tan temeraria como segura, pero eso no lo aprecias hasta que desciendes; mientras eres pasajero, vas apretando un freno inexistente y cogiendo con fuerza el agarradero de la puerta. No he visto un modo más increíble de introducirse entre dos coches cuando tú apenas si aciertas a ver el hueco; las formas de cambiar de carril y los atajos, a través de una gasolinera, para enlazar con una vía y sortear un atasco, parecían más de película de acción que de un viaje sin prisa, puesto que no corre el taxímetro, ya que el precio es fijo, y tampoco se va a perder el vuelo porque, tanto a la salida como al regreso, una prevé en demasía el tiempo hasta que sube al avión, ya que no apetece ir corriendo por los andenes ( aunque este ejercicio lo tuvimos que practicar en alguna ocasión) o por las puertas de embarque. Algo que me llamó la atención porque, a priori, la forma de ser parece similar a la nuestra, con lo que una tiende a hacer algún comentario que suavice el silencio del recorrido, es el laconismo y la sequedad de los distintos taxistas con los que me encontré, si bien el tono estaba exento siempre de estupidez o brusquedad; muy al contrario, este chico que nos llevaba al aeropuerto interponía sus brazos fuertes y tatuados y me pidió varias veces excusas por diversos frenazos en los que casi salgo por la luna delantera. Al final, llegué a la conclusión de que el caos circulatorio, con bicicletas y motos por todos lados y esa rapidez con la que se conduce, impiden cualquier intento de practicar italiano, de conocer un poco la idiosincrasia de los florentinos o de que se conviertan en guías improvisados por la ciudad para que sepas por dónde vas y qué ves, ya que no pueden perder en ningún momento la concentración mientras van al volante. Así que, en la mitad aproximadamente del tiempo que yo había estimado, llegamos al pequeño aeropuerto “Americo Vespucci” o “Peretola”, como quieran llamarlo. Esto tiene también un precio, porque entonces existen más posibilidades de visitar la “duty free”, aunque, en este caso es igualmente de reducidas dimensiones, lo que no da pie a muchos caprichos, si bien la zona dedicada a los perfumes está perfectamente surtida. Como esta es una de mis debilidades, aprovecho siempre las salidas para reponer los frascos que, luego, durante el tiempo que transcurre hasta el próximo viaje, se van vaciando lentamente, en un intento de alargar los recuerdos de los lugares que llevan asociados. Embarcamos a la hora prevista y tras un suave despegue miramos por última vez la cúpula de Brunelleschi y contemplamos la vista aérea de una ciudad que no había defraudado, para nada mis expectativas. Ya en tierra firme, en el AVE que nos devolvería a Sevilla, iba ojeando la guía de viaje, como forma de prolongar lo improrrogable y me iba quedando una pequeña desazón por lo “desaprovechado” del último día, aunque, por otro lado, aparecía la ilusión por la vuelta. Los días posteriores, los típicos comentarios de algunos amigos y conocidos que habían estado en Florencia, con ocasión de algún circuito, y que se extrañaban de que hubiera dedicado cuatro días a la ciudad “si nosotros la vimos entera en un día y medio”, me provocaban una sonrisa ciertamente maliciosa y me convertía, casi sin querer, en una feroz defensora de la necesaria parsimonia para admirar las maravillas monumentales y las callejuelas y rincones de la ciudad. ¿Cómo traspasar las sensaciones ante los frescos de los Reyes Magos, la inquietante quietud de San Miniato, el feroz demonio del Baptisterio, la luminosidad de los amarillos del puente Vecchio, la majestuosa y desafiante mirada del David, el frescor de la capilla de los Príncipes, la vista del bullicio cambiante de la plaza de la Signoria desde un velador, el olor de la Oficina Proffumo Farmaceútica, el encanto de la descuidada decadencia de algunos lugares…?. Todos esos recuerdos iban apareciendo, de nuevo, como los distintos fotogramas de una película, fundiéndose con el sabor de un extraordinario “gelatto”, pensando que volvería a Florencia si “Il Porcellino” cumplía con su función, mientras seguían sonando en mi mente las notas del acordeón: Quizás, quizás, quizás… Etapas 4 a 6, total 6
📊 Estadísticas de Diario ⭐ 4.9 (30 Votos)
![]() Total comentarios: 38 Visualizar todos los comentarios
CREAR COMENTARIO EN EL DIARIO
Diarios relacionados ![]() ![]() ![]() ![]() ![]()
![]() |