![]() ![]() Día 4. LA MARAVILLOSA SIENA ✏️ Diarios de Viajes de Italia
El sábado, día 13, proseguía nuestra estancia en Florencia, pero esta vez tenía pensado ir a Siena. El llevar ya tres días aquí se iba notando porque, progresivamente, nos íbamos levantando algo más tarde, aunque hoy estaba justificado porque...![]() Diario: Viaje a Florencia en Junio⭐ Puntos: 4.9 (30 Votos) Etapas: 6 Localización:![]() El sábado, día 13, proseguía nuestra estancia en Florencia, pero esta vez tenía pensado ir a Siena. El llevar ya tres días aquí se iba notando porque, progresivamente, nos íbamos levantando algo más tarde, aunque hoy estaba justificado porque quería ir a la Oficina Profumo Farmaceútica de Santa María Novella ya que, a pesar de haber pasado por ella 5 veces, siempre estaba cerrada. Como abren a las 9,30 h. la idea era verla rápidamente y coger el tren de las 10,10 hacia Siena. Este es otro lugar que recomiendo especialmente porque, a menos que ya conozcas algo de ella, no te imaginas lo que encierra esa puerta de madera sin más ostentación que una pequeña placa dorada con el nombre. Por supuesto no llegamos a la hora prevista a coger el tren porque merece la pena pararse un poco y contemplar esa farmacia-perfumería-museo, como queramos llamarlo. El olor, nada más traspasar el umbral, es increíble, al igual que el recinto. El techo, con frescos y nervaduras que parten desde los arcos de las paredes, llenas de estanterías ojivales de madera donde se encuentran frascos de cristal con perfumes, las muestras de distintos productos entre telas, discos, partituras de música clásica y algunos instrumentos de laboratorio. También tienen una biblioteca con frescos y otras salas con una exposición de albarelos de cerámica, pero éstas no las llegamos a visitar. Para que os hagáis una idea, lo más barato es una botellita de agua (no de colonia, sino mineral) que sale sobre 6 €, los saquitos para perfumar armarios o cajones a partir también de ese precio más o menos y los jabones a partir de 8 €. Yo no pude resistir la tentación y compré uno de esos saquitos, que tengo en el cajón de la cómoda de mi dormitorio y no veáis cómo huele, me tiene perfumada toda la habitación. También compré un agua de colonia (Angels of Florence) y un jabón de Vellutina, con elementos hidratantes pero que yo compré, la verdad, por la vistosidad de la caja, como adorno para mi cuarto de baño porque es del tipo que luego te encuentras en los anticuarios y te piden un precio mucho más caro de lo que te cuesta el jabón. No sé si lo utilizaré o lo guardaré de manera testimonial. Bueno, después de este pequeño capricho, nos dirigimos a la estación de tren. Dada la tremenda cola para comprar los billetes en taquilla, nos encaminamos a las máquinas automáticas, aunque también había cinco o seis personas en cada una. Casi perdemos el tren de las 11,10 que era el próximo que salía para Siena porque a la máquina le tienes que echar un ratito para entenderla, especialmente la primera vez y parece que todos los que estaban delante nuestra eran tan novatos como nosotros. Lo bueno es que, cuando te llega a ti, ya sabes lo que hacer al haberlo visto con el que tienes delante, así que vaya una cosa por otra. Nos fuimos corriendo hacia el andén porque quedaban apenas cinco minutos y buscamos las famosas máquinas amarillas para validar los billetes, cosa que yo llevaba como grabado a fuego en mi mente para evitar la multa. Al haber una en cada andén, intuí que había que utilizar la correspondiente al nuestro; no os puedo decir si sirve la validación en cualquier máquina porque, por si acaso, no hice experimentos y fui a lo seguro. El tren era muy moderno, cosa que me sorprendió, dado lo que había leído en los foros; totalmente nuevo, en tonos azules y grises, vamos de diseño, impoluto, con bastante espacio entre los asientos, muy cómodos y, antes de las plataformas donde estaban las puertas de salida, había tres asientos en línea formando un semicírculo, de manera lateral en las paredes, enfrentados; ya os digo que el aspecto impecable y “futurista” (como comentaré casi al final, eso fue sólo un espejismo y una manera de saber que existen estos otros trenes, pero son excepcionales). En 1 hora y 20 minutos llegamos a la estación de Siena, nos fuimos a la tienda donde venden un poco de todo: periódicos, tabaco, refrescos, souvenirs etc para comprar los billetes de autobús, creo recordar que costaban 1,20 € (porque no figura el precio impreso) y son válidos para una hora, así que compramos dos para cada uno porque con una hora no tienes ni para empezar y ya a coger el autobús; la parada está justo enfrente, en un edificio de ladrillo, bajas unas escaleras y llegas a una especie de andén, en el que están señalizados en paneles luminosos el número del autobús y el tiempo que tarda en llegar. En un par de minutos apareció y nos encaminamos, a través de unas calles que se iban transformando en cuestas, al final del viaje: una plazoleta donde terminaban todas las líneas, cerca de una galería comercial y de la oficina de correos. La calle que encontramos a la izquierda de la galería comercial ya era peatonal o al menos eso me pareció ya que estaba prácticamente tomada por los que, como nosotros, habían tenido la idea de ir ese día (después comprobamos que pasan motos, taxis y supongo que residentes porque también vimos algún que otro coche) y, a partir de ahí, aparecían perfectamente indicadas las direcciones de los lugares monumentales. Daba igual porque todo el mundo venía o iba por esa vía, con lo cual, aunque no estuviera señalizada no nos íbamos a perder. Es una calle repleta de comercios, cafés y algunos sitios de comida rápida. Lo primero que nos encontramos a la izquierda en una plaza, con una estatua en el centro: la plaza Salimbeni, delimitada por tres edificios pero el más importante es el palacio del mismo nombre, que es el del fondo, aunque sólo pudimos ver la fachada porque estaba cerrado, no sé si era debido ya a la hora (casi las 13,30 h.), así que continuamos hacia delante, creo que por la vía Banchi di Sopra y llegamos a la Loggia Della Mercanzia, un edificio de dos cuerpos, pero el interesante es el inferior, con unos arcos redondeados que descansan sobre unas pilastras con esculturas de santos en unas hornacinas y era el lugar donde antiguamente se hacían las transacciones comerciales, ahora hay unas dependencias oficiales. Poco a poco íbamos adentrándonos en una ciudad pequeña pero maravillosa que parece anclada, aún, en la Edad Media. Seguimos y, a la izquierda, se abrían unas pequeñas callejuelas, con unos escalones estrechos la primera, que dejamos pasar y la segunda más amplia con una rampa, que daban a la plaza más famosa de Siena, la piazza del Campo. Es una plaza muy original y diferente a todas las que yo conocía hasta ahora, en pendiente y en forma de abanico. En la parte superior hay varios restaurantes y en el centro, un poco más abajo, una fuente de mármol que parece una piscina, pues es rectangular; en el lado frontal tiene muchos relieves, algunos alegóricos y el central de una Virgen con el Niño, aunque no son los originales porque parece ser que estaban muy deteriorados y se tuvieron que reemplazar por una copia. Algunos de estos los pudimos ver después en el museo del Palazzo Pubblico. Vista panorámica de la Piazza del Campo Fachada del Palazzo Pubblico Este palacio está justo enfrente, en la parte de mayor declive. En él está el Ayuntamiento y lo primero que encontramos al entrar es un patio con una escultura al fondo de la loba capitolina en bronce con Rómulo y Remo, sobre un pedestal de mármol. No sería la única que veríamos porque el hecho de que se atribuya la fundación de la ciudad por Seno, hijo de Remo, hace que sea prácticamente omnipresente. Desde el patio, si alzamos la vista, se puede ver una bella perspectiva de la Torre del Mangia, que se encuentra a la derecha (a la izquierda si miramos desde la plaza) que es altísima y constituye la imagen que yo creo, todos tenemos de Siena. A la torre se puede subir, pero, como es habitual en mi, no lo hice, primero porque hay que echarle valor para afrontar los más de 500 escalones y segundo, porque sólo de ver a la gente que se asomaba a la terraza, justo debajo de la campana, ya se me aflojaban las piernas. Aunque en ese momento, por la hora, no había mucha gente, deben formarse colas de aúpa, porque en un lateral había gran cantidad de sillas de plástico apiladas, supongo que para aguantar la espera. Vista de la Torre del Mangia desde el patio del Palazzo Pubblico En el interior del palacio, además de las distintas oficinas municipales, se encuentra el Museo Civico. Fuimos a la taquilla y se podían comprar entradas combinadas (Biglietto cumulativo), con diferentes opciones, según lo que se quisiera visitar. Yo compré la que incluía el Museo y Santa Maria della Scala para mi (11€) pero si se va con menores, como era mi caso, no trae cuenta la entrada combinada para ellos, porque en el museo Civico van con entrada reducida (4,5€) y en Santa Maria della Scala no pagan, con lo cual es más favorable. (Ahora estoy cayendo en la cuenta que no he ido especificando el precio de las diferentes entradas, por lo que al final del diario pondré un pequeño apartado con los mismos para que quien vaya a ir se pueda hacer una idea a la hora de hacer previsión del gasto). Bueno, estábamos justo para entrar en el museo, al que se accede subiendo unas escaleras metálicas, con lo que no sabes muy bien si vas a visitar un monumento de esas características o a coger unas carpetas de una estantería, pero bueno, llegamos al primer piso y ya seguimos el sentido de la visita, aunque puedes ir y volver si quieres, a diferencia de otros lugares que habíamos visitado en Florencia donde no había posibilidad de vuelta atrás (p.ej. el palacio Médici-Riccardi). El museo es muy interesante, con diversas dependencias que contienen frescos muy famosos, algunos mejor conservados que otros. Obviamente los mejor conservados son también los más recientes (del siglo XIX); éstos están en la primera sala, dedicada a la historia moderna de la ciudad, pero la verdad es que yo no les eché mucha cuenta porque prefería ver en detalle los más antiguos. En la sala del Mappamondo (no lo busquéis porque ya no existe), que es la más grande, en la pared de la izquierda se encuentra uno de la Virgen con el Niño, rodeados de santos y ángeles – la Maestá – de Simone Martini que, según el tríptico que cogimos en taquilla (no había en español, sólo en inglés o en italiano), está considerado como una de las máximas obras del gótico europeo y en la pared de la derecha uno mucho más amplio que representa la toma del castillo de Montemassi, en la región de Maremma, por el conde Guidoriccio da Fogliano (el nombre es como para aprendérselo), que va a caballo y lo pintó también Martini para dejar constancia de los éxitos militares y políticos alcanzados por el estado sienés en 1328. En la sala adyacente a ésta, la sala della Pace o del Buon Governo, están los otros conocidos, representando la comparación entre lo que pasa en una ciudad bien gobernada (todo prosperidad) frente a una que no lo es (todas las maldades). Este es de Ambrogio Lorenzetti, realizado como una alegoría de los efectos sobre Siena y sus territorios del régimen de los “nueve señores de Siena” y aunque está pintado después que los anteriores, están peor conservados. Existen bastante más estancias y una capilla pero no os preocupéis que no me extiendo más, sólo decir que si se sube una escalera de piedra bastante empinada, se accede a un nivel intermedio con dos salas, pero estaba cerrado, así que continuamos subiendo porque yo tampoco tenía interés en ese nivel sino en la loggia superior que tiene una buena vista del paisaje que queda detrás del palacio. Cuando abandonamos éste, y tras una nueva contemplación de la torre y el pequeño templete que tiene delante, se imponía ya comer. Como una no va a ir todos los días a Siena, lo más apetecible era comer tranquilamente, contemplando la plaza, así que nos fuimos a uno de sus restaurantes. La mayoría de ellos estaban a reventar, así que nos decidimos por el que estaba más despejado, supuse que debido al precio, dado el aspecto que tenía, la uniformidad de los camareros, el interior etc. pero un día es un día y la hora tampoco era la más apropiada para seguir buscando, además hacía un calor horroroso, así que nos sentamos en la terraza del restaurante “Al Mangia”. Evidentemente no era barato, pero lo que comimos tenía buena calidad y el servicio extraordinario. En general debo decir que lo que es la comida la vi sólo algo más subida de precio que en España, lo que realmente encarece la cuenta es la bebida porque un refresco está entre 5-6 € y una copa de Chianti, buenecito, digamos de gama media, sobrepasa los 8 €, no sólo aquí sino en todos los lugares en los que estuvimos; mientras que en España podemos tomar un refresco en lugares similares por 2,50 con un segundo plato de, vamos a suponer 25 €, tirando largo, lo que da una relación de 1/10 o lo que es lo mismo, la bebida supondría el 10% respecto del plato, allí te puede suponer el 30% , es decir, tres veces más. Después de la comida nos tomamos un helado, también en la plaza y nos fuimos a ver la catedral. A priori, no se ve tan majestuosa como la de Florencia, posiblemente por el sentido de perspectiva que le confiere a ésta la escalinata de 13 peldaños sobre la que asienta y, aunque las comparaciones son odiosas, al ser de estilos similares, con revestimiento de mármoles parecidos y con un Campanile también en la misma disposición, inevitablemente tomas la primera como referente, pero, en resumen, puedo decir que son totalmente distintas. Por lo pronto, el trabajo de la fachada, con esa cantidad de filigranas y estatuas te atrapa de momento, con lo que no te cansas de mirarla desde los bancos de piedra situados justo enfrente y a media distancia; pero aún más si cabe lo hace el interior, con las columnas listadas en mármol blanco y negro y la gran cantidad de bustos de Papas que están situados en la parte superior de las paredes, que es posiblemente lo primero en lo que te fijas porque sueles ir mirando hacia arriba. Pero rápidamente bajas la vista hacia el suelo y te maravillas aún más, con esas incrustaciones de mármol de diversas tonalidades y que va conformando mosaicos, representando distintas escenas: unos geométricos, otro con varios círculos con animales representando a diversas ciudades italianas, por ejemplo, el conejo a Pisa, el león a Florencia, el caballo a Arezzio, etc. alrededor de uno grande central con el símbolo de Siena: la loba y los gemelos, que a mi me hizo pensar en la época medieval y en la hegemonía que, por entonces, tenía Siena en la región hasta que la perdiera a favor de Florencia, y el más impresionante: el de la degollación de los inocentes, con unas figuras de gran dramatismo. No obstante, la mitad del suelo estaba cubierta por unos paneles de protección, con lo cual no sé si aún cabría más asombro cuando éstos estuviesen al descubierto. Fragmento de la Degollación de los inocentes Aunque sólo tiene una nave, está repleta de elementos de gran valor y belleza, que obligan a una visita muy pausada. Sólo el púlpito de Nicola Pisano requiere un buen rato para poder fijarse en la cantidad de figuras que conforman escenas de la vida de Jesucristo, asentado en unas columnas, cuatro de ellas sobre leones, y el altar mayor, aunque estaba muy a oscuras y no se podía ver adecuadamente, y el interior de la cúpula, azul, con los casetones con estrellas doradas, y la capilla de San Juan Bautista con la estatua de Donatello, y la vidriera, en fin, podría seguir así un buen rato porque es impresionante. Como impresionante es igualmente la biblioteca Piccolomini, con unos frescos cubriendo todas las paredes y el techo que casi te obligan a estar tumbada sobre las sillas dispuestas para una mejor contemplación de los mismos, si no quiere uno salir con tortícolis pero es que es difícil dejar de admirarlos. Probablemente uno de los lugares más venerados sea una pequeña capilla con una verja que hay al lado izquierdo del altar mayor, en el que hay un cuadro de una Virgen con Niño, tocados ambos con coronas sobrepuestas de oro y piedras, la Virgen del Voto, y a la que uno se suele encomendar cuando está en una situación difícil, a juzgar por la plegaria escrita por San Bernardo y que figura en el reverso de las estampas que se pueden encontrar en un pequeño expositor de la catedral, en diversos idiomas. Desde luego, y dejando al margen las creencias que cada cual pueda tener, la verdad es que el cuadro no deja indiferente, con unos focos, para mi, de especial interés: la mirada y las manos de la Virgen y el Niño, que parece como una representación en miniatura de un Jesús joven, docto y en actitud de bendecir, más que un niño realmente. Bueno, no sigo que me embalo demasiado. Nos perdimos el Baptisterio porque yo no quería dejar de ver el museo Della Scala (ahora comentaré por qué) y ya íbamos mal de tiempo pues eran las 18 h. y tenía sólo media hora antes de que cerraran. Cada uno, evidentemente, tiene sus preferencias; en mi caso, cuando algo me gusta le dedico el necesario para verlo bien, sin prisas, aunque para ello tenga que sacrificar otras cosas, pero eso de ir pasando y mirando casi sin ver no va conmigo. Por eso me quedé sólo en Siena y no incluí en la excursión San Gimignano, aunque la mayoría de la gente del foro comentaba que se podía ir a los dos, a mí a ese paso, evidentemente, no me daba el día. Como decía antes, no quería dejar de ir a la Scala; ahora es un museo de pintura y escultura pero a mi me daba igual, porque no iba a ver nada de eso. Mi interés se debía a que fue un antiguo hospital y tiene una sala, casi a la entrada, con unos frescos grandísimos en dos paredes que constituyen casi un tratado de la atención sanitaria de la época. Yo doy clases de salud pública y me apasiona todo lo relacionado con la historia de la misma, por lo que quería llevarme unas fotos, si era posible, de los mismos, porque también me ilusiona tomar yo las imágenes y hacer como una pequeña fototeca para poder usarlas luego, más que cogerlas de Internet o de otras fuentes. Bueno, la sala estaba prácticamente a oscuras, sólo la luz que entraba por una ventana y, aunque había unos bancos largos para poder sentarse y contemplarlos bien y unos paneles explicativos, no había nadie, aunque algunos pasaban en dirección al interior; mis hijos lo tenían claro, ¡cómo va a haber gente tan frikie como tú, mamá!. Cogí mi cámara para intentar sacar aunque fuera una foto, pero no me dio ni tiempo, porque rápidamente vino una chica y me dijo que ni se me ocurriera. Le pregunté que si entendía español y me dijo que no, cosa que me extrañó pero bueno, como yo no tengo grandes conocimientos de italiano como para contarle la película, allá que empezamos a hablar en inglés. Le comenté mi interés por los frescos y ella, cambiando totalmente su registro, y muy amablemente, me dijo: Bueno, pero cuando no pase nadie y sin que la vea mi jefe; pues nada, la ley de Murphy, cuando no pasaba nadie me pongo a hacer la foto y aparece “el jefe” como un rayo, ella empezó a explicarle y el otro me dijo: ok pero tiene cinco minutos porque vamos a cerrar, así que me puse allí en plan reportero y saqué algunas, aunque, al final, me han salido muy oscuras, claro. Por si acaso (porque no podía pararme a ver cómo estaban), me aseguré comprando algunas imágenes editadas en forma de postal, aunque son detalles pero bueno, algo es algo. Detalle de uno de los frescos. Museo della Scala Cuando salimos ya no nos apetecía volver al Baptisterio, así que elegimos ir paseando tranquilamente y entrar en algunas de las tiendas que había por allí. En una regentada por una chica rubia muy simpática se vendían pastas, especias, vino, dulces, frutos secos... todo muy natural y bien organizado y presentado en cajones y unos saquitos de arpillera; nos dio a probar algunas cosas para que comprobáramos la calidad, total, que parecía que había ido al mercado, salí de allí con dos bolsones con diversas cosas: unas bolsas de varios tipos de pasta de colorines, orejones, caramelos, bolsas de pesto y unas cajas de unos dulces de almendra de los que no recuerdo su nombre, estaban cubiertos de azúcar glass y rellenos de una especie de mazapán finísimo, que estaban de lujo. También entramos en otros comercios de piel (cayó un bolso) y en una zapatería (unas zapatillas que había visto mi hijo en Sevilla pero no tenían su número, aquí si y, además al 50% de lo que me hubieran costado allí; lo mismo me había pasado con unas que encontró mi hija en Florencia, así que más que de Italia, iba a parecer que volvíamos de Elda). Entre unas cosas y otras ya eran casi las 20 h. y teníamos un tren a las 20,18 de vuelta a Florencia, así que nos fuimos rápidamente al autobús y a la estación. Cuando llegamos a la vía yo me esperaba un tren parecido al que nos había llevado por la mañana, pues no, era uno con el interior bastante cutre y aspecto de suciedad, que más que a Florencia, me pareció que me transportaba en el tiempo unos 20 años atrás. Bueno, al menos llegó a su hora y a las 10 ya estábamos saliendo de la estación y nos fuimos a Il Grillo a cenar y a escuchar de nuevo a la pareja de inmigrantes que, uno con un acordeón y el otro con un clarinete, interpretaban, esta vez, “La vie en rose” y “Quizás, quizás, quizás”. Estaba claro, seguía transportada en el tiempo… Índice del Diario: Viaje a Florencia en Junio
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