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OJOS DE TURQUIA

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OJOS DE TURQUIA ESTAMBUL, CAPADOCIA Y LA RUTA LYCIA 1 AL 17 DE AGOSTO 2006 Llorenç Estella i Selva PROLOGO La miré a los ojos, y a través de ellos pude ver el reflejo de unas piedras bañadas por un agua verde cristalina No estaba soñando. Su mirada penetrante y dulce a la vez, me atraía de la misma manera que me atrajo un paisaje casi lunar. Vi a seres envueltos en un blanco perfecto girar y girar hasta el infinito. A través de su mirada, retrocedí cientos de años y me paseé por los restos de lo que algún día fueron esplendorosas ciudades; templos, estatuas y teatros, se me mostraban con la misma rapidez que su pestañeo. Incluso, en una sensación inexplicable, a través de sus ojos pude escuchar las llamadas al rezo desde impresionantes mezquitas. Cruce de caminos, y me seguía perdiendo en su mirada, tanto que no supe hasta hoy mismo, si Europa terminaba en el mismo lugar que empezaba Asia. Se que no fue un sueño. Turquía fué real…una realidad que realicé mientras le miraba a sus ojos. Los ojos de Turquía.
Autor: Lwrence  Fecha creación:  Puntos: 3.3 (3 Votos)
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RUTA POR LA CAPADOCIA

RUTA POR LA CAPADOCIA


Localización: Turquia Turquia Fecha creación: 18/10/2007 15:43 Puntos: 1 (1 Votos)
MARTES 1 DE AGOSTO… … DIA 1º… … BARCELONA-ESTAMBUL
EMPIEZA LA AVENTURA.
Jamás había estado tanto tiempo, tan pendiente de las noticias, como en las 72 horas antes de partir. Las noticias sobre el colapso en el aeropuerto del Prat, me tenían bastante preocupado, por lo que para evitar problemas e imprevistos, decidimos presentarnos en el aeropuerto, tres horas antes de la salida.
Estábamos los primeros en la cola de facturación, y mientras esperábamos a que abrieran me entretuve en intentar adivinar quienes serian mis compañeros de viaje de Barcelona. Tan solo sabía los nombres, pero no que cara tendrían. Y para ello tuve que esperar hasta Estambul.
Nuestro vuelo de la Turkish Airlines, numero 1854, tenía programada su salida a las 14 horas, y con tan solo un retraso de 10 minutos, despegamos rumbo a Estambul.
Fuimos bastante cómodos: asientos de cuero, espaciosos y sentados en las primeras filas. Un detalle que me sorprendió, es que con la comida que nos sirvieron en el avión, los cubiertos eran de metal, y no de plástico como suele ser habitual.
Volábamos a más de 9000 metros de altura, con una velocidad media de 950 kilómetros hora. Y en poco más de 3 horas y cuarto, aterrizamos en el aeropuerto internacional Ataturk, en Estambul. Hora local, 18.30 horas. Una más que en Barcelona.
Primeros pasos en Estambul. Tramitar el visado, que es tan solo el hacer cola, abonar 10 euros o 15 dólares y que te pongan un sello con el importe abonado en el pasaporte. Las colas para tramitar el visado eran enormes, pero al salir de los primeros del avión, lo pudimos tramitar rápidamente. Siguiente paso: control de pasaportes. Más colas, y que el funcionario nos ponga un sello en el pasaporte con la palabra “Guiris”, que en turco aprendimos que significa entrada. Si no se había abonado primero la tasa del visado, la cola no servía para nada, y uno debía de volver a la primera fila.
Ya legalmente entrados en territorio turco, el siguiente paso, fue cambiar algo de dinero en las oficinas de cambio que había en el aeropuerto. Las tasas de cambio en los aeropuertos no suelen ser muy ventajosas, pero preferimos renunciar a unas pocas liras, para tener algo de efectivo en los primeros momentos. El cambio estaba a 1.90 liras por euro, más una comisión de 3.80 liras.
La moneda turca sufrió una gran remodelación en el 2005. Antes, casi todo el mundo era “millonario” en Turquía. Las monedas tenían un valor de 50.000, 100.000 y 250.000 liras, y los billetes de 500.000, 1 millón, 5, 10 y 20 millones de liras.
La nueva lira turca, abolió casi todos los ceros, y las monedas y billetes pasaron a tener un valor digamos mas normal. Una botella de agua en el 2005, valía 100.000 liras. En el 2006, 1 nueva lira…más cómodo de usar.
En todos los billetes, paisajes de Turquía, y la cara siempre presente de Ataturk, el fundador de la nueva Turquía.
Con el visado, el pasaporte sellado y moneda local en los bolsillos, fuimos a por la maleta. Nos tuvimos que esperar muy pocos minutos para recogerla, y con los equipajes también completos, nos fuimos a la salida, a buscar a nuestro guía.
Dimos un par de vueltas, y entre todos los carteles de agencias y nombres, no divisamos a ninguno de Ambar o Kananga. Nos alejamos del gentío y Encarna realizo una segunda ojeada. Y premio. Encontró a nuestra guía.
Helena, era una chica de 25 años, de melena rubia, mediana estatura y con una sonrisa encantadora. Llevaba la camiseta de Ambar, azul oscuro y un cartel en la mano. Con ella estaba ya uno de nuestros compañeros de viaje, Juan Manuel, que no salía mencionado en la relación de viajeros que teníamos. Juan Manuel se apuntó al viaje tarde, tan tarde que algún contratiempo en los vuelos tuvo….como bromeábamos siempre, él, no debía de estar en este viaje.
Unos minutos mas tarde llegaron el resto de viajeros. Por fin les pusimos cara a los nombres. Joseph Mª y Elizabeth, viajaban con su hija Silvia. El 7º miembro del grupo era Amparo, una chica que viajaba sola.
Primeras y tímidas presentaciones y al coche, a un monovolumen que nos llevaría a nuestro hotel.
El aeropuerto de Estambul, está situado a 23 kilómetros del llamado centro urbano, y por el trayecto fuimos observando las primeras imágenes de la ciudad, de una gran ciudad bañada por dos mares, bulliciosa, caótica en su circulación y sobre todo turística. Los restos de las antiguas murallas, se nos mostraban a ratos, mezcladas con edificios singulares. En poco más de 20 minutos estábamos ya en nuestro hotel, el Sude Konak, en la Ebusuud Caddesi, en pleno centro del barrio de Sultanahmet. Muy bien situados, a 5 minutos a pie de los lugares mas turísticos de Estambul, la mezquita azul, Santa Sofía o el palacio Topkapi.
Helena nos dió unos minutos para que dejáramos nuestras cosas y tuviéramos con ella una pequeña charla sobre el viaje.
Nuestra habitación, era un zulo. Pequeña, angosta, y sin ventilación, con una ventana que daba a un patio interior oscuro. La cama de matrimonio parecía mas una individual un poco más grande, que no una para dos personas. Quisimos cambiarla, pero en recepción nos dijeron que no era posible, que el hotel estaba lleno….
Helena, nos explicó más o menos la ruta que haríamos, a pesar de que lo teníamos todo bastante organizado, nos dió los primeros consejos sobre Estambul, y también algunas cosas sobre ella….una gallega, a la que el amor la retiene en Turquía…
La noche caía sobre Estambul, y los 7 de Barcelona, más Helena, nos fuimos a dar una pequeña vuelta por los alrededores, cambiar dinero y buscar un sitio para cenar.
Estambul es una ciudad alegre, con aroma de pistacho, de canela o de mil sabores por descubrir, y de noche, tan solo los rótulos de los establecimientos te indican que estamos en Turquía. Pasear por el bullicio de sus calles es como pasear por cualquier ciudad europea, mediterránea…turística.
Nos dirigimos a la concurrida calle Divanyolu, y cambiamos dinero en una oficina de cambio que permanecía abierta. El cambio a 1.88…no estaba mal.
Helena nos recomendó cenar en el Tarihi Sultanahmet Koftecisi, un restaurante donde según ella, después del Ramadan, se originan largas colas para comer. El restaurante, algo agobiante por el espacio y el calor reinante, es como un pequeño local turístico pero con mayoría de clientela del país.
Hicimos una especia de menú degustación, un poco de todo a compartir entre todos.
Era nuestra primera cena juntos, con la mitad del grupo, nos estábamos empezando a conocer….por delante vendrían 16 días y 8 personas más. La cena nos costó algo cara por lo que comimos, comparado con las comidas que hicimos más adelante. 12 liras por cabeza, unos 6 euros.

Al salir del restaurante, como estábamos cerca de la mezquita azul, nos dirigimos a sus jardines exteriores para fotografiar a la luna, que se colaba entre los iluminados minaretes.
Helena, nos propuso acercarnos a un lugar cercano para tomar un té, y como no, aceptamos. Cruzamos varias calles llenas de restaurantes a pie de calle, donde los captadores de clientes se abalanzaban sobre nosotros, y sobre Silvia, donde sus ojos ya empezaban a causar furor.
Entramos en el Café INN, un espacio grande, con cómodos cojines y muy poca gente.
La mayoría tomaron té, y yo quise probar el café turco. El café turco es fuerte, con un olor parecido a los cafés de puchero antiguo. Helena, le pidió al camarero que me leyera los posos, y éste, aunqué al principio dijo que sabía, luego admitió que no tenía ni idea, y tan solo me dijo que seria feliz y que ganaría mucho dinero….
Regresamos al hotel, para pasar nuestra primera noche en la ciudad fronterera entre dos continentes. En una habitación tan pequeña, había lugar para un televisor, y casi más por curiosidad que no por otra cosa, me entretuve mirando todos los canales que la televisión me ofrecía….
Mañana empezaríamos a descubrir la ciudad, con un poco de suerte también descubriríamos al resto del grupo, y quizás, tan solo quizás, nos empezaríamos a enamorar de Estambul. Pero eso sería mañana.
MIERCOLES 2 DE AGOSTO… … DIA 2º… …ESTAMBUL
UNA CIUDAD LLAMADA ESTAMBUL
Io, era una joven sacerdotisa en el templo de Hera. Zeus se enamoró de ella, pero para demostrarle a Hera, su esposa, que no le había sido infiel, Zeus convirtió a Io en una ternera y se la regalo a Hera.
Hera, presa de los celos, confió la ternera a Argos, el gigante de los cien ojos.
Zeus, mas listo, envió a Hermes para que matara a Argos, y así poder reunirse con su enamorada.
Hera, mandó esta vez un tábano para seguir a Io. Las picaduras de este tábano hicieron que Io escapara, y atravesara la parte estrecha que separa Asia de Europa. El nombre de Bósforo, significa paso para un buey.
El primer desayuno en Turquía, era una muestra de lo que nos esperaría en todos los desayunos: pepino, aceitunas negras, tomate, sandia y leche en polvo, aparte de café aguado, zumos más o menos bebibles, tostadas, cereales y queso. Un símil de embutido de no sabemos que, estaba a nuestra disposición.
Después de desayunar, había que decidir que hacer. Encarna y yo queríamos ver los lugares que todo turista debe visitar, aunque sea por una segunda vez como era el caso de Encarna. Juanma y Amparo preferían también ver los mismos lugares, y la familia Salomon, como era su segunda vez en Estambul, preferían ir a recorrer el Bósforo en un crucero. Nadie quería “imponer” su decisión a los demás, y todos pecando de prudentes, optamos por un “lo que queráis”…al final, optamos por ir todos juntos a ver Santa Sofía y la Mezquita Azul, y después ya se vería.
Salimos del hotel, y en menos de 5 minutos estábamos ya haciendo cola para entrar a Santa Sofía. La entrada costaba 10 liras, unos 5 euros, y al ser pronto, las aglomeraciones de la entrada no fueron desorbitadas.
Aya Sofía, o museo de Santa Sofía, fue una iglesia desde el 537 hasta la conquista de Estambul en 1453. Posteriormente y hasta 1934 se utilizó como mezquita.
Santa Sofía, está construida sobre los restos de otra iglesia que mando construir Constantino en el 360. Destrucciones, reconstrucciones, incendios, todo un sin fin de avatares para terminar siendo lo que es hoy en día: uno de los lugares de más visitas de toda la ciudad.
Para entrar en Haga Sofía, divina sabiduría en griego, su primer nombre, se cruzan unos pequeños jardines con restos de capiteles y tumbas. Ya en el interior lo primero que asombra es su majestuosa cúpula central, de más de 55 metros de alto. Y la mala suerte existe. En su interior, unas obras, con un aparatoso andamio, impedían disfrutar de la nave central en su integridad.
Me llamó la atención, unos enormes medallones negros, redondos, con los diferentes nombres de Mahoma, colgados en sus paredes, y una mezcla de admiración y desengaño por el estado actual del lugar se apodero de mí.
Restos de mosaicos, suelo de mármol y pinturas en los techos, con un tono oscuro, pues la luminosidad del lugar no era abundante, y sobre todo la sensación de estar paseando por la historia, o mejor dicho, por restos de la historia.
Cerca de las escaleras que conducen al segundo piso, en un lateral, esta la “columna que llora”, la columna de San Gregorio. Cuenta la leyenda, que si una persona mete el dedo en el agujero, y sale húmedo, se sanaran sus enfermedades, o se le concederá un deseo.
Todos pusimos el dedo en la columna.
Subimos al segundo piso, y en él, están los mosaicos más espectaculares de la basílica. Se pueden contemplar mosaicos representando el juicio final, y otros de escenas menos conocidas de la Biblia, pero aún así, impresionantes. Si se presta atención, en el techo, se ve perfectamente los restos de las pinturas tapando los mosaicos, y como el tiempo, o los intentos de restauración, han sacado a la luz.
Desde las galerías superiores, la vista de toda la basílica, es impresionante. Lástima del andamio y las obras.
El tiempo pasó más deprisa de lo que pensábamos, y sin darnos cuenta hacía más de una hora que estábamos dentro, y habiamos perdido a parte del grupo. La familia Salomon, había desaparecido, y al salir, no supimos si aún estaban dentro o se habían ido sin nosotros, pensando en que tampoco estábamos allí.
Pero había que seguir la ruta. Cruzamos la calle, y entramos en los preciosos jardines de la Mezquita Azul. En ellos, se obtienen unas imágenes bellísimas de la mezquita en un lado y Santa Sofía en otro.
Nos podíamos sentar en los bancos de piedra del exterior, y dedicarnos a contemplar las imágenes, de dos lugares de culto distintos, separados tan solo por unos arboles y flores.
Un limpiador de zapatos nos pidió fuego, y como Encarna se lo consiguió, le quiso limpiar los zapatos gratis. No lo aceptamos, quizás mas por desconfianza que no por otra cosa, y nos fuimos hacía la entrada de la Mezquita Azul, también conocida como la mezquita del Sultán Ahmet.
La mezquita azul, la más grande de Estambul, con más de 260 ventanas, y con unos azulejos de color azul que son los que dan nombre a la Mezquita. Cuenta con 6 minaretes, (única en toda Turquía) y fue construida en el centro de la ciudad, al lado de un antiguo hipódromo romano, rivalizando con su vecina Santa Sofía, aunque fue construida 1000 años después que esta.
Al entrar, un enorme patio, y en el centro una fuente para las abluciones. Nos quitamos los zapatos, y cogemos unas bolsas que hay en la entrada para guardarlos. En algunas mezquitas, encontramos también pañuelos para que las mujeres se tapen la cabeza.
Era la primera vez que entraba en una mezquita, y tenía una gran curiosidad por saber como sería su interior, que me encontraría…
Una grata sorpresa, de sencillez, de tranquilidad, de entrar en un lugar de un sinfín de tópicos, y de darme cuenta, de que a pesar de la cantidad de gente que había, podía tranquilamente estar medio solo, en medio de la multitud. Una gigantesca alfombra cubría todo el suelo, con unos dibujos que parecían particiones del espacio que debía ocupar cada fiel. Algo parecido a una gigantesca rueda colgada del techo, servia de soporte a decenas de luces, y la poca luz que dejaban entrar los amplios ventanales de colorines varios, hacían que por unos momentos yo mismo me evadiera del mundo, y no oyera las voces de Encarna que me llamaban para tomar unas fotos.
Con Encarna y Amparo decidimos sentarnos en un lado, para descansar y disfrutar del ambiente... ¿se puede disfrutar en el interior de una mezquita, no siendo musulmán?
Avisamos a Juanma de nuestra intención, pero no nos entendió, o bien no supimos explicárselo. Lo cierto es que la hora del rezo se acercaba y unos guardias iban enseñándonos la salida. Creímos que Juanma estaría fuera esperándonos. Pero no.
Lo habíamos perdido.
En cada visita perdíamos a alguien…

Después de dar una vuelta por el jardín buscándolo, había que tomar una decisión. ¿Hacia donde íbamos? Como la cisterna de la basílica estaba cerca, y la hora de comer también se acercaba, optamos en ir hacia ella, con la esperanza de que Juanma hubiese hecho lo mismo.
Por el camino, mientras nos dirigíamos a la cisterna, nos abordó un chico que “muy amablemente” nos empezó a acompañar…su estrategia era la de ganarse nuestra confianza, para intentarnos vender, como no…ALFOMBRAS. Que si era guía, que si iba de negocios a Galicia, etc...etc...
Llegamos a la cisterna, abonamos las 10 liras y entramos. La visita a la cisterna, fue una de las sorpresas agradables del viaje. ¿Por qué?, ¿que puede tener de bello un depósito de agua?
La cisterna de la Basílica, o llamada también cisterna Yerebatan, es la más grande de las más de 60 que fueron construidas en la época Bizantina.
Como el agua era y sigue siendo un bien escaso, los emperadores de la época para evitar la contaminación del agua durante los asedios a la ciudad, y para tener reservas suficientes en los largos asedios, mandaron construir estos enormes depósitos fluviales.
Construida en el año 532, consta de más de 300 columnas, que dan la impresión de un bosque de columnas; tiene una capacidad de más de 80.000 metros cúbicos. Para su construcción se utilizaron columnas traídas de todos los lugares del imperio, restos de templos y capiteles ruinosos.
Al entrar en la cisterna, un ambiente de frescor, pues la temperatura era más agradable que en el exterior, nos invadió. Luces tenues y música clásica sonando. Precioso.
Aún estábamos contemplando la entrada, cuando Juanma, bajó por las escaleras. Había tenido la misma idea que nosotros. Bien. Volvíamos a estar los 4 juntos.
Recorrimos las galerías de la cisterna, alternando la música clásica con un espectáculo de luces. Enormes y extraños peces surcaban las aguas llenas del brillo de las cientos de monedas que había en el agua. Aquello era precioso.
En el fondo del recinto, a la izquierda hay dos columnas diferentes, en cuyas bases están ubicadas dos misteriosas cabezas de Medusa. Quizás eran para proteger los cadáveres que años atrás, las gentes del lugar, arrojaban al interior del recinto.
Estábamos los cuatro extasiados del lugar, incluso tuvimos la sensación de quedarnos a tomar un café en el bar que había dentro, contemplando las luces jugando al compás de la música. Pero los precios exorbitantes, nos hicieron regresar a la superficie.
Juanma tuvo la idea de ir a comer a un restaurante que salía recomendado en la guía Lonely Planet, y como estaba cerca, a unos 10 minutos a pie, nos fuimos hacia él.
Cruzamos el hipódromo, donde en su parte final, hay 3 columnas. La primera y más impresionante es el obelisco de Teodosio, hecho en Egipto de granito, cerca del 1450 a.c….al lado del obelisco está una extraña columna conocida en su día como la columna Serpentina, y que en su cúspide estaba coronada por 3 cabezas de serpiente. Al lado, al final ya del antiguo hipódromo, hay los restos de otra pequeña columna, llamada el obelisco de piedra, del que no se sabe gran cosa.
Hacer una foto a las tres columnas era complicado por la gran cantidad de autocares que paraban alli.
Dejamos el hipódromo y tomando una calle a mano izquierda, bajamos unos pocos metros para llegar al Doy-Doy, en la calle Sifa Hamami Sokak numero 13.
Desde el exterior, nada invitaba a entrar, pero como tenía terraza exterior y nos quisimos fiar de la guía, entramos. En el segundo piso había mesas, para comer, igual que en la planta de calle. En el tercero un lugar para tomar té, con cojines por los suelos y muy bien ambientado. En la cuarta planta estaba la terraza, con vistas a la Mequita Azul. Precioso.
Y la verdad es que la comida también estuvo bien. Y barata. 8 liras por cabeza. Poco más de 3 euros. Eso sí. No había cerveza.
Al bajar por las escaleras, las chicas querían ir al baño y mientras esperábamos, nos encontramos a dos sevillanos que habían estado recorriendo Europa con Inter raíl, pero a todo gas, estando tan solo un día o dos como mucho en las ciudades recorridas. Habían ligado con unas chicas coreanas, las cuales llevaban una cara de satisfacción increíble.
Dejado el Doy-Doy, decidimos tomar un tranvía e irnos al bazar de las especias. El tranvía en Estambul es barato. Un viaje vale 1.30 liras, o lo que es lo mismo 70 céntimos de euro. Primero se debe comprar el billete en unas garitas blancas y que es una moneda llamada Jeton. Esta se introduce en los tornos y se entra al andén a esperar el tranvía. Siempre hay vigilancia para que uno no se cuele. Viajar en tranvía es una manera rápida, fácil y divertida de moverse por la ciudad, contemplando al mismo tiempo sus calles.
Hicimos 4 paradas, y nos bajamos en la de Eminonu que es la que esta más cerca del bazar de las especies, o bazar egipcio. Para salir del tranvía, y cruzar la calle, se accede por un paso subterráneo, que esta lleno de tiendas de todo tipo. Abundan las de ropa, baratísima…como una especie de mercadillo en España, zapatos y artículos de piel, cuero, bolsos, etc…había camisas de manga larga de caballero, por tan solo 1 euro y medio….pero no habíamos venido a Turquía a comprar camisas, ¿no?
El bazar de las especies, es un aperitivo del gran bazar, del super gran bazar.
En sus calles adyacentes ya se pueden comprar artículos de todo tipo, predominando la bisutería y las ropas deportivas de imitación. Camisetas actuales de todos los equipos de fútbol, se apiñaban en los tenderetes de las tiendas.
Lo primero que sorprende en el bazar, es la rápida “adaptación” de los tenderos a las modas de los países…la mayoría de las frases que la televisión o radio ha hecho famosas, eran expuestas en carteles gigantes colgados de los techos de las tiendas….
“que pasa neng”, “más barato que en el corte ingles”, “engañamos menos que Carrefour”, “hola soy edu”….etc...etc...etc. y multitud de frases de cada comunidad autónoma…el catalán y el euskera, también estaban representadas en esta especie de recordatorio del mal gusto.
Pero lo peor, es que los comerciantes, para atraer nuestra atención, nos llamaban utilizando estas frases como reclamo, o llamándonos simplemente por “Antonio” o “Carmen”, o “Juan”….
La primera vez hace gracia. Después cansa y hasta aburre. Pero a pesar de ello, pasear por el bazar, regatear y comprar, es algo que no debe dejar de hacerse en Estambul.
Compramos pistachos, especias, y sobre todo reímos.
El bazar se ve rápido, pues son tan sólo 4 calles, y al salir de ella, entramos en la Mezquita Nueva, que esta en la misma salida del bazar, con unas escaleras llenas de palomas y de ancianas vendiendo comida para ellas.
En frente de la mezquita, hay un montón de bares, en los cuales apetece sentarse, con grandes sofás y cojines, y además al aire libre. Luego supimos porque estaban escasos de público.
Unos captadores se peleaban entre ellos para atraer a los turistas despistados como nosotros que pasabamos por alli.
Pedimos cerveza, y nos dijo que sí, que tenia. Lo cierto es que tardó demasiado, y la trajo en unos vasos grandes de plástico, como escondiéndola. Supusimos que en ese bar no se vendía cerveza, y que el camarero la iba a buscar a otro para no quedarse sin clientela. La cerveza nos salió cara, 7 liras. Pero el lugar, y lo que descansamos, se lo valió.
Poco a poco, íbamos conociéndonos un poco más. Juanma era enfermero, en un gran hospital de Barcelona y Amparo trabajaba en el departamento informático de una aseguradora. Hablamos de viajes, como no, de nuestras vidas, y sobre todo de anécdotas de la vida.
Decidimos cruzar el Puente Galata, al lado de todos los ferrys turísticos e irnos a ver la torre Galata. La Genovesa torre Galata
De 61 metros de altura, desde lo alto de ella, hay un mirador que se accede por un ascensor, o bien a través de los 143 peldaños que tiene. Se puede ver toda la ciudad, y en su mirador, podemos ver toda la Estambul que alcancen nuestros ojos.
Lo único malo es que cuando estas a gusto en un ángulo, la cantidad de gente que tiene la misma intención que uno, le quitan algo de encanto.
Nos hicimos fotos, observamos Estambul desde todos los ángulos, y nos dedicábamos a observar los monumentos más representativos de la ciudad a nuestros pies.
El imponente Bósforo, unía dos mares, de la misma forma que el sol, empezaba a caer para unirse a la tierra. La entrada a la torre, 10 liras, la tarifa fija del día.
En lo alto de la torre, hay también un restaurante, en el que me imaginaba a mí, y a Encarna cenando, románticamente, mientras el sol se ponía en Estambul.
Salimos de la torre, y nos acercamos de nuevo al Puente Galata, pero no lo cruzamos. Compramos algo para picar, Juanma un “simit” que es una rosquilla de pan, cubierto de semillas de sésamo y yo me encapriché de unos cacahuetes salados. En toda Turquía siempre hay puestos ambulantes de una gran variedad de frutos secos. Nos paseamos por una especie de mercado de pescado que hay en la ribera del Cuerno de Oro, contemplando como los vendedores estaban casi dando por terminada su jornada laboral, y las doradas y lubinas sobrantes de la venta, convivían con otras especies fugazmente regadas por chorros de agua.
Al final de este mercadillo, hay unos bares, donde los camareros se pelean por atraerte y ofrecerte pescado de los puestos anteriores y sino como alternativa, un bocadillo de pescado, con ensalada y vistas al mar.
El apetito se nos despertó, a pesar de los aperitivos y decidimos regresar al hotel, para buscar un sitio para cenar. Cogimos de nuevo el tranvía y nos bajamos en la parada de Gulhame, que es la que estaba casi en la esquina de nuestro hotel. Si se viaja mucho en tranvía, vale la pena comprar una especie de abono, que vale 2.50 liras por el abono, a modo de fianza pues es un botón metálico con un gancho. Posteriormente se recarga con la cantidad de liras que se desee… si se devuelve el abono, se recobra la fianza.
Juanma, tenía su habitación en otro hotel distinto al nuestro. La agencia no le consiguió habitación en el nuestro, y le buscó otra en un hotel cercano, desde el exterior bastante mejor que el nuestro. Pero estaba “alejado” del grupo.
Teníamos la ilusión de que en la recepción del hotel, estuviera Helena, con el resto de los compañeros de viaje, los que venían desde Madrid. O que los encontráramos por los alrededores. Pero no. Ni ellos ni tampoco a la familia Salomon, que habiamos perdido en Santa Sofía.
Caminamos por las calles traseras de nuestro hotel, que estaban llenas de bares y restaurantes, de terrazas e incluso de algunas tiendas abiertas. Sin darnos cuenta nos alejamos un poco y terminamos en una especie de plaza, al lado de una mezquita y cenando en un humilde restaurante donde los comensales eran todos del país.
La cena nos costó 10 liras por cabeza, y sin cerveza…. Estábamos al lado de una mezquita, y el dueño nos advirtió de que no podía venderla. Cenamos bien, muy bien, nos estábamos aficionando ya a los kebabs, las lasañas de berenjena, los yogures y sobre todo al pan. Mucho pan. Turquía es uno de los países donde se consume más pan, y en todos los restaurantes las cestas de pan, eran muy abundantes.
A modo de invitación, nos obsequiaron con un té…las chicas pidieron té de manzana y los chicos el de rosas…el camarero nos sonrió picadamente al traernos los tes. Al lado del restaurante una pequeña tienda básicamente de bebidas, servia de almacén improvisado del restaurante.
Volvimos al hotel, a dar por terminado el primer día en Estambul. Habría más, pero esos serian ya al final del recorrido. Ni rastro del resto del grupo. Y mañana tocaba madrugon, salir corriendo hacia el aeropuerto y sin desayunar.
Pero eso sería mañana.
JUEVES 3 DE AGOSTO… … DIA 3º… … ESTAMBUL-GOREME
PRIMEROS PASOS POR LA CAPADOCIA
Nos tocó madrugar bastante, mucho diría yo, pero el día era complicado. Vuelo a Kayseri, bus hasta Goreme y primera caminata del viaje.
Yo me moría de ganas por conocer al resto de los compañeros de viaje, y cuando bajamos a recepción minutos antes de las 7, algunos ya estaban sentados esperando el transporte al aeropuerto. El resto fueron llegando de inmediato.
Empecé a preguntar los nombres, a fijarme en las caras de todos y a intentar adivinar de donde era cada uno. En Ambar nos dijeron que había personas de Albacete, País Vasco y Madrid y por mera intuición intenté colocar a cada uno en un lugar.
Me equivoqué.
Sobre todo cuando le dije a Paz, una madrileña con unos ojos grandes y preciosos; “¿eres del norte verdad?”-
-“bueno muchas personas me lo dicen, pero tan del norte como de Guadalajara, o sea que no.”
Metedura de pata.
Nos repartimos en dos furgonetas, pues los 15 no cabíamos en un solo coche, con todas las maletas que llevábamos, y dejamos atrás un Estambul que iniciaba un día más de verano. Helena había tenido que ir en otro vuelo más pronto, pues la agencia no le encontró plaza en el nuestro. Al cruzar Estambul, pasamos por delante de la estación de tren de Sirkeci: la mítica estación de tren, donde finalizaba el Orient Express.
En la entrada del aeropuerto, había un pequeño control policial y todos los autos debían de aminorar la marcha al entrar.
Un empleado del aeropuerto al ver que éramos un grupo, nos dijo que le siguiéramos y nos llevó hacía un mostrador de facturación para grupos. Podíamos facturar los equipajes todos a la vez, y sacar las tarjetas de embarque juntas. Josep se encargó de recoger los pasaportes y billetes electrónicos de todos.
La casualidad hizo que todos los equipajes viajasen con el nombre de Encarna. Y Juanma, una vez más tuvo problemas con su billete. No aparecía en la lista, y casi se queda en Estambul…-.”Si es que no debías de haber venido”, le dijimos una vez más.
Dos de nuestras compañeras, Marta y Susana, llevaban tan solo medio equipaje. Al facturarlo en Madrid les dijeron que se lo enviaban directamente a Kayseri, y no a Estambul.
Nuestro vuelo tenía su salida a las 08.35 horas y como teníamos tiempo, Juanma, Amparo y yo nos fuimos a tomar un café medio decente en el bar.
Encarna nos vino a avisar corriendo, pues estábamos embarcando ya, y nosotros no nos dimos ni cuenta.
El viaje a Kayseri, fué rápido. En 1 hora y media recorrimos los 850 kilómetros que nos separaban de ambas ciudades, y una vez habíamos aterrizado, vimos a Helena que nos estaba esperando y ella nos presentó a nuestro guía local Ugur…aunque siempre le llamábamos Ur...alargando la u al pronunciar su nombre. Helena también se fué con Marta y Susana a recuperar sus equipajes, mientras Ugur, nos llevaba al autobús.
Susana tuvo suerte y su maleta apareció. La de Marta no se sabía donde estaba.
Todos confiamos en que aparecería pero mientras, Marta no tenía ropa para cambiarse ni su cámara de fotos. Helena y Ugur, se encargarían de ir llamando al aeropuerto para ver si la maleta aparecía.
De Kayseri, poco podemos decir, pues tan sólo la vimos de paso, hacía Goreme, nuestro destino. Los 100 kilómetros de distancia los hicimos en 1 hora y media.
Los autobuses en Turquía llevan un controlador de velocidad que si se superan los 90 kilómetros hora, emiten un pitido muy molesto. Además Helena nos comentó que a los conductores se les solían hacer bastantes controles policiales en la carretera. Las distancias en Turquía, siempre eran mucho más largas de lo que normalmente hacemos en nuestro país.
Kayseri, esta bajo la “sombra” de dos grandes montañas: el Erciyes y el monte Negro, y poco a poco se está convirtiendo en una ciudad más turística.
El Erciyes o montaña blanca de más de 3900 metros fué un volcán muy activo en la antigüedad. Cuentan las leyendas que los Dioses de la montaña, fueron tallados por los Hititas en las rocas, y aún permanecen en ella, vigilándonos…
La mayoría pasamos de largo de Kayseri, pues es la puerta de entrada a la Capadocia, y no nos enteramos de toda la historia que atesoran sus calles, con una impresionante ciudadela de basalto.
Capadocia: situada en la Anatolia Central, nos ofrece un mundo de paisajes casi lunares, de formas caprichosas formadas por las erupciones volcánicas, paisajes surrealistas que las manos del hombre y las erosiones han ido cambiando, tallando, adaptando a sus necesidades. Hace años, miles de años, las tierras de la capadocia estaban bañadas por las aguas de los mares, y hace años, muchos años también que estas tierras fueron habitadas por los Hititas, los primeros habitantes de la Anatolia, entre el 1900 y el 1200 a.C.
Por aquí pasaron frigios, lidios, persas, macedonios… y fué durante la época bizantina, cuando se empezaron a construir iglesias y monasterios en las rocas. La capadocia nos iba a enseñar más cosas de las que nos hubiésemos imaginado. Y eso que la imaginación jugaba un papel muy fuerte visitando según que valles.
Los Persas habitaron la Capadocia, y el nombre de Capadocia en persa es Kapatukya, que significa, país de los caballos bonitos.
Llegamos a Goreme y el autobús nos dejó en nuestro hotel, el hotel SES, un encantador hotel. Las habitaciones eran amplias y los baños no estaban mal, aunque a nosotros esta vez nos tocó un baño con una gran bañera, un jacuzzi, como decíamos nosotros.
Y lo mejor, es que nuestra habitación tenía un balcón, por el cual podíamos alternar con la habitación colindante. Y quiso el destino que en la habitación de al lado estuviesen Paz y Susana. Y claro, no podía dejar pasar la ocasión de darles unos golpes en la ventana y esconderme rápidamente…hasta que Susana, un poco más y se nos cuela en la habitación…vaya vecinos…vaya vecinas.
Dejamos las maletas, y nos fuimos a dar una vuelta por la pequeña pero muy turística ciudad de Goreme. De tan solo 2000 habitantes, Goreme es el centro de operaciones de todas las personas que desean visitar la Capadocia. Llena de pensiones, hostales y restaurantes, daban la impresión de que la vida ociosa debe ser interesante en este lugar.
Algunos compraron fruta, otros se fueron al hotel a descansar, y unos pocos nos fuimos a comer a un pequeño restaurante que Helena nos indicó, el Firin Expres. Y para tomar algo rápido nos recomendó la “pide”, parecido a una pizza pero alargada. Comimos y regresamos al hotel para emprender la primera de las jornadas de trekking.
El valle de Ihlara.
El bus nos dejó a las puertas de una de las varias entradas que tiene el valle. El recorrido completo es de más de 14 kilómetros, pero nosotros tan solo íbamos a hacer un recorrido corto de unos 3-4 kilómetros. Alcanza una profundidad máxima de 150 metros en algunos lados.
Ugur se encargó de abonar la entrada para todo el grupo, entrada que ya teníamos pagada con el viaje y emprendimos el descenso del valle a través de unos 350 escalones, que nos iban adentrando en un profundo y verde valle.
Al haber mucha vegetación, árboles y un río con agua en su cauce, la sensación de calor no era demasiado agobiante.
Era la primera actividad que hacíamos todo el grupo junto: los 7 de Barcelona, Ruben y Virginia de Alcorcón, Marta de Albacete, Susana y Paz de Madrid, y Mila, Birginia y Mertxe del País Vasco. Me di cuenta, de que ya sabía los nombres de todos.
El valle de Ihlara, está lleno de iglesias trogloditas pintadas por sus antiguos habitantes. Este valle era el retiro favorito de los monjes bizantinos y sorprende ver tal cantidad de iglesias en tan pequeño espacio. Primero Ugur, nos acercó a la primera iglesia, la Agaçalti Kilise, la iglesia bajo el árbol. Una pequeña entrada daba paso a otra nave más grande, donde los frescos en las paredes estaban bastante bien conservados. La pequeñez de la iglesia hacía que no pudiéramos entrar todos a la vez, y nos repartiéramos en la entrada. Datada del siglo VI, está dedicada a San Daniel.
Paz, fué en varios momentos del viaje, nuestra segunda guía. Profesora de historia, siempre daba su visión o comentario acertado de lo que visitábamos. Era un lujo, una enorme suerte contar con ella, y sobre todo con sus conocimientos. Además, atesoraba esa clase de encanto, que hace que te sientas bien a su lado, manteniendo una conversación o bromeando sobre cualquier banalidad del día.
Siguiendo nuestra ruta por el valle, entramos más tarde en la Sumbullu Kilesi, la iglesia del Jacinto, aunqué para ello, nos tuvimos que perder en dos grupos, pues la estrechez del camino y lo transitado que estaba, cuando te encontrabas a algún otro grupo y debías de dejarles paso, los que iban por delante nuestro se perdían entre la vegetación del valle. La mitad del grupo, conducidos por Ugur y Helena, había llegado bien a la iglesia. El resto estábamos dudando porque camino seguir de los varios que se nos ofrecían. Pero nos reencontramos.
Lo mejor de esta iglesia, es que constaba de dos plantas. Al segundo piso se accedía por unas escaleras interiores muy oscuras, y donde la linterna era de obligada utilización. Unas veces Juanma, otras yo, otra cualquiera, todos nos ayudábamos para subir. Éramos un grupo. La iglesia no destaca demasiado por sus frescos, sino por sus dos pisos y sobre todo por lo bien conservada que está la fachada.
Siguiendo por nuestra ruta, llegábamos ahora a la iglesia de la serpiente, la Yilanli Kilesi. Las pinturas están bastante deterioradas pero aún se puede observar bastante bien a la serpiente de tres cabezas con un pecador en cada boca y a las mujeres que tienen los pechos aprisionados y que no pueden dar de mamar a sus hijos. Estábamos en el otro lado del cañón. Habíamos cruzado un pequeño puente de madera que salvaba el rió. Precioso. El ruido de los pájaros mezclándose con el del agua, era encantador.
Visitamos más iglesias, como la de San Jorge, Kirk Dam Alti Kilesi, etc… pero vistas las primeras, éstas ya no nos despertaban tanta admiración y alguna vez dijimos aquello de “más de lo mismo”…Helena nos dijo que veríamos las cuatro mejores del valle, y creo que así fué.
Seguimos el camino que nos llevaba hacía la salida del valle, pero antes, a modo de descanso, nos sentamos en un pequeño claro, a descansar, con el agua a nuestro lado y la timidez aún revoloteando por el aire. Alguna foto de grupo nos hicimos, pero sin demasiado interés. Era pronto para empezar a intimar… ¿O no?
Seguimos caminando por el valle, disfrutando del paisaje. Estrechos caminos serpenteantes que se alternaban con el rió, sus piedras y sobre todo verde, mucho verde…no era la Capadocia que habíamos visto antes en Goreme. Aquello parecía tranquilamente cualquier valle montañoso del Pirineo.
Casi a la salida del valle, dos sorpresas. La primera las docenas de palomares que habían en las paredes rosáceas del valle. La segunda un bar, con mesas en el agua y en el que podías sentarte mientras tus pies se refrescaban con el caudal del rió.
Decidimos sentarnos, pero no en el agua, sino en unas mesas en tierra firme y tomar algo. Pero como había parte del grupo que no habían comido y tenían hambre, algunos optaron por comer.
Primera tertulia comuna. Aunque al ser una mesa larga para 17 personas, se terminaban haciendo corrillos.
De vuelta al autobús y regreso a Goreme.
Tras un tiempo prudencial de descanso, nos fuimos a cenar. Encarna y yo nos fuimos con Juanma, Mertxe y la familia Salomon, (Josep Mª, Elisabeth y Silvia).
Juanma nos propuso un restaurante de la guía Lonely que salía recomendado y optamos por hacerle caso. Nos fuimos a cenar al Orient Restaurant, algo más alejado del centro del pueblo pero que valió la pena. La cena exquisita, aunque algo lenta de servir y de precio unos 7 euros por cabeza, con cerveza incluida y un buen servicio y ambiente. Era quizás uno de los restaurantes más elegantes de Goreme.
En la cena, el tema principal, como no los viajes. Josep y Elisabeth, habían viajado mucho, por medio mundo y siempre en compañía de sus dos hijas. Esta vez, era la primera que la hija mayor no les acompañaba, pues ya tenía otros planes.
Eran un matrimonio agradable. Josep, tenía una fina ironía humorística de la cual Elisabeth a veces, aun le regañaba…. –“si es que tiene unas bromas que no siempre la gente las entiende”, nos solía decir a menudo. Pero al ser alguien bromista, también me daba pie a mí, a intercalar bromas y comentarios con él. Elisabeth, era algo más callada y Silvia, su hija que aparentaba más edad de la que sus 15 años le daban, era la atracción del público turco masculino. Tenia unos ojos que podían brillar en la oscuridad.
Todos aportamos nuestro granito de arena sobre los viajes y después de la cena, decidimos ir a un local para tomar un té. Queríamos entrar en una de las rocas habilitadas como viviendas o bares, pero estaban cerradas y en la calle principal optamos por entrar en el Goreme Restaurant, nos sentamos en el suelo en unos cojines y tomamos un té, mientras nos distraíamos en la discusión de una joven pareja a nuestra espalda y los bailes del dueño del local con otras personas. Discretamente las luces se empezaron a apagar, señal de que finamente nos invitaban a marcharnos.
Pagamos y de vuelta a nuestro hotel. Una pequeña caminata había sido nuestra primera aventura de trekking. Mañana nos esperaba una dura jornada.
Pero eso seria mañana.
VIERNES 4 DE AGOSTO… … DIA 4º… … GOREME
CALOR!!!!
El nombre de Goreme, es la derivación de un consejo…”gor e mi”…no dejes de ver. Consejo que daban los nativos del lugar, a las otras personas que no la conocían.
La primera noche en Goreme dormimos de cine. Tan solo el canto del “muetzí”, llamando a la oración, desde los altavoces instalados en los minaretes de la mequita de la ciudad, nos despertó antes de tiempo. Me extrañaba que alguien a las 6 de la mañana fuese a rezar. Los musulmanes deben de cumplir con la oración cinco veces al día. Eso es la teoría, luego la práctica…
El desayuno en Goreme lo realizábamos en una larga mesa que estaba situada en un porche en la entrada del hotel. El menú, por eso, era parecido al de Estambul: tomate, pepino, aceitunas negras, sandia y pan. Esta vez teníamos Nescafe.
Después del desayuno, subimos al bus que nos llevaría a las puertas del Valle del Amor, donde íbamos a empezar una larga y calurosa jornada de trekking.
Nuestro conductor se llamaba Zafer, era un tipo de unos 40 y pocos años, regordete, con bigote, y con muy poca conversación. Tardamos varios días en oírle hablar y muchos más en oírle reír.
Pocos minutos después de las 9 empezamos a caminar por el valle Zemi, o valle del amor, como se le conoce más popularmente. Caminábamos por el cauce seco de un río, con formaciones rocosas curiosas a ambos lados del camino. Una furgoneta nos empezó a seguir, a adelantarnos y volver marcha atrás….Ugur le preguntó a su conductor que pasaba, y parece ser que estaba esperando para recoger a otro grupo de excursionistas que debían de estar por aquí. En unos minutos, excursionistas y transporte se encontraron.
En medio de aquel paraje, había un tenderete de artesanía, pañuelos, bolsos y sombreros varios. Una pareja y un chico regentaban este puesto. En medio de un camino, en medio de un valle… a expensas de los caminantes que nos acercáramos por allí.
Y enseguida llegamos a la zona más alta y clara del valle, y descubrimos el porqué de su popular nombre. Enormes formaciones rocosas, en forma de puntiagudos y erectos falos, se mostraban ante nosotros. Contemplándolos, se podían adivinar fácilmente las diferentes etapas de formación de las rocas. La erosión fué gastando la capa de lava que cubría las rocas volcánicas, y unas formaciones en forma de chimeneas gigantes, fueron surgiendo con el transcurso de cientos de años.
Las bromas sobre las rocas y sus formas, fueron una constante, y algunas sonrisas picaras se mezclaban con los comentarios del lugar. La imaginación empezó a dar sus frutos.
Pero si algo era de aceptación unánime, era el enorme calor que teníamos. El sol abrasaba con fuerza, con demasiada fuerza para las horas en las que estábamos y el agua se convertía en el bien más preciado. Y aún quedaba lo peor.
El valle del amor, tenía una segunda parte, y cuando avanzamos unos metros más y después de trepar por una pequeña ladera, alcanzamos una vista donde las formas rocosas, se asemejaban a enormes pechos femeninos. Cada uno vió lo que quiso ver, lo cierto es que por espectacularidad, el primer trozo del valle, era el mejor.
Seguimos andando, y llegamos a un pequeño descanso. Como si de una pequeña aldea se tratara, llegamos a una cabaña donde un techo de paja y unos bancos de madera, nos invitaban a descansar, y a comprar agua.
De pronto nos ofrecieron un té. Y en unos minutos Mª Cruz, una chica peruana, que cambió los aires de Lima, por el amor de un turco, se nos ofreció a enseñarnos como se trabajaba el onix, mineral abundante por estos lugares.
Nos llevó a una especie de almacén, y unos operarios siguiendo sus instrucciones nos iban enseñando como se corta, se pule y se abrillanta el onix. Luego, “sin compromiso” claro está, nos invitó a entrar en la tienda, donde nos hizo ella misma una explicación de la piedra preciosa llamada Turquesa, de sus imitaciones y nos aseguró que Turquesa, deriva de Turquía, pues en Turquía, es donde están las mejores piedras.
Birginia, se ganó la piedra de onix, que instantes antes había pulido para nosotros, pues según Mª Cruz, fué la única que supo diferenciar la Turquesa buena de la falsa.
En la tienda había básicamente joyas. De oro, plata, turquesas, diamantes, piedras de onix, etc. etc. Y todo ello atendido por un montón de dependientes, que por cualquier lugar que te pararas, siempre tenías a uno o dos para mostrarte lo que tus ojos contemplaban. Para nosotros, era demasiado pronto para comprar. Las compras casi siempre al final, a no ser que la ocasión se lo merezca claro.
Pero en estos lugares, siempre hay alguien que pica.
Nos despedimos de Mª Cruz, y seguimos caminando hacía el pueblo de Uchisar.
El camino era más recto, pero a pleno sol, sin sombras que protegieran a uno la cabeza. Yo llevaba mi gorro, parecido al de Indiana Jones. Y ese fué mi primer mote más adelante.
El pequeño pueblo de Uchisar, de tan solo 3800 habitantes, tiene su mayor encanto en el castillo. Más que un castillo, es una extraña formación rocosa, con multitud de viviendas y otras dependencias en su interior. Su peculiar forma, le ha dado nombre de castillo. Fue abandonada hace poco tiempo, debido a los desprendimientos de rocas que había en él.
Ugur, abonó la entrada, y subimos al castillo. Desde lo alto, se tienen unas vistas espectaculares del pueblo y de los valles circundantes. Al bajar del castillo, como Birginia y Encarna no sabían por donde ir, yo me puse delante de ellas, “explorando”, y con un poco más de exageración por mi parte, Birginia, me bautizó como Indiana…
Al salir del castillo, compramos frutos secos en unos puestos que había en la entrada.
Lo que a nosotros, los turistas, nos pedía 3 liras, a la gente del lugar les costaba 0.50 liras.
En más de una ocasión, hemos tenido el complejo de ser billetes andantes.
Ahora tocaba decidir que hacer, si seguir caminando y llegar pronto a Goreme, o bien comer algo y llegar más tarde. No hubo unanimidad y por ello se optó en dar una hora de encuentro. Los que quisieran comer que comieran y los que no, que pasearan o se sentaran a tomar una fría cerveza.
Hora de partida prevista, 13.30 horas…ni de coña.
Nosotros nos fuimos por el pueblo de Uchisar, y encontramos una especie de restaurante, donde una anciana fabricaba in situ los Gozlemes. Son parecidos a unos Creps, pero por dentro rellenos de verduras, o de queso.
La mujer estira la masa, la pone a “hornear” en una especie de estufa con una plancha encima y una vez caliente, la rellena. Todo ello con una habilidad increíble.
Eran más de las 14 horas, cuando aún no habíamos salido de Uchisar. Entre encontrarnos todos, las idas a los baños y comprar agua, como siempre el horario se resentía.
Teníamos que ir hacía Goreme, a pleno sol, al mediodia y con pocas sombras en el camino. De locos.
La primera parte del trayecto se hizo bastante bien; habían bajadas un poco complicadas de superar, pero también algo de sombra, que aportaban los árboles que nos íbamos encontrando. Estábamos rodeando Uchisar, y cuanto más atrás lo dejábamos, más sol aparecía.
Creo que fué con diferencia, el peor rato de todo el viaje. Exhaustos, a más de 40 grados, sin sombra, y con las reservas de agua agotándose.
Mila se quejaba de que no podía más, de que no seguía, y todos en algún momento u otro, también dijimos lo mismo. No era por la dureza del trayecto; era más por la hora en la que estábamos caminando.
Pero siempre hay quien nos supera en temeridad. Por el camino nos encontramos a dos chicas de nos más de 25 años, de Milan que se habían perdido. Venían de recorrer toda Turquía desde el este, y en algunos casos haciendo auto-stop. –“hemos tenido suerte de que no nos haya pasado nada”, nos comentaron las dos bellas italianas.
Aunque Ugur sabía el camino, una vez tuvimos que hacer marcha atrás, pues había un pequeño desnivel que no pudimos sortear. La sombra de un árbol, nos hizo de nuevo de descanso, mientras la mayor parte del valle Guvercinlik, o valle de las palomas iba quedando atrás nuestro. Palomares de diversos colores se mezclaban con las escasas sombras de una tarde que estaba resultando menos divertida de lo que esperábamos.
Poco a poco, el cauce seco de un río nos fué acercando a Goreme, mientras Juanma y Ugur, se adelantaban unos metros con las dos italianas. Pero tan solo unos pocos metros.
Nuestro autobús nos estaba esperando en Goreme, para llevarnos al hotel y la verdad es que para los pocos metros que nos faltaban, casi hubiésemos preferido continuar. Pero bueno, no vino mal del todo el descanso. Antes paramos en Goreme.
Desde que llegué a Turquía, tenía una ilusión, incluso antes de partir. Sobrevolar la Capadocia en globo, y así se lo transmití a Helena.
Ella se encargó de preguntar precios y horarios con una agencia que ella ya conocía, y el día anterior ya nos había preguntado cuantos queríamos hacer el viaje. El precio era caro: 150 euros por cabeza para 1 hora de viaje. Encarna y yo le dijimos que si. Amparo, Mila y Birginia, también se apuntaron. Pero antes teníamos que pasar por la agencia en Goreme para abonar el viaje.
Helena nos condujo a los cinco a las oficinas de Kapadokya Balloons, abonamos los 150 euros, nos tomaron nota del nombre y hasta mañana.
Iba a cumplir una ilusión.
El autobús nos dejó en nuestro hotel, y mientras Encarna se fué a la ducha, yo me quedé en el patio tomando una cerveza con algunos sedientos caminantes más.
Después de una cerveza, medio fresca, una ducha y como nuevo…
Helena, nos había propuesto que si nos apetecía, podíamos ir al pueblo cercano de Avanos a tomar un Haman, y claro, aceptamos.
Después de unas horas de descanso, pocas, nuestro chofer nos llevó a Avanos. Este pueblo más grande que Goreme, es famoso por sus numerosos talleres de cerámica.
Una de las cosas que debemos de agradecer a Helena, a Ugur y también a nuestro chofer, es que el autobús estuvo a nuestra disposición siempre que lo quisimos, y actividades que no estaban programadas, Helena y Ugur, se encargaron de organizarlas y casi siempre de acompañarnos.
El Hamam de Avanos se llamaba Alaaddin Turkish Bath. La entrada nos costó 30 liras por cabeza, unos 15 euros más o menos.
Al llegar nosotros, un autocar de españoles partía.
El Hamam no estuvo mal. Primero nos cambiamos en unas taquillas compartidas por varios, eso si, chicos con chicos y las chicas con las chicas.
Luego entramos en una sauna todos juntos; en la sauna debíamos de estar el rato que cada uno quisiera o aguantara. Luego salir y bañarse en una piscina con agua fría, y después volver a entrar a la sauna.
La segunda vez que se salía, nos hacían entrar en otra sala para exfoliarnos primero y masajearnos después.
Nos tumban en una especie de mesa de mármol, y nos empiezan a frotar con una especie de guante. Parece mentira la cantidad de porquería que empieza a salir con la exfoliacion. Luego con una esponja parecida a un pulpo gigante nos bañan de jabón de pies a cabeza. Luego una ducha y a esperar.
Así todos. Después de la exfoliación y la ducha, tocaba el masaje.
Los mismos 5 chicos que nos habían atendido primero, ahora hacían de masajistas, mientras los demás charlábamos descansando en una enorme mesa de mármol caliente. Hay a quien le gustó más que a otros. Pero a nadie dejó indiferente. Particularmente no estuvo mal, quizás todo muy rápido, pero bien.
A la salida del masaje, en la recepción nos obsequiaron con un té.
Después del Hamam, Helena propuso cenar en un restaurante de Avanos, y aceptamos.
Ugur nos llevó al Sofra Restaurant, un restaurante grande y en el que nos sentamos todos en una mesa en el exterior. Lo peor de cuando íbamos todos a comer juntos, es que la mayoría de restaurantes esperaban a que estuvieran todos los platos hechos, y generalmente más de 40 o 50 minutos teníamos que esperar. Pero mientras hubiera cervezas…El plato más típico del restaurante, era una especie de cocido, servido en una terrina de cerámica, que se rompía delante mismo del comensal. Por todo el suelo del restaurante se veían restos de esta cerámica. Avanos es un pueblo con una gran tradición en la fabricación de objetos de cerámica.
Cuando ya nos íbamos, pasó la anécdota del día. Al querer levantarme, le di un golpe con la silla, a un macetero gigante con 3 patas de hierro. Dentro del macetero, un enorme jarrón lleno de arena y plantas.
Lo cojí con la mano, para que no cayera de sobre la tarima en la que estábamos al suelo. Lo agarré bien, pero al querer devolverlo a su lugar, no calculé bien, y macetero, arena y plantas, rodaron por el suelo…el macetero quedó totalmente roto.
Tierra trágame!!!!!
La dueña del restaurante repetía, -“No problem, No problem”. Le dije a Helena que le dijese a aquella mujer que se lo pagaba, que cuanto costaba, pero ella insistió en que no, que no y que no….
Aparte de Indiana, también me empezaron a llamar Ceramikator….
Cuando a uno le gusta hacer bromas a los demás como a mi, también debe aceptar el ser pasto de ellas, y esta vez, durante el viaje de regreso a Goreme, fui objeto de bromas de todo tipo sobre la maceta…pero en fin….una anécdota más.
Llegamos al hotel y mientras algunos se quedaron tomando una cerveza en el porche, Encarna y yo nos fuimos a la cama.
Mañana tocaba madrugón. Un globo de madrugón.
SABADO 5 DE AGOSTO… … DIA 5º… …GOREME
UN VIAJE EN GLOBO, UN SUEÑO DENTRO DE OTRO SUEÑO
A las 4.30 de la mañana, sonó un despertador en una habitación de Goreme.
La excitación por poder al fin volar en globo y hacerlo en un lugar tan fascinante como la Capadocia, hizo que todo el posible sueño que pudiera tener, se desvaneciera con la misma facilidad que las gotas de agua se colaban por el sumidero de la ducha.
A las 4.50 de la mañana, tenían que recoger en nuestro hotel a los 5 magníficos…
Y aunqué se retrasaron unos minutos, a las 5 y 5, estábamos ya en la oficina de Kapadokya Balloons.
Comprobaron nuestros nombres y nos dijeron que fuésemos al local de al lado, donde nos darían un café o té con unas galletas.
A las 5 y medía con el día empezando ya a clarear, empezaron a repartir a la gente en los autos, con globo incluido, aunqué sin hinchar, lógicamente.
Y a eso de las 6 más o menos estábamos ya en el lugar de despegue, en un llano algo alejado de Goreme y con otros globos más madrugadores surcando ya los aires.
En el prado, había dos globos por hinchar. Uno tenía la cesta más grande que el otro. Los chicos de la agencia empezaron a inflarlos, primero con aire frió y después con aire caliente, (es curioso, nunca había visto como se hacía), mientras Kaili Kidner, nuestra piloto empezó a explicarnos que hacer, y sobre todo que no hacer. Después, gracias a Helena, averigüé que Kaili, era una de las dueñas de la agencia.
Los viajes en globo en Goreme, se han convertido en una de las atracciones más espectaculares. Hay muchas empresas, que por ganar cuota de mercado, ofrecen viajes a precios más baratos o de mayor tiempo volando, pero no cumplen todas las garantías de seguridad. Helena nos recomendó esta, y aparte en la guía Lonely Planet, salía como una de las tres más seguras y recomendables.
Lo cierto, es que personal había bastante, y supongo que la experiencia es un grado, pues todos llevaban una perfecta coordinación.
Tuvimos suerte, y nos tocó el globo pequeño. Nos subimos los 5 en un lado, más un chico francés. En la parte de atrás del globo, o en el otro lado, según como se mire, iban 6 personas más.
El sol ya había salido, cuando empezamos a volar. La sensación es inexplicable.
Tranquilidad, suavidad, y sobre todo mucha sensación de seguridad. Ni un solo balanceo, ni una sola brusquedad. No sé si Kaili era la mejor piloto. Pero si sé, que era una excelente piloto.
Los paisajes de la Capadocia, se empezaron a hacer pequeños, mientras íbamos ganando altura, no demasiada, la justa para sentirnos como los pájaros y subir y bajar cuando nos apeteciera.
Varios globos más decoraban el cielo, pero yo me sentía feliz, como si fuese el único mortal en un único globo. La maquina de hacer fotos no paraba de disparar, intentando captar no los paisajes, extremadamente increíbles desde el aire, sino las sensaciones.
No volábamos, nos deslizábamos suavemente como si estuviésemos sentados en el sofá de casa, y las imágenes de los paisajes fuesen apareciendo por un gigantesco televisor… Las inapreciables corrientes de aire, nos llevaban, nos empujaban, siempre delicadamente, inapreciablemente.
Sobrevolamos Goreme, vimos desde el aire el hotel, donde el resto de nuestros compañeros seguían durmiendo. Bajamos a los valles y casi pudimos tocar las hojas de los árboles. Nos adentramos en las gargantas de valles, jugando a asustar las palomas que descansaban en las rocas. Kaili, iba subiendo y bajando el globo a su voluntad. En ningún momento tuvimos la más mínima sensación de inseguridad o de temor.
Lo único que algunas veces rompía la magia del momento, era cada vez que Kaili, insuflaba aire caliente al globo. El ruido y el calor que desprendía, a veces llegaba a quemar, si se estaba demasiado cerca.
Los cinco bromeábamos del viaje, y sobre todo Birginia, que tenía una experiencia “Kikililandind”…
Una experiencia única, que iba llegando a su fin.
Lentamente empezamos a descender en un campo, con algo de pendiente. Aterrizamos.
El llegar a tierra de nuevo fué divertido, y más cuando el globo empezó a arrastrar unos metros la cesta con nosotros dentro. Pero todo estaba controlado. En unos instantes empezaron a llegar los ayudantes, bajamos del globo, y empezaron a deshincharlo.
Si uno lo desea, puede participar en el desinflado y recogida del globo. Casi todos nos pusimos a ayudar, y en unos pocos minutos el globo ya estaba listo para enrollar y depositarlo en una gran cesta. Mientras intentábamos apretar el globo contra el fondo de la cesta e intentar sacar el aire que aún quedaba en él, uno de los ayudantes, cogió a una chica de color de poca estatura que había volado con nosotros y la “puso” encima del globo, para que con su peso ayudara a deshincharlo. Luego le tocó el turno a Encarna y mientras estábamos mirando a la chica de color, Encarna fué “depositada” también dentro del cajón. Hubo unos instantes que a ninguna de las dos, se las veía y eran “engullidas” por las telas.
Ninguna de las dos, se quedó allí para siempre.
Después de las bromas, vino la parte más fiestera del día. Improvisaron una mesa adornada con flores y con un cartel de Kapadokya Balloons, nos ofrecieron una copa de cava mezclada con una especie de zumo de cerezas. Todo ello acompañado de un trozo de plumcake, y de unas cuantas fotos del momento. Creo que disfruté cada uno de los 150 euros que pagué por ello. Además nos dieron a cada uno, una especie de diploma acreditativo del vuelo, con nuestro nombre, la fecha, y el nombre de la piloto.
Para enmarcar.
Mientas estábamos bebiendo, nos pusimos a hablar con una chica alemana, alta rubia y estereotipo típico de las chicas alemanas, a la que su empresa de turismo alemana, la había enviado a la costa del Egeo, pero ahora estaba haciendo turismo por Goreme. Su pareja, un chico que siendo turco, nadie hubiese dudado que era alemán. –“el amor me retiene aquí”, nos dijo…Esa frase no era la primera vez que la oía.
Uno de los ayudantes, cogió una rosa de la mesa y se la dio a Birginia. En dos días, dos regalos… esta chica estaba triunfando.
Nos acercaron al hotel, para llegar justo en el momento en que el resto del grupo estaba ya desayunando en el porche. Contamos nuestra experiencia, tomamos algo, y ale, a caminar. Tercera jornada de trekking.
La primera parada, tenía que ser una corta en “las chimeneas de las hadas”. Formas rocosas parecidas a falos, chimenea, u hongos gigantes. Cuentan las leyendas que las hadas vivieron en ellas, pero que en algunos lugares, aún siguen viviendo….
Caminamos unos metros y llegamos a unas “chimeneas” más grandes, a las que pudimos entrar, subir por escaleras y asomarnos en las ventanas, como si estuviésemos jugando al escondite.
En algunas era fácil encaramarse, en otras había que vigilar donde se pisaba si no queríamos quedarnos para siempre dentro de una roca.
De estancia corta, nada de nada, y Helena nos tuvo que avisar de que nos íbamos, porque sino….subimos al autobús. El autobús nos dejó en un lugar, donde la primera imagen que tuvimos era parecida a una ciudad después de la guerra. Una montaña llena de grutas, una ciudad llena de agujeros… un enorme queso gruyere, que fué habitado hasta hace poco y que me recordaba a las imágenes de destrucción que vemos en televisión de Irak o Palestina.
Sin embargo era una ciudad griega que posteriormente fué habitadaza por los turcos.
Antes de empezar a caminar, tuvimos que esperar un buen rato a Ruben.
Ruben empezó a tener problemas intestinales que en los días venideros le ocasionaron incluso fiebre. Todos tuvimos pequeños problemas con nuestras “tripas”, pero Ruben fué con diferencia, el que peor lo pasó.
Después de que Ruben, nos explicara sus experiencias escatológicas, empezamos a caminar por el valle rojo.
El sol tampoco nos daba tregua, pero los paisajes secos, con formas caprichosas, nos iban haciendo la caminata llevadera. En algunos tramos, necesitábamos la ayuda de otro, pues las pendientes pronunciadas y resbaladizas, pedían una mano amiga para sujetarse. Y siempre había alguien dispuesto a echar una mano.
En todos los viajes en grupo, se conoce gente. Lo normal o como mínimo lo deseable es que el ambiente sea placentero y cordial y que con todos se termine construyendo una buena camaradería y quien sabe si quizás alguna buena amistad.
A pesar de ser todos muy diferentes y a la vez muy iguales, en el grupo había buen ambiente. Y sano. No se formaron grupos, ni rencillas, ni nada perturbó el buen clima que hubo en todo el viaje.
Y aunqué es cierto que con todos creo que tuve una buena relación, si tengo que destacar a alguien sin detrimento de menospreciar a nadie, esta es Susana.
Desde el primer momento en Estambul, ya empezamos a gastarnos bromas, y de las bromas primero pasamos a contarnos cosas más personales. Susana era como una niña grande. Juguetona pero con unas ideas muy claras de lo que quería, y sobre todo de lo que no quería ni aceptaba. Se movía más por idealismo que no por pragmatismo y eso es algo que me chocó y a la vez me gustó. Jamás me llamaba por mi nombre; siempre me llamaba “bicho”.
En esta parte de la caminata, empezamos a contarnos más cosas que no fueran las de un viaje a cualquier parte del mundo.
Vimos un escorpión, inmóvil, verde, quieto y camuflado entre la arena.
Al cabo de un par de horas más o menos, llegamos a nuestro primer descanso. Un bar. Un bar en medio de todas aquellas piedras. Y un bar, donde alguna de las chicas del grupo, no le hubiese importado estar más rato.
-“que ojos que tienen estos turcos”…alguien exclamó….
“Indiana, hazme una foto con ellos, venga”… Y si tengo que ser sincero…no estaban mal.
Antes de partir, uno de los chicos del bar, nos regaló a cada uno, un imperdible con un corazón con la pegatina del ojo, del ojo de Saladino.
El ojo de Saladino, un amuleto contra el mal de ojo que se puede comprar por toda Turquía, y que la mayoría de turcos llevan encima.
Helena lo llevaba en su mochila; nuestro chofer llevaba varios en el autobús, y en todos los lugares a los que íbamos, siempre había un ojo en la entrada.
Los ojos de los turcos, grandes, claros…
Compramos agua, refrescos, frutos secos, y sobre todo descansamos…y jugamos con un perro chiquitín que tenían los dueños del chiringuito.
Quedaba la segunda parte de la caminata, que nos iba a llevar por el valle rosa, o valle de los monjes.
Después del descanso, a seguir la ruta. Un turco iba delante de nosotros con su niño de pocos meses en los brazos. Todos comentamos, que no era ni la mejor hora ni la mejor manera de llevar a este niño.
Al poco de empezar la caminata, nos detuvimos en una iglesia, excavada en una roca, donde una mujer del lugar nos invitaba a tomar algo en su bar, detrás mismo de la iglesia….pero veníamos de otro bar…y dos tan seguidos, mejor que n
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LA RUTA LYCIA

LA RUTA LYCIA


Localización: Turquia Turquia Fecha creación: 18/10/2007 15:45 Puntos: 0 (0 Votos)
DOMINGO 6 DE AGOSTO… … DIA 6º… … GOREME-KONYA
LOS DERVICHES
“hay un mar que no esta lejos de
Nosotros. Es invisible, pero no
está oculto. Está prohibido hablar
de él, pero al mismo tiempo es un
pecado y un indicio de ingratitud
no hacerlo”
Proverbio Sufi.

Durante el desayuno de hoy, se empezó a fraguar un pequeño y pacifico motín.
El plan del día era de hacer una nueva jornada de trekking y después irnos hacía Konya, pero intentando salir pronto para poder visitar el Museo de Mevlana, en Konya.
Y la mayoría preferían ir a ver el Museo al Aire Libre de Goreme, e intentar después visitar una ciudad subterránea que Helena nos había propuesto opcionalmente.
Los cuatro que ayer ya habíamos visto el Museo, no queríamos repetirlo, y si hacer la caminata.
Al principio a Helena no le gustó el cambio de planes, pues nos dijo que había que cumplir la ruta, etc. pero luego, como el clima de convivencia era bueno, supongo que vió que la solución no era mala.
Para Helena, este era su primer viaje con nuestra agencia y también el primero con españoles. Antes había trabajado sobre todo con australianos y haciendo otras rutas.
Fue su bautizo con nosotros, y algo de rodaje aún le faltaba. Pero con su sencillez y sobre todo con su sonrisa, nos tenía a todos en el bolsillo.
Y así lo hicimos. Nos subimos en el autobús todos, pero nos dejarían en dos grupos.
Encarna y yo, Mertxe, Marta y la familia Salomon nos fuimos a caminar por otro valle; el valle Avcilar o valle de los cazadores. El resto del grupo se fué al museo.
El autobús nos dejó al principio de la caminata, donde vimos varios almacenes frutales. Tuvimos que retroceder un poco, pues Ugur creía que se podía seguir por un camino, que estaba cortado por un barranco, y buscamos otro paso.
El paisaje de hoy, aún siendo bastante parecido al de los otros días, tenía varias cosas que lo hacían diferente. Sombras… muchas sombras que los árboles nos iban regalando, palomares de colores y un camino plano que hicieron que la hora y media escasa de la caminata se pasara muy rápido.
Y terminamos en el mismo lugar que habíamos terminado ayer. El bus nos recogió y nos llevó al hotel. Teníamos que esperar al resto del grupo.
Hubo un error en la hora de partir. Ugur les dijo al grupo del museo, una hora más tarde, de lo que Helena había previsto. Por lo cual a partir de ese momento, Helena nos comentó que siempre le hiciéramos caso a ella en temas horarios.
Ugur, el guía local, tenía 30 años. De ojos verdes, tenía una similitud con el actor de cine Ben Gazzara. Natural de Ankara, y con estudios de “lenguas” según él, le iba contando a Helena las cosas o lugares que veíamos, y Helena después nos lo traducía.
Yo me llevaba muy bien con él. Siempre le llamaba de todo menos por su nombre. Aunqué el que más le iba, era el de Martini Boy…. Un aire de ligón que era cierto.
Si me “enfadaba” con él, entonces le llamaba Petit Suisse Boy….
Entre Helena y Ugur, me enseñaron bastantes palabras en turco, que luego utilizaba bien para comunicarme, o bien para hacer broma con ellas…
Sobre las 12 del mediodia, llegó el resto del grupo. Pero hubo que hacer cambio de planes.
Entre recoger las maletas y todo, el tiempo iba pasando y si queríamos llegar a tiempo a Konya, la visita a la ciudad subterránea, debía de ser cancelada. Tampoco estaba en el planning del viaje, era algo opcional, pero hubiera estado bien el verla. Pero en fin, no se puede hacer todo.
Dejamos el SES hotel, la Capadocia y unas tierras que según las leyendas vieron nacer a San Jorge, el patrón de Cataluña.
San Jorge, era un agricultor y posterior caballero que nació en el siglo III en la Capadocia. La leyenda de San Jorge y el dragón….es otra historia. Los mareos y problemas intestinales, eran ya algo más habitual en el grupo. Ahora era el turno de Susana y Virginia.
Por delante más de 3 horas de autobús, y unos 226 kilómetros que en Turquía se hacen eternos.
Paramos a comer en un restaurante de carretera, que debía ser punto de paro de varios autocares. El lugar era un self service, lleno de gente y parecido a las áreas de descanso de cualquier autopista. El precio variaba según la comida.
De nuevo al autobús, y hacia Konya. En el autobús, casi siempre todos nos sentábamos en el mismo sitio en que nos sentamos el primer día. Al ser pocos, a veces podíamos ocupar dos plazas cada uno, e intentar dormir un poco.
Los libros y sobre todo los mp3, eran el instrumento más socorrido para pasar las horas de conducción.
Konya, llamada Iconium en tiempos de los romanos, es diferente. De más de 700.000 habitantes, tiene fama de ciudad conservadora. Y si he de ser sincero, el ambiente en las calles es diferente. La mayoría de mujeres llevaban el pañuelo en la cabeza, y por las calles, nosotros, nos sentíamos observados.
En los autobuses, las mujeres deben ir separadas de los hombres, a no ser que se viaje con el marido.
Konya fué la capital de los Selyúcidas, los antepasados directos de los turcos. Al entrar en la ciudad, un pequeño autobús lleno de mujeres se paró a nuestro lado. Era curioso ver como nos miraban, y eso que en Konya, el Museo Mevlana atrae a bastante gente.
El autocar nos dió una pequeña vuelta por el centro del pueblo y después nos llevó directamente al museo, para que pudiéramos verlo sin prisas.
¿Quién era Mevlana? Celaleddin Rumi, nació en Afganistán en el 1207. Su familia escapó de la invasión mongol, mudándose a la Meca y al sultanato de Rum. Su padre era un destacado predicador y Mevlana se convirtió en un brillante estudioso de teología islámica. Estudió en Alepo y Damasco, hasta que regresó a Konya en 1240.
Mevlana, que significa nuestro guía, fundó la orden Sufí de los Derviches. Hay muchas historias sobre Mevlana, sus discípulos, celos, retiros, etc. pero con lo que me quedo, es con su manera de entender el camino a Dios. De acuerdo con Mevlana, el amor es lo único necesario para llegar a Dios. Está considerado como uno de los pensadores más importantes y respetados del mundo islámico.
Existen un montón de libros sobre su vida, sus supuestos milagros y sus poemas, pero eso, sería muy largo y pesado de explicar.
El museo de Mevlana, que es donde está su tumba, recibe cada año más de 1.5 millones de visitantes, la mayoría turcos, que se detienen a rezar delante de su tumba.
Al bajar del autobús para entrar en el museo, vimos una boda, donde los novios se dirigían también al museo.
Al entrar, lo que más me llamó la atención, fué su cúpula de color turquesa, también visible desde el exterior. En el patio había una fuente para las abluciones.
En la puerta de entrada, había una caja con plásticos para cubrirnos los zapatos.
Una masa humana nos empujaba hacia el interior, para detenerse en la tumba de Mevlana. Su hijo está enterrado a su lado. Las paredes estaban adornadas con pasajes del Coran, en tonos dorados, y los sarcófagos, recubiertos por unas mortajas de terciopelo bordadas en oro. Encima de las tumbas, el gorro Sufí característico.
En la nave contigua, varias tumbas de derviches eminentes, lujosamente adornadas, seguían dándole un ambiente especial.
Delante de la tumba principal, varios fieles intentaban hacerse un espacio y rezar, pero la gran cantidad de gente que había, lo hacía casi imposible.
Salimos de la sala de las tumbas, para entrar en otra más grande, donde estaban los objetos que pertenecieron a Mevlana, aparte de manuscritos, esterillas de oración e instrumentos musicales.
Mila, me llamó para enseñarme unos jarrones de cristal que la habían gustado.
Con Mila, he de reconocer que me equivoqué.
Al verla por primera vez, en la recepción del hotel en Estambul, pensaba que sería una de esas mujeres mayores, de porte estirado y que protestaría por todo, que no estaba en el viaje apropiado. Y metí la pata.
Mila, fué una ENCANTADORA compañera de viaje, con un fino humor, y una ironía que me encantaban. Su vitalidad, era envidiable y sobre todo sus poses fotográficas, con una mezcla de coquetería y sencillez. Tuvimos poca ocasión de tener conversaciones algo más serias con ella, y fué una lastima, porque me hubiera encantado charlar algo más con Mila. Una gran mujer.
El museo también tiene sus reliquias, como un cofre que supuestamente contiene pelos de la barba de Mahoma….
Recorrimos después más salas del museo, donde se exponían objetos de la vida cotidiana de los derviches, y la última, una sala donde estaban unas figuras de cera, representando una escena de los derviches, con sus barbas, atuendos, gorros y demás.
Terminamos de ver los objetos que se exponían en el museo, y el bus nos llevó a nuestro hotel, que estaba bastante cerca. Nos alojábamos en el Mevlana Sema Otel, en la Mevlana Caddesi 59.
Fuimos a las habitaciones a dejar las maletas, mientras Ugur, nos intentaba conseguir para esa noche una actuación de los derviches giróvagos.
Juntados todos en la recepción, nos comentaron que si, que previo pago de 20 euros o 40 liras por cabeza, podríamos ver una actuación de derviches auténticos. Hora de salida las 20.00 horas. Mientras, tiempo libre.
Encarna y yo nos fuimos a dar un paseo hasta el centro de la ciudad con Juanma, Marta, Virginia y Ruben.
Subimos por toda la calle Mevlana y llegamos a una especie de plaza, llena de terrazas y fuentes con agua. A los pies de las escaleras de la plaza, me compré un par de cinturones de piel, en un puesto ambulante. Los dos me costaron tan solo 5 liras…menos de 1 euro y medio cada uno.
Caminamos un poco por la plaza, cuando nos encontramos a Josep Mª y Elisabeth. Quedamos en encontrarnos más tarde sentados en alguna de las varias terrazas que había. Al final nosotros 6, nos sentamos en una muy grande, con pantalla de televisión que ofrecía video clips musicales. Aún siendo una terraza en la zona más céntrica de Konya, los refrescos, con pajita, tan solo nos costaron 2 liras por cabeza; 1 euro.
Charlamos, reímos y comentamos varias cosas del viaje, mientras la hora de regresar al hotel se acercaba. Juanma y Marta se adelantaron y las dos parejas nos quedamos dando una vuelta más por la plaza.
Virginia y Ruben, eran una tranquila pareja. Profesores los dos, eran algo más callados o discretos, según como se mire, contrapunto total a mi. Sin embargo, cuando hablabas con ellos, te sentías a gusto, relajado, y podías aprovechar para oír los acertados comentarios de Ruben sobre cualquier cosa.
Llegamos al hotel y nos fuimos todos excepto Ruben y Virginia, hacía la actuación de los derviches, aunque antes tuvimos que buscar a Marta…había desaparecido en busca de un helado y nadie la había visto salir del hotel….apareció.
Llegamos al local donde se tenía que producir la actuación. Helena nos advirtió que no hiciéramos fotos, pues al final de la actuación, tendríamos unos minutos para fotos y para preguntar lo que quisiéramos.
Entramos en una sala cuadrada, y nos sentamos todos en unas sillas preparadas para la ocasión. En medio de la sala, había 3 lugares con algo de cal, o yeso, para que los danzantes no resbalasen.
Primero entraron los músicos, que se pusieron en un rincón de la sala; el Hafiz, que es la persona que ha memorizado el Coran, y ejerce como maestro de ceremonias, canta una oración a Mevlana, y recita una Sura, un capítulo del Coran.
Al cabo de unos minutos de cánticos y música, entraron tres derviches. Vestían unas túnicas negras, un sombrero alto y alargado, y botines de color negro. Saludaron al Hafiz y se sentaron en tres sillas al frente de la sala, mientras los músicos seguían tocando.
Los derviches estaban sentados inmóviles, con los ojos cerrados. Cuando los cánticos terminaron los tres danzantes se levantaron y se quitaron las túnicas negras. Su indumentaria era ahora de un blanco radiante, y dieron una pequeña vuelta al centro de la sala mientras se iban situando cada uno en un extremo del local, justamente encima de los restos de polvo blanco. Lentamente, los derviches empezaron a girar sobre si mismos.
Giraban, y giraban sin parar. Los brazos tenían una posición extendida, con una palma mirando al suelo, y la otra al techo…
De los tres danzantes, a mi modo de ver, uno era más “profesional” que otro, e incluso había uno, con la cabeza completamente ladeada y apoyada en un brazo, como si realmente hubiese alcanzado la unión con Dios.
El objetivo del baile, es a través de los giros, desprenderse de su vida en la tierra, para renacer en mística unión con Dios. Al alzar su brazo derecho, reciben la bendición del cielo, comunicada a la tierra a través del brazo izquierdo.
Y los derviches seguían girando…decenas de vueltas. En un momento pararon de girar, terminaron la primera de las tres partes en las que se dividían los giros. Cada parte se llama Selam. Realizaron unos pasos por la sala, volviendo a su posición inicial que se habían ido permutando durante los giros, y volvieron a emprender de nuevo otra tanda de giros. Se volvieron a parar. Caminaron unos segundos y vuelta a girar.
La tercera vez de los giros, me entretuve en contar las vueltas de un danzante: 129 vueltas.
Y era la más corta de la sesión de giros….Impresionante.
Cada uno tendrá su opinión sobre ello, pero para mi, fue algo único de ver. Increíble.
Los derviches se sentaron en las sillas, y después de unos momentos de música, abandonaron la sala, seguidos de los músicos.
El Hafiz, los llamó para que les pudiésemos hacer unas fotos, y los derviches realizaron unos pocos giros; los suficientes para que pudiésemos inmortalizarlos en nuestras cámaras de fotos.
Después de que se retirasen todos, el Hafiz se ofreció a contestarnos las preguntas que quisiéramos.
Hubo varias preguntas interesantes, pero quizás Mila, hizo la más interesante. ¿Por qué siendo una ceremonia mística y religiosa, no se hace tan sólo en las ceremonias Sufis, y por el contrario se hace a turistas como nosotros y previo pago de un dinero?
El Hafiz comentó que ellos quieren transmitir su filosofía a todas las personas y que el dinero que recogen es para sufragarse ellos mismos.
También nos comentó que los derviches hacen una vida muy normal, que algunos están casados y que no viven en comunidad, si no lo desean.
Sobre los Sufis, sobre los derviches, podríamos hablar largo y tendido. Pero creo que lo mejor es descubrirlo cada uno. Mirar, y después opinar.
Pagamos y después tocaba decidir a donde íbamos a cenar. Helena nos comentó que en el mismo local que estábamos, pero en la parte de arriba, nos preparaban un menú con muy buen precio.
A Encarna y a mi, nos apetecía caminar algo, más que comer, y quizás más tarde probar alguna cosa. Por lo cual juntamente con Paz, Susana, Mertxe y Mila, nos fuimos los 6 a caminar por las calles de Konya.
Pasando por delante de una mezquita, vi a un chico que no paraba de mirar a mis compañeras de viaje. Les advertí de que vigilasen sus bolsos, cuando él chico empezó primero discretamente a seguirnos.
Pero de discreto, pasó a descarado. Se ponía a nuestro lado, y se paraba si nos parábamos. Cruzamos una calle, y nos siguió. Cruzamos otra, e igual. Nos encaramos con él y le dijimos que no nos siguiera. Pero nada. Parecía algo ido, o retrasado.
Seguimos caminando y él seguía acompañándonos. Varias veces Mila o Paz, le dijeron que nos dejara y nada. Al final juntamente con Paz, nos plantamos delante de él y casi le obligamos que no nos siguiera, le chillamos un poco y pareció surtir efecto, pues cambió de acera y ya no lo volvimos a ver más.
Seguramente no hubiese pasado nada, y aquel chico tenía una inteligencia poco brillante, pero no había que tentar demasiado a la suerte.
Caminando, caminando, llegamos a la calle del hotel, y nos sentamos en un bar turco, poco turístico, a comer un kebab a dos euros cada uno.
Después entramos en un supermercado a comprar agua y a cotillear los precios y los artículos que había. Nos sorprendió el precio del aceite.
Konya, nos mandaba al hotel. Y en una ciudad tan conservadora como esta, la mejor opción era irnos a la habitación a dormir. Claro, que no siempre somos conservadores.
LUNES 7 DE AGOSTO… … 7º DIA… … KONYA-ANTALYA
LAS PRIMERAS PIEDRAS… LOS PRIMEROS PEDROLOS
El hotel de Konya, estaba en plena fase de remodelación. La entrada era algo caótica, pero lo mejor de todo era su terraza, donde desayunamos con unas vistas de toda la ciudad. Las terrazas de varios edificios, estaban cubiertas de alfombras extendidas, supongo que terminándose de secar, porque como almacén sería algo cutre.
El día amanecía como todos los días con un sol radiante. Las nubes turcas no las vimos en ninguno de los 17 días que estuvimos de viaje.
Nos subimos en el autobús para dirigirnos al teatro de Aspendos. Dejábamos atrás la parte de trekking y la de misticismo, para llegar a la parte histórica del viaje.
Pocos minutos después de salir de Konya, el aire acondicionado del autobús se estropeó. Nuestro chofer, mientras conducía iba hablando por el móvil, supongo que con algún servicio técnico para solucionarlo.
Al final, paramos en un bar de carretera, mientras él intentaba arreglarlo.
La manera de conducir de Zafer, era, digamos peculiar. Sin cinturón de seguridad, retrocediendo marcha atrás en la autopista cuando se había pasado una salida, cruzando varios semáforos en rojo, hablando por el móvil al conducir….etc...etc... Eso si, la velocidad máxima la respetaba.
No se podía arreglar el aire. Levantamos una trampilla superior del autobús para que entrara algo más de aire, pero aún así, teníamos un Hamam particular para todos nosotros.
Ruben se encontraba fatal, y encima sin aire acondicionado. Como las distancias también eran largas, antes de entrar en el teatro de Aspendos, decidimos comer primero y visitar el teatro después. Ugur fué de nuevo el encargado de buscar un sitio para comer, aunque como siempre no comimos demasiado rápido. Nos sentamos en un restaurante al lado del río Koprulu, donde las doradas eran pescadas ahí mismo. Una alemana nos atendió, mientras a ratos jugaba con su hija rubia platino. El lugar era precioso.
Sobre las dos y media, llegábamos al anfiteatro romano de Aspendos.
Aspendos fué un importante enclave económico y cultural, e incluso en el sigo V a.c. acuñaba su propia moneda de plata. El teatro tiene una capacidad para 15.000 personas y es el mejor conservado de toda Europa. Construido a mediados del siglo II d.c. aún a día de hoy se realizan conciertos y festivales de música.
Al entrar en el teatro, un cartel anunciaba para esa misma noche, música de opera….
El teatro de Aspendos me impresionó. Perfectamente conservado y con una sonoridad increíble. Nos sentamos en lo más alto de las gradas, mientras Ugur y Helena nos contaron la historia del teatro. Yo enseguida me puse a recorrer las galerías superiores, buscando una imagen que pudiera atrapar todo el teatro.
La sonoridad era formidable; no me extrañó que se realizaran conciertos aquí. Aspendos es el segundo teatro con la mejor sonoridad del mundo.
Bajamos al escenario, entramos por sus galerías interiores, e incluso vimos las cajas con los instrumentos de los músicos.
Desde el escenario, los sonidos se multiplicaban por mil… fenomenal
Silvia y yo, nos pusimos a bailar y cantar en el escenario. Silvia tenía unos ojos claros preciosos, que juntamente con su desarrollado buen físico, para nada hacían suponer la edad que tenía. Incluso era más alta que algunos de nosotros. Si tenía que buscar a alguien que me siguiera en un juego o una broma, esta era ella. Dotada de una vitalidad desbordante, propia de sus quince años, en temas de baile o canto, Silvia, era la reina.
Después de hacer un rato el payaso, salimos del teatro para visitar la ciudad de Perge.
Le dije a Helena que como se podría hacer para venir por la noche a ver el espectáculo de música….pero enseguida vi que no era viable. Costaría más el taxi que la propia entrada, y como a nadie más le apetecía tampoco ir, pues se quedó la propuesta en el tintero.
En pocos minutos llegamos a las ruinas de la ciudad de Perge. La ciudad fué fundada por los colonos que regresaron de Troya y fué conquistada por Alejandro Magno en el 333 a.c. Toda esta zona era llamada en la antigüedad Panfilia.
Entramos en las ruinas de Perge; las primeras piedras, los primeros “pedrolos” como los llamaba Marta, se nos mostraban.
Entramos a la ciudad, o a las ruinas de la ciudad cruzando la Puerta Romana, y dirigiéndonos primero a su Ágora, la zona comercial de la ciudad.
Ugur y Helena nos contaron la historia de Perge, de sus ruinas y de sus “pedrolos”.
El calor, de nuevo era incesante. Y la mayor preocupación que teníamos era la de poder hacer una buena foto, sin que se notara la gran cantidad de turistas que circulaban por los alrededores.
Cruzamos la Puerta Helenística, para seguir caminando por la calle principal, llena de columnas, de restos de un esplendor ya lejano, pero que a mis ojos me parecía precioso.
Me imaginaba las calles llenas de romanos, de persas, de panfilios o de cualquier pueblo antiguo, comprando o vendiendo en su Ágora, cerca del mar…
Al final de la calle principal, están las termas y como cerrando la ciudad, la tumba de Plancia Magna, benefactora de la ciudad.
Por detrás de la tumba, desfilaban unas vacas.
Por las escaleras alrededor de la tumba, varios turistas se encaramaban a los restos de la estatua para hacerse una foto con ella. Y por detrás, las vacas paseando.
Helena nos indicó que si queríamos, podíamos visitar las ruinas del estadio de Perge. Del estadio, poca cosa quedaba; aparte de un acceso difícil lleno de vegetación y piedras mal puestas. Pero para complementar la visita, no estuvo mal.
Dejamos Perge, con un buen sabor; los primeros “pedrolos”, me habían gustado, y sabía que a partir de ahora, la historia, sería mi compañera de viaje.
Perge está a 15 kilómetros de Antalya, y en unos 20 minutos llegamos a una de las ciudades más grandes de Turquía. De más de 500.000 habitantes, Antalya es una ciudad moderna, prospera, con una creciente actividad turística que la han convertido en la ciudad de más auge de todo el mediterráneo turco.
El nombre de la ciudad se lo dió su fundador, el rey de Pérgamo, Atalo II, que la bautizó con el nombre de Attaleia.
Como buena ciudad antigua, su pasado está lleno de batallas, conquistas, refundaciones, cambios de nombre, y sobre todo de restos de todos los pueblos que pasaron por aquí.
Uno de los lugares mejor conservados es el barrio de Kaleiçi, la ciudad antigua. Su nombre significa “dentro del castillo” y dentro de este barrio teníamos nuestro hotel.
Nuestro autobús no pudo dejarnos en la misma puerta del hotel, como era su costumbre, porque la estrechez de las calles se lo impedía. Helena nos advirtió de que podíamos perdernos por el barrio, pues era bastante fácil confundirse de calles. La verdad es que no nos lo pareció tanto.
Con las maletas a cuestas durante unas decenas de metros, llegamos al Urdu Otel. Y sorpresa!!!!...nuestro hotel tenía piscina.
Dejamos las maletas y como la noche se acercaba, la mayoría nos dimos un baño, en un agua bastante caliente, pero que nos supo a gloria.
Eso son vacaciones.
A cambiarse e irnos hacia el centro del pueblo para cenar.
Virginia y Ruben se quedaron en el hotel. Más tarde les trajimos algo del restaurante, pues el estómago de Ruben, no paraba de darle guerra.
Llegamos al paseo marítimo de Antalya, el puerto, donde decenas de barcos, de goletas, se ofrecían para hacer viajes por la costa. Ugur reconoció a un amigo suyo y este nos invitó a subir a su goleta. Era un prolegómeno de los días de barco que vendrían. El ver reflejarse la luna, en las aguas del mar, una belleza.
El paseo marítimo estaba super animado. A ratos podías pensar que estabas en cualquier localidad turística de la Costa Brava.
Ugur nos llevó a un restaurante que nos dijo que él conocía. El Mermerli restaurant. Aunqué antes de llegar, nos entretuvimos jugando con un gatito, intentando adivinar si estaba solo, o su madre andaba por los alrededores.
La localización del restaurante, excelente. Encima de una pequeña roca, las vistas sobre el puerto eran inmejorables. Y cenar, mientras las olas van rompiendo en la playa, una delicia. Además Encarna y yo tuvimos la suerte de sentarnos al lado mismo de la pared con las mejores vistas. Romántico.
El camarero nos trajo una muestra de los platos que nos podía ofrecer. Nos enseñó los pescados, y los diferentes tipos de carne que tenía. La cena fué de las más bonitas, que tuvimos en todo el viaje. La ubicación era excelente.
Después de cenar nos repartimos un poco. Al principio íbamos a dar una vuelta, pero terminamos casi todos en la puerta del hotel. Encarna y yo decidimos ir a ver la Puerta de Adriano, que estaba muy cerca. Esta puerta fué construida para conmemorar la visita del emperador Adriano, en el año 130. Bien iluminada, con unas escaleras para cruzarla, era como una salida del casco antiguo, para llegar a una de las calles principales de Antalya.
Lo más difícil de todo, era conseguir una foto sin que ningún turista apareciese de pronto. Juanma se fué a visitar la Torre del Reloj y nosotros nos volvimos hacía el hotel.
Hoy era uno de esos días en que te encuentras mas cansado de lo normal, y lo que más me apetecía era dormir.
A partir de mañana, la Ruta Lycia, tomaba fuerza en nuestras visitas.
Aunqué eso sería mañana.

MARTES 8 DE AGOSTO… … 8º DIA… … ANTALYA-ÇIRALI

EL FUEGO DE LA MONTAÑA

Sin darnos cuenta, el día de hoy marcaba la mitad del viaje. Cuantas cosas hechas y cuantas por hacer. Para empezar, desayunamos al lado de la piscina del hotel, el típico desayuno de pan, pepino, tomate y aceitunas.
Cogimos las maletas y fuimos a buscar el autobús para dirigirnos hacia Termessos.
Por el camino paramos en una gasolinera, a rellenar el depósito. La gasolina en Turquía, es más cara que aquí. Un litro de super vale un poco más de 1.50 euros.
Aprovechamos para comprar agua y proseguimos el viaje.
Tuve un pequeño susto. Encontré a faltar mi cartera, y no sabia si estaba en el bolsillo de un pantalón, dentro de mi maleta, o bien me lo había dejado en el hotel.
Paramos un momento, Zafer me abrió el maletero y comprobé que tan solo era un susto. O un descuido por mi parte. Con la cartera recuperada, ahora ya si, directos a Termessos.
Las ruinas de la ciudad de Termessos están a tan solo 35 kilómetros de Antalya. Por su situación, y por la belleza de sus ruinas, la hacen una ciudad que merece ser vista.
Los Termesios, eran un pueblo muy belicoso, que vivían en su inexpugnable ciudad fortificada. Alejandro Magno no la pudo conquistar, y tan solo sitiándola, logró un acuerdo de unión con sus habitantes. Esta resistencia le dió una gran fama. Y a raíz de esta importancia, el municipio tuvo el derecho a tener sus propias leyes.
Los Termesios, eran un pueblo Panfilio… sobre los Panfilios, bromeamos alguna vez, llamando “Pánfilo” a algún personaje publico.
Termessos es seguramente la ciudad turca en ruinas, con un emplazamiento más espectacular.
Llegamos a la entrada, o mejor dicho al aparcamiento, y desde él hay una caminata de unos 20 minutos en cuesta, para llegar a lo alto de la ciudad.
La espesa vegetación que había en la cuesta, hacían que el calor no fuera tan agobiante; además una fina neblina se empeñaba en disimular el sol. Y justamente hoy que debía de subir por un camino de cabras, yo me había puesto un mal calzado.
Llegamos a las primeras ruinas, el gimnasio. Lo que Alejandro Magno no pudo conquistar, los terremotos que asolaron la zona, se encargaron de destruir.
El teatro de Termessos, me encantó. Cierto que eran unas ruinas, unas piedras, y que no se podía comparar con el que vimos ayer en Aspendos. Me volví a imaginar una función teatral, cuatro mil ojos viendo una actuación, con la montaña Gulluk de fondo; la neblina cubriría el escenario y las luces de las antorchas no bastarían para iluminar el escenario… tendría que ser un lujo, escuchar o ver una representación teatral en este lugar. Pero eso, era solo un sueño.
Seguimos visitando la ciudad, su Ágora, el Heroon, y los depósitos de agua y aceite, con unas rejas protectoras, que cualquiera puede levantar.
Termessos, tenía su atractivo; su ubicación era su mayor encanto.
Descendimos por otro lado, mientras íbamos contemplando las primeras tumbas Lycias. Tumbas con forma de casco de barco invertido, que Helena nos dijo que podrían ser de algún marinero. Costaba imaginarse a marineros en lo alto de aquellas montañas….
Tumbas, sarcófagos destrozados por los terremotos y los saqueadores de tumbas. En la pared de la montaña, tallada en la misma roca, una impresionante tumba, protegida por las cabezas de medusa….relieves grabados en la roca, elegantes relieves, pues estábamos viendo la tumba de Alcetas, uno de los generales que sucedió a Alejandro Magno.
Seguimos descendiendo en dirección al aparcamiento, y al llegar al final del camino, dejamos Termessos por el Templo de Adriano-Artemisa. Aunqué del templo, tan solo queda los restos de una puerta.
Aproveché que la mayoría quisieron ir al baño, para empezar a pedir los emails de todos. Tenia algunos ya, pero no quería llegar al último día y pasarme un buen rato tomando emails sin parar. Con la cantidad de tiempo que habría tenido antes….
De Termessos, nos fuimos hacia Çyrali. Cambiamos el interior, por la playa, aunque para llegar a ella, tuvimos que hacer una carretera llena de curvas, de paisajes de gran belleza, con los arboles llegando casi al mar. Dejamos la carretera principal para coger un desvio, con una carretera sin asfaltar que nos llevaba a nuestro destino.
El autobús nos dejó en nuestro hotel, el Otel Khimaira, que según su publicidad también era camping. Delante del edificio donde estaban las habitaciones, había un gran jardín, no muy bien cuidado, donde las gallinas y los gatos correteaban libremente.
Dejamos las maletas, y de nuevo al bus. Esta vez Helena nos propuso que comiéramos algo por el camino. En una especie de cruce de caminos, que es donde nos dejo el bus, había una tienda donde vendían de todo, y en el exterior, un puesto callejero donde te hacían zumos de naranja al momento. Había que aprovechar el día, por lo cual un zumo, un bocata, galletas y a caminar hacia Olympos.
Estábamos dentro del Parque Natural Costero de los Montes Bey. Tras una corta caminata de 1 kilómetro, llegamos a la playa. La primera playa con arena que veíamos en Turquía. Daban ganas de pegarse un baño ahora mismo, pero lo del baño tendría que esperar. Nos fuimos directos hacia las ruinas de Olympos.
La situación de esta playa y ruinas es curiosa. Olympos está al otro extremo de un camino que lleva a la playa; las ruinas de la antigua Olympos están en medio del camino. Y para ir a las ruinas hay que pagar entrada…. Lo cual significa que la entrada de 5 liras, sirve también para ir a la playa. Ignoro si los que duermen en el pueblo de Olympos, tienen algún vale o bono, porque si no….Helena nos comentó que este dinero sirve, teóricamente para la conservación de las ruinas de Olympos.
Olympos fué una de las ciudades más importantes de la federación Lycia. Sus habitantes adoraban al dios del fuego, Vulcano, sobretodo teniendo tan cerca el misterioso fuego de la Quimera. Los piratas tuvieron en Olympos una importante base hasta el 78 a.c.
De la antigua Olympos, apenas queda nada en pie. Unos pocos restos esparcidos entre parras silvestres, higueras y pinos. Hay un pequeño riachuelo que recorre el lugar, pero que ahora en verano, es más un arroyo que no un río. Tan solo restos de las paredes de lo que algún día fué el templo de Olympos, merece la pena de ser visto, y no es que quede mucho.
Lo peor, es la cantidad de gente que transita por este lugar, dando la impresión de ser una avenida principal en una tarde de sábado. Recorriendo el lugar, encontramos un río algo más grande, con restos de construcciones, donde el agua clara y transparente, invitaban a mojarse los pies.
Salimos de las ruinas, del río y nos fuimos hacia el pueblo de Olympos. Helena al fin, iba a reencontrarse con su amor, y todos teníamos un poco de curiosidad por conocer a su chico. Numerosos albergues y pensiones, mezclados con alguna tienda y bar, se apiñaban en un lado del camino. Por el otro lado, un río y las montañas.
A mitad del pueblo, un chico se acercó a Helena… ¿sería él?...y lo era, pues Helena enseguida nos lo presentó. Confieso que me decepcionó la frialdad del reencuentro.
Un par de besos en las mejillas, y vale. Luego Helena nos confesó que en Turquía, las demostraciones de cariño en público no están muy bien vistas.
Ali, juntamente con Helena, nos llevó a la pensión donde él trabajaba, la Orange Pensión y nos invitaron a sentarnos en una especie de salones para grupos, al aire libre y con un montón de cojines rodeando una pequeña mesa. Todo en madera. Nos ofrecieron un té y Ali se quedó un rato con nosotros. Bromeamos algo con Helena y nos fuimos hacía la playa. Quizás querían estar un rato a solas….
Enfrente de donde estábamos sentados, una chica ofrecía los servicios de rafting. Era la sustituta de Helena.
Recorrimos el camino andando y sin darnos cuenta nos distanciamos del resto del grupo. Al llegar a la playa, buscamos un lugar donde aún diese el sol, aunque la playa era de rocas y nos bañamos. Estábamos rodeados de turcos y de turistas alemanes. El agua estaba deliciosa, y el paisaje increíble. Una montaña terminaba en el mar; su vegetación compuesta de cientos de verdes distintos se reflejaba en las aguas y algún resto de antiguas construcciones asomaba entre los arboles. El sol se iba ocultando en la montaña, y la hora de reagruparnos en el punto de encuentro acordado se acercaba.
De nuevo todos juntos, y al hotel. Volvimos de nuevo a parar en el puesto ambulante que unas horas antes nos había vendido zumos y decidimos ir caminando hacia el hotel. Además no estaba demasiado lejos, en unos 10 minutos, ya estábamos en las habitaciones.
Ducha, tiempo libre (poco) y de nuevo al autobús. La noche prometía. Iríamos a cenar a Çirali y después visitaríamos la Quimera.
Ugur nos llevó a un restaurante donde según él nos harían un precio especial. El lugar era precioso. Al lado del mar, oyendo el murmullo de las olas en la orilla, con la luna en pleno esplendor iluminando las aguas, poca luz en la mesa, y de nuevo una happy Hour con las cervezas… Birginia y yo, habiamos bautizado las largas esperas en los restaurantes con el nombre de Happy Hour….siempre nos tomábamos dos o tres cervezas en las cenas.
Después de la cena, a la Quimera. El autobús nos dejó en el parking. Era de noche, la mejor hora para ver “el fuego de la montaña”. En la entrada hay una taquilla. Helena nos contó que “los taquilleros” tenían un permiso del gobierno turco, para cobrar entrada; a cambio ellos se cuidaban del lugar, de que los accesos estuvieran bien, etc.
La Quimera…
Quimera hija de Tifón, nieto de Gea… Gea, la tierra, tuvo varios hijos, entre ellos el monstruoso Tifón, su más joven hijo.
Quimera tenía cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón. Era tan fea y monstruosa, que campaba por las regiones de Turquía, asustando a las personas y devorando rebaños enteros de animales. Expulsaba fuego por la boca y se convirtió en el monstruo más aterrador de la zona. Quimera vivía en Patara.
Zeus, cansado de sus atrocidades, la convirtió en fuego, enterrándola viva en la montaña.
El rey Yobates de Lycia, pidió ayuda al héroe local y preferido de los dioses Belerofonte. Este se enfrenta a Quimera, a lomos de su caballo alado Pegaso. Belerofonte derrota a Quimera lanzándole plomo fundido en la boca del monstruo.
Pero según cuenta la leyenda, Quimera sigue viviendo en el monte Olympos…
La explicación más racional, nos cuenta que de dentro de la montaña emanan gases que arden al contacto con el aire; no se conoce su composición, aunque se supone que tiene algo de metano. Las llamas se apagan cuando se cubren, o con una fuerte lluvia, pero vuelven a prender cuando se destapan o deja de llover. En la antigüedad, las llamas alcanzaban tanta altura y eran tan intensas, que los marineros que navegaban por las costas, las hacían servir para orientarse.
Empezamos a subir por la pista, por unas escaleras con indicaciones cada 100 metros. Las linternas eran imprescindibles para sortear los escalones pues el camino carece de cualquier tipo de iluminación. Cerca de la cima, encontramos una especie de “pino de los deseos”, pues según otra tradición, cuando una chica buscaba novio, colgaba un pequeño lazo en las ramas de los arboles que estaban al lado del camino. Una larga capa de lazos blancos, rompía la oscuridad de la noche. Muchos deseos, o muchas peticiones sentimentales esperaban en el camino de Quimera.
Y tras unos 20 minutos de subida, llegamos a la cima.
Da igual que sea una leyenda, unos gases o una mezcla de las dos cosas. El lugar era mágico.
Una decena de fuegos, de pequeñas hogueras, ardían ante nuestros ojos. Nos sentamos en el suelo caliente, para escuchar las explicaciones de Helena. De fondo la luna llena terminaba de adornar el lugar. Había mas grupos de personas, y poco a poco, tras las fotos de rigor, todos nos fuimos separando del grupo, buscando nuestro propio lugar mágico.
La magia de un lugar, está siempre en los ojos con que uno lo mire. Un silencio, la luz de un fuego eterno en una montaña, una luna casi llena iluminando nuestras caras…y a mi lado, el mejor fuego posible; el fuego de la mirada de Encarna. Magia.
Todo tiene un principio y todo un final. Helena nos hacía regresar y dejar la inspiración para otro momento. Descendimos y llegamos de nuevo al parquing. Estuvimos tentados de sentarnos a tomar una cerveza, pero al final optamos por regresar al hotel.
De camino al hotel, mi mente empezó a pensar, en la Quimera, en un fuego eterno… en un amor eterno….frases que revoloteaban en mi mente…
“si eres capaz de sentir mi mano, cuando no estoy a tu lado
no te extrañe que salga fuego de una montaña…
si eres capaz de notar mi voz, cuando no estoy cerca,
no te extrañe que un fuego sea perpetuo…
Si eres capaz de sentir lo mismo que siento yo por ti,
No te extrañe que de una montaña queme un fuego sin fin…

Si ese fuego es eterno, mi amor no se helara jamás.”

El día tocaba a su fin, y la noche no había hecho más que empezar.
Mañana, sería el turno de La Ruta Lycia, pero eso sería mañana.
MIERCOLES 9 DE AGOSTO… … 9º DIA… … ÇIRALI-KAS

LA RUTA LYCIA.

El pueblo licio, fué aliado de los troyanos en la guerra de Troya. Se afincaron en el litoral sur de Anatolia, hacía el siglo XIII a.c. Su capital estaba en Xanthos.
Era un pueblo básicamente de marineros, organizados en torno a una confederación de ciudades-estado llamada Liga Lycia. Incluso llegaron a tener una lengua propia, hasta que fué sustituida por el griego.

Lycia, cayó bajo los dominios Persas, pero siguió conservando una cierta autonomía, manteniendo su estructura confederal hasta los tiempos de Augusto. Posteriormente fué anexionada a Panfilia.
Región bella y misteriosa, cuna de leyendas, volcada al mar por el empuje de sus montañas, con acantilados boscosos contra los que chocan las olas del Mediterráneo, intercaladas por hermosas playas de arena blanca o de pequeñas rocas.
La federación Lycia, estaba compuesta de 23 ciudades, gobernada por un consejo de duración anual, y que cada año era formando con los votos de las ciudades-estado.
Cada ciudad, tenía un número distinto de votos, dependiendo de su importancia política y financiera.

Hoy de nuevo tuvimos el placer de desayunar al aire libre. El restaurante del hotel, estaba bajo una especie de carpa, con los gatos alrededor reclamando un poco de comida.

Salimos relativamente pronto, a nuestra hora de siempre: entre las 8.30 y las 9, y nos fuimos hacia Myra, una de las ciudades más importantes de la confederación Lycia.

La ciudad de Myra, tenía mucho que enseñarnos. Lo primero que hicimos al llegar a Demre, la ciudad moderna de Myra, es dar una vuelta por el pueblo con el autobús. En Demre vimos en el centro del pueblo una estatua que para nada pensábamos que podría estar allí: Papa Noel…

San Nicolás, nació en Patara, en la segunda mitad del siglo III. Fué obispo de la ciudad de Myra, y su fama milagrosa empezó el día que para salvar a tres vírgenes de caer en la prostitución, les lanzó por la chimenea de su casa tres bolsas llenas de oro. De ahí lo de Santa Claus y la chimenea.
San Nicolás, murió un 6 de diciembre. Su popularidad se difundió tanto en Europa del Este como en la Occidental,
En el siglo XIX la fiesta siguió siendo una fiesta hogareña, en la que San Nicolás podía llegar a hacerse presente. En un principio, el día de San Nicolás en el que se recibían los regalos se celebró el 6 de diciembre. Tras la Reforma, los protestantes alemanes dieron más importancia al Christkindl (Niño Jesús) como donante de regalos el día de su fiesta, el 25 de diciembre.
Como la tradición de Nicolás prevalecía, se incorporó a la Navidad. En 1969, el papa Pablo VI suprimió la festividad de San Nicolás del calendario católico como la de otros personajes legendarios, cuyas vidas estaban poco documentadas. Irónicamente, el término Christkindl ha evolucionado hasta convertirse en Riss Kringle, otro apodo de Papá Noel.
Dicha costumbre fue popularizada en los Estados Unidos por los protestantes holandeses de Nueva Amsterdam, que convirtieron al santo en un mago nórdico. Su nombre fue abreviado, no solo a San Nic, sino también a Sint Klaes o Santa Claus. La mitra de obispo fue remplazada por el hoy famoso gorro rojo, su cruz pectoral desapareció por completo. Se mudó de Turquía al Polo Norte, de donde viene cada año, con sus renos y regalos… pero eso, es otra historia.

La ciudad antigua de Myra, está a unos dos kilómetros de la ciudad nueva, de Demre. Al llegar con el autobús, una autentica manada de turistas y autobuses hacían presagiar que aquello, estaría hasta los topes… y así fué. Manadas de turistas de todas las nacionalidades se apiñaban en la entrada, siguiendo a sus guías respectivos. Rusos, muchos rusos encontramos. Tiene su explicación. San Nicolás es patrón de Rusia.

Ugur nos sacó la entrada a todos y nos condujo hasta bajo un árbol, para darnos las explicaciones del lugar; resguardados del sol, eso si.

Lo primero que íbamos a ver, es toda una pared horadada de agujeros, de tumbas, de trabajadas tumbas. De hecho el arte licio que nos ha llegado es básicamente funerario. La tradición de perforar tumbas en la masa rocosa de las montañas, viene de lejos. Los egipcios la usaban, como casas para la eternidad.
Y además de las tumbas había que ver un precioso anfiteatro romano.
Primero nos fuimos hacia las tumbas, pero sin acercarnos demasiado, ni tampoco entrar en ella. Una cadena impedía el paso al interior de las tumbas, cadena, que no siempre era respetada. Incluso por alguna de nuestro grupo.

Pero la gran cantidad de gente que había, hacía la visita desagradable. Nos fuimos hacia el anfiteatro, subiendo por sus escaleras, y contemplando una vista de lo alto de toda la pared excavada, del teatro y de las riadas de gente correteando sin ningún orden ni miramiento.
En la parte más alta del teatro, nos encontramos con parte del grupo, y pude disfrutar, una vez más de los acertados e irónicos comentarios de Mila. Desde lo alto, empezamos a “quitar” fotos, como decía Helena. Hacer fotos.

Bajamos al supuesto escenario del teatro, para observar mejor unas figuras preciosas talladas en unos grandes bloques de piedra. El teatro era precioso. Y eso que habíamos ya visto unos cuantos, pero este, tenía encanto. Lo único desagradable, que parecía que me encontraba en un supermercado el primer sábado de rebajas.

Intentar salir del lugar nos costó. A las manadas de gente, se añadían los tenderetes de recuerdos que había en el camino, con unos precios bastante más caros que en otros lugares. Entre las tiendas y el gentío, tardamos un poco en reagruparnos, pero de nuevo todos juntos en el autobús, nos fuimos hacia el pueblo pesquero de Ucagiz.
Un barco nos esperaba.

Llegamos al puerto, y el “almirante” del Gizemha, nuestra embarcación nos esperaba para acompañarnos a bordo.

Precioso. Teníamos que descalzarnos para entrar, y poder pisar el suelo de madera.
8 metros de eslora, dan para bastante. En la parte de atrás, había una mesa central con sillas de jardín blancas. En los laterales, una larga banqueta con cojines azules y espacio debajo para dejar los zapatos, bolsas, etc. Un peldaño conducía a la proa del barco, donde el techo de la cocina, servía para poder estirarse 4 personas en unas colchonetas azules. Al techo del barco se subía por una escalera lateral, o como hacíamos la mayoría de las veces, subiendo por donde estaban las colchonetas.
Y empezamos a navegar. Teníamos un bar, donde podíamos coger las bebidas que quisiéramos, apuntarlas en un papel y pagar al final.
Al cabo de unos 20 minutos de navegación, ya nos estábamos bañando en una cala de aguas transparentes. Otros barcos estaban fondeados en el mismo lugar, pero a distancia suficiente para que no nos molestásemos los unos a los otros.

Esto era un lujo. Silvia y yo nos tirábamos desde el techo, desde la proa, y siempre chillando. Éramos la pequeña atracción. Pero ¿y qué?...

La cocinera, nos empezó a preparar la comida, mientras en la popa del barco, cocinaban unas doradas a la plancha.
Este día, fué el que más cantidad de comida probé en todo el viaje: potaje de guisantes con patatas, arroz, ensalada, y una dorada a la plancha riquísima.

Pero el colmo del capricho, fué cuando un chico con una lancha, nos trajo un helado!!!
En su lancha, llevaba un arcón congelador, alimentado por una batería, y dentro de ella helados de la marca Frigo, o Algida, como se llamaba en Turquía.

Después de comer, navegamos hacía la ciudad sumergida de Kekova.
La ciudad bizantina de Kekova, está unos 6 metros bajo el agua, por culpa de los terremotos ocurridos en el siglo II. En algunas partes, las ruinas al estar más cerca de la superficie son más fáciles de ver. Otras veces tan solo los restos de las paredes pegadas a la montaña, nos invitan a imaginar como sería aquella ciudad.
No se puede bañar en las ruinas, pero aún así, restos de basura se veían esparcidos por la montaña.
Nuestro barco pasó lentamente, lo suficiente para contemplarlo.
En el barco teníamos un pequeño tenderete de artesanía que la cocinera vendía: Lógicamente las chicas le hicieron más caso que los chicos. Y de fondo, música turca.
Le pedí Ugur que me dijera el nombre del grupo, pues me gustaba: M F O. un disco con una portada negra, que otro día compramos. Además Ugur me dió una lista de nombres de cantantes actuales turcos y otra de música más tradicional.

Proseguimos la ruta, y ahora nos detuvimos en una cala, con las aguas más azules que yo recuerdo. Y solos. El lugar invitaba a no moverse del agua, nadando por unas aguas inmaculadas, donde la vegetación de la montaña, rivalizaba en color verde, con el brillo del agua azul.
Un chico con una moto acuática se nos acercó. Y Marta y Amparo hicieron un viaje, pagando claro, con la moto.

Esto son vacaciones.

Nuestro siguiente punto de parada fue el pequeño pueblo de Simena. Aunqué su nombre actual es Kalekoy. Íbamos a visitar su fortaleza, un castillo de los Cruzados.

Kalekoy, parece una estampa de cuento. Decenas de barcos anclados en su pequeño puerto, con la bandera turca ondeando. Una colina coronada por un castillo, con su muralla escondida entre los arboles. Tumbas lycias en el mar, escondidas entre las aguas, entre las rocas, entre los barcos…

La primera parte de la subida al castillo, esta llena de puestos de artesanía, de bares y de escaleras medio rotas. La segunda parte, ya es más salvaje, campo a través, y cuando uno cree que ha llegado, pues resulta que no. Que la primera parada es un pequeño parlamento excavado en la roca. Subimos un poco más para alcanzar lo que queda de una fortaleza.
Desde arriba las vistas son espectaculares. Toda la bahía se muestra ante nuestros ojos, y el atardecer dota de colores únicos el lugar.
Como un pirata. En lo alto de nuestra fortaleza, con el barco esperándonos en el puerto.
Bajar, era quizás más complicado que subir. Pero creo que todos nos quedamos atónitos, cuando una vendedora de artesanía que estaba en lo alto del castillo, empezó a adelantarnos en la bajada, con gran rapidez, e incluso a veces con saltos entre las rocas, mientras nosotros intentábamos agarrarnos a cualquier cosa para bajar. Lo que hace la práctica… ¿Cuántas veces subiría y bajaría estas piedras, esa mujer?

De nuevo embarcamos, para dirigirnos ahora si, al final de la excursión marítima. De la primera excursión por mar, pues había otra más adelante.

A la hora de pagar las bebidas, la mayoría dejamos propina para los dueños. Se habían portado muy bien con nosotros, ofreciéndonos fruta, y te. Además eran muy amables.

Llegamos a Kas, un pueblo marinero de no más de 8000 habitantes, pero que en verano triplica esta cantidad. Las calles del pueblo estaban llenas de gente.
Llegamos a nuestro hotel, en una subida, y que lógicamente el autobús se empeñó en dejarnos en la misma puerta del hotel, aunque para ello tuviera que hacer las mil y una maniobras… y sorpresa.

Nuestro hotel era el Defne Otel. Bajamos las maletas del bus, nos fuimos hacía la puerta, mientras Ugur y Helena se encargaban de conseguirnos las habitaciones, como siempre. Pero algo falló. Faltaban 3 habitaciones. El dueño del hotel, había dado 3 de nuestras reservas a otros turistas que en el último momento quisieron quedarse una noche más.

Primero Heleno nos dijo que faltaban 3 habitaciones, dos dobles y una individual. Y Encarna y yo, Virginia y Ruben, y Juanma, nos quedamos sin habitación.
El resto del grupo subió a las suyas, mientras Ugur y Helena trataron de arreglar el problema.
El hotel nos ofrecía 3 habitaciones que estaban en un hotel enfrente mismo. Por fuera, el hotel casi asustaba, con un techo de uralita. Y dijimos que no, que ahí no nos metíamos. Helena se enfadó con el hotel, se puso enseguida a hablar con Ugur para intentar buscarnos una habitación en cualquier hotel de Kas.
Mientras el conserje del hotel fué con Encarna, Ruben y Juanma a ver las habitaciones que nos ofrecían.
Les enseñó una que tenía unas vistas magnificas al puerto. Y la habitación no estaba mal…pero el baño… el baño… no era un baño. En menos de 1 metro cuadrado estaba el inodoro, la poza de lavarse las manos y la ducha, sin sumidero.
Si uno estaba sentado en la taza, otra persona no podía estar dentro y además el agua de la ducha, mojaba taza y poza….un poema de baño.
Creímos que esa sería la mejor habitación y que las otras serian peores.
Ugur seguía buscando hotel para los cinco.
El resto del grupo se ofreció en dejarnos los baños, las duchas, y lo que hiciera falta, pero lo que más nos molestaba a nosotros, es que si todos habíamos pagado lo mismo, porque teníamos que estar en lugar distinto y además por culpa del hotel y no nuestra.

Como el tiempo pasaba, optamos por irnos a comer en algún sitio de Kas. Mientras las maletas se quedaban en un reservado del hotel, que luego vimos que era una habitación más, donde la gente entraba y salía sin más.

Mientras estábamos sentados en un pequeño bar, para tomar un Kebab o algo parecido, apareció Ugur para decirnos que no encontraba habitación. De hecho, los cinco ya nos habíamos hecho la idea de dormir una noche en este hotel secundario.

De regreso al hotel, cogimos las maletas y nos fuimos hacia el otro hotel. Las habitaciones dobles, no estaban tan mal a no ser por el baño. La que nos quedamos Encarna y yo, quizás, tenía mejor vista que la de Virginia y Ruben, pues estaban en un piso inferior, pero ellos por el contrario, tenían un baño unos centímetros más grande. Tan solo unos centímetros.
Lo curioso fué lo de Juanma. Pues su habitación era de dos camas, como cualquiera de las que estaba el resto del grupo… ¿por qué le tocó a Juanma esta, sino era individual?
En fin, que solucionado el tema, decidimos darnos una ducha y salir a pasear por la ciudad, que se veía muy animada.

Avisamos a Juanma si quería venir con nosotros, y nos fuimos los cinco a pasear por Kas.
Al salir del hotel, unos chicos nos pidieron los pasaportes. Les dijimos que no, que teníamos que estar en el hotel de enfrente y nos mandaron aquí.
Más tarde nos dimos cuenta, que donde estábamos era otro hotel, el hotel Lykya, y que cuando uno estaba lleno, los enviaban a este.

Frente a Kas, está la isla de Meis, una isla griega, que está a tan solo 30 minutos de Kas.
El gobierno griego subvenciona a las personas que van a vivir a esta isla, para que no se deshabite, y pase a soberanía turca. Además esta isla es utilizada por algunas personas, para entrar y salir de Turquía, y así poder renovar el visado de entrada de 3 meses. Picaresca.

La noche en Kas, era bulliciosa, animada. Lo que parecía el centro del pueblo, estaba lleno de jóvenes charlando en sus terrazas, o alrededor de una fuente. Tiendas abiertas hasta pasada la medianoche, bares, terrazas, restaurantes…un ambiente de ocio increíble.
En un restaurante nos encontramos a Paz y Susana cenando, que nos indicaron una calle, donde estaba una tumba lycia preciosa.
Conseguimos encontrar la calle, y la tumba, de unos 5 metros de altura. Impresionante.

Paseamos, charlamos y sobre todo comentamos la anécdota del hotel.
Ahora en frío, quizás vimos que debíamos de haber aceptado de primeras la habitación que nos ofrecían, y después reclamar. Lo que más nos molestaba era que nos separasen habiendo pagado todos lo mismo, e incluso más, pues Juanma al viajar solo, pagaba suplemento individual. Pero en fin. Anécdota que contar.

El día había sido precioso y no convenía estropearlo por una habitación.

Regresamos al hotel, y a descansar. Aún tuvimos ganas de quedarnos en la terraza de nuestra habitación, contemplando el puerto.

Mañana era San Lorenzo. Y aunqué no tengo tradición de celebrar este día, Helena, lo quería aprovechar de excusa para montar una pequeña fiesta. Tenía algo preparado que dijo que me comentaría.

Pero eso sería mañana.


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NAVEGACION E HISTORIA

NAVEGACION E HISTORIA


Localización: Turquia Turquia Fecha creación: 18/10/2007 15:48 Puntos: 0 (0 Votos)
UEVES 10 DE AGOSTO… … 10º DIA… … KAS-FETHIYE

QUE NOCHE LA DE AQUEL DIA!!!

El desayuno de hoy, fué como un pequeño premio a la aventura de la noche anterior.
Teníamos unas vistas preciosas del puerto, el pueblo, la isla griega de Meis y la montaña Yatan Adam. Además en el desayuno teníamos bollos y plumcake. Inmejorable.

Después del desayuno, recogimos maletas y fuimos en busca de nuestros compañeros para proseguir ruta, ahora hacía Patara.
Recorrimos una carretera, bordeando playas, acantilados y calas preciosas. Hoy íbamos a tener un día de playa y seguro que más de uno, se hubiese quedado en cualquiera de las calas que veíamos.

Antes del relax playero, íbamos a ver las ruinas de Patara.
Aparcamos en un descampado y caminamos unos metros para llegar al teatro. Decepción.
No pudimos entrar pues estaba en proceso de restauración. Aunqué si pudimos acercarnos a la puerta y desde allí observar algo el interior.
Una docena de personas, repartidas por todo el teatro, estaban trabajando en su interior.
En los alrededores, hay restos de una necrópolis, baños y templos. Todos en proceso de excavación, pues hay un proyecto de reconstruir las ruinas y crear una gran ciudad romana que atraiga al turismo.

De las ruinas, a la playa. El autobús nos dejó cerca de la arena.
La playa de Patara, es extensa, muy extensa. De fina arena blanca, y con pocos lugares con sombra para guarecerse de un sol abrasador que no daba descanso.

Nos cambiamos en unas cabañas de madera marrón y nos fuimos para tomar posesión de un trozo de arena. La mejor manera y casi la única de estar en la playa, era alquilando una sombrilla. La sombrilla y dos tumbonas, 10 liras.
Y ahora a vegetar, a no hacer nada. Un bañito, sol, sombra y dejar que el tiempo pase.
Si se quería caminar, se podía optar por hacer una larga travesía por todo lo largo de la playa, mojándose los pies, y bronceándose con el sol.

En el agua, una mujer, se bañaba vestida, con un vestido azul oscuro, parecido a un chador.
Dejamos pasar el tiempo bajo la sombrilla, oyendo el mar, hasta que cerca de las dos, nos acercamos al único bar de la playa para comer algo. Hamburguesas, kebaps, etc… un tentempié.

Dejamos “el stress” de la playa para dirigirnos a Fethiye.
Fethiye, la antigua Telmessos, es una turística ciudad de casi 50.000 habitantes, resguardada en una ancha bahía y que fué arrasada por completo por un terremoto en el 1958. A pesar de su turismo, y de ser el punto de partida de numerosas rutas marítimas por los alrededores, la ciudad es tranquila, acogedora, con un ambiente mezcla de bullicio y de tranquilidad.

En poco más de una hora, llegamos nuestro hotel. El Dedeoglu Otel, casi al final del paseo marítimo.
Esta vez no hubo problemas con las habitaciones y después de una reconfortante ducha, terminamos dando un paseo por el pueblo.
Desde la ventana de nuestra habitación, veíamos barcos de pasajeros que llegaban de Rodas, y que en la misma salida del barco, tenían que pasar el control de pasaportes correspondiente.

Empezamos a andar por Fethiye en compañía de Juanma. El buscaba una casa de cambio y nos acompañó unos metros. Encarna y yo paseamos primero por el puerto, observando las decenas de embarcaciones que se ofrecían para visitar “las 12 islas”. Este circuito era el más anunciado, por embarcaciones pequeñas para una decena de personas, hasta enormes barcazas donde cabían más de un centenar de pasajeros.

Después nos adentramos en el centro de la ciudad, parecido a un gran bazar, con tiendas de todo tipo que ocupaban parte de la acera con sus artículos en exposición. Caminando nos encontramos de nuevo a Juanma, y más tarde a Mertxe y Marta. Tiendas y más tiendas, que empezaban a llamar ahora ya si algo más nuestra atención, pues había que empezar a pensar en los regalos que íbamos a traer.
Encontramos el mercado del pueblo y nos adentramos en él. Las paradas de pescado estaban en el centro de una plaza, rodeada por varios restaurantes. Podías comprar el pescado en cualquiera de los puestos del mercado y después pedir que te lo hicieran en el restaurante que tú quisieras. Doradas, truchas, langostinos, pez espada, y muchos más estaban a la espera de quien lo quisiera comprar.
Al lado del mercado de pescado, estaba uno de frutas, verduras y frutos secos.

Regresamos al hotel, pues Helena nos había citado a todos a las 20 horas para ir a cenar y después… ya veríamos.

Quiso la casualidad, o más bien que Ugur lo tenía decidido, que volvimos al mercado donde minutos antes habíamos estado. Ugur nos llevó a un restaurante que estaba en una esquina, y donde a veces tenías dudas de que mesas correspondían a cada restaurante por lo juntas que estaban. Como éramos muchos, 18, nos tuvimos que sentar en dos mesas.
Pero lo peor, fué lo de siempre. La espera. Más de una hora para que nos sirvieran la comida. Y claro, con tanta espera, las cervezas volaban. Aunqué la dorada de después estaba deliciosa.
En los postres, Ugur, me invitó a Raki, el licor favorito de Turquía. El Raki es un aguardiente de uva, con sabor anisado, que los turcos mezclan con agua. Mitad y mitad.

Ugur me ofreció un buen vaso de Raki, mientras reía conmigo. –“you make me feel good”….”tu haces que me sienta bien”…siempre me repetía….
A la hora de pagar, el camarero se quería quedar con 5 liras de Marta, a modo de propina, pues nos decía que no tenía cambio…en la otra mesa les pidió la propina descaradamente. Nosotros no le dejamos ni media lira.

Después de cenar, caminamos hacía la parte más turística de Fethiye, hacia el centro.
Y entramos en un pub, el Car Cemetery Bar. Virginia, Ruben y Mertxe se quedaron sentadas en la terraza del bar. Susana y Paz se fueron hacia el hotel.

Y bueno, como contar lo que reímos esa noche. Lógico era que Silvia bailara. Pero lo que nadie sabía es que a mi, bailar me encanta, me apasiona. Y dejar que la música entre en mis oídos, y que mi cuerpo se mueva como le plazca, es un placer para mi. Uno de mis mayores placeres.
Debo reconocer que hice una entrada “algo espectacular” en el bar, quedándome en medio de una pista vacía, bailando y girando en plan Michael Jackson…y a partir de ahí…el delirio colectivo… todos a la pista.
Todos, poco a poco, unos más lanzados que otros, empezamos a bailar, intentando seguir a la reina de pista que como no, era Silvia.
Amparo estaba hecha también una bailarina, e incluso Birginia, algo más tímida, en lo referente al baile, termino danzando.
-“mi padre nunca baila, es un caso perdido”, nos dijo Silvia….claro que a veces los pies se mueven proporcionalmente a la cantidad de cervezas ingeridas.

Y poco a poco Josep, dejó su porte seria, para desmadrarse como el que más. Empezó a hacer la “conga” por el local, metiéndose por todas partes, imitando a un cantante roquero, y cantando y chillando como el que más.
Incluso el serio de Zafer, nuestro chofer, se incorporó al baile. Fenomenal.
Yo hacía días que no bailaba tanto. Menos mal que los mojitos calmaban la sed y el sudor…menudo santo…y yo que no tengo costumbre de celebrarlo.
Creó que bailé con casi todas, y ninguno del grupo se libró de que en algún momento lo arrastrara a la pista de baile. Que noche!!!....

Cerca de las 2, Encarna y yo decidimos ir a pasear un poco por el puerto, intentando ver la lluvia de estrellas de la noche de San Lorenzo, las Perseidas. Y de paso relajarnos un poco con una caminata a la luz de la luna.

Los bares al lado del puerto empezaban a cerrar, y las tenues luces del paseo, se veían superadas por la intensidad de una luna llena radiante. Caminando llegamos a una plaza, presidida por una estatua de Ataturk. El padre de la Turquía moderna, aparecía por todas partes.

El paseo terminó en el hotel, con la sensación de cansancio en mis pies.

Mañana podría descansar en una jornada de barco y relax.

Pero eso sería mañana.

VIERNES 11 DE AGOSTO… … 11º DIA… … FETHIYE

LOS BAÑOS DE CLEOPATRA

Nada de resaca. Quizás un poco de dolor de pies, pero nada más. Dormir, y sobre todo haber sido inmensamente feliz en la noche anterior, hicieron que cualquier atisbo de dolor de cabeza o de cansancio, se fueran como por arte de magia.

En la hora prevista, y con el retraso habitual, cogimos el autobús con destino a Goçek. Y allí nos esperaba una goleta.
No comprendía que habiendo tantos barcos en Fethiye, nos tuviésemos que ir a otro puerto para embarcarnos en una goleta, pero Helena me aclaró que por la ruta que íbamos a hacer, partir de Goçek, era mucho mejor que hacerlo desde Fethiye.

De Goçek poco que contar, pues apenas lo vimos. Tan solo fué nuestro punto de partida.

Nuestra goleta, se llamaba Adora, y era unos 5 o 6 metros más larga que la anterior.
Al entrar en ella, vimos que no estábamos solos, pues dos parejas, amigas del dueño de la embarcación, estaban sentadas en un lateral. Eso no nos gustó demasiado, pues creíamos que la goleta sería para nosotros solos.

En la parte de atrás, había una mesa con sus sillas correspondientes, y una especie de gran sofá de madera con cojines aterciopelados de azul. Era el lugar perfecto para tumbarse a dormir, pues un toldo se encargaba de facilitar sombra.
En medio, el puente de mando, y debajo de él, una escalera que bajaba a los dos camarotes con su baño que tenía la goleta. Además estaba también la cocina. En la parte delantera, una mesa de madera, rodeada por otro sofá similar al de la parte de arriba, y delante de todo, numerosas colchonetas azules y cojines gigantescos para tumbarse a filosofar sobre lo humano y lo divino. Una gozada.

Primero nos dirigimos a una cala que nos decepcionó. Sucia, llena de manchas de aceite en el agua, pensamos que vaya sitio para detenerse y bañarse. Pero no.
Nos acercamos a otra goleta, y en ella “desembarcamos” a los cuatro “polizones” de nuestro barco. Ahora estaba mejor.
Después de allí, nos dirigimos a una cala preciosa, increíblemente limpia y con unas pequeñas ruinas en la orilla, a la cual se podía llegar nadando desde el barco.
Empezamos a tirarnos, a jugar en el agua con unos tubos de corcho a modo de flotador. Ruben y Virginia, hacían snoorkel, Juanma se alternaba las gafas de agua con Encarna y Josep, seguía descansando en una esquina del barco, leyendo…el esfuerzo de la noche anterior le pasaba factura….

Josep, tenía la habilidad de estar como desaparecido, y en un momento puntual, empezar a ironizar sobre las fotos y sus componentes. A veces su presencia en una foto, la dignificaba, pero solo a veces…
La sensación de navegar con las velas, dejando que el poco aire que sople te lleve, es sensacional. Navegación a vela en una goleta por el sur de Turquía, por el egeo. Mágico


Después de jugar un buen rato en el agua, o de tomar el sol en la cubierta, cambiamos de cala.
Cambiábamos el paisaje, pero los decorados seguían siendo preciosos.
Aguas de tonalidades verdes mezcladas con la vegetación de las montañas.
Comimos en el barco. La comida sin ser tan espléndida como en el otro barco, no estuvo mal, y después de comer, a otra cala… la tercera.

En esta, teníamos unas ruinas en el agua, a las que se podía acceder nadando desde el barco. Lo malo es que estaba abarrotado de turistas de otras embarcaciones.
Silvia y yo, nos entretuvimos en lanzarnos al agua, haciendo volteretas y sacándonos fotos el uno al otro. Cualquier cosa valía para no hacer nada. Aunqué tumbarse en la proa del barco, sobre una colchoneta y con una cerveza en la mano, era casi imprescindible.
Y de allí, a los baños de Cleopatra.
Otra cala tan preciosa como las anteriores nos esperaba. Según la leyenda, en esta cala solía venir Cleopatra a bañarse. De ahí su nombre claro. Y lógicamente, ¿Cómo no íbamos a remojarnos nosotros en un sitio tan legendario como este. En la orilla, había un pequeño bar y restos de algunas construcciones. En la antigüedad fué un pueblo importante. Si se quería, podíamos nadar hasta la orilla, jugueteando con los pequeños peces que nadaban a nuestro lado.
Creo que me gustó más el primer día de barco, que el segundo. Aparte de por la amabilidad del personal, quizás el barco era más coquetón, y creo que la mayoría opinamos lo mismo.
Regresamos a Fethiye y después de una ducha, salimos a pasear de nuevo por la ciudad. Encontramos una tienda de discos y compramos el que tanto nos había gustado el otro día, el del grupo M F O. y también uno de música de danza del vientre.
Paseamos de nuevo por las mismas calles que ayer, y al final optamos por sentarnos a cenar en la terraza del Bizim Restaurant, un local algo más alejado del centro. El camarero era enormemente amable. Y el local parecía un restaurante más para los del país que no para los extranjeros.
La casualidad hizo que mientras estábamos esperando los platos, aparecieran por la misma calle, la familia Salomon y Amparo, y se sentaron juntamente en la mesa que había detrás nuestro. Y no nos vieron. Hasta que me giré hacía ellos y les hice alguna broma sobre el lugar.
Y por si queríamos pasar desapercibidos, Virginia y Ruben, también pasaron por allí. Pero no se quedaron.

Después de la cena, los volvimos a encontrar por el centro del pueblo, y nos fuimos con ellos y Mertxe a pasear todos juntos y tomarnos un helado por las calles de Fethiye.

Se hacía tarde, y queríamos comprar un par de cosas que habiamos visto, por lo cual nos despedimos de los tres, y nos fuimos hacia el centro del bazar de Fethiye.
Esta visto que no puede uno ir de incógnito, pues al regresar al hotel, nos encontramos con Paz y Susana, que venían de pasear y se iban a tomar un té.

Éramos un grupo, pero con la suficiente autonomía para irse cada uno por su cuenta, o bien en grupo más reducido, en “petit comité”…

La sensación de que los días finales del viaje se acercaban, empezó a rondarnos por la cabeza. Mañana teníamos un día de visitas interesantes.
Pero eso sería mañana.
SABADO 12 DE AGOSTO… … 12º DIA… … FETHIYE-SELÇUK

MILETO, APOLO, EL CHOFER Y EL CD…

Tras un día, de relax, volvía la pesadez de un viaje eterno en autobús. Preparar de nuevo maletas, desayunar y encontrarnos todos en la entrada del hotel, para irnos hacía Didime.

La puntualidad, volvía a ser como siempre una batalla perdida. Y menos mal que siempre nos lo tomamos de buen rollo, por que de lo contrario…

Por el camino, paramos en una gasolinera a repostar y la mayoría aprovechamos para ir al baño o comprar agua.
Ugur me llamó y me enseñó varios CDS de música turca, de varios autores…bien, me compraré uno pensé… ¿pero cuál? Ugur me recomendó uno, el de una cantante llamada Candam Ençetin. Por 12 liras, menos de 6 euros, tenía un CD de música turca moderna… o eso pensaba yo.

En el autobús, como la mayoría sabían que había comprado un CD, pues me animaron a que lo pusiera…y se puso.

Resulta que esta cantante es una muy famosa artista turca, pero esta vez había grabado un CD de música tradicional, una especie de recopilatoria de canciones antiguas turcas.

Zafer, el conductor, lloraba de risa. Con un pañuelo se secaba las lágrimas que la risa le provocaba, mientras yo con cara de tonto, pensaba que vaya música más rara para ser pop. Pero el cachondeo mayor vino, con una letra que repetía constantemente “sanay, sananay, sanay”…una especie de la la la, turco…
Ugur también se reía, y el resto del autocar ya empezaba a preguntar que demonios pasaba.
Ugur me pidió perdón, que se había equivocado, y que no sabía que ese disco fuera así.
Bueno, teníamos un CD de música tradicional en vez de pop. No pasaba nada. Pero a Ugur lo estrangularía….

Con el cachondeo pertinente, el viaje se hizo más corto, y cerca de las 12.45 llegamos a Dídime. Íbamos a ver el templo de Apolo, o lo que quedaba de él.

Apolo, Dios del sol, y del exterminio, hijo de Zeus y hermano gemelo de Artemisa, la diosa de las montañas y los bosques. Podía sanar enfermedades y ocasionar muertes repentinas. Apolo.
Ninguna colonia griega se fundaba sin consultar a Apolo.

La ciudad de Dídime, no es una ciudad propiamente dicha. Tan solo unas cuantas tiendas y algún restaurante a pie de carretera, custodiando la joya más valiosa del lugar.
El templo.

El templo de Apolo jamás llegó a ser terminado. A pesar de ello los sacerdotes y su oráculo siguieron ejerciendo hasta que la llegada del cristianismo prohibió las prácticas paganas.

Lo que queda del templo hoy, tan sólo son las ruinas de un templo que se creó a finales del siglo IV a.c. y que fué construido para reemplazar al original destruido por los persas.
La perspectiva del templo desde la carretera es preciosa, magnifica. En tiempos tuvo más de 120 columnas de mármol, y en su interior se encontraba el oráculo.

Entré en el templo con una mezcla de sorpresa y de fascinación. Siempre me han atraído todas las construcciones antiguas, y estar paseando por una de las más grandes construcciones de la antigüedad me causaba respeto y admiración a la vez.

Accedimos al templo subiendo unos peldaños, que nos condujeron a un patio de más de 100 metros de largo lleno de columnas, de restos de ellas, donde el color blanco de la antigüedad, se ha transformado en un blanco sucio, salpicado de diferentes tonalidades de gris, de negro. Toqué las columnas, quise llegar a sentir toda la fuerza del lugar, y seguía estando como en otro mundo.
Atravesamos el patio de columnas para cruzar por una puerta, que a través de un pasillo nos llevaba a una gran sala interior, donde se ubicaba al oráculo.

Al oráculo se le preguntaba sobre cualquier cosa, y las respuestas podían venir en forma de mensajes que los sacerdotes debían de interpretar. Si las predicciones eran ciertas, el oráculo había acertado. Si fallaban, las interpretaciones estaban mal hechas.
En el lugar donde se ubicaba el oráculo, hubo una gran fuente y estanque, que era aprovechado para las artes adivinatorias.

¿Podíamos hacer alguna pregunta en el día de hoy al oráculo?... seguramente no, aunqué interiormente todos nos preguntamos algo… o no.
El lugar no estaba excesivamente masificado y quizás el grupo más numeroso era el nuestro, desperdigados por toda la extensión del templo.
Desde donde estábamos, la vista de la entrada, era preciosa. Con unas escaleras que en su parte superior, estaban rodeadas de columnas, de los restos de las columnas del templo y sobre todo, de majestuosidad.
Me encantaba lo que estaba viendo. Y como siempre, mi imaginación empezó a desbocarse, situándome yo mismo entre los sacerdotes del templo, entre el oráculo, y entre los cientos de personas que preguntaban sobre su futuro. El futuro.

Caminamos un poco más por los restos del templo, jugando con las columnas, y tocando aquellas piedras que llevaban cientos de años en aquel lugar. Caminamos por un lateral del templo de Apolo, en su superficie, y observamos unos trabajos de reconstrucción y de conservación. Los operarios nos miraron y sonrieron.

En nuestra salida, nos detuvimos en una fotogénica piedra, con la cabeza de Medusa, el monstruo que tenía serpientes en vez de cabellos y que dejaba petrificado de horror a quién la mirase. Al menos, observar esta Medusa, no me convertiría en piedra, ni me dejaría para siempre a los pies de una escalera, tan solo acariciado por las ramas de los arboles.

Ugur, había reservado mesa en uno de los restaurantes que había frente al templo. De nuevo, como éramos muchos, nos repartimos en dos mesas. Mertxe, que no tenía hambre, se compro fruta y no comió con nosotros. Unos gatos se empeñaron en acercarse y jugar con nosotros, haciendo más llevadera la espera, ya habitual, de la comida. Las conversaciones sobre las parejas, las maneras de conocerse y sobre el amor, terminaron de adornar la comida.

Después de comer, y con los ecos del cachondeo musical de la mañana, nos fuimos hacia Mileto.

Creo que la mayoría conocíamos Mileto por el astrónomo y matemático Tales. Personalmente, no sabia que había una importante ciudad detrás del nombre del celebre filósofo.

Mileto, fue una de las ciudades más antiguas que se conocen, perdida sus orígenes en el tiempo. Se sabe que en el siglo XVI a.c., ya existía un pequeño emplazamiento en el lugar aunque su fundación “oficial” data del siglo V a.c. Fue un lugar estratégico, con un gran puerto, un enorme centro comercial y gubernamental. Al estar en la desembocadura del rió Meandro, los sedimentos del río fueron anegando el puerto, perdiendo la ciudad su mayor bien. Sin un puerto, Mileto, fue cayendo en el olvido.
Posteriores guerras y conquistas, como la de Darío I, fueron el causante de su abandono.
Los persas destruyeron la ciudad en el 495 a.C.

Lo primero que vimos al llegar, fue el muy bien conservado teatro, con una capacidad para 15.000 personas. En este teatro, la altura de sus gradas era debida a que en la antigüedad se celebraban luchas de gladiadores y animales. Y los espectadores debían de estar algo protegidos de la sangre,… y de los animales.

Helena y Ugur nos hicieron las explicaciones pertinentes, para después cada uno explorar el lugar como quisiera.
Subiendo a lo alto del teatro, había un camino que llevaba al ágora, y a las termas. Para llegar a ellas debíamos de cruzar un campo lleno de hierbas, rocas y algún árbol.
Un lugareño, un chico joven, se empeñó en acompañarnos y hacernos de improvisado guía. Después nos ofrecía romero, a cambio de algún donativo. Y ese era su medio de vida. Asombroso.
La parte más bonita de las termas, es su entrada, con 6 columnas, la mayoría en pie, y que ahora nos servían de foto. Paseamos por las termas, nos acaloramos con el sol y regresamos al teatro.
Josep seguía sentado, en una piedra, esperando el mejor momento para hacer una foto. Todo era cuestión de paciencia.

Con Encarna y Marta, recorrimos las galerías superiores del teatro, donde vimos a unas personas vestidas con trajes de época; y es que estaban rodando un documental para un canal de historia. Intentamos cotillear sin molestar pero no era posible.
Una de las cosas que me sorprendía de Marta, era que a veces, mientras Ugur o Helena nos daba una explicación, ella tenía su Mp3 puesto, escuchando música, ajena a lo que se contaba… Marta era así. Especial, pero única y genial a la vez.

Cuando por fin nos juntamos todos en los tenderetes de la entrada del teatro, nos subimos al bus y a Selçuk.

Tras casi dos horas de bus, llegamos a nuestro destino. Aunque Zafer, como no, se equivocó un par de veces de camino. En el trayecto pasamos por el desvio que llevaba a Priene. Y Priene era una visita para mañana…Podíamos haber parado hoy.

Durante el trayecto, nos enteremos de que un autocar de españoles, había sufrido un accidente en Turquía. La noticia la habían dado por televisión en España, y la hija de Mertxe llamó a su madre para preguntar y comprobar que nosotros estábamos bien.

Selçuk es una ciudad de unos 20.000 habitantes que vive de Efeso. Las ruinas más famosas y bien conservadas del Mediterráneo Oriental, están a tan solo 3 kilómetros del pueblo.

Nuestro hotel era el Otel Cenka, bien situado en una gran avenida, y con unas habitaciones bastante confortables.

El grupo quiso ir hacia el centro del pueblo para visitar el mercado local, excepto Virginia, Ruben, Encarna y yo, que preferimos descansar un poco y salir más tarde.
Antes de subir a las habitaciones, cambiamos dinero en el hotel. La recepcionista me quería aplicar un cambio menor, pero como Josep había cambiado antes y sabía que le habían dado, pues protesté. La chica fué a consultarlo y me aplicó el mismo cambio que a Josep. Vaya picaresca.

Después de una pequeña siesta, avisamos a Ruben y Virginia. Mientras los esperábamos, Ugur nos presentó a un guía de Ambar, que hacía las visitas en francés y que el año pasado conoció en un viaje a una chica de Barcelona y en Septiembre se iba a Catalunya, para casarse con ella. Los guías, siempre ligan.
Cuando llegaron, nos fuimos los cuatro calle arriba, intentando visitar algo de la ciudad. Pasamos por el mercado del pueblo, donde la mayoría de los puestos ya estaban cerrando. Y la casualidad que a veces existe, nos llevó a una plaza, donde estaba todo el resto del grupo, sentados en la terraza de un bar.
Nos juntamos con ellos, tomando una cerveza primero, y al final como estábamos a gusto, optamos por quedarnos a cenar también.

Pero hoy era uno de esos días que estás algo más cansado de lo normal, por lo cual, después de cenar, los cuatro nos fuimos por donde habiamos venido.

Mañana me esperaba un lugar que despertaba en mi fascinación. Quizás seria exagerado, quizás no seria para tanto, quizás me llevaría una desilusión, pero una de las joyas del viaje, era la ciudad de Efeso. Y mañana caminaría por sus calles.

Pero eso sería mañana
DOMINGO 13 DE AGOSTO… … 13º DIA… … SELÇUK
EFESO….1ª DESPEDIDA

No era un domingo de agosto cualquiera. Sin saberlo, hoy sería uno de los días más completos de todo el viaje. Un día especial que empezó con un regalo.

Mientras estábamos desayunando en el hotel, se acercó Ugur y me regaló un CD. Desde el mismo día en que por error me recomendó una cantante, Ugur me decía que me compensaría, que me traería otro disco de música turca actual. Y lo cumplió.
Me regaló un disco de Golshen, una especie de Shakira turca muy popular por estas tierras.
Me emocioné. No tenía porque regalarme nada, pero Ugur, se sentía culpable de haberme hecho comprar un disco que no tenía nada que ver con lo que yo buscaba.
Precioso detalle.

Esta vez fuimos todos puntuales pues se trataba de llegar pronto a Efeso, y poder visitarla anticipándonos a todos los grupos de turistas que hay en esta ciudad.

Efeso. Cuenta una leyenda, que Androclo, hijo del rey Codro de Atenas, consultó a un oráculo sobre donde debía fundar una ciudad. El oráculo respondió, que en el lugar donde indicasen el pez y el jabalí.

Androclo se sentó con unos pescadores a los pies de la colina Pion, lugar donde hoy se ubica el teatro. Mientras cocinaban unos peces para el almuerzo uno de ellos saltó del fuego haciendo que unas brasas cercanas se incendiaran. Un jabalí que estaba escondido huyó asustado. En este lugar se construyó el templo de Artemisa.
La ciudad de Efeso, fué una gran ciudad comercial y centro de culto a la diosa de la fertilidad Cibeles. El pueblo Jonio convirtió a Cibeles en Artemisa, la diosa virgen de la caza y la luna. Cuando los romanos tomaron Efeso, Artemisa pasó a ser Diana, y la ciudad fué nombrada capital provincial romana, coincidiendo con la época de mayor esplendor de la ciudad.
Alejandro Magno llegó a la ciudad en el 334 a. C. y tras su muerte, Efeso y toda la zona, quedaron bajo control de Lisímaco, uno de sus generales. Efeso llegó a tener más de 250.000 habitantes, pasando a ser la capital de Asia Menor. El templo de Artemisa fué nombrado como una de las siete maravillas del mundo antiguo.
Efeso, ciudad bíblica. San Juan Evangelista, escogió esta ciudad para escribir su evangelio, mientras que como había prometido a Jesús, cuidaría de la Virgen Maria hasta que murió. Una de las siete iglesias del Apocalipsis, fué construida aquí. San Pablo acudió varias veces a la ciudad, para combatir el culto a la diosa Diana.
Cuando el río que desembocaba en Efeso, se fué cegando, y con él, el puerto, la ciudad empezó a perder su importancia. El emperador Adriano intentó desviar el río, pero al no conseguirlo la decadencia de la ciudad estaba cantada.
La historia e importancia de la ciudad, no cayó en el olvido, y en el 431 se celebró el Tercer Concilio Ecuménico.

Antes, de entrar en la ciudad, Helena nos advirtió de que no hablásemos demasiado, pues Ugur era guía inglés, y solo podía hacer de guía para personas de habla inglesa.

Varios detalles históricos de Efeso, nos los contó Helena, traduciendo las explicaciones de Ugur, mientras las hojas de un árbol nos servían de cobijo frente al sol.
Aunque era pronto, varios grupos de turistas empezaron ya a dejarse ver por la ciudad. Nuestra primera parada, el Bouleterion: Un pequeño parlamento utilizado por el Consejo de la ciudad.
Visto de lejos, parecía un teatro. Y también como teatro se utilizaba, aunqué no era su principal utilización. Entramos en él, sorteando la gran cantidad de columnas que rivalizaban en donde depositar uno la mirada. Para algunos piedras, para otros tan sólo algo bonito. Pero para mí, un lugar con cientos de años de historia, donde cada rincón podía darme para un sin fin de leyendas.

Dejamos el Bouleterion, el llamado Efeso superior, para llegar a la puerta de Hércules, al inicio de la Vía de los Curetes.
La puerta, flanqueada por dos columnas, con relieves de Hércules en ellas, es el aperitivo de lo que venía a continuación.
Aunqué los ciudadanos romanos o jonios habían sido sustituidos por turistas, la calle principal de Efeso mostraba un esplendor histórico impresionante. Mirases donde mirases, los ojos se convertían en una cámara fotográfica instantánea y no tenía capacidad de albergar en mi retina tantas y tantas imágenes.
Descendiendo por la Vía de los Curetes, a mano derecha llegamos a la fuente de Trajano. Tan solo una parte de su estatua queda en pie.

Y con la biblioteca de Celso en la mira, nos detuvimos primero en el Templo de Adriano, con las casas adosadas a nuestra izquierda, y que dejamos para visitar más adelante.
El templo, o lo que queda de él, tenía el encanto de aquellas cosas que sin ser espectaculares, gozan de un atractivo especial. Columnas y capiteles coronados por enormes piedras talladas en relieve, con sus colores originales mezclados con el color del paso del tiempo…sensacional.

Llegué al final de la Vía.
Los Curetos eran los sacerdotes encargados de llevar leña al fuego sagrado del ayuntamiento de la ciudad, el Pritaneo, situado al lado del Bouleterion. Estaba en la arteria principal de la ciudad.

Nos detuvimos en un lugar, que según Helena, era el sitio donde más reuniones se hacían. El lugar de más alterne social.
Las letrinas.
Y no era broma. Lugar reservado sólo para hombres, y que aparte de su función primordial, servía de lugar de encuentro.

Y saliendo de las letrinas… la biblioteca de Celso.
Cientos de veces habían visto la imagen de la fachada en fotos, pero aún así, debo reconocer que me quedé perplejo. Me apoyé en un trozo de pared frente a la fachada, dejando que el tiempo pasara, e intentando que esta imagen se grabara para siempre en mi cerebro. No tendría palabras para describir lo que sentí. Y mucho más cuando me acerqué a ella, pasé por debajo de sus arcos, y contemplé como estaba hecha.
Aunqué la parte de atrás revelaba que había sido reconstruida, yo seguía emocionado.
Se que no todo el mundo opinará igual, pero para mí, era uno de los edificios antiguos mejor conservados de toda la historia.
La fachada está adornada por estatuas que representan las Virtudes: Arete (Bondad), Ennoia (Pensamiento), Episteme (Conocimiento) y Sofía (Sabiduría).

Celso Polemeno, fué el gobernador romano de Asia Menor a principios del siglo II. Según una inscripción en la escalinata, su hijo Tiberio Julio, erigió esta biblioteca en honor a su padre.
Contenía 12.000 pergaminos perfectamente ordenados, y protegidos de la humedad por un grueso muro.
Me hice varias fotos, intentando en cada una de ellas, captar algún detalle que no hubiese captado en la anterior, miré y remiré por todas partes, y tan solo cuando creí que no me había dejado ni un detalle por observar, seguí la ruta. Dejé la biblioteca por la Vía Sacra o Vía de marmol, que nos condujo hacía el Ágora. Toda la calle está flaqueada por restos de columnas, capiteles e historia, al cobijo de una pequeña ladera a mano derecha.

El gran espacio abierto del Ágora y corazón de la vida comercial era una explanada de más de 500 metros cuadrados, donde los árboles habían empezado a reconquistar el espacio de las tiendas de la antigüedad.

Volvimos hacía atrás, para visitar las casas adosadas.
Había que pagar una entrada aparte de 10 liras, unos 5 euros, pero merece la pena.
Es una oportunidad única de apreciar con que lujo vivían los patricios romanos. En algunas casas, las paredes están cubiertas por frescos y sus suelos por elaborados mosaicos. Lo que está claro es que en toda la humanidad, los que vivían bien, vivían muy bien.

Estas excavaciones, están protegidas por un gigantesco invernadero, con varios niveles de construcción y para verlo todo, se deben de subir escaleras, ganando altura, de la misma manera que las casas ganaban terreno a la montaña. Aun está en fase de excavación y seguramente más y mejores restos se encontraran.
Salimos de las casas, y bajamos por un lateral de la montaña para volver a salir a la biblioteca. Entramos de nuevo por su fachada, observándola por última vez y después salimos por la puerta de Augusto, a la izquierda, que conducía al Ágora.

Caminamos una vez más por la Vía Sacra, para acércanos al teatro, al Gran Teatro de Efeso. Reconstruido por los romanos, tenía capacidad para albergar más de 25.000 personas. Hoy en día se sigue utilizando para representaciones.

Dejamos el teatro para dirigirnos por la calle del puerto hacía la salida. Una ultima foto del teatro, y empezar a recordar que había tenido la oportunidad de pasear por la historia.

Helena ya nos estaba esperando. Éramos los últimos en llegar. El resto del grupo, estaba sentado en un bar. El lugar estaba lleno de tiendas de recuerdos, de dependientes que te reclamaban para que visitaras su tienda… y de nuevo Silvia triunfó. Varios chicos de las tiendas le regalaron un imperdible con el ojo de Saladino…”-eres un ángel”, le dijeron.

Después de Efeso, hicimos la tontería del día y quizás también de todo el viaje.
Un trayecto de hora y media para ir a ver las ruinas de Priene.
Si no hubiésemos visto Efeso, casi nos habrían gustado las ruinas. O si las hubiésemos visto en el día de ayer, cuando pasamos cerca de ellas. Pero hacer casi 3 horas de autobús, para ver lo que vimos, no valía la pena para nada. Podíamos haber empleado el tiempo en visitar más cosas de Selçuk, como por ejemplo su museo, que valía la pena de ver. En el museo de Selçuk está la estatua de la diosa Artemisa, con sus mil pechos…

Aun así, de Priene, hay algo que contar.

Priene fué abandonada a raíz de una epidemia de paludismo en el siglo XII. Anteriormente fué una de las ciudades más importantes de la Liga de las ciudades Jonicas, y fué utilizada sobre todo para realizar congresos y festivales.

Para llegar a las ruinas de la ciudad, había que hacer una pequeña caminata por un camino de arena y piedras. Virginia llegó hasta arriba, pero luego se fué hacia el autobús.
Las ruinas de Priene eran una decepción, y más después de haber visto Efeso. Tan sólo el templo de Atenea, con sus cinco columnas en pié, con el telón rocoso del monte Mykale detrás, es lo mejor del lugar.
Un lugar que Encarna y yo descubrimos fué el teatro, con unos asientos delicadamente tallados que se reservaban para las autoridades. El lugar tenia algo más de encanto por que la vegetación jugaba a esconder los restos de la historia del lugar.

Caminamos un poco más por Priene, pero sin mucho interés, y pensando que efectivamente, de no haberlo visto, no nos hubiésemos perdido nada.
Al llegar al bus, bebimos agua de un manantial. –“¿es buena?”…-“bueno, ellos la beben”… y bebimos.

Subimos al autobús, pero no estábamos todos. Ruben y Juanma no estaban. Nadie los había visto hacia tiempo y Ugur, Josep y Helena fueron a buscarlos. No estaban perdidos. Tan sólo el tiempo había transcurrido más despacio para ellos.

Eran ya las dos de la tarde, y había hambre. Y esperar a cerca de las cuatro para comer en Selçuk, resultaba demasiado. Por lo que optamos por comer en un pequeño restaurante cerca de Priene. Una locura.
Hacer 18 gozlemes para todos, se convirtió en una pesadilla. Hubo quién no comió, pues tras más de hora y media de espera, el hambre ya había desaparecido.
Y eso que la camarera nos dijo que lo harían rápido. Pero lo cierto es que en la cocina tan solo había una señora, y los gozlemes no se hacían solos. Increíble.

Con una sensación de haber perdido el tiempo, y de haber comido mal, llegamos a Selçuk. Algunos quisimos ir a visitar la Basílica de San Juan y el autobús nos dejó en la misma puerta. Entrada 5 liras.
Según cuenta la leyenda, San Juan se instaló en Efeso en la última etapa de su vida y escribió su evangelio en la colina de Ayasuluk.
La creencia popular decía que sus restos estaban sepultados en una tumba en esta colina, por lo que el emperador Justiniano, en el siglo VI, erigió la Basílica de San Juan, en la cima de la colina. Los terremotos y el robo de materiales para hacer otras construcciones, convirtieron el lugar en un montón de escombros, hasta que hace un siglo más o menos, se empezó a restaurar.

La entrada de lo que es la Basílica, es parecida a la entrada de un castillo, con dos torres custodiando su entrada. Dentro de la Basílica, lo mejor son las vistas de los alrededores. Al fondo, en el lugar más alto de la colina, hay una ciudadela que está cerrada al publico porqué parte de su muralla se derrumbó y no ofrece garantías de seguridad.

Caminando por el interior de la Basílica, encontramos cuatro columnas, rodeando una pequeña tarima de mármol. En medio de ella, una inscripción: ST JEAN IN MEZARI. THE TOMB OF ST JOHN.
Cada uno puede pensar lo que quiera.

El resto de la Basílica no ofrece gran cosa. Una sala con preciosas pinturas en sus paredes, permanecía cerrada por unas rejas.

Un chico se acercó a Susana queriéndole vender monedas antiguas. Avisé a Susana de que no le hiciera caso, pues eran un timo. Había leído que algunas personas venden monedas como si fueran antiguas, y tan sólo son monedas que después de pasar por el intestino de una vaca u oveja, adquieren un tono viejo bastante convincente.
Con Susana y Paz, habiamos acordado de coger un taxi los cuatro y acercarnos a ver la casa de la Virgen Maria, el lugar donde según la tradición había vivido.

Y como nadie más quería venir, salimos de la Basílica, y caminamos unos minutos hasta llegar a la estación de autobuses y taxis, la Otogar.

Entramos en la estación y un chico que era como un recepcionista, nos indicó el taxi que debíamos coger. El taxista nos enseñó un papel con las tarifas “oficiales”. Ir a la Casa, esperarnos media hora y traernos de vuelta, 50 liras. Pero entre cuatro no era tan caro. Ok.

El trayecto de Selçuk a Meryemana es de unos 7 kilómetros, por una carretera con curvas, pero que nuestro taxista hacía rectas. Ni líneas continuas, ni intermitentes, ni mucho menos cinturón…. Menudo taxista.

La entrada al recinto, 11 liras por cabeza. Unos 5 euros
El taxi nos dejó en una especie de parking, poco concurrido, pues eran las 18.30 horas y tan solo faltaba media hora para el cierre.
Hay una oficina de correos, casa de cambio, restaurante y tiendas, pero todo ello, con muy poca gente en esas horas.
Caminamos por un camino con arboles y con carteles en varios idiomas sobre el lugar y la leyenda. Las acacias nos indicaban el camino. Y de pronto, la pequeñísima ermita de la Virgen apareció ante nosotros.
La ermita no debe de tener más de 5 metros de largo. Dos bancos a cada lado, frente un pequeño altar, debajo del cual se cree que están los restos de la Virgen Maria.
Seis frailes italianos estaban rezando el rosario; uno de ellos nos vió llegar y nos invitó a pasar. Nos sentamos un rato, observando el lugar, el pequeño y acogedor lugar, totalmente alejado de las iglesias ostentosas y recargadas. Unas flores y unas pocas velas encendidas eran toda la ornamentación del lugar. Sencillez

En el lado derecho del altar, hay una pequeña puerta, que da a una minúscula habitación y que a su vez comunica con el exterior. Fotos de la Virgen, velas y silencio son la decoración de esta pequeña estancia.
Para los musulmanes, la Virgen Maria es también motivo de devoción. Para ellos, la Virgen es la madre del profeta Jesús.

La historia de esta casa o iglesia es confusa y algo curiosa.
Esta documentado y probado que la Virgen Maria vivió en Efeso, los últimos años de su vida.
En el siglo XIX, una monja alemana afirma que la Virgen se le apareció y le comunicó el lugar donde estaban sus restos. Esta monja, jamás había estado en Efeso.
Unos sacerdotes y arqueólogos, siguiendo sus indicaciones, descubrieron los cimientos de una antigua casa en una de las laderas de los montes que rodean Efeso. Las pruebas de Carbono 14 confirmaron la hipótesis de que la Virgen Maria había vivido allí, y a raíz de eso, se construyó esta pequeña ermita.
En 1967, Pablo VI, autentificó el lugar y este pasó a ser un lugar de peregrinaje.
A partir de aquí, todo es cuestión de Fe.

Cada 15 de Agosto, o sea, dos días después de nuestra visita, se realiza una gran misa en el exterior de la iglesia, con cientos de personas acudiendo a ella.

Salimos los cuatro de la iglesia y siguiendo el camino de arena que hay delante de la estancia, bajamos unas escaleras, que nos conducían a una fuente de agua. La fuente de agua de la Virgen Maria; Meryemana Kaynak Suyu Icilir.

¿Podíamos beber agua de una fuente?, Era agua de la Virgen… ¿podría hacernos daño? Encarna y yo la probamos, y no tuvimos ningún problema.

Al lado de la fuente, hay una pared con una reja que esta cubierta de trozos de tela, o de papel. Los turcos, y los turistas, atan tiras de papel, plástico o trapo, con un deseo escrito en él. Una sola palabra escribí como deseo. Paz. Una utopía.

El taxi nos estaba esperando, y aunqué tardamos más de 30 minutos, no nos puso ninguna pega, e incluso nos hizo una foto a los cuatro. La bajada en taxi, como la subida. Sin normas de circulación.

Después de nuestra excursión, cansados pero contentos, llegamos al hotel. Por el camino nos encontramos a parte del grupo, que nos dijeron que para esa noche, se había organizado una cena como despedida de Ugur y Zafer, y que habían acordado darles algo de propina a los dos. 20 liras a Ugur y 10 a Zafer, por cabeza. Aunqué si alguno no estaba de acuerdo, lo podía comunicar al grupo.

El tema de la propinas. Siempre recurrente. Hay quien lo encuentra acertado, hay quien no, y hay quien lo considera un gasto previsible en un viaje. Lo cierto es que de las 20 y 10 liras que nos dijeron primero, se pasó a 10 y 5. La mitad.

Noche de cena, de fiesta, de despedida… A la hora acordada nos reunimos todos en la recepción del hotel.
Helena nos llevó a un restaurante por el centro de la ciudad donde teóricamente Ugur había reservado mesa. El Edjer Restaurant.
Al ser numerosos, nos repartimos en dos mesas. En la nuestra estábamos Marta, Mila, Birginia, Encarna, Mertxe, Ruben, Virginia y yo. En la otra el resto del grupo, excepto Susana, que no se encontraba bien y no vino. Ugur y Zafer también vinieron más tarde.

Tener al lado a Birginia, es una garantía de risa segura. Bien con el tema de la “happy hour”, bien con cualquier otra chorrada, siempre nos estábamos riendo de todo, y como la cena tardaba como siempre, las cervezas hicieron su efecto.
Hicimos la recolecta de dinero para Ugur y Zafer, y además les dimos un regalo.
A Ugur una botella de Raki, y a Zafer un llavero con el ojo de Saladino. Aunqué estoy seguro que lo que más les gustó fué el sobre económico.

Después de la cena, Ugur nos llevó a un local, el café Mosaik, para bailar, beber un té, fumar en Narguile, beber Raki, o lo que fuera…
Nos sentamos todos en unos cojines alrededor de dos pipas de Narguile, mientras el DJ, empezó a ponernos música latina.
Poco a poco, con Silvia a la cabeza empezamos a bailar en una pequeña pista al lado de la barra.
Nos pusimos gorros turcos, adornos, monedas, y bailamos, reímos, y… ligamos.

Varios clientes jóvenes del local se pusieron a bailar o hablar, preferentemente con el público femenino, lógicamente.

Birginia me pidió varias veces que le hiciera una foto con Ugur… el ambiente se estaba caldeando.
Cuando ví a Birginia bailando, hice una de las tonterías que más dieron de reír. Vi a Ugur que entraba por una puerta, que yo creí que era un almacén u otra sala.
Supongo que el Nargile, las cervezas, o ese carácter impetuoso que a veces tengo, hicieron que llamara a Ugur rápidamente y no se me ocurrió otra cosa que abrir una puerta que era un baño. Y dentro de él, había una japonesa que puso cara de susto cuando me vió.
Risa general sobre mí. Y lo que es peor. No tenía excusa.
Pero al final conseguí la foto.

Poco a poco nos fuimos marchando del local, y Encarna y yo notamos que aunqué no molestásemos, quizás sería mejor que también nos fuésemos. A veces hay que saber retirarse a tiempo, y dejar que la noche sea para otras personas.

Llegamos al hotel, y nos encontramos con Josep. Había estado hablando con unos chicos que siguieron a su hija y amablemente les dijo que no era para ellos, que tan solo tenía quince años. Hablamos un poco sobre la cena y la fiesta, y a dormir.

Quizás bailé algo menos que la otra fiesta, pero me reí bastante más. Una noche para recordar…aunque siempre habrá quien la recordará diferente a mí.

Mañana, rumbo a Estambul. Adiós la ruta Lycia, las piedras y las calas.
Hola ciudad, caos y alboroto.

Pero eso sería mañana.
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alicejasan
Alicejasan
New Traveller
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Fecha: Dom Abr 07, 2024 01:10 pm    Título: Re: Viajar a Turquía por libre

"firulo" Escribió:
Es solo para museos?

Hola! por lo que leí sirve también para sitios arqueológicos y sus museos.
ASS66
ASS66
Travel Addict
Travel Addict
12-01-2019
Mensajes: 34

Fecha: Dom Abr 14, 2024 05:12 pm    Título: Re: Viajar a Turquía por libre

Yo lo estoy organizando con milcolinas, Se encargan de todo
Senseifer
Senseifer
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Silver Traveller
07-03-2015
Mensajes: 21

Fecha: Mar Abr 16, 2024 06:59 am    Título: Re: Viajar a Turquía por libre

Hola a todos. Acabo de regresar de Turquía.
He recorrido por libre toda la Capadocia, Konya, Denizli, Antalya y la costa hasta Estambul.
Unos 2.500 km. En coche de alquiler.
Puedo intentar resolver dudas si alguno de vosotros se está planteando un viaje parecido.
Saludos.
Sandra_2000
Sandra_2000
New Traveller
New Traveller
16-04-2024
Mensajes: 1

Fecha: Mar Abr 16, 2024 10:15 am    Título: Re: Viajar a Turquía por libre

Buenas!! estoy buscando información porque quiero viajar con mi pareja en junio 2 semanas a Turquía. ¿me podrías explicar un poco que tal tu viaje?
Con qué compañía volaste y qué tal el vuelo, seguridad en el país, moneda.... Que tal las carreteras para alquilar coche, y que compañía de coche nos recomiendas... Si hace falta visado o con el pasaporte y dni español ya vale
Buff... Son tantas dudas y curiosidades las que tengo jajajj Muchas gracias!!
Senseifer
Senseifer
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Silver Traveller
07-03-2015
Mensajes: 21

Fecha: Mar Abr 16, 2024 03:18 pm    Título: Re: Viajar a Turquía por libre

Hola. Hemos viajado con Pegasus desde Madrid a Estambul. Es una low cost y, por tanto, las plazas son bastante estrechas. Pero no hemos tenido ningún problema. Han sido puntuales. A la ida enlazamos, con la misma compañía, hasta Kayseri. Dejamos un espacio de unas 3 horas entre un vuelo y otro porque teníamos que recoger el equipaje, volver a facturarlo y pasar el control de pasaportes que es largo y muy pesado. Hay muchísima cola. Contratamos el coche con Cizgi Rent a Car a través de Carjet. Lo recogimos en Kayseri. Por 6 días hemos pagado unos 420 Euros (300 Euros del alquiler...  Leer más ...
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