![]() ![]() RUTA POR LA CAPADOCIA ✏️ Diarios de Viajes de Turquia
MARTES 1 DE AGOSTO… … DIA 1º… … BARCELONA-ESTAMBUL. EMPIEZA LA AVENTURA. Jamás había estado tanto tiempo, tan pendiente de las noticias, como en las 72 horas antes de partir. Las noticias sobre el colapso en el aeropuerto del Prat, me tenían...MARTES 1 DE AGOSTO… … DIA 1º… … BARCELONA-ESTAMBUL EMPIEZA LA AVENTURA. Jamás había estado tanto tiempo, tan pendiente de las noticias, como en las 72 horas antes de partir. Las noticias sobre el colapso en el aeropuerto del Prat, me tenían bastante preocupado, por lo que para evitar problemas e imprevistos, decidimos presentarnos en el aeropuerto, tres horas antes de la salida. Estábamos los primeros en la cola de facturación, y mientras esperábamos a que abrieran me entretuve en intentar adivinar quienes serian mis compañeros de viaje de Barcelona. Tan solo sabía los nombres, pero no que cara tendrían. Y para ello tuve que esperar hasta Estambul. Nuestro vuelo de la Turkish Airlines, numero 1854, tenía programada su salida a las 14 horas, y con tan solo un retraso de 10 minutos, despegamos rumbo a Estambul. Fuimos bastante cómodos: asientos de cuero, espaciosos y sentados en las primeras filas. Un detalle que me sorprendió, es que con la comida que nos sirvieron en el avión, los cubiertos eran de metal, y no de plástico como suele ser habitual. Volábamos a más de 9000 metros de altura, con una velocidad media de 950 kilómetros hora. Y en poco más de 3 horas y cuarto, aterrizamos en el aeropuerto internacional Ataturk, en Estambul. Hora local, 18.30 horas. Una más que en Barcelona. Primeros pasos en Estambul. Tramitar el visado, que es tan solo el hacer cola, abonar 10 euros o 15 dólares y que te pongan un sello con el importe abonado en el pasaporte. Las colas para tramitar el visado eran enormes, pero al salir de los primeros del avión, lo pudimos tramitar rápidamente. Siguiente paso: control de pasaportes. Más colas, y que el funcionario nos ponga un sello en el pasaporte con la palabra “Guiris”, que en turco aprendimos que significa entrada. Si no se había abonado primero la tasa del visado, la cola no servía para nada, y uno debía de volver a la primera fila. Ya legalmente entrados en territorio turco, el siguiente paso, fue cambiar algo de dinero en las oficinas de cambio que había en el aeropuerto. Las tasas de cambio en los aeropuertos no suelen ser muy ventajosas, pero preferimos renunciar a unas pocas liras, para tener algo de efectivo en los primeros momentos. El cambio estaba a 1.90 liras por euro, más una comisión de 3.80 liras. La moneda turca sufrió una gran remodelación en el 2005. Antes, casi todo el mundo era “millonario” en Turquía. Las monedas tenían un valor de 50.000, 100.000 y 250.000 liras, y los billetes de 500.000, 1 millón, 5, 10 y 20 millones de liras. La nueva lira turca, abolió casi todos los ceros, y las monedas y billetes pasaron a tener un valor digamos mas normal. Una botella de agua en el 2005, valía 100.000 liras. En el 2006, 1 nueva lira…más cómodo de usar. En todos los billetes, paisajes de Turquía, y la cara siempre presente de Ataturk, el fundador de la nueva Turquía. Con el visado, el pasaporte sellado y moneda local en los bolsillos, fuimos a por la maleta. Nos tuvimos que esperar muy pocos minutos para recogerla, y con los equipajes también completos, nos fuimos a la salida, a buscar a nuestro guía. Dimos un par de vueltas, y entre todos los carteles de agencias y nombres, no divisamos a ninguno de Ambar o Kananga. Nos alejamos del gentío y Encarna realizo una segunda ojeada. Y premio. Encontró a nuestra guía. Helena, era una chica de 25 años, de melena rubia, mediana estatura y con una sonrisa encantadora. Llevaba la camiseta de Ambar, azul oscuro y un cartel en la mano. Con ella estaba ya uno de nuestros compañeros de viaje, Juan Manuel, que no salía mencionado en la relación de viajeros que teníamos. Juan Manuel se apuntó al viaje tarde, tan tarde que algún contratiempo en los vuelos tuvo….como bromeábamos siempre, él, no debía de estar en este viaje. Unos minutos mas tarde llegaron el resto de viajeros. Por fin les pusimos cara a los nombres. Joseph Mª y Elizabeth, viajaban con su hija Silvia. El 7º miembro del grupo era Amparo, una chica que viajaba sola. Primeras y tímidas presentaciones y al coche, a un monovolumen que nos llevaría a nuestro hotel. El aeropuerto de Estambul, está situado a 23 kilómetros del llamado centro urbano, y por el trayecto fuimos observando las primeras imágenes de la ciudad, de una gran ciudad bañada por dos mares, bulliciosa, caótica en su circulación y sobre todo turística. Los restos de las antiguas murallas, se nos mostraban a ratos, mezcladas con edificios singulares. En poco más de 20 minutos estábamos ya en nuestro hotel, el Sude Konak, en la Ebusuud Caddesi, en pleno centro del barrio de Sultanahmet. Muy bien situados, a 5 minutos a pie de los lugares mas turísticos de Estambul, la mezquita azul, Santa Sofía o el palacio Topkapi. Helena nos dió unos minutos para que dejáramos nuestras cosas y tuviéramos con ella una pequeña charla sobre el viaje. Nuestra habitación, era un zulo. Pequeña, angosta, y sin ventilación, con una ventana que daba a un patio interior oscuro. La cama de matrimonio parecía mas una individual un poco más grande, que no una para dos personas. Quisimos cambiarla, pero en recepción nos dijeron que no era posible, que el hotel estaba lleno…. Helena, nos explicó más o menos la ruta que haríamos, a pesar de que lo teníamos todo bastante organizado, nos dió los primeros consejos sobre Estambul, y también algunas cosas sobre ella….una gallega, a la que el amor la retiene en Turquía… La noche caía sobre Estambul, y los 7 de Barcelona, más Helena, nos fuimos a dar una pequeña vuelta por los alrededores, cambiar dinero y buscar un sitio para cenar. Estambul es una ciudad alegre, con aroma de pistacho, de canela o de mil sabores por descubrir, y de noche, tan solo los rótulos de los establecimientos te indican que estamos en Turquía. Pasear por el bullicio de sus calles es como pasear por cualquier ciudad europea, mediterránea…turística. Nos dirigimos a la concurrida calle Divanyolu, y cambiamos dinero en una oficina de cambio que permanecía abierta. El cambio a 1.88…no estaba mal. Helena nos recomendó cenar en el Tarihi Sultanahmet Koftecisi, un restaurante donde según ella, después del Ramadan, se originan largas colas para comer. El restaurante, algo agobiante por el espacio y el calor reinante, es como un pequeño local turístico pero con mayoría de clientela del país. Hicimos una especia de menú degustación, un poco de todo a compartir entre todos. Era nuestra primera cena juntos, con la mitad del grupo, nos estábamos empezando a conocer….por delante vendrían 16 días y 8 personas más. La cena nos costó algo cara por lo que comimos, comparado con las comidas que hicimos más adelante. 12 liras por cabeza, unos 6 euros. Al salir del restaurante, como estábamos cerca de la mezquita azul, nos dirigimos a sus jardines exteriores para fotografiar a la luna, que se colaba entre los iluminados minaretes. Helena, nos propuso acercarnos a un lugar cercano para tomar un té, y como no, aceptamos. Cruzamos varias calles llenas de restaurantes a pie de calle, donde los captadores de clientes se abalanzaban sobre nosotros, y sobre Silvia, donde sus ojos ya empezaban a causar furor. Entramos en el Café INN, un espacio grande, con cómodos cojines y muy poca gente. La mayoría tomaron té, y yo quise probar el café turco. El café turco es fuerte, con un olor parecido a los cafés de puchero antiguo. Helena, le pidió al camarero que me leyera los posos, y éste, aunqué al principio dijo que sabía, luego admitió que no tenía ni idea, y tan solo me dijo que seria feliz y que ganaría mucho dinero…. Regresamos al hotel, para pasar nuestra primera noche en la ciudad fronterera entre dos continentes. En una habitación tan pequeña, había lugar para un televisor, y casi más por curiosidad que no por otra cosa, me entretuve mirando todos los canales que la televisión me ofrecía…. Mañana empezaríamos a descubrir la ciudad, con un poco de suerte también descubriríamos al resto del grupo, y quizás, tan solo quizás, nos empezaríamos a enamorar de Estambul. Pero eso sería mañana. MIERCOLES 2 DE AGOSTO… … DIA 2º… …ESTAMBUL UNA CIUDAD LLAMADA ESTAMBUL Io, era una joven sacerdotisa en el templo de Hera. Zeus se enamoró de ella, pero para demostrarle a Hera, su esposa, que no le había sido infiel, Zeus convirtió a Io en una ternera y se la regalo a Hera. Hera, presa de los celos, confió la ternera a Argos, el gigante de los cien ojos. Zeus, mas listo, envió a Hermes para que matara a Argos, y así poder reunirse con su enamorada. Hera, mandó esta vez un tábano para seguir a Io. Las picaduras de este tábano hicieron que Io escapara, y atravesara la parte estrecha que separa Asia de Europa. El nombre de Bósforo, significa paso para un buey. El primer desayuno en Turquía, era una muestra de lo que nos esperaría en todos los desayunos: pepino, aceitunas negras, tomate, sandia y leche en polvo, aparte de café aguado, zumos más o menos bebibles, tostadas, cereales y queso. Un símil de embutido de no sabemos que, estaba a nuestra disposición. Después de desayunar, había que decidir que hacer. Encarna y yo queríamos ver los lugares que todo turista debe visitar, aunque sea por una segunda vez como era el caso de Encarna. Juanma y Amparo preferían también ver los mismos lugares, y la familia Salomon, como era su segunda vez en Estambul, preferían ir a recorrer el Bósforo en un crucero. Nadie quería “imponer” su decisión a los demás, y todos pecando de prudentes, optamos por un “lo que queráis”…al final, optamos por ir todos juntos a ver Santa Sofía y la Mezquita Azul, y después ya se vería. Salimos del hotel, y en menos de 5 minutos estábamos ya haciendo cola para entrar a Santa Sofía. La entrada costaba 10 liras, unos 5 euros, y al ser pronto, las aglomeraciones de la entrada no fueron desorbitadas. Aya Sofía, o museo de Santa Sofía, fue una iglesia desde el 537 hasta la conquista de Estambul en 1453. Posteriormente y hasta 1934 se utilizó como mezquita. Santa Sofía, está construida sobre los restos de otra iglesia que mando construir Constantino en el 360. Destrucciones, reconstrucciones, incendios, todo un sin fin de avatares para terminar siendo lo que es hoy en día: uno de los lugares de más visitas de toda la ciudad. Para entrar en Haga Sofía, divina sabiduría en griego, su primer nombre, se cruzan unos pequeños jardines con restos de capiteles y tumbas. Ya en el interior lo primero que asombra es su majestuosa cúpula central, de más de 55 metros de alto. Y la mala suerte existe. En su interior, unas obras, con un aparatoso andamio, impedían disfrutar de la nave central en su integridad. Me llamó la atención, unos enormes medallones negros, redondos, con los diferentes nombres de Mahoma, colgados en sus paredes, y una mezcla de admiración y desengaño por el estado actual del lugar se apodero de mí. Restos de mosaicos, suelo de mármol y pinturas en los techos, con un tono oscuro, pues la luminosidad del lugar no era abundante, y sobre todo la sensación de estar paseando por la historia, o mejor dicho, por restos de la historia. Cerca de las escaleras que conducen al segundo piso, en un lateral, esta la “columna que llora”, la columna de San Gregorio. Cuenta la leyenda, que si una persona mete el dedo en el agujero, y sale húmedo, se sanaran sus enfermedades, o se le concederá un deseo. Todos pusimos el dedo en la columna. Subimos al segundo piso, y en él, están los mosaicos más espectaculares de la basílica. Se pueden contemplar mosaicos representando el juicio final, y otros de escenas menos conocidas de la Biblia, pero aún así, impresionantes. Si se presta atención, en el techo, se ve perfectamente los restos de las pinturas tapando los mosaicos, y como el tiempo, o los intentos de restauración, han sacado a la luz. Desde las galerías superiores, la vista de toda la basílica, es impresionante. Lástima del andamio y las obras. El tiempo pasó más deprisa de lo que pensábamos, y sin darnos cuenta hacía más de una hora que estábamos dentro, y habiamos perdido a parte del grupo. La familia Salomon, había desaparecido, y al salir, no supimos si aún estaban dentro o se habían ido sin nosotros, pensando en que tampoco estábamos allí. Pero había que seguir la ruta. Cruzamos la calle, y entramos en los preciosos jardines de la Mezquita Azul. En ellos, se obtienen unas imágenes bellísimas de la mezquita en un lado y Santa Sofía en otro. Nos podíamos sentar en los bancos de piedra del exterior, y dedicarnos a contemplar las imágenes, de dos lugares de culto distintos, separados tan solo por unos arboles y flores. Un limpiador de zapatos nos pidió fuego, y como Encarna se lo consiguió, le quiso limpiar los zapatos gratis. No lo aceptamos, quizás mas por desconfianza que no por otra cosa, y nos fuimos hacía la entrada de la Mezquita Azul, también conocida como la mezquita del Sultán Ahmet. La mezquita azul, la más grande de Estambul, con más de 260 ventanas, y con unos azulejos de color azul que son los que dan nombre a la Mezquita. Cuenta con 6 minaretes, (única en toda Turquía) y fue construida en el centro de la ciudad, al lado de un antiguo hipódromo romano, rivalizando con su vecina Santa Sofía, aunque fue construida 1000 años después que esta. Al entrar, un enorme patio, y en el centro una fuente para las abluciones. Nos quitamos los zapatos, y cogemos unas bolsas que hay en la entrada para guardarlos. En algunas mezquitas, encontramos también pañuelos para que las mujeres se tapen la cabeza. Era la primera vez que entraba en una mezquita, y tenía una gran curiosidad por saber como sería su interior, que me encontraría… Una grata sorpresa, de sencillez, de tranquilidad, de entrar en un lugar de un sinfín de tópicos, y de darme cuenta, de que a pesar de la cantidad de gente que había, podía tranquilamente estar medio solo, en medio de la multitud. Una gigantesca alfombra cubría todo el suelo, con unos dibujos que parecían particiones del espacio que debía ocupar cada fiel. Algo parecido a una gigantesca rueda colgada del techo, servia de soporte a decenas de luces, y la poca luz que dejaban entrar los amplios ventanales de colorines varios, hacían que por unos momentos yo mismo me evadiera del mundo, y no oyera las voces de Encarna que me llamaban para tomar unas fotos. Con Encarna y Amparo decidimos sentarnos en un lado, para descansar y disfrutar del ambiente... ¿se puede disfrutar en el interior de una mezquita, no siendo musulmán? Avisamos a Juanma de nuestra intención, pero no nos entendió, o bien no supimos explicárselo. Lo cierto es que la hora del rezo se acercaba y unos guardias iban enseñándonos la salida. Creímos que Juanma estaría fuera esperándonos. Pero no. Lo habíamos perdido. En cada visita perdíamos a alguien… Después de dar una vuelta por el jardín buscándolo, había que tomar una decisión. ¿Hacia donde íbamos? Como la cisterna de la basílica estaba cerca, y la hora de comer también se acercaba, optamos en ir hacia ella, con la esperanza de que Juanma hubiese hecho lo mismo. Por el camino, mientras nos dirigíamos a la cisterna, nos abordó un chico que “muy amablemente” nos empezó a acompañar…su estrategia era la de ganarse nuestra confianza, para intentarnos vender, como no…ALFOMBRAS. Que si era guía, que si iba de negocios a Galicia, etc...etc... Llegamos a la cisterna, abonamos las 10 liras y entramos. La visita a la cisterna, fue una de las sorpresas agradables del viaje. ¿Por qué?, ¿que puede tener de bello un depósito de agua? La cisterna de la Basílica, o llamada también cisterna Yerebatan, es la más grande de las más de 60 que fueron construidas en la época Bizantina. Como el agua era y sigue siendo un bien escaso, los emperadores de la época para evitar la contaminación del agua durante los asedios a la ciudad, y para tener reservas suficientes en los largos asedios, mandaron construir estos enormes depósitos fluviales. Construida en el año 532, consta de más de 300 columnas, que dan la impresión de un bosque de columnas; tiene una capacidad de más de 80.000 metros cúbicos. Para su construcción se utilizaron columnas traídas de todos los lugares del imperio, restos de templos y capiteles ruinosos. Al entrar en la cisterna, un ambiente de frescor, pues la temperatura era más agradable que en el exterior, nos invadió. Luces tenues y música clásica sonando. Precioso. Aún estábamos contemplando la entrada, cuando Juanma, bajó por las escaleras. Había tenido la misma idea que nosotros. Bien. Volvíamos a estar los 4 juntos. Recorrimos las galerías de la cisterna, alternando la música clásica con un espectáculo de luces. Enormes y extraños peces surcaban las aguas llenas del brillo de las cientos de monedas que había en el agua. Aquello era precioso. En el fondo del recinto, a la izquierda hay dos columnas diferentes, en cuyas bases están ubicadas dos misteriosas cabezas de Medusa. Quizás eran para proteger los cadáveres que años atrás, las gentes del lugar, arrojaban al interior del recinto. Estábamos los cuatro extasiados del lugar, incluso tuvimos la sensación de quedarnos a tomar un café en el bar que había dentro, contemplando las luces jugando al compás de la música. Pero los precios exorbitantes, nos hicieron regresar a la superficie. Juanma tuvo la idea de ir a comer a un restaurante que salía recomendado en la guía Lonely Planet, y como estaba cerca, a unos 10 minutos a pie, nos fuimos hacia él. Cruzamos el hipódromo, donde en su parte final, hay 3 columnas. La primera y más impresionante es el obelisco de Teodosio, hecho en Egipto de granito, cerca del 1450 a.c….al lado del obelisco está una extraña columna conocida en su día como la columna Serpentina, y que en su cúspide estaba coronada por 3 cabezas de serpiente. Al lado, al final ya del antiguo hipódromo, hay los restos de otra pequeña columna, llamada el obelisco de piedra, del que no se sabe gran cosa. Hacer una foto a las tres columnas era complicado por la gran cantidad de autocares que paraban alli. Dejamos el hipódromo y tomando una calle a mano izquierda, bajamos unos pocos metros para llegar al Doy-Doy, en la calle Sifa Hamami Sokak numero 13. Desde el exterior, nada invitaba a entrar, pero como tenía terraza exterior y nos quisimos fiar de la guía, entramos. En el segundo piso había mesas, para comer, igual que en la planta de calle. En el tercero un lugar para tomar té, con cojines por los suelos y muy bien ambientado. En la cuarta planta estaba la terraza, con vistas a la Mequita Azul. Precioso. Y la verdad es que la comida también estuvo bien. Y barata. 8 liras por cabeza. Poco más de 3 euros. Eso sí. No había cerveza. Al bajar por las escaleras, las chicas querían ir al baño y mientras esperábamos, nos encontramos a dos sevillanos que habían estado recorriendo Europa con Inter raíl, pero a todo gas, estando tan solo un día o dos como mucho en las ciudades recorridas. Habían ligado con unas chicas coreanas, las cuales llevaban una cara de satisfacción increíble. Dejado el Doy-Doy, decidimos tomar un tranvía e irnos al bazar de las especias. El tranvía en Estambul es barato. Un viaje vale 1.30 liras, o lo que es lo mismo 70 céntimos de euro. Primero se debe comprar el billete en unas garitas blancas y que es una moneda llamada Jeton. Esta se introduce en los tornos y se entra al andén a esperar el tranvía. Siempre hay vigilancia para que uno no se cuele. Viajar en tranvía es una manera rápida, fácil y divertida de moverse por la ciudad, contemplando al mismo tiempo sus calles. Hicimos 4 paradas, y nos bajamos en la de Eminonu que es la que esta más cerca del bazar de las especies, o bazar egipcio. Para salir del tranvía, y cruzar la calle, se accede por un paso subterráneo, que esta lleno de tiendas de todo tipo. Abundan las de ropa, baratísima…como una especie de mercadillo en España, zapatos y artículos de piel, cuero, bolsos, etc…había camisas de manga larga de caballero, por tan solo 1 euro y medio….pero no habíamos venido a Turquía a comprar camisas, ¿no? El bazar de las especies, es un aperitivo del gran bazar, del super gran bazar. En sus calles adyacentes ya se pueden comprar artículos de todo tipo, predominando la bisutería y las ropas deportivas de imitación. Camisetas actuales de todos los equipos de fútbol, se apiñaban en los tenderetes de las tiendas. Lo primero que sorprende en el bazar, es la rápida “adaptación” de los tenderos a las modas de los países…la mayoría de las frases que la televisión o radio ha hecho famosas, eran expuestas en carteles gigantes colgados de los techos de las tiendas…. “que pasa neng”, “más barato que en el corte ingles”, “engañamos menos que Carrefour”, “hola soy edu”….etc...etc...etc. y multitud de frases de cada comunidad autónoma…el catalán y el euskera, también estaban representadas en esta especie de recordatorio del mal gusto. Pero lo peor, es que los comerciantes, para atraer nuestra atención, nos llamaban utilizando estas frases como reclamo, o llamándonos simplemente por “Antonio” o “Carmen”, o “Juan”…. La primera vez hace gracia. Después cansa y hasta aburre. Pero a pesar de ello, pasear por el bazar, regatear y comprar, es algo que no debe dejar de hacerse en Estambul. Compramos pistachos, especias, y sobre todo reímos. El bazar se ve rápido, pues son tan sólo 4 calles, y al salir de ella, entramos en la Mezquita Nueva, que esta en la misma salida del bazar, con unas escaleras llenas de palomas y de ancianas vendiendo comida para ellas. En frente de la mezquita, hay un montón de bares, en los cuales apetece sentarse, con grandes sofás y cojines, y además al aire libre. Luego supimos porque estaban escasos de público. Unos captadores se peleaban entre ellos para atraer a los turistas despistados como nosotros que pasabamos por alli. Pedimos cerveza, y nos dijo que sí, que tenia. Lo cierto es que tardó demasiado, y la trajo en unos vasos grandes de plástico, como escondiéndola. Supusimos que en ese bar no se vendía cerveza, y que el camarero la iba a buscar a otro para no quedarse sin clientela. La cerveza nos salió cara, 7 liras. Pero el lugar, y lo que descansamos, se lo valió. Poco a poco, íbamos conociéndonos un poco más. Juanma era enfermero, en un gran hospital de Barcelona y Amparo trabajaba en el departamento informático de una aseguradora. Hablamos de viajes, como no, de nuestras vidas, y sobre todo de anécdotas de la vida. Decidimos cruzar el Puente Galata, al lado de todos los ferrys turísticos e irnos a ver la torre Galata. La Genovesa torre Galata De 61 metros de altura, desde lo alto de ella, hay un mirador que se accede por un ascensor, o bien a través de los 143 peldaños que tiene. Se puede ver toda la ciudad, y en su mirador, podemos ver toda la Estambul que alcancen nuestros ojos. Lo único malo es que cuando estas a gusto en un ángulo, la cantidad de gente que tiene la misma intención que uno, le quitan algo de encanto. Nos hicimos fotos, observamos Estambul desde todos los ángulos, y nos dedicábamos a observar los monumentos más representativos de la ciudad a nuestros pies. El imponente Bósforo, unía dos mares, de la misma forma que el sol, empezaba a caer para unirse a la tierra. La entrada a la torre, 10 liras, la tarifa fija del día. En lo alto de la torre, hay también un restaurante, en el que me imaginaba a mí, y a Encarna cenando, románticamente, mientras el sol se ponía en Estambul. Salimos de la torre, y nos acercamos de nuevo al Puente Galata, pero no lo cruzamos. Compramos algo para picar, Juanma un “simit” que es una rosquilla de pan, cubierto de semillas de sésamo y yo me encapriché de unos cacahuetes salados. En toda Turquía siempre hay puestos ambulantes de una gran variedad de frutos secos. Nos paseamos por una especie de mercado de pescado que hay en la ribera del Cuerno de Oro, contemplando como los vendedores estaban casi dando por terminada su jornada laboral, y las doradas y lubinas sobrantes de la venta, convivían con otras especies fugazmente regadas por chorros de agua. Al final de este mercadillo, hay unos bares, donde los camareros se pelean por atraerte y ofrecerte pescado de los puestos anteriores y sino como alternativa, un bocadillo de pescado, con ensalada y vistas al mar. El apetito se nos despertó, a pesar de los aperitivos y decidimos regresar al hotel, para buscar un sitio para cenar. Cogimos de nuevo el tranvía y nos bajamos en la parada de Gulhame, que es la que estaba casi en la esquina de nuestro hotel. Si se viaja mucho en tranvía, vale la pena comprar una especie de abono, que vale 2.50 liras por el abono, a modo de fianza pues es un botón metálico con un gancho. Posteriormente se recarga con la cantidad de liras que se desee… si se devuelve el abono, se recobra la fianza. Juanma, tenía su habitación en otro hotel distinto al nuestro. La agencia no le consiguió habitación en el nuestro, y le buscó otra en un hotel cercano, desde el exterior bastante mejor que el nuestro. Pero estaba “alejado” del grupo. Teníamos la ilusión de que en la recepción del hotel, estuviera Helena, con el resto de los compañeros de viaje, los que venían desde Madrid. O que los encontráramos por los alrededores. Pero no. Ni ellos ni tampoco a la familia Salomon, que habiamos perdido en Santa Sofía. Caminamos por las calles traseras de nuestro hotel, que estaban llenas de bares y restaurantes, de terrazas e incluso de algunas tiendas abiertas. Sin darnos cuenta nos alejamos un poco y terminamos en una especie de plaza, al lado de una mezquita y cenando en un humilde restaurante donde los comensales eran todos del país. La cena nos costó 10 liras por cabeza, y sin cerveza…. Estábamos al lado de una mezquita, y el dueño nos advirtió de que no podía venderla. Cenamos bien, muy bien, nos estábamos aficionando ya a los kebabs, las lasañas de berenjena, los yogures y sobre todo al pan. Mucho pan. Turquía es uno de los países donde se consume más pan, y en todos los restaurantes las cestas de pan, eran muy abundantes. A modo de invitación, nos obsequiaron con un té…las chicas pidieron té de manzana y los chicos el de rosas…el camarero nos sonrió picadamente al traernos los tes. Al lado del restaurante una pequeña tienda básicamente de bebidas, servia de almacén improvisado del restaurante. Volvimos al hotel, a dar por terminado el primer día en Estambul. Habría más, pero esos serian ya al final del recorrido. Ni rastro del resto del grupo. Y mañana tocaba madrugon, salir corriendo hacia el aeropuerto y sin desayunar. Pero eso sería mañana. JUEVES 3 DE AGOSTO… … DIA 3º… … ESTAMBUL-GOREME PRIMEROS PASOS POR LA CAPADOCIA Nos tocó madrugar bastante, mucho diría yo, pero el día era complicado. Vuelo a Kayseri, bus hasta Goreme y primera caminata del viaje. Yo me moría de ganas por conocer al resto de los compañeros de viaje, y cuando bajamos a recepción minutos antes de las 7, algunos ya estaban sentados esperando el transporte al aeropuerto. El resto fueron llegando de inmediato. Empecé a preguntar los nombres, a fijarme en las caras de todos y a intentar adivinar de donde era cada uno. En Ambar nos dijeron que había personas de Albacete, País Vasco y Madrid y por mera intuición intenté colocar a cada uno en un lugar. Me equivoqué. Sobre todo cuando le dije a Paz, una madrileña con unos ojos grandes y preciosos; “¿eres del norte verdad?”- -“bueno muchas personas me lo dicen, pero tan del norte como de Guadalajara, o sea que no.” Metedura de pata. Nos repartimos en dos furgonetas, pues los 15 no cabíamos en un solo coche, con todas las maletas que llevábamos, y dejamos atrás un Estambul que iniciaba un día más de verano. Helena había tenido que ir en otro vuelo más pronto, pues la agencia no le encontró plaza en el nuestro. Al cruzar Estambul, pasamos por delante de la estación de tren de Sirkeci: la mítica estación de tren, donde finalizaba el Orient Express. En la entrada del aeropuerto, había un pequeño control policial y todos los autos debían de aminorar la marcha al entrar. Un empleado del aeropuerto al ver que éramos un grupo, nos dijo que le siguiéramos y nos llevó hacía un mostrador de facturación para grupos. Podíamos facturar los equipajes todos a la vez, y sacar las tarjetas de embarque juntas. Josep se encargó de recoger los pasaportes y billetes electrónicos de todos. La casualidad hizo que todos los equipajes viajasen con el nombre de Encarna. Y Juanma, una vez más tuvo problemas con su billete. No aparecía en la lista, y casi se queda en Estambul…-.”Si es que no debías de haber venido”, le dijimos una vez más. Dos de nuestras compañeras, Marta y Susana, llevaban tan solo medio equipaje. Al facturarlo en Madrid les dijeron que se lo enviaban directamente a Kayseri, y no a Estambul. Nuestro vuelo tenía su salida a las 08.35 horas y como teníamos tiempo, Juanma, Amparo y yo nos fuimos a tomar un café medio decente en el bar. Encarna nos vino a avisar corriendo, pues estábamos embarcando ya, y nosotros no nos dimos ni cuenta. El viaje a Kayseri, fué rápido. En 1 hora y media recorrimos los 850 kilómetros que nos separaban de ambas ciudades, y una vez habíamos aterrizado, vimos a Helena que nos estaba esperando y ella nos presentó a nuestro guía local Ugur…aunque siempre le llamábamos Ur...alargando la u al pronunciar su nombre. Helena también se fué con Marta y Susana a recuperar sus equipajes, mientras Ugur, nos llevaba al autobús. Susana tuvo suerte y su maleta apareció. La de Marta no se sabía donde estaba. Todos confiamos en que aparecería pero mientras, Marta no tenía ropa para cambiarse ni su cámara de fotos. Helena y Ugur, se encargarían de ir llamando al aeropuerto para ver si la maleta aparecía. De Kayseri, poco podemos decir, pues tan sólo la vimos de paso, hacía Goreme, nuestro destino. Los 100 kilómetros de distancia los hicimos en 1 hora y media. Los autobuses en Turquía llevan un controlador de velocidad que si se superan los 90 kilómetros hora, emiten un pitido muy molesto. Además Helena nos comentó que a los conductores se les solían hacer bastantes controles policiales en la carretera. Las distancias en Turquía, siempre eran mucho más largas de lo que normalmente hacemos en nuestro país. Kayseri, esta bajo la “sombra” de dos grandes montañas: el Erciyes y el monte Negro, y poco a poco se está convirtiendo en una ciudad más turística. El Erciyes o montaña blanca de más de 3900 metros fué un volcán muy activo en la antigüedad. Cuentan las leyendas que los Dioses de la montaña, fueron tallados por los Hititas en las rocas, y aún permanecen en ella, vigilándonos… La mayoría pasamos de largo de Kayseri, pues es la puerta de entrada a la Capadocia, y no nos enteramos de toda la historia que atesoran sus calles, con una impresionante ciudadela de basalto. Capadocia: situada en la Anatolia Central, nos ofrece un mundo de paisajes casi lunares, de formas caprichosas formadas por las erupciones volcánicas, paisajes surrealistas que las manos del hombre y las erosiones han ido cambiando, tallando, adaptando a sus necesidades. Hace años, miles de años, las tierras de la capadocia estaban bañadas por las aguas de los mares, y hace años, muchos años también que estas tierras fueron habitadas por los Hititas, los primeros habitantes de la Anatolia, entre el 1900 y el 1200 a.C. Por aquí pasaron frigios, lidios, persas, macedonios… y fué durante la época bizantina, cuando se empezaron a construir iglesias y monasterios en las rocas. La capadocia nos iba a enseñar más cosas de las que nos hubiésemos imaginado. Y eso que la imaginación jugaba un papel muy fuerte visitando según que valles. Los Persas habitaron la Capadocia, y el nombre de Capadocia en persa es Kapatukya, que significa, país de los caballos bonitos. Llegamos a Goreme y el autobús nos dejó en nuestro hotel, el hotel SES, un encantador hotel. Las habitaciones eran amplias y los baños no estaban mal, aunque a nosotros esta vez nos tocó un baño con una gran bañera, un jacuzzi, como decíamos nosotros. Y lo mejor, es que nuestra habitación tenía un balcón, por el cual podíamos alternar con la habitación colindante. Y quiso el destino que en la habitación de al lado estuviesen Paz y Susana. Y claro, no podía dejar pasar la ocasión de darles unos golpes en la ventana y esconderme rápidamente…hasta que Susana, un poco más y se nos cuela en la habitación…vaya vecinos…vaya vecinas. Dejamos las maletas, y nos fuimos a dar una vuelta por la pequeña pero muy turística ciudad de Goreme. De tan solo 2000 habitantes, Goreme es el centro de operaciones de todas las personas que desean visitar la Capadocia. Llena de pensiones, hostales y restaurantes, daban la impresión de que la vida ociosa debe ser interesante en este lugar. Algunos compraron fruta, otros se fueron al hotel a descansar, y unos pocos nos fuimos a comer a un pequeño restaurante que Helena nos indicó, el Firin Expres. Y para tomar algo rápido nos recomendó la “pide”, parecido a una pizza pero alargada. Comimos y regresamos al hotel para emprender la primera de las jornadas de trekking. El valle de Ihlara. El bus nos dejó a las puertas de una de las varias entradas que tiene el valle. El recorrido completo es de más de 14 kilómetros, pero nosotros tan solo íbamos a hacer un recorrido corto de unos 3-4 kilómetros. Alcanza una profundidad máxima de 150 metros en algunos lados. Ugur se encargó de abonar la entrada para todo el grupo, entrada que ya teníamos pagada con el viaje y emprendimos el descenso del valle a través de unos 350 escalones, que nos iban adentrando en un profundo y verde valle. Al haber mucha vegetación, árboles y un río con agua en su cauce, la sensación de calor no era demasiado agobiante. Era la primera actividad que hacíamos todo el grupo junto: los 7 de Barcelona, Ruben y Virginia de Alcorcón, Marta de Albacete, Susana y Paz de Madrid, y Mila, Birginia y Mertxe del País Vasco. Me di cuenta, de que ya sabía los nombres de todos. El valle de Ihlara, está lleno de iglesias trogloditas pintadas por sus antiguos habitantes. Este valle era el retiro favorito de los monjes bizantinos y sorprende ver tal cantidad de iglesias en tan pequeño espacio. Primero Ugur, nos acercó a la primera iglesia, la Agaçalti Kilise, la iglesia bajo el árbol. Una pequeña entrada daba paso a otra nave más grande, donde los frescos en las paredes estaban bastante bien conservados. La pequeñez de la iglesia hacía que no pudiéramos entrar todos a la vez, y nos repartiéramos en la entrada. Datada del siglo VI, está dedicada a San Daniel. Paz, fué en varios momentos del viaje, nuestra segunda guía. Profesora de historia, siempre daba su visión o comentario acertado de lo que visitábamos. Era un lujo, una enorme suerte contar con ella, y sobre todo con sus conocimientos. Además, atesoraba esa clase de encanto, que hace que te sientas bien a su lado, manteniendo una conversación o bromeando sobre cualquier banalidad del día. Siguiendo nuestra ruta por el valle, entramos más tarde en la Sumbullu Kilesi, la iglesia del Jacinto, aunqué para ello, nos tuvimos que perder en dos grupos, pues la estrechez del camino y lo transitado que estaba, cuando te encontrabas a algún otro grupo y debías de dejarles paso, los que iban por delante nuestro se perdían entre la vegetación del valle. La mitad del grupo, conducidos por Ugur y Helena, había llegado bien a la iglesia. El resto estábamos dudando porque camino seguir de los varios que se nos ofrecían. Pero nos reencontramos. Lo mejor de esta iglesia, es que constaba de dos plantas. Al segundo piso se accedía por unas escaleras interiores muy oscuras, y donde la linterna era de obligada utilización. Unas veces Juanma, otras yo, otra cualquiera, todos nos ayudábamos para subir. Éramos un grupo. La iglesia no destaca demasiado por sus frescos, sino por sus dos pisos y sobre todo por lo bien conservada que está la fachada. Siguiendo por nuestra ruta, llegábamos ahora a la iglesia de la serpiente, la Yilanli Kilesi. Las pinturas están bastante deterioradas pero aún se puede observar bastante bien a la serpiente de tres cabezas con un pecador en cada boca y a las mujeres que tienen los pechos aprisionados y que no pueden dar de mamar a sus hijos. Estábamos en el otro lado del cañón. Habíamos cruzado un pequeño puente de madera que salvaba el rió. Precioso. El ruido de los pájaros mezclándose con el del agua, era encantador. Visitamos más iglesias, como la de San Jorge, Kirk Dam Alti Kilesi, etc… pero vistas las primeras, éstas ya no nos despertaban tanta admiración y alguna vez dijimos aquello de “más de lo mismo”…Helena nos dijo que veríamos las cuatro mejores del valle, y creo que así fué. Seguimos el camino que nos llevaba hacía la salida del valle, pero antes, a modo de descanso, nos sentamos en un pequeño claro, a descansar, con el agua a nuestro lado y la timidez aún revoloteando por el aire. Alguna foto de grupo nos hicimos, pero sin demasiado interés. Era pronto para empezar a intimar… ¿O no? Seguimos caminando por el valle, disfrutando del paisaje. Estrechos caminos serpenteantes que se alternaban con el rió, sus piedras y sobre todo verde, mucho verde…no era la Capadocia que habíamos visto antes en Goreme. Aquello parecía tranquilamente cualquier valle montañoso del Pirineo. Casi a la salida del valle, dos sorpresas. La primera las docenas de palomares que habían en las paredes rosáceas del valle. La segunda un bar, con mesas en el agua y en el que podías sentarte mientras tus pies se refrescaban con el caudal del rió. Decidimos sentarnos, pero no en el agua, sino en unas mesas en tierra firme y tomar algo. Pero como había parte del grupo que no habían comido y tenían hambre, algunos optaron por comer. Primera tertulia comuna. Aunque al ser una mesa larga para 17 personas, se terminaban haciendo corrillos. De vuelta al autobús y regreso a Goreme. Tras un tiempo prudencial de descanso, nos fuimos a cenar. Encarna y yo nos fuimos con Juanma, Mertxe y la familia Salomon, (Josep Mª, Elisabeth y Silvia). Juanma nos propuso un restaurante de la guía Lonely que salía recomendado y optamos por hacerle caso. Nos fuimos a cenar al Orient Restaurant, algo más alejado del centro del pueblo pero que valió la pena. La cena exquisita, aunque algo lenta de servir y de precio unos 7 euros por cabeza, con cerveza incluida y un buen servicio y ambiente. Era quizás uno de los restaurantes más elegantes de Goreme. En la cena, el tema principal, como no los viajes. Josep y Elisabeth, habían viajado mucho, por medio mundo y siempre en compañía de sus dos hijas. Esta vez, era la primera que la hija mayor no les acompañaba, pues ya tenía otros planes. Eran un matrimonio agradable. Josep, tenía una fina ironía humorística de la cual Elisabeth a veces, aun le regañaba…. –“si es que tiene unas bromas que no siempre la gente las entiende”, nos solía decir a menudo. Pero al ser alguien bromista, también me daba pie a mí, a intercalar bromas y comentarios con él. Elisabeth, era algo más callada y Silvia, su hija que aparentaba más edad de la que sus 15 años le daban, era la atracción del público turco masculino. Tenia unos ojos que podían brillar en la oscuridad. Todos aportamos nuestro granito de arena sobre los viajes y después de la cena, decidimos ir a un local para tomar un té. Queríamos entrar en una de las rocas habilitadas como viviendas o bares, pero estaban cerradas y en la calle principal optamos por entrar en el Goreme Restaurant, nos sentamos en el suelo en unos cojines y tomamos un té, mientras nos distraíamos en la discusión de una joven pareja a nuestra espalda y los bailes del dueño del local con otras personas. Discretamente las luces se empezaron a apagar, señal de que finamente nos invitaban a marcharnos. Pagamos y de vuelta a nuestro hotel. Una pequeña caminata había sido nuestra primera aventura de trekking. Mañana nos esperaba una dura jornada. Pero eso seria mañana. VIERNES 4 DE AGOSTO… … DIA 4º… … GOREME CALOR!!!! El nombre de Goreme, es la derivación de un consejo…”gor e mi”…no dejes de ver. Consejo que daban los nativos del lugar, a las otras personas que no la conocían. La primera noche en Goreme dormimos de cine. Tan solo el canto del “muetzí”, llamando a la oración, desde los altavoces instalados en los minaretes de la mequita de la ciudad, nos despertó antes de tiempo. Me extrañaba que alguien a las 6 de la mañana fuese a rezar. Los musulmanes deben de cumplir con la oración cinco veces al día. Eso es la teoría, luego la práctica… El desayuno en Goreme lo realizábamos en una larga mesa que estaba situada en un porche en la entrada del hotel. El menú, por eso, era parecido al de Estambul: tomate, pepino, aceitunas negras, sandia y pan. Esta vez teníamos Nescafe. Después del desayuno, subimos al bus que nos llevaría a las puertas del Valle del Amor, donde íbamos a empezar una larga y calurosa jornada de trekking. Nuestro conductor se llamaba Zafer, era un tipo de unos 40 y pocos años, regordete, con bigote, y con muy poca conversación. Tardamos varios días en oírle hablar y muchos más en oírle reír. Pocos minutos después de las 9 empezamos a caminar por el valle Zemi, o valle del amor, como se le conoce más popularmente. Caminábamos por el cauce seco de un río, con formaciones rocosas curiosas a ambos lados del camino. Una furgoneta nos empezó a seguir, a adelantarnos y volver marcha atrás….Ugur le preguntó a su conductor que pasaba, y parece ser que estaba esperando para recoger a otro grupo de excursionistas que debían de estar por aquí. En unos minutos, excursionistas y transporte se encontraron. En medio de aquel paraje, había un tenderete de artesanía, pañuelos, bolsos y sombreros varios. Una pareja y un chico regentaban este puesto. En medio de un camino, en medio de un valle… a expensas de los caminantes que nos acercáramos por allí. Y enseguida llegamos a la zona más alta y clara del valle, y descubrimos el porqué de su popular nombre. Enormes formaciones rocosas, en forma de puntiagudos y erectos falos, se mostraban ante nosotros. Contemplándolos, se podían adivinar fácilmente las diferentes etapas de formación de las rocas. La erosión fué gastando la capa de lava que cubría las rocas volcánicas, y unas formaciones en forma de chimeneas gigantes, fueron surgiendo con el transcurso de cientos de años. Las bromas sobre las rocas y sus formas, fueron una constante, y algunas sonrisas picaras se mezclaban con los comentarios del lugar. La imaginación empezó a dar sus frutos. Pero si algo era de aceptación unánime, era el enorme calor que teníamos. El sol abrasaba con fuerza, con demasiada fuerza para las horas en las que estábamos y el agua se convertía en el bien más preciado. Y aún quedaba lo peor. El valle del amor, tenía una segunda parte, y cuando avanzamos unos metros más y después de trepar por una pequeña ladera, alcanzamos una vista donde las formas rocosas, se asemejaban a enormes pechos femeninos. Cada uno vió lo que quiso ver, lo cierto es que por espectacularidad, el primer trozo del valle, era el mejor. Seguimos andando, y llegamos a un pequeño descanso. Como si de una pequeña aldea se tratara, llegamos a una cabaña donde un techo de paja y unos bancos de madera, nos invitaban a descansar, y a comprar agua. De pronto nos ofrecieron un té. Y en unos minutos Mª Cruz, una chica peruana, que cambió los aires de Lima, por el amor de un turco, se nos ofreció a enseñarnos como se trabajaba el onix, mineral abundante por estos lugares. Nos llevó a una especie de almacén, y unos operarios siguiendo sus instrucciones nos iban enseñando como se corta, se pule y se abrillanta el onix. Luego, “sin compromiso” claro está, nos invitó a entrar en la tienda, donde nos hizo ella misma una explicación de la piedra preciosa llamada Turquesa, de sus imitaciones y nos aseguró que Turquesa, deriva de Turquía, pues en Turquía, es donde están las mejores piedras. Birginia, se ganó la piedra de onix, que instantes antes había pulido para nosotros, pues según Mª Cruz, fué la única que supo diferenciar la Turquesa buena de la falsa. En la tienda había básicamente joyas. De oro, plata, turquesas, diamantes, piedras de onix, etc. etc. Y todo ello atendido por un montón de dependientes, que por cualquier lugar que te pararas, siempre tenías a uno o dos para mostrarte lo que tus ojos contemplaban. Para nosotros, era demasiado pronto para comprar. Las compras casi siempre al final, a no ser que la ocasión se lo merezca claro. Pero en estos lugares, siempre hay alguien que pica. Nos despedimos de Mª Cruz, y seguimos caminando hacía el pueblo de Uchisar. El camino era más recto, pero a pleno sol, sin sombras que protegieran a uno la cabeza. Yo llevaba mi gorro, parecido al de Indiana Jones. Y ese fué mi primer mote más adelante. El pequeño pueblo de Uchisar, de tan solo 3800 habitantes, tiene su mayor encanto en el castillo. Más que un castillo, es una extraña formación rocosa, con multitud de viviendas y otras dependencias en su interior. Su peculiar forma, le ha dado nombre de castillo. Fue abandonada hace poco tiempo, debido a los desprendimientos de rocas que había en él. Ugur, abonó la entrada, y subimos al castillo. Desde lo alto, se tienen unas vistas espectaculares del pueblo y de los valles circundantes. Al bajar del castillo, como Birginia y Encarna no sabían por donde ir, yo me puse delante de ellas, “explorando”, y con un poco más de exageración por mi parte, Birginia, me bautizó como Indiana… Al salir del castillo, compramos frutos secos en unos puestos que había en la entrada. Lo que a nosotros, los turistas, nos pedía 3 liras, a la gente del lugar les costaba 0.50 liras. En más de una ocasión, hemos tenido el complejo de ser billetes andantes. Ahora tocaba decidir que hacer, si seguir caminando y llegar pronto a Goreme, o bien comer algo y llegar más tarde. No hubo unanimidad y por ello se optó en dar una hora de encuentro. Los que quisieran comer que comieran y los que no, que pasearan o se sentaran a tomar una fría cerveza. Hora de partida prevista, 13.30 horas…ni de coña. Nosotros nos fuimos por el pueblo de Uchisar, y encontramos una especie de restaurante, donde una anciana fabricaba in situ los Gozlemes. Son parecidos a unos Creps, pero por dentro rellenos de verduras, o de queso. La mujer estira la masa, la pone a “hornear” en una especie de estufa con una plancha encima y una vez caliente, la rellena. Todo ello con una habilidad increíble. Eran más de las 14 horas, cuando aún no habíamos salido de Uchisar. Entre encontrarnos todos, las idas a los baños y comprar agua, como siempre el horario se resentía. Teníamos que ir hacía Goreme, a pleno sol, al mediodia y con pocas sombras en el camino. De locos. La primera parte del trayecto se hizo bastante bien; habían bajadas un poco complicadas de superar, pero también algo de sombra, que aportaban los árboles que nos íbamos encontrando. Estábamos rodeando Uchisar, y cuanto más atrás lo dejábamos, más sol aparecía. Creo que fué con diferencia, el peor rato de todo el viaje. Exhaustos, a más de 40 grados, sin sombra, y con las reservas de agua agotándose. Mila se quejaba de que no podía más, de que no seguía, y todos en algún momento u otro, también dijimos lo mismo. No era por la dureza del trayecto; era más por la hora en la que estábamos caminando. Pero siempre hay quien nos supera en temeridad. Por el camino nos encontramos a dos chicas de nos más de 25 años, de Milan que se habían perdido. Venían de recorrer toda Turquía desde el este, y en algunos casos haciendo auto-stop. –“hemos tenido suerte de que no nos haya pasado nada”, nos comentaron las dos bellas italianas. Aunque Ugur sabía el camino, una vez tuvimos que hacer marcha atrás, pues había un pequeño desnivel que no pudimos sortear. La sombra de un árbol, nos hizo de nuevo de descanso, mientras la mayor parte del valle Guvercinlik, o valle de las palomas iba quedando atrás nuestro. Palomares de diversos colores se mezclaban con las escasas sombras de una tarde que estaba resultando menos divertida de lo que esperábamos. Poco a poco, el cauce seco de un río nos fué acercando a Goreme, mientras Juanma y Ugur, se adelantaban unos metros con las dos italianas. Pero tan solo unos pocos metros. Nuestro autobús nos estaba esperando en Goreme, para llevarnos al hotel y la verdad es que para los pocos metros que nos faltaban, casi hubiésemos preferido continuar. Pero bueno, no vino mal del todo el descanso. Antes paramos en Goreme. Desde que llegué a Turquía, tenía una ilusión, incluso antes de partir. Sobrevolar la Capadocia en globo, y así se lo transmití a Helena. Ella se encargó de preguntar precios y horarios con una agencia que ella ya conocía, y el día anterior ya nos había preguntado cuantos queríamos hacer el viaje. El precio era caro: 150 euros por cabeza para 1 hora de viaje. Encarna y yo le dijimos que si. Amparo, Mila y Birginia, también se apuntaron. Pero antes teníamos que pasar por la agencia en Goreme para abonar el viaje. Helena nos condujo a los cinco a las oficinas de Kapadokya Balloons, abonamos los 150 euros, nos tomaron nota del nombre y hasta mañana. Iba a cumplir una ilusión. El autobús nos dejó en nuestro hotel, y mientras Encarna se fué a la ducha, yo me quedé en el patio tomando una cerveza con algunos sedientos caminantes más. Después de una cerveza, medio fresca, una ducha y como nuevo… Helena, nos había propuesto que si nos apetecía, podíamos ir al pueblo cercano de Avanos a tomar un Haman, y claro, aceptamos. Después de unas horas de descanso, pocas, nuestro chofer nos llevó a Avanos. Este pueblo más grande que Goreme, es famoso por sus numerosos talleres de cerámica. Una de las cosas que debemos de agradecer a Helena, a Ugur y también a nuestro chofer, es que el autobús estuvo a nuestra disposición siempre que lo quisimos, y actividades que no estaban programadas, Helena y Ugur, se encargaron de organizarlas y casi siempre de acompañarnos. El Hamam de Avanos se llamaba Alaaddin Turkish Bath. La entrada nos costó 30 liras por cabeza, unos 15 euros más o menos. Al llegar nosotros, un autocar de españoles partía. El Hamam no estuvo mal. Primero nos cambiamos en unas taquillas compartidas por varios, eso si, chicos con chicos y las chicas con las chicas. Luego entramos en una sauna todos juntos; en la sauna debíamos de estar el rato que cada uno quisiera o aguantara. Luego salir y bañarse en una piscina con agua fría, y después volver a entrar a la sauna. La segunda vez que se salía, nos hacían entrar en otra sala para exfoliarnos primero y masajearnos después. Nos tumban en una especie de mesa de mármol, y nos empiezan a frotar con una especie de guante. Parece mentira la cantidad de porquería que empieza a salir con la exfoliacion. Luego con una esponja parecida a un pulpo gigante nos bañan de jabón de pies a cabeza. Luego una ducha y a esperar. Así todos. Después de la exfoliación y la ducha, tocaba el masaje. Los mismos 5 chicos que nos habían atendido primero, ahora hacían de masajistas, mientras los demás charlábamos descansando en una enorme mesa de mármol caliente. Hay a quien le gustó más que a otros. Pero a nadie dejó indiferente. Particularmente no estuvo mal, quizás todo muy rápido, pero bien. A la salida del masaje, en la recepción nos obsequiaron con un té. Después del Hamam, Helena propuso cenar en un restaurante de Avanos, y aceptamos. Ugur nos llevó al Sofra Restaurant, un restaurante grande y en el que nos sentamos todos en una mesa en el exterior. Lo peor de cuando íbamos todos a comer juntos, es que la mayoría de restaurantes esperaban a que estuvieran todos los platos hechos, y generalmente más de 40 o 50 minutos teníamos que esperar. Pero mientras hubiera cervezas…El plato más típico del restaurante, era una especie de cocido, servido en una terrina de cerámica, que se rompía delante mismo del comensal. Por todo el suelo del restaurante se veían restos de esta cerámica. Avanos es un pueblo con una gran tradición en la fabricación de objetos de cerámica. Cuando ya nos íbamos, pasó la anécdota del día. Al querer levantarme, le di un golpe con la silla, a un macetero gigante con 3 patas de hierro. Dentro del macetero, un enorme jarrón lleno de arena y plantas. Lo cojí con la mano, para que no cayera de sobre la tarima en la que estábamos al suelo. Lo agarré bien, pero al querer devolverlo a su lugar, no calculé bien, y macetero, arena y plantas, rodaron por el suelo…el macetero quedó totalmente roto. Tierra trágame!!!!! La dueña del restaurante repetía, -“No problem, No problem”. Le dije a Helena que le dijese a aquella mujer que se lo pagaba, que cuanto costaba, pero ella insistió en que no, que no y que no…. Aparte de Indiana, también me empezaron a llamar Ceramikator…. Cuando a uno le gusta hacer bromas a los demás como a mi, también debe aceptar el ser pasto de ellas, y esta vez, durante el viaje de regreso a Goreme, fui objeto de bromas de todo tipo sobre la maceta…pero en fin….una anécdota más. Llegamos al hotel y mientras algunos se quedaron tomando una cerveza en el porche, Encarna y yo nos fuimos a la cama. Mañana tocaba madrugón. Un globo de madrugón. SABADO 5 DE AGOSTO… … DIA 5º… …GOREME UN VIAJE EN GLOBO, UN SUEÑO DENTRO DE OTRO SUEÑO A las 4.30 de la mañana, sonó un despertador en una habitación de Goreme. La excitación por poder al fin volar en globo y hacerlo en un lugar tan fascinante como la Capadocia, hizo que todo el posible sueño que pudiera tener, se desvaneciera con la misma facilidad que las gotas de agua se colaban por el sumidero de la ducha. A las 4.50 de la mañana, tenían que recoger en nuestro hotel a los 5 magníficos… Y aunqué se retrasaron unos minutos, a las 5 y 5, estábamos ya en la oficina de Kapadokya Balloons. Comprobaron nuestros nombres y nos dijeron que fuésemos al local de al lado, donde nos darían un café o té con unas galletas. A las 5 y medía con el día empezando ya a clarear, empezaron a repartir a la gente en los autos, con globo incluido, aunqué sin hinchar, lógicamente. Y a eso de las 6 más o menos estábamos ya en el lugar de despegue, en un llano algo alejado de Goreme y con otros globos más madrugadores surcando ya los aires. En el prado, había dos globos por hinchar. Uno tenía la cesta más grande que el otro. Los chicos de la agencia empezaron a inflarlos, primero con aire frió y después con aire caliente, (es curioso, nunca había visto como se hacía), mientras Kaili Kidner, nuestra piloto empezó a explicarnos que hacer, y sobre todo que no hacer. Después, gracias a Helena, averigüé que Kaili, era una de las dueñas de la agencia. Los viajes en globo en Goreme, se han convertido en una de las atracciones más espectaculares. Hay muchas empresas, que por ganar cuota de mercado, ofrecen viajes a precios más baratos o de mayor tiempo volando, pero no cumplen todas las garantías de seguridad. Helena nos recomendó esta, y aparte en la guía Lonely Planet, salía como una de las tres más seguras y recomendables. Lo cierto, es que personal había bastante, y supongo que la experiencia es un grado, pues todos llevaban una perfecta coordinación. Tuvimos suerte, y nos tocó el globo pequeño. Nos subimos los 5 en un lado, más un chico francés. En la parte de atrás del globo, o en el otro lado, según como se mire, iban 6 personas más. El sol ya había salido, cuando empezamos a volar. La sensación es inexplicable. Tranquilidad, suavidad, y sobre todo mucha sensación de seguridad. Ni un solo balanceo, ni una sola brusquedad. No sé si Kaili era la mejor piloto. Pero si sé, que era una excelente piloto. Los paisajes de la Capadocia, se empezaron a hacer pequeños, mientras íbamos ganando altura, no demasiada, la justa para sentirnos como los pájaros y subir y bajar cuando nos apeteciera. Varios globos más decoraban el cielo, pero yo me sentía feliz, como si fuese el único mortal en un único globo. La maquina de hacer fotos no paraba de disparar, intentando captar no los paisajes, extremadamente increíbles desde el aire, sino las sensaciones. No volábamos, nos deslizábamos suavemente como si estuviésemos sentados en el sofá de casa, y las imágenes de los paisajes fuesen apareciendo por un gigantesco televisor… Las inapreciables corrientes de aire, nos llevaban, nos empujaban, siempre delicadamente, inapreciablemente. Sobrevolamos Goreme, vimos desde el aire el hotel, donde el resto de nuestros compañeros seguían durmiendo. Bajamos a los valles y casi pudimos tocar las hojas de los árboles. Nos adentramos en las gargantas de valles, jugando a asustar las palomas que descansaban en las rocas. Kaili, iba subiendo y bajando el globo a su voluntad. En ningún momento tuvimos la más mínima sensación de inseguridad o de temor. Lo único que algunas veces rompía la magia del momento, era cada vez que Kaili, insuflaba aire caliente al globo. El ruido y el calor que desprendía, a veces llegaba a quemar, si se estaba demasiado cerca. Los cinco bromeábamos del viaje, y sobre todo Birginia, que tenía una experiencia “Kikililandind”… Una experiencia única, que iba llegando a su fin. Lentamente empezamos a descender en un campo, con algo de pendiente. Aterrizamos. El llegar a tierra de nuevo fué divertido, y más cuando el globo empezó a arrastrar unos metros la cesta con nosotros dentro. Pero todo estaba controlado. En unos instantes empezaron a llegar los ayudantes, bajamos del globo, y empezaron a deshincharlo. Si uno lo desea, puede participar en el desinflado y recogida del globo. Casi todos nos pusimos a ayudar, y en unos pocos minutos el globo ya estaba listo para enrollar y depositarlo en una gran cesta. Mientras intentábamos apretar el globo contra el fondo de la cesta e intentar sacar el aire que aún quedaba en él, uno de los ayudantes, cogió a una chica de color de poca estatura que había volado con nosotros y la “puso” encima del globo, para que con su peso ayudara a deshincharlo. Luego le tocó el turno a Encarna y mientras estábamos mirando a la chica de color, Encarna fué “depositada” también dentro del cajón. Hubo unos instantes que a ninguna de las dos, se las veía y eran “engullidas” por las telas. Ninguna de las dos, se quedó allí para siempre. Después de las bromas, vino la parte más fiestera del día. Improvisaron una mesa adornada con flores y con un cartel de Kapadokya Balloons, nos ofrecieron una copa de cava mezclada con una especie de zumo de cerezas. Todo ello acompañado de un trozo de plumcake, y de unas cuantas fotos del momento. Creo que disfruté cada uno de los 150 euros que pagué por ello. Además nos dieron a cada uno, una especie de diploma acreditativo del vuelo, con nuestro nombre, la fecha, y el nombre de la piloto. Para enmarcar. Mientas estábamos bebiendo, nos pusimos a hablar con una chica alemana, alta rubia y estereotipo típico de las chicas alemanas, a la que su empresa de turismo alemana, la había enviado a la costa del Egeo, pero ahora estaba haciendo turismo por Goreme. Su pareja, un chico que siendo turco, nadie hubiese dudado que era alemán. –“el amor me retiene aquí”, nos dijo…Esa frase no era la primera vez que la oía. Uno de los ayudantes, cogió una rosa de la mesa y se la dio a Birginia. En dos días, dos regalos… esta chica estaba triunfando. Nos acercaron al hotel, para llegar justo en el momento en que el resto del grupo estaba ya desayunando en el porche. Contamos nuestra experiencia, tomamos algo, y ale, a caminar. Tercera jornada de trekking. La primera parada, tenía que ser una corta en “las chimeneas de las hadas”. Formas rocosas parecidas a falos, chimenea, u hongos gigantes. Cuentan las leyendas que las hadas vivieron en ellas, pero que en algunos lugares, aún siguen viviendo…. Caminamos unos metros y llegamos a unas “chimeneas” más grandes, a las que pudimos entrar, subir por escaleras y asomarnos en las ventanas, como si estuviésemos jugando al escondite. En algunas era fácil encaramarse, en otras había que vigilar donde se pisaba si no queríamos quedarnos para siempre dentro de una roca. De estancia corta, nada de nada, y Helena nos tuvo que avisar de que nos íbamos, porque sino….subimos al autobús. El autobús nos dejó en un lugar, donde la primera imagen que tuvimos era parecida a una ciudad después de la guerra. Una montaña llena de grutas, una ciudad llena de agujeros… un enorme queso gruyere, que fué habitado hasta hace poco y que me recordaba a las imágenes de destrucción que vemos en televisión de Irak o Palestina. Sin embargo era una ciudad griega que posteriormente fué habitadaza por los turcos. Antes de empezar a caminar, tuvimos que esperar un buen rato a Ruben. Ruben empezó a tener problemas intestinales que en los días venideros le ocasionaron incluso fiebre. Todos tuvimos pequeños problemas con nuestras “tripas”, pero Ruben fué con diferencia, el que peor lo pasó. Después de que Ruben, nos explicara sus experiencias escatológicas, empezamos a caminar por el valle rojo. El sol tampoco nos daba tregua, pero los paisajes secos, con formas caprichosas, nos iban haciendo la caminata llevadera. En algunos tramos, necesitábamos la ayuda de otro, pues las pendientes pronunciadas y resbaladizas, pedían una mano amiga para sujetarse. Y siempre había alguien dispuesto a echar una mano. En todos los viajes en grupo, se conoce gente. Lo normal o como mínimo lo deseable es que el ambiente sea placentero y cordial y que con todos se termine construyendo una buena camaradería y quien sabe si quizás alguna buena amistad. A pesar de ser todos muy diferentes y a la vez muy iguales, en el grupo había buen ambiente. Y sano. No se formaron grupos, ni rencillas, ni nada perturbó el buen clima que hubo en todo el viaje. Y aunqué es cierto que con todos creo que tuve una buena relación, si tengo que destacar a alguien sin detrimento de menospreciar a nadie, esta es Susana. Desde el primer momento en Estambul, ya empezamos a gastarnos bromas, y de las bromas primero pasamos a contarnos cosas más personales. Susana era como una niña grande. Juguetona pero con unas ideas muy claras de lo que quería, y sobre todo de lo que no quería ni aceptaba. Se movía más por idealismo que no por pragmatismo y eso es algo que me chocó y a la vez me gustó. Jamás me llamaba por mi nombre; siempre me llamaba “bicho”. En esta parte de la caminata, empezamos a contarnos más cosas que no fueran las de un viaje a cualquier parte del mundo. Vimos un escorpión, inmóvil, verde, quieto y camuflado entre la arena. Al cabo de un par de horas más o menos, llegamos a nuestro primer descanso. Un bar. Un bar en medio de todas aquellas piedras. Y un bar, donde alguna de las chicas del grupo, no le hubiese importado estar más rato. -“que ojos que tienen estos turcos”…alguien exclamó…. “Indiana, hazme una foto con ellos, venga”… Y si tengo que ser sincero…no estaban mal. Antes de partir, uno de los chicos del bar, nos regaló a cada uno, un imperdible con un corazón con la pegatina del ojo, del ojo de Saladino. El ojo de Saladino, un amuleto contra el mal de ojo que se puede comprar por toda Turquía, y que la mayoría de turcos llevan encima. Helena lo llevaba en su mochila; nuestro chofer llevaba varios en el autobús, y en todos los lugares a los que íbamos, siempre había un ojo en la entrada. Los ojos de los turcos, grandes, claros… Compramos agua, refrescos, frutos secos, y sobre todo descansamos…y jugamos con un perro chiquitín que tenían los dueños del chiringuito. Quedaba la segunda parte de la caminata, que nos iba a llevar por el valle rosa, o valle de los monjes. Después del descanso, a seguir la ruta. Un turco iba delante de nosotros con su niño de pocos meses en los brazos. Todos comentamos, que no era ni la mejor hora ni la mejor manera de llevar a este niño. Al poco de empezar la caminata, nos detuvimos en una iglesia, excavada en una roca, donde una mujer del lugar nos invitaba a tomar algo en su bar, detrás mismo de la iglesia….pero veníamos de otro bar…y dos tan seguidos, mejor que n Índice del Diario: OJOS DE TURQUIA
01: RUTA POR LA CAPADOCIA
02: LA RUTA LYCIA
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