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mi experiencia en marruecos
Autor: AlejandroMarzioni  Fecha creación:  Puntos: 4.7 (3 Votos)
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Localización: Marruecos Marruecos Fecha creación: 18/11/2007 19:02 Puntos: 0 (0 Votos)
DOMINGO 11 DE FEBRERO DEL 2007

11:00, hora africana.
Estoy por encima de las nubes. El avión ya está sobrevolando el continente africano, veo un paisaje montañoso con muy poco caserío.

12:30
Ya se me empiezan a complicar las palabras, a volverse líquidas, débiles, insuficientes. Las posibilidades de representación de la palabra son inversamente proporcionales a la multiplicidad de detalles interesantes de la realidad que observo, realidad sumamente exótica para mis ojos occidentales.
Estoy escribiendo, bastante incómodo, en un tren chirriante que sale desde el Aeropuerto Mohamed V hacia la estación central de Casablanca.
Admito que estoy un poco alterado por el choque cultural. Este es un país árabe en serio, un tercio de lo que veo me resulta enigmático y revestido de una seriedad que, aunque no la comprenda, comprendo su condición de seriedad, de “con esto nada de bromas”.
Un hecho gracioso: el control policial. Venía caminando un poco aturdido por un pasillo insípidamente sobrio y provisto de una higiene de lo más agria, esa higiene propia de países pobres que anuncia a cada momento lo tanto que cuesta que algo esté limpio en un país semejante. Casi no había cola, y doy de lleno con el policía pidiéndome el pasaporte: mi primer contacto con los árabes. El hombre miró mi pasaporte muy extrañado, lo miró del derecho y del revés, de arriba abajo, pasó las hojas y forzó la vista. Está claro que no es normal que aquí venga un argentino. Ahora bien: lo que no es normal para nada es que se les aparezca un argentino con semejante aspecto árabe, de árabe ortodoxo, de árabe de postal terrorista. El policía me mira intrigado, y me habla en un francés muy áspero, acelerado. Le digo que no comprendo francés, lo digo en un francés desdeñoso con actitud de estar molesto, de que no tengo tiempo para demoras. Entonces hace un gesto con las manos, refiriéndose a la barba, a mi barba, y pregunta:
-Muslim?
-No –le digo, y el hombre empieza a vociferar, en el entonado y encendido árabe de toda la vida, con su compañero de al lado, imagino que comentando la rareza de que se aparezca un hombre de un país tan extraño al mundo musulmán y con aspecto tan islámico.
Sellazo en la última hoja del pasaporte y adentro: Morocco- ??????? ????????!

13:18
Lo que estoy viendo por la ventana del tren es lo mismo que una villa miseria argentina, y parece ser el paisaje habitual. Es bastante tenebroso pero, por desgracia, para mí no es del todo nuevo excepto por detalles que todavía no estoy listo para ir señalando y me limito a observar en silencio.
Lo primero que uno comprueba al llegar es la ausencia de precios, este es el primer choque fuerte que experimentamos los occidentales. Pero no se trata de las tiendas, de los códigos en la calle, de la vida en la comunidad, espectáculo que todavía no vimos. ¡No había precios en las ventanillas para sacar un billete de tren, sea un tren de corta o de larga distancia! Una pared gris, absolutamente vacía excepto por un cuadro del rey, una ventanilla en el medio, el aburrido tipo detrás, y nada más, ni un cartel, ni una cifra.
No regateamos, no sabemos si nos cobraron bien, no sabemos qué nos cobraron.
Los marroquíes hablan francés. En este mismo momento I. está conversando con nuestra compañera de asiento, una azafata marroquí de Air Moroc. Según ella me conviene recortarme la barba porque llama mucho la atención, lo cual me deja un poco estupefacto. Imagino que llama la atención en alguien que no sea árabe y parece que, tal como la tengo, mi estilo de barba es un atributo de excelencia musulmana propio de árabes distinguidos, distinguidos en el arte de la inmolación.
Nos cuenta que no hay precios salvo en algunos pocos lugares que están puestos para occidentales, que sólo los marroquíes ricos toman un taxi, que nos conviene ir a otro sitio y no a Fes. Yo no sigo mucho la conversación, primero porque entiendo menos de la mitad de cada frase, y segundo porque estoy escribiendo y espiando el paisaje.
Cambiamos unos doscientos dólares y nos dieron unos dos mil y pico de dirham. En el billete está la cara del rey. Recién llego al país y ya he visto esa cara una docena de veces, son los primeros indicios de fanatismo.
Nuestra compañera de viaje cuenta que se compró en Rabat un gran chalet con piscina y le costó veinte mil dólares.
El tren me hace recordar al que va desde Retiro a Pilar, pero este país es más pobre que cualquier cosa que conozca en Sudamérica, todo parece indicarlo.

14:15
I. está loca, eso lo sé. Pero sus maneras de ejercer su locura no dejan de sorprenderme y a veces me sacan de quicio.
Llegamos a la estación donde tenemos que tomar un tren de larga distancia a Fes. Ponemos un pie en el lugar e I. dice:
-Me apetece un café con un poco de leche fría!
Como la cosa más natural del mundo –pero del mundo occidental-, sale de la estación, cruza la calle, y se dirige -dispuesta a entrar como en su casa-, hacia un bar mugriento de la zona donde, por supuesto, no había una sola mujer y sí había docenas de moros mirándola como si fuera el Mio Cid que entra en una tienda de Bagdad diciendo Ave María Purísima!
Para mi mal, yo andaba con nauseas, no sé por qué, pero había algo en la atmósfera que me afectaba, un efecto del ambiente enrarecido. Entonces me tapé la boca, y estaba sin poder hablar en el momento en que ella iba irreversiblemente hacia el bar. Empecé a seguirla intentando proferir un “no entres coño”, intento que tenía como resultado patéticos balbuceos. La calle estaba transitada y pasaban autos y sobre todo motos llevados por conductores dispuestos a suicidarse. Ella pensó que estornudaba y, ajena a mis ruegos, me decía, tal como dicen los españoles en correspondencia con nuestro salud: ¡Jesús! Yo pensaba, desesperado: Hay que joderse, esta mujer se va a meter, en pleno país árabe, en un bar lleno musulmanes invocando el nombre del profeta cristiano.
Nada que hacer, entró radiante con su suelta cabellera, y yo entré detrás de ella, recuperándome obligatoriamente de mis nauseas y poniendo una cara muy poco creíble de musulmán agorero que consentía, por un momento, la libertad a su vasalla. Todos fumaban y nos miraban de manera penetrante. El lugar era del todo inmundo, el suelo estaba repleto de filtros y de filtraciones que hacían pequeños charcos y el mostrador era siniestro. I. pide su café con, por favor, un poco de leche aparte, pero que esté fría.
Le ponen un café sin leche alguna, diciéndole que la leche se pedía en otra sección del bar mientras yo prendía un cigarrillo mirando de reojo las caras que nos miraban directamente. Menos mal que Casablanca es la parte más francesa, es decir, la más internacional y occidentalizada de este país, y aunque seguramente I. fue la única mujer que puso los pies en la historia de ese bar, tratándose de una extranjera acompañada de un barbudo la cosa se podía llevar. No pasó un minuto antes de que se nos pare al lado el tipo que estaba más cerca. Era un hombre amable, hablaba un perfecto francés, conversó con I. de la importancia que tiene España para la cultura marroquí y de la importancia que tiene Marruecos para la cultura española. Dijo que España es para ellos un gran país al lado de los hijos de puta franceses. Yo le pregunté al parroquiano qué escritor marroquí tengo que leer, y en esta misma libreta me escribió un nombre en árabe. Fue la primera vez que vi a alguien escribiendo en los signos de ese idioma tan elegante, de derecha a izquierda, dibujando cada palabra como si fuera una obra de arte.
Ahora estamos en la estación, escribo todo esto sentado en el suelo.
En los bancos de espera, que son solamente dos y están llenos, hay varias mujeres con las caras cubiertas. Todavía me siento mal, anoche no dormí y la realidad de estar en este país me pegó en seco, sin anestesia.
No veo más que árabes, parece que somos los únicos turistas que no viajan en taxi o en paquetes de agencias, los únicos entre ellos, en sus trenes y sus bares. Todavía no me atrevo a sacar la cámara de fotos. Estamos a la buena de Alá.

17:20
En el tren.
Primera clase, que es algo muy incómodo, barato y hasta popular, es un compartimiento en donde caben, apretadas, unas seis personas. Nuestros compañeros son de lo más exóticos, aunque a decir verdad la gente exótica debemos de ser nosotros para ellos.
I. conversa con una periodista marroquí y con un negro de Senegal. Antes de que esta pareja entrase veníamos viajando con dos marroquíes, madre e hijo, y observábamos con complicidad la relación de respeto que había entre ellos. Las maneras nos resultaban ancestrales, era una relación determinada por unos valores familiares muy extraños para nosotros y yo intuyo que lo extraño se debe más que nada al profundo respeto. Bajaron en una de las tantas estaciones y fue en ese momento cuando entraron a nuestro compartimiento, junto con los dos pasajeros nuevos, unos cuantos marroquíes de manera agresiva y bulliciosa. Como toda la formalidad europea ya se había ido a freír gárgaras, en ese momento yo no estaba en mi asiento porque había aprovechado para salir a fumar al pasillo. Uno de los intrusos se acomodó a mi lado y empezó a hablar en español sobre lo que hay que ver en Fes. No me fiaba de él, y cuando me preguntó en qué hotel estaría le dije que no recordaba, que me esperase mientras iba a fijarme. Lo que yo quería era entrar al compartimiento porque sabía que ya estaba invadido. Efectivamente, ahí había dos o tres, hablando animadamente, haciendo algo al parecer normal: colándose en primera clase para viajar mejor y para ir sacándole cosas a los turistas que pudiera haber. Por suerte se fueron, eran bien pesados. El senegalés y la periodista ya estaban sentados, acababan de subir.
El senegalés es un señor encantador, tiene algo de espiritualidad budista, sus modales y su semblante transmiten paz y armonía. La periodista marroquí que, desde luego, es una de las que han podido salir de su país y que vuelven sólo para algunas actividades comerciales o culturales, es un loro hablando en francés, desentona bastante con su compañero de asiento.
Ya está oscuro y no hay faroles, lástima no poder seguir viendo el paisaje con claridad. Es algo realmente distinto: las chozas, las construcciones derruidas, amarillentas, apoyadas unas contra otras, los pastores con sus rebaños, las mujeres con sus velos llevando canastas de ropa hasta las fuentes, restos de murallas, niños montados en sus burros, algún anciano de barba larga, al costado del camino, apoyado momentáneamente sobre su bastón de peregrino.
Esta noche es Las mil y una noches.


20:15
Cada cosa que pasa y cada cosa que veo me parece muy notable, no podré escribir ni una décima parte de lo que me llama la atención, de lo que merece ser escrito. Pero ya estoy en la aventura de este diario, así que escribamos.
Estoy instalado en el Royal Mirage Hotel. Llegamos con el tren a una estación que era la de Fes: ????
Bajamos del alborotado tren hacia una noche de penumbra, no había ni una luz, no se veía más allá del andén, y un oficial, provisto de una linterna, señalaba el camino dando gritos en el para nosotros incomprensible idioma del país. Llegamos al fondo del andén y entramos a un túnel que a su vez salía hacia una placita. Todo pasaba muy rápido. Se nos arrojaron encima todo tipo de personas, de improvisados servidores, entre ellos los taxistas. Los autos eran viejos y destartalados. Le dijimos que sí a uno, y subimos. Al lado del chofer estaba sentado un señor inmutablemente serio y retraído, parecía una estatua. Le dije Bonsoir y ni se movió. El taxista tomó nuestras maletas y las arrojó literalmente al techo del autito que estaba provisto de una especie de canasta. El auto iba a toda velocidad y sin prudencia alguna, buscaba las calles en un tráfico tres veces más descontrolado que el tráfico de Buenos Aires, lo cual da una idea de lo que quiero decir. Yo miraba aterrorizado las maletas, vigilando que no salgan disparadas en alguna de las curvas por las que doblábamos de repente, y también temiendo que algún transeúnte se manotee alguna. Más bien de cuando en cuando alguien estiraba la mano y las acomodaba.
Llegamos a nuestro hotel. Como I. no puede dormir de ninguna manera con mis ronquidos, hay una habitación para cada uno. La mía es enorme, tiene mucho de la comodidad europea y está decorada con unas pinturas que representan a una serie de árabes montados a caballos blandiendo sus cuchillas al aire. Este hotel, para este país, es un hotel de super lujo, y puede que sea el mejor de Fes, aunque para Europa resulta barato y más bien sin nada de particular. Quizá el espacio, ahora que lo pienso en una habitación como esta cabría todo un harem…

LUNES 12 DE FEBRERO

07:00
Ya estoy levantado y listo!

18:00
No sé qué decir de todo lo que decir quisiera, ni cómo decirlo ni tampoco por dónde empezar.
Hoy hice el viaje más impresionante de mi vida: viajé al siglo X.
Salimos del hotel y un hombre llamado Hassan, uno de los nombres más comunes junto a Mohamed, nos ofreció sus servicios de guía.
Le dijimos que nuestro estilo de viajar es arreglárnoslas solos, y que preferimos perdernos en la medina que es, en el mundo árabe, el equivalente de lo que sería el casco histórico en las ciudades europeas. Pero Hassan nos dio muy buenas razones para no hacerlo, y la principal es que de ese modo lo más probable es que en tan poco tiempo no nos enteremos de muchas cosas ni podamos ver muchas otras. Estuvimos de acuerdo y lo contratamos para que nos lleve a su mundo. Todo lo que vimos nos pareció fabuloso.
Las miles y miles de callejas arcaicas y populares de la medina, calles sucias y llenas de olores, humos, artesanías exóticas, los árabes rezando y haciendo con sus manos, a la vista de todos, todas las cosas que usan para vivir. Martillazos, oraciones, animales, atuendos sagrados y bullicio. Con frecuencia un grito daba la alarma y había que echarse a un lado para que pase un burro o un hombre con una carretilla llena de tarros de leche o de frutas. La lana, la piel, la madera, los puestos donde venden vivas, o sacrificadas en el momento, las gallinas, las especias, las sales, las extrañas medicinas, las alfombras y los vestidos.
Entramos a varias tiendas. Una de ellas era una fábrica en donde hacen todo tipo de artesanías de lujo, fuentes, platos, adornos, y nos dieron una muestra del proceso. Lo primero que compré fue una pipa, una mini narguile ideal para poder llevar encima sin que sea enojoso. Fue mi primera experiencia de regateo pero me ha salido tan mal, tan pero tan mal, me han estafado de tal manera que no quise comprar más nada en todo el día. Pero I. sí. Primero un vestido verde de hilo, luego dos telas de lino, y después la piel. Entramos en la principal tienda de pieles y el vendedor, Mohamed, le ofreció a I. matrimonio para que sea su segunda esposa. Con una amplia sonrisa de pocos dientes intentó convencerla de las ventajas de la boda, pero a I. no le pareció buena idea. Le compró un abrigo y esta vez se regateó bien, aunque costó mucho llegar a un muy buen precio. Vimos allí los curtidores caminando entre las numerosas cubas donde tiñen las pieles con colores que consiguen ahí mismo mezclando ingredientes naturales, entre ellos la misma mierda de las palomas; el olor era considerable pero la vista hacía que se perdone todo.
En cada tienda que entrábamos los árabes nos mostraban y explicaban cómo se fabricaban manualmente los productos. Lo mismo al entrar en una farmacia donde había todo tipo de hierbas y de exóticas medicinas. Ahí tuve que joderme, porque para mi desgracia le conté al farmacéutico que sufría esto de tener siempre tapada la nariz, lo que llaman en España vegetaciones. Para qué… El buen hombre me sentó en una silla y empezó a ponerme en la nariz, para que aspire, un algodón con no sé qué cosa adentro a la que llamaban Tapa. Era fuerte, picante, y ardía como el carajo; me tuvo en esa curación tres cuartos de hora, incluso se privó de atender a unas canadienses que entraron, se quedaron esperando un rato y me sacaron una foto. Pero debo admitir que el remedio me hizo bien, y respiré como un ser humano el resto del día. Después me mojó el dedo con un aceite puro de oliva y me dijo que me lo meta en la nariz. Compré, junto a otras cosillas, una piedra de Almizcle, algo que yo conocía solamente gracias a los poemas de Baudelaire.
Cuento lo de esa tienda porque me hizo gracia, pero cada tienda era una aventura, un mundo de cosas, de rituales, todos se hablaban, se tocaban, se miraban y se relacionaban. Es imposible en la medina no hablar en todo momento con todo el mundo.
Visitamos algunas plazas y mezquitas, pero sólo sacando fotos porque la entrada está prohibida a los que no sean musulmanes.
Almorzamos en un lugar bastante poco turístico llamado Zohra, y probé el famoso cuscús, un plato tradicional hecho a base de sémola de trigo. De postre tuve que tomarme unos cuantos tes de menta que estaban casi hirviendo. Conversamos mucho con Hassan sobre la religión islámica y las coincidencias y discrepancias con el catolicismo. Hassan nos explicó con mucho detalle sobre las abluciones y sobre los cuidados que los musulmanes deben tener cuando están impuros, por ejemplo durante la regla las mujeres o después de tener sexo los hombres –a mí me pareció que para ellos las mujeres estaban impuras siempre-. Uno de esos detalles locos es que en los baños los retretes no pueden nunca estar de frente a La Meca, y a veces eso genera una disposición bastante incómoda o extraña de los muebles.
Vimos el palacio real de Fes, aunque el rey vive en Rabat. No hay duda de que los árabes son unos grandes artistas. El palacio no es visitable. Hablamos de Córdoba, destacando el hecho de que la arquitectura más notable de España suele ser árabe.
Visitamos una madraza muy antigua. Las madrazas o medersas son academias religiosas donde se enseñaba la teología coránica. Alojaban a los estudiantes que deseaban profundizar sus conocimientos en materia de religión, retórica y derecho. Sin la autorización del Sultán no podía enseñarse nada, y desde luego que no podía enseñarse nada que fuera extraño a los inmutables cánones islámicos. Todas las madrazas tienen que estar cerca de una mezquita, también todas deben tener un patio rodeado de las celdas, es decir las habitaciones de los estudiantes.
Hasan dijo: Fes es color, olor y dolor.
I. dice que, en cuanto al olor, le parece insufrible. En cuanto al dolor, todavía recuerdo el remedio que me aplicó el farmacéutico en la nariz. En cuanto al color, ahí está, se mire por donde se mire. Es una buena frase, sí, el color, el dolor y el olor, estas tres cosas son en Fes como el aire mismo.

21:30
Fuimos a caminar por la parte más nueva de la ciudad, en la zona del hotel. Está claro que es imposible que haya alguna mujer en algún bar.
Nada más salir nos llamó la atención el hecho de que hubiera mucha gente parada en los cordones, tanto en las esquinas como a mitad de cuadra, y a veces grupos de tres o cuatro, como si estuviesen esperando algún transporte público que nunca vimos. Prostitución, pero de una manera muy extraña, y casi no había mujeres, la mayoría hombres. La prostitución homosexual que, tal como se comenta, es uno de los rasgos de Marruecos y una práctica muy habitual entre los árabes, por mucho que lo nieguen.
Entramos a beber una coca en un McDonals solamente por lo irrisorio del hecho, por lo curioso de ver las letras de la internacional empresa puestas en árabe, con las correspondientes formas del logo y el color amarillo.
De regreso pasamos por la mezquita principal, la Kairouyine. Los hombres salían descalzos y se calzaban en la vereda, todo el tiempo salían y entraban a rezar, incluso a esas horas de la noche. Le dimos algunos dirhan a un niño que vendía flores y a un hombre que pasó rezando en voz alta con unos ojos profundos, conmovidos. En la cultura árabe, las miradas siempre son muy especiales. Hay que verlas para saberlo.

MARTES 13 DE FEBRERO

08:15
Quedamos con Hassan a las 10:00, sus servicios de guía nos parecieron tan buenos que repetiremos, sobre todo porque sólo nos queda este día en el pueblo y sin un guía nos perderíamos inmediatamente en el laberinto miliunanuchesco de las callejas.
En las conversaciones que tuve con Hassan el cruce cultural siempre se hizo notar. Por empezar me preguntó qué país era el mío, donde estaba ubicado, qué cosa es Argentina. Y luego varios detalles aparentemente triviales como por ejemplo estos: cuando me estaba por sacar una foto frente a una madraza me preguntó qué palabra hacen decir, en mi país, para que la boca forme una sonrisa. Él dice patata, y yo le dije que decimos whisky. Se quedó en silencio. Luego me preguntó si en mi país tengo esposa o novia, y le dije que no aunque tuve más de una. Otro silencio. También me preguntó, luego de haberle explicado algunas cosas sobre Sudamérica, si yo era cristiano como los españoles, y también se quedó en silencio cuando le dije que no pertenecía a ninguna religión.
Marruecos es un país árabe ortodoxo. Lo que sucede es que, por su cercanía con Europa, por el comercio con el turismo y por el hecho de recibir tanto dinero de sus familiares que han emigrado, ellos están más en contacto con el mundo occidental que otros países musulmanes, están más habituados a verlo sin sofocarse.
I. una vez tuvo como chica de servicio a una marroquí, y todavía recuerda con disgusto que todo lo que ganaba su empleada debía entregarse en la mano del hermano. El hermano era el dueño absoluto tanto de su hermana como de todo lo que ésta produjese. A veces el hermano llamaba por teléfono para preguntar sobre la conducta de la empleada, pero se negaba rotundamente a hablar con la patrona. Si oía una voz de mujer decía: tú calla, tú mujer, tú te callas. Al contrario de la Biblia, plagada de parábolas que no entiende ni el mismo Dios, desgraciadamente el Corán es claro. En una edición de bolsillo leo lo siguiente sobre las mujeres: “A aquellas de quienes temáis la desobediencia, amonestadlas, mantenedlas separadas de sus habitaciones, golpeadlas”.
Hassan nos contó que cuando estaba por casarse, antes de la tradicional ceremonia de tres días, le exigió a su futura esposa tres condiciones:
1) Respetar a su marido y a todo lo que él diga.
2) Rezar.
3) Respetar a su madre y a todo lo que ella diga.
Hassan es un típico árabe, pero más culto y formado que lo general, e incluso estudioso de la cultura occidental –me contó que escribió un ensayo sobre uno de mis dramaturgos españoles favoritos, Buero Vallejo-. Pero hay algunas características que, si uno no las tiene, no puede ser árabe.
I. le dijo a Hassan que ella reza, pero que lo hace en soledad y sin precisar ningún tipo de Iglesia. A Hassan le pareció muy extraño, y dijo que la mejor forma de rezar es en grupo, en comunidad, para que de ese modo el rezo sea más fuerte.
Ciertamente que el individuo es una noción occidental…
Sin embargo, tengo que aprender a mirar, y a cuidarme mucho de conceptos preconcebidos de la cultura occidental, de la mirada que la cultura occidental tiene instituida a la hora de percibir el mundo árabe. Tengo en cuenta el libro de Edward Said, Orientalismo, libro que enseña que el orientalismo es una disciplina sistemática a través de la cual la cultura europea ha manipulado desde un punto de vista político, sociológico e ideológico una idea de Oriente, la idea que ha precisado tener Europa para ejercer su tradicional y depredador dominio sobre el resto del mundo. Said dice que en sus estudios no descubrió ni un solo período de la historia occidental en la cual el Islam haya sido pensado o discutido fuera de una estructura creada por el prejuicio y el interés político. Últimamente, con la piratería y el fundamentalismo canalla de Estados Unidos en el caso de Irak, está claro que las tergiversaciones y las mentiras están intensificadas, sobre todo por esa paradoja cobarde y grotesca que en el caso de Palestina encarna el asesino sionismo norteamericano, poderoso centro de propaganda imperialista. Todavía me río al recordar una entrevista en la que Chomsky narraba los simulacros de bomba en los colegios, y hacían a los alumnos esconderse debajo de los pupitres como si con esa actitud pudieran salvarse de la explosión. Qué mundo de canallas el que me estoy viajando.


18:45
Estamos en la casa de Hassan, escribo sobre la mesa de su living mientras los anfitriones preparan algo de comer. Entre nuestro guía y nosotros se dio una relación tan afable que fuimos invitados a su casa para conocer a su mujer y a su hijo, cosa seguramente insólita dentro de las relaciones entre los turistas y los trabajadores oficiales del turismo. De modo que estamos entusiasmados porque entramos un poco en la intimidad de un hogar árabe de Fes, en la vida de una familia marroquí, puertas adentro y sin cubiertos. Ella está en la cocina, y él está, hace rato, en el baño, y se oye correr el agua. Me acerqué porque necesitaba usarlo y él interrumpió lo que estaba haciendo para dejarme entrar: me di cuenta de que estaba haciendo abluciones, y en eso anda todavía. Esperamos sentados casi a ras del piso pero en sillones, sobre una alfombra; nosotros no nos descalzamos. Vive en la parte nueva pero en las afueras, tuvimos que andar más de media hora en taxi, y aproveché para ver varias cosas interesares por la ventana. Casualmente el taxista era amigo de nuestro guía, y vinieron hablando encendidamente en árabe. Como siempre, nosotros nos preguntábamos: qué estarán diciendo, qué estarán diciendo... En su idioma, Hassan me escribió su nombre en la libreta.
Fue un día muy largo, recorrimos muchos barrios y visitamos muchas cooperativas, ojala esta noche tenga tiempo, en el hotel, para contar algunas de las tantas cosas. Ya viene a servir el te la mujer de Hassan, con su velo y su explícita moral religiosa.

23:54
En el hotel, la última noche en Fes, la vieja ciudad imperial, la edad media a poco más de media hora pasando el estrecho de Gibraltar.
Fue un día intenso. Empezamos visitando el barrio judío, es la zona de Fez-Jdid. Observamos la sencillez de la sinagoga, lo insípido de su estilo y de sus decorados en claro contraste con el arte almohade, con la majestuosidad de las madrazas o la soberbia de los minaretes. Cada una de las personas con las que entablamos contacto nos parecieron de cuento. Después volvimos a la medina, en la zona de Fes el Bali, y entramos en el barrio andaluz que nos pareció fascinante. Vimos dos mezquitas y entramos en una madraza medieval, muy mal conservada, pero de modo tal que favorecía su encanto. Los monumentos y el patrimonio cultural son dignos de verse, la arquitectura árabe es preciosa, pero en todo momento lo que más nos atraía era la gente, la gente misma, con su radical espiritualidad y sus exóticas vestimentas. De hecho, la medina misma de Fes está declarada como patrimonio cultural, como la mayor peatonal del mundo, un espectáculo de pimienta, azafrán, nuez moscada, las hojas verdes del te de menta, las copas de terracota y los platos de azófar, la lana, el hierro y, sobre un laberinto de viguetas de madera las colgantes madejas de sedas rojas, verdes y amarillas, formando un alocado techo de mercancías que llueve sobre las cabezas de una muchedumbre gesticulante y misteriosa. Visitamos la cooperativa de las alfombras, vimos a las mujeres tejiéndolas, hijo a hilo, calladas y absortas en sus tareas. Nos dio una impresión de esclavitud, fui acometido por todo tipo de sentimientos de censura y reprobación. Luego fuimos a la cooperativa de la cerámica. Nuevamente nos mostraron todo el proceso, paso a paso, desde el momento en que le dan forma al material, sentados encima de una rueda que hacen girar con el pie para que de vueltas el bulto de barro. No hay nada, en Fes, que no se haga de manera artesanal, no se produce nada en serie, no hay ninguna máquina, es un pueblo de artesanos en su totalidad. El regateo es natural, se entiende que no puede ser de otra manera, cada cual vende lo que él mismo produce y el precio es siempre relativo, discutible.
Almorzamos en un lugar muy local, muy popular, lleno de ruidos y de humos. Probé un cordero riquísimo, y luego no pude negarme a tomar cuatro o cinco tazas del dichoso te de menta. El dueño del lugar era un viejito de abundante barba blanca, un viejito todo marchito, y la cocinera, una de sus esposas, era una chica de unos diecisiete años.
Había en una mesa cercana una pareja de franceses con una niña. La niña le preguntó a un mozo cómo podía ser que dejasen entrar un gato al “restaurante”, y nos morimos de la risa. I. decía: franceses…
En una plaza hablamos con Hassan, nuevamente, sobre las similitudes entre la religión islámica con la judía y la cristiana. Luego nos dijo, acorralado por nuestras preguntas, que de la sanidad en Marruecos es mejor ni hablar.
Nos dimos cuenta de que nuestro guía es de los que acostumbran poner muchas cosas debajo de la alfombra, y los árabes tienen preciosas alfombras morales por todos lados. Quiso impedirlo, pero llegamos a verlo: un dentista. En la misma calle, un hombre sudado, con una especie de babero manchado de sangre, tenía las manos atrás, y alguien se las sujetaba. Otro hombre le introducía un cuchillo en la boca: extracción. Un dentista marroquí, en la misma calle: una manta con algunos instrumentos más bien de ferretería y un cartel escrito a mano que anunciaba su profesión.
En pueblos como estos el dolor no se oculta, suele estar en la calle, a la vista de los ojos, natural como él mismo es.
Antes de ir a la casa de Hassan paramos en una tienda donde I. tenía que solicitar que le hagan un vestido con la tela que compró ayer.
Mientras trataban ese asunto, yo salí a la calle a fumar. Es imposible estar solo y meditativo, enseguida se me acercó un chico que tendría unos veinte años. Éste no hablaba francés, pero sí un poco de inglés. Pese a las dificultades de comunicación, se quería comunicar a toda costa. En un inglés horrible le informé que soy de Argentina, que me está gustando mucho estar en Fes, que estudio literatura, etc. En todo momento me di cuenta de que la intención del chico era prostituirse. Varias veces decía:
-And do you like…?
Dejaba expectante esos insinuantes puntos suspensivos, y yo siempre respondía que I don`t like. Varias veces dijo, señalando un cochecito:
-This is my car…
Pero yo le decía que no tenía más tiempo para dar ningún tipo de paseo, que ya había andado mucho y que quería ir a la cama, para dormir.
Una de las cosas en las que más pensé en los paseos de hoy fue en la sorprendente cantidad de idiomas que suelen conocer los árabes. En la fábrica de alfombras, mientras estábamos sentados en unos silloncitos bajos al tiempo que dos o tres árabes nos desenrollaban unos sobre otros todo tipo de productos, I. conversaba sobre los idiomas con el mandamás de la cooperativa: el diálogo fue en francés, español, inglés e italiano, y el hombre introducía giros en árabe y en alemán. Promedio: un idioma diferente cada dos frases. El hombre dijo en español que el árabe es tan complejo, tan completo, tan nutrido de todos los fonemas, que pasar de esa lengua a otra resulta siempre ir de lo complicado hacia lo sencillo.
Volvamos a la casa de nuestro guía, porque los pormenores de los paseos me tienen mareado.
La mujer de Hassan me pareció simpática. Tal como la define su esposo, es la mujer árabe ideal, religiosa, sumisa y habilidosa para los quehaceres domésticos. Vestida de negro, con su velo puesto de manera impecable, le dijo a su esposo, en su idioma, que I. le parecía una mujer buena y de gran corazón, pero que le faltaba rezarle a Alá para ser una gran mujer.
En este país nos sucede en todo momento que, a pesar de la aparente tolerancia que pueda tener un guía, la presencia de la violencia y del fundamentalismo religioso es absoluta y asfixiante. La religión está presente en cada mínimo detalle de la vida cotidiana, e incluso en la sencilla arquitectura de bajos recursos: las casas árabes típicas suelen carecer de puertas y tienen muchas ventanas, hay que vigilar que la gente sea devota.
Desde luego que ser una mujer es ser una cosa. Hassan mismo nos dijo con total naturalidad que a veces pega a su mujer y que de ninguna manera le permite salir sola a la calle. En cuanto a su hijo, es un niño encantador de tres años, pero ya le crecerá la barba.
Con respecto a mi vistosa barba fundamentalista, es un continuo morirse de la risa. La gente de la calle me grita todo el tiempo y vaya por donde vaya:
-Alí Baba, Alí Baba, hello Alí Baba!
Hassan me dijo que puedo pasar por un musulmán de Siria o del Líbano, y que me parezco al ladrón de Las mil y una noches, para colmo al actor que lo representó en una película.
Otra cosa graciosa: en la casa de Hassan estaba puesta la tele… Había canales de Emiratos árabes, de Irán y de Arabia Saudita. En un momento, entre medio de un programa que consistía en un hombre leyendo el Corán, aparece en una noticia Riquelme, el futbolista argentino.
Nos mostró un canal de Egipto y otro de Turquía. Había varios programas que consistían en hombres leyendo el libro sagrado durante tres cuartos de hora.
En el viaje de vuelta, hablamos con I. de que en este país la religión es todo, y que sería infernal quedarnos a vivir en un lugar así.
Voy a preparar las cosas, mañana seguimos viaje.


MIÉRCOLES 14 DE FEBRERO, MARRAKECH: ?????

12:00
Ya estamos desde hace una hora en un tren que, por 250 dirhan, atraviesa el país hasta llegar a nuestro destino: Marrakech.
En estas anotaciones no tendré tiempo para muchas descripciones ni para muchas informaciones, pero en resumidas palabras anoto que Marrakech, la ciudad que le dio el nombre al país, es posiblemente la ciudad más importante entre Casablanca y Rabat. Es la célebre ciudad roja del mundo islámico, cuyo milenaria historia resulta de las principales tribus bereberes y los encuentros de éstas con el Islam: los almorávides, los almohades, los benimerines, los saadis y los alauitas. Está al sur del país y, aunque no haya fuentes históricas precisas, fue fundada en 1602 por Youssef Ibn Tachfin, un jefe almorávide. Es una de las ciudades más importantes del Islán medieval y su primer nombre, Marroukech, significaba “vete de prisa”, lo cual indica que en aquellos tiempos la ciudad no tenía una política que le generase al turismo grandes expectativas.
Por suerte ahora genera grandes expectativas, sobre todo por sus monumentos y jardines y, entre otras cosas, por las tribus bereberes. Los bereberes eran los habitantes originarios del norte de África, desde el norte del Shaara hasta Egipto. Su nombre, del latín “barbarus”, significa bárbaros, porque así los nombraron sin pelos en la lengua: los bárbaros. Su presencia se remonta a más de diez mil años y se cuenta de ellos en muchos testimonios de textos griegos, fenicios y romanos. En Marrakech hay una plaza principal llamada Jamaa el Fna. En esta plaza se juntan tribus bereberes que se desempeñan en largos rituales de percusión mientras que uno es invitado a toda clase de asuntos por encantadores de serpientes, gitanas, adivinadores del futuro y unos hombres con enormes sombreros rojos que se llaman aguadores y venden vasos de agua, líquido que, debido a su escasez, ha sido considerado tradicionalmente como cosa sagrada.
Esto es, más o menos, lo que anduve leyendo y lo que quiero ver dentro de algunas pocas horas.
El viejo tren avanza, pero se toma su tiempo. Estoy desde que legué a Marruecos intentando hacer una foto: la de un pastor con sus ovejas. Es un cuadro típico del paisaje, pero el sucio de las ventanillas y los bruscos movimientos de este tren me dificultan mucho la proeza. Con I. estuvimos hablando sobre el Islán y el fundamentalismo, y recién me dijo que mi letra se entiende tanto como la que vemos en los carteles árabes que aparecen cada vez que el tren para de cuando en cuando en alguna estación rural, casi desierta y casi destruida.


15:46
Ya pasamos por Rabat y por Casablanca. Pero seguimos de largo: nosotros elegimos Marrakech, cuyo nombre me impacienta y cuya asonancia repercute en cada rincón de mi cabeza: Marrakech.
Subió al compartimiento una marroquí muy linda junto a su madre y a su pequeña hija: Aisha. No deja de regañarla pronunciando una ese sonorizada con una suavidad árabe que me acaricia el oído: Aisha, Aisha!
I. enseguida entabla conversación, y siguen conversando mientras yo escribo. Hablan un poco en inglés y un poco en francés.
La chica está casada con un holandés y vive en Holanda. Una mujer árabe de muchos medios que pudo casarse con un extranjero y salir de su país y de una cultura que le quitaba toda libertad. I. se pone a escribir algo en un papel y luego me lo pasa: “Con el velo habían conseguido durante siglos tapar los pensamientos. Ellas se habían convertido en un ejército culturalmente uniformado y reclutado en pueblos que tenían olores más antiguos que el mismo tiempo. Allí vivían junto a gente que tenía gestos ancestrales en la cara. La evolución había parado gracias a una sola voz: la religión”.

16:36
Ya falta menos. Ahora subió al compartimiento un egipcio. Se entiende perfectamente con la chica marroquí en árabe, y yo aprovecho para oír los sonidos y las palabras de esta antigua lengua. Esta es una ventaja que tiene el mundo islámico: el árabe culto, un idioma que es el mismo para todos los países musulmanes.
Con I. nos hicimos unos gestos de complicidad, nos causaba risa la cara de este orejudo egipcio, con esos rasgos similares a las figuras que aparecen dibujadas en las tumbas del Louvre o como las que vimos en el papiro de El libro de los muertos.

17:45
La tierra ya es completamente roja, y el paisaje completamente desértico, sólo falta que aparezcan los camellos. O tal vez los jinetes de las “fantasías”, tradicionales y furibundas carreras de jinetes que demuestran sus habilidades a la vez que voltean en el aire unos larguísimos fusiles.
Las cercanías de Marrakech son un desierto colorado con algunos ásperos árboles de troncos ennegrecidos por el sol. De vez en cuando aparece una pequeña mezquita, pero casas no.
Ya no hay niños que nos tiren piedras, pero sabemos que algunos vienen viajando en el techo del tren porque se oyen sus pisadas.
Entra el marido de la marroquí, un elegante holandés. El egipcio se quedó dormido. A su lado dejó la prensa, un diario en árabe que ojala abandone para poder adueñármelo. El holandés habla en su idioma, ahora sí que no hay quién entienda una palabra.
La marroquí habla con él. Antes le contó a I. que se dedica a exportar a Holanda productos que trae de la India.
Nos contó mucho sobre ese país, de sus encantos y de sus espantos. Afuera la tierra se va poniendo cada vez más roja.
Deben faltar menos de dos horas para llegar a Marrakech.

19:25
Escribo desde mi habitación del hotel El Andalous. Después de ocho horas de tren llegamos por fin a Marrakech.
Es otra cosa, nada que ver con Fes. Es evidente nada más llegar y ver la estación, el estilo de la gente, los cochazos que se ofrecen para taxi. Nos subimos a un Ford reluciente y en el camino vimos una ciudad mucho menos subdesarrollada de lo que uno se imagina. Una ciudad muy atractiva, de mucha personalidad, con una estética y un estilo muy marcado, muy marcado por el rojo. Autos modernos, avenidas perfectas, monumentos y casas de primer nivel, iluminación nocturna, palmeras y carteles luminosos. Se nota que esto es cosa de europeos, es la parte nueva de la ciudad, construida con la influencia de las invasiones francesas, aunque se trata de una modernidad muy perfumada por árboles de naranjo y delicadas flores de jacarandá.
Cuando bajamos del tren me adelanté con la chica marroquí para ayudarla con sus maletas. Mientras tanto, su madre le contaba a I., en secreto, que el hermano era el embajador de Marruecos en Argentina y que la chica que se fue adelante conmigo era la prima del rey, y que viajaban en tren como todo el mundo porque no querían llamar la atención.
Cuando llegamos al hotel, el recepcionista me preguntó, luego de ver mi pasaporte, si en Argentina se habla en español o en inglés, y lo único que sabía de mi país era Maradona, Maradona!
Lástima que sólo estaremos dos días, nos comentaron de unas excursiones por los pueblos bereberes que no tienen desperdicio. Ya veremos qué llegaremos a hacer.

21:32
Estamos en un restaurante muy loco, es un lugar enorme y de un exotismo bastante notable aunque muy puesto para el turismo. Se llama Palais Chahramane, en la Rue Sidi Bouchouka, y escribo sobre la mesa. Descorrimos unas cortinas rojas y, pisando una alfombra, entramos al salón luego de atravesar un pasillo bastante largo en cuyos extremos estaban sentados, unos seis de cada lado, doce bereberes que, ni bien aparecimos, se pararon tocando el bombo y otros instrumentos que no me hago idea qué son. Así nos recibieron, cantando y gritando cosas. Entre el vocerío se hizo notar una voz de mujer:
-Alí Baba, Alí baba…!
El lugar, preciosamente alfombrado, apenas si tiene luz que no sean las velas de los numerosos candelabros. En el medio de las mesas hay un círculo para las animaciones, y en este momento hay en el centro unos negros con sus percusiones. Las árabes pasan por las mesas bailando la célebre danza del vientre, todas son muy gordas y tienen mucho que mover.
Nos trajo al lugar un taxista que, al decirle que soy argentino en seguida dijo Maradona, Maradona! I. le respondió que en mi país Maradona es una especie de dios a lo que el tipo repuso, recuperando inmediatamente la compostura:
-Solamente hay un dios cuyo nombre es Alá.
Hay que joderse…
Como el taxista fue quien nos incitó a comer aquí, lo sentaron en una mesa del fondo y le sirvieron un menú. Así funciona todo.
Durante el viaje nos contó que solamente desde el 2001 esta ciudad es así como se la ve, con un tufillo tan europeizado. Tal como lo sospechábamos, este cambio hizo que la economía de la ciudad se elevase tanto que terminó perjudicando a los locales, y ya no les alcanza para nada. El taxista se declaró incapaz de comprarse un departamentito en su propia ciudad. Este es un modo de invasión muy sutil. Después de cenar nos iremos a yirar por ahí.

23:50
Pese al ambiente ensordecedor, me quede un rato largo admirando desde lejos el ya oscurecido minarete o alminar de la Kutubiyya, la mezquita más importante de la sangrienta ciudad. Es una joya almohade del siglo doce, construida con arenisca rosada, una piedra del color de Marrakech pero que cambia de color según las horas. En la punta de la torre hay tres globos, de abajo hacia arriba uno más pequeño que el otro, tres globos de cobre dorado que según extrañas leyendas son custodiados por algunos genios para que nadie los robe. Me han dicho que tiene ochenta metros, y es la más alta de la ciudad, se la puede ver desde cualquier sitio.


JUEVES 15 DE FEBRERO

10:22
Acabamos de visitar el Mausoleo de los Saadies, construido en el siglo XVI por el sultán Ahmed Al-Mansur. Está próximo a una importante mezquita, la Al-Mansouria o la Alcazaba, del siglo doce. Las tumbas Saadis conforman una pequeña necrópolis del siglo XVI, y están sobriamente ubicadas en dos mausoleos que se comunican con un precioso jardín. Una de las tumbas más importantes es la del sultán Muley el-Yazid, un niño de doce años. La solemnidad y el decoro del arte musulmán se lucen en este mausoleo por medio de esbeltos arcos, bandas epigráficas que reproducen versículos del Corán, maderas de cedro doradas, las mayólicas. Ahí estaban las tumbas de los servidores del rey con los colores típicos: el negro del poder, el ocre la sabiduría, el blanco del alma y el verde del Islam.
Ahora estoy en una farmacia, mientras I. compra un perfume de Ámbar. La farmacéutica, en un español muy rústico, me ofreció, entre otras miles de cosas, el viagra de la casa que sirve para “la barra dura toda la noche”; casi me ahogo aguantando la risa hasta que ya no la aguanté. Hay miles de hierbas, especias, extractos de perfumes y productos cosméticos artesanales: curry, frêne, coriandre, huile d’organ, jojaba, coco, carotte, lin, myrthe, luego extractos de musc, rose, lavanda, jasmin y muchas cremas: rouge, henné, pierre ponce, etc.

11:00
Nos sentamos a tomar algo en las mesas de la calle de un bar y enseguida se nos sentó uno. Nos habló del número de turistas y de las inversiones francesas. Recién le ofrecí un trago de mi coca pero me dijo que por la mañana está prohibido. Conversamos sobre las murallas.
Me encantan las murallas de esta ciudad, son ásperas, derruidas, de un talante explícitamente guerrero, pareciera que en cualquier momento fueran a despedir ventiscas de polvo rojo a efectos de anacrónicas agresiones. Me documento: las construyeron con una especie de barro rojo, mortero de arcilla y cal, material de las colinas de Gueliz, y en las partes más altas miden nueve metros donde suelen hacer sus nidos las golondrinas, estas bellas aves migratorias cuya presencia enorgullece a los habitantes de Marrakech. Las murallas tienen catorce puertas: bab Erraha, Doukkala, el-Khemis, Debbagh, Aylen, Aghmat, Ahmar, Ighli, Ksiba, Agnau, er Robb, Echcharia, el Jadid y el-Makhzen. Cada una de las puertas tiene su historia, como la siniestra puerta bab er-Robb de cuyas almenas, allá por el año 1308, el sultán de los benimerines Abu Thabit hizo colgar seiscientas cabezas de sus opositores luego de una represión evidentemente drástica.


12:14
Ahora entramos a Twizra, un comercio del estado al 360 de Bab Agnaou, en la medina. Venden todo tipo de artículos de lujo, son piezas impresionantes que deben valer un dineral pero seguramente menos que en cualquier otro país. Hay unos jarrones y unos camellos realmente esplendorosos. Una tienda de primera, muy fina. Casi por obligación de la circunstancia yo elegí un minúsculo elefantito que apenas me interesa y ahora escribo esto mientras I. se demora dos horas en elegir un portafolio de profesora, muy parecido al que compró en Fes luego de dos horas y media de indecisión en una tienda entre las mil y una tiendas. Observo que en esta tienda hay muchos españoles.
Desde que estoy en Marruecos, el país tienda, no hago más que hacerme eco de aquella anécdota de Sócrates que, luego de pasearse por tiendas y tiendas, se ponía feliz viendo la cantidad de cosas que había y que no necesitaba. Rico es el que menos necesita…
¿Molesta que haya dicho la palabra tienda más de diez veces? Vengan a un país árabe y entonces sabrán lo que es joderse a base de tiendas.
No hay más que tiendas. Las odio.


12:55
Estamos en un Riad, nos trajo un chico que nos encontró perdidos. En esta ciudad hay más de cincuenta Riad: amplias casas árabes, generalmente con dos pisos y terraza. Casi todas están compradas por europeos que las rentan como hoteles y restaurantes, es algo parecido a lo que llamamos Hostal pero de mejor calidad. Es posible que, seis o siete años atrás, estos inversores hayan adquirido estas propiedades por un precio similar al de sus ganancias de cada mes.
Me pedí un Kebab, aunque dudo que coma uno mejor que el de los turcos de Ginebra. Ya se oyen voces guturales, ecos solemnes, desde todos lados, ya están llamando a rezar. Hacen unos veinte grados, y los comensales son todos ingleses y franceses. Un francés dijo que en verano la temperatura puede superar los cuarenta y cinco.


22:15
En el hotel. A ver si me acomodo la cabeza. Estoy recuperándome de una sobredosis de aromas, gustos, ruidos y colores. Creo que empezamos la tarde en la plaza más importante de la ciudad, Jamaa El Fna, una plaza atestada de tiendas, monos, encantadores de serpientes, y grupos bereberes haciendo percusión.
Nada más entrar en la plaza I. tuvo un diálogo que sirve para explicar este país de tienda y religión. Uno de los cuantos vendedores se le acerca y le dice:
-Qué necesitas?
I. le dice que no necesita nada, y el hombre responde:
-Entonces para qué estás aquí?
Seguimos caminando sin dar con la respuesta y paseamos entre las ofertas de los tenderetes, el colorido de los toldos, las barbas de los mercaderes, dátiles, ciruelas, cebollas, tomates y enormes pirámides de lentejas, guisantes, garbanzos. Ya saliendo de la plaza, muy pronto hicimos algo que en Marruecos tiene que suceder al menos dos o tres veces: perderse en el alocado laberinto del comercio y aceptar como guía ocasional a cualquier paisano. El motivo es que es mucho mejor dejar que uno de ellos te acompañe, aunque no lo necesites, que pasártela todo el rato negándote a los ofrecimientos del resto de la población. Así fue como recorrimos los encantos de los suq, es decir, el zoco, un entramado concentrado entre cientos de calluejuelas, mezquitas y frondas que entreveran tiendas y talleres de artesanos separados por oficios: los alfareros, los tintoreros, los tafileteros, los joyeros, los trabajadores de la madera y los fabricantes de alfombras.
Nos llevó por varias callejas y nos hizo entrar en la tienda de un vendedor de especias que, como de costumbre, nos sentó en un silloncito, nos sirvió un té de menta y nos puso en la nariz todo tipo de cosas. Le compramos una piedra de Almizcle, lo que más me gusta. Luego entramos al barrio judío, y nos pareció tan alucinantemente mágico como el de Fes. Como era de esperar, ya que dentro de lo raro hacía tiempo que no pasaba algo rarísimo, I. consiguió dar con uno de los pocos judíos de la medina que resultó ser el rabí de la sinagoga, un viejito de poca estatura, un poco gordo, completamente canoso, barba blanca y con un ojo siempre cerrado y el otro semiabierto. Parecía hablar desde muy lejos, como aturdido. Nos llevó hasta una sinagoga que estaba oculta entre los pasillos y abrió la pesada puerta de hierro solo para que entrásemos nosotros. Silencio solemne, un templo judío en el corazón de una medina sin judíos, parquedad y devoción, un culto milenario custodiado por un solo hombre: personaje de cuento. Nos dijo que convive con los árabes sin mayores inconvenientes.
Yo necesitaba un cigarrillo, pero aquí no veo quioscos. Sin embargo cada tanto aparece un hombre que los vende sueltos. Bereberes, sentados en la calle, apoyan sobre cualquier cosa, a veces un cajón, unos cuantos cigarrillos sueltos que constituyen una tienda de emergencia. Muchos de ellos no tienen ni un paquete entero, los regatean sueltos para sacar al menos unas monedas que alcanzan para dos o tres manzanas que les alivien la tarde. Cambié un par de monedas por tres cigarrillos, no sé si hice bien la compra, no sabía qué tenía que dar ni qué tenían que darme.
Luego de callejear sin rumbo fijo, encontramos uno de esos místicos sitios de masaje llamado Rêves des Sens. Un hombre vestido enteramente de blanco nos llevó por unas complicadas escaleras hasta un cuarto muy oscuro, y nos mostró las pequeñas habitaciones donde se daban todo tipo de masajes, un arte típicamente manual que los musulmanes saben hacer muy bien pero que a mí nunca me interesó. En la sala de espera había un turista descalzo y en manga corta que parecía hallarse en un estado orgásmico, acababa de salir de su sesión. I. reservó para mañana un servicio de masaje a cuatro manos que dura una hora y media.
Al salir un guía nos esperaba en la puerta, obsesionado por llevarnos a la tienda de su padre, un vendedor de babuchas. Mientras me probaba las babuchas que terminaría por comprarme dos o tres chicos no hacían más que ponerme sobre la espalda y la cabeza todo tipo de atuendos religiosos que querían adjuntarme. Con el gorro, la shilava y las babuchas, sumada a mi barba, estaba de foto, I. se descomponía de la risa. Ella se quedó hablando sobre un producto y yo salí o mejor dicho huí a la calle para fumarme un Marquise y observar aquél espectáculo de burros, carretillas y tarros en el momento de los llamados a las mezquitas. El hermano del guía se paró a mi lado y, ya que estaba alucinando, le pareció apropiado ofrecerme alguna de las interesantes hierbas que fuman por ahí, según dicen mejores que cualquier tipo de marihuana. Esta vez entré en el juego y empecé a regatear con la sempiterna excusa de mi procedencia sudamericana cuya economía nada tiene que ver con el euro. Como la cosa se fue poniendo sórdida, y empezaron todo tipo de implicaciones que incluían ir hasta no sé dónde, porque en la calle no, y esperar a no sé quién hasta no sé cuándo, dejé el asunto en la nada, aunque el “puntero” me siguió varias cuadras tratando de convencerme. I. me puso el grito en el cielo recordándome o informándome que aquí es muy peligroso para cualquier turista comprar algún producto ilegal, porque hay toda una mafia que explota estos incidentes: el mayor negocio de un policía marroquí es el de quitarle a un turista todas las propiedades que posea a cambio de evitar pasar un buen tiempo de su vida en una cárcel africana de disciplina musulmana, y para mi desgracia yo no tengo propiedades. La película Expreso de Medianoche lo explica demasiado bien.
Callejeamos bastante tiempo viendo todo tipo de cosas hasta que a I. se le antojó ver cómo sería un supermercado de Marrakech. El más grande de todos quedaba bien lejos, al sur de la ciudad, y el taxista nos estafó con ochenta dirham. Era un supermercado a precio internacional provisto de todos los productos europeos, sobre todo España y Francia.
La vuelta al hotel fue larguísima, el taxi nos dejó en la plaza y caminamos un montón de calles, perdiéndonos dos o tres veces en esos laberintos aglomerados. Había muchos policías, y nos quedó claro que el turismo está muy protegido, que la población vive de ellos y está interesada en que todos volvamos. No es una ciudad particularmente peligrosa.

VIERNES 16 DE FEBRERO

13:45
Nos tomamos una ensalada en un lugar cercano al museo de Marruecos. Salimos del hotel muy temprano con la intención de tomar un bus turístico y en la parada del mismo nos encontramos con dos inglesas que nos dijeron que el bus pasaría a la hora que se le diera la gana en punto. Las inglesas, cansadas de esperar, decidieron tomarse un taxi y obsequiarnos las entradas. Es decir que utilizamos los vales para ir gratis a la medina, y una vez en la medina empezamos a callejear.
Como hoy nos toca ver monumentos, fuimos preguntando hasta llegar a las puertas de bronce de la madraza Ben Youssef, probablemente la más importante del país. Nada más entrar I. me dice que ahora sí puedo darme una idea de cómo es Granada. Esta madraza fue reconstruida en el año 1570 por Habdelah Al Ghalib. Una maravilla, el patio y las habitaciones, sobre todo el trabajo de la madera, los techos, el estanque, el esmalte de sus azulejos verdes y la religiosa y sospechosa disposición de las intercomunicadas habitaciones.
Lo siguiente fue visitar un palacio, el palacio Dar Mnebhi, del siglo XIX. Allí nos hicimos una idea muy precisa de cómo vive un sultán, y el enorme concepto que tienen del lujo los musulmanes. El contraste de este palacio con lo que hay afuera nada más traspasar una puerta es descomunal.
Ahora vamos a la Duobla Almoravid, es el lugar donde se hacen las abluciones.


19:00

Estoy sentado en un cuarto del Rôves des Sens, mientras I. se da su masaje. Este momento, como cada momento vivido en este país, es un momento literario, un motivo de cuento, un escenario lleno de colores, olores, rituales. La sala es muy oscura, por partes absolutamente negra, y aprovecho para escribir estos apuntes una escasa figura de luz que se proyecta en una mesa de madera, redonda, llena de símbolos delicadamente tallados y provista de dos ceniceros más varios platillos que contienen especias. Oigo una música oriental que, si quisiera trasladarme a otro mundo, sencillamente lo conseguiría, pero no puede llevarme a otro mundo porque ya estoy allí. Pienso en el pronombre que acabo de escribir, y considero que este lugar tiene la magia de ser un allí que se acaba de convertir en un aquí. El techo es un arco abovedado de piel y cuelga en el centro, a modo de lámpara, una jaula de hierro llena de colores. Por dentro está fogosamente encendida pero por fuera apenas proyecta sugerentes sombras de figuras triangulares. Frente a mí cuelgan dos telas tintadas de rojo una y la otra de un oscuro que podría ser verde o azul; en esta sala hay muchos colores que piden ser adivinados. Todos los objetos son antiguos, seductores, exóticos, me figuro los caprichos y los deleites de algún sultán en la intimidad de su ancestral Alcazar. Giro mi cabeza a la izquierda y veo una hilera de cristales que, como los demás objetos, constituyen unas joyas artesanales elaboradas con esmero religioso en alguno de los tantos talleres polvorientos de esta ciudad enrojecida. Distingo el dorado y el verde, pero no el azul y el naranja como el de las cerámicas de los bordes del piso, únicos lugares donde no hay alfombra. El color de la alfombra no lo distingo, pero nada más por pisarla sé que es hermosa. Miro a mi derecha y, en la pared, una cortina blanca detrás de una figura de madera que representa la imagen bereber de una cara alargada con expresión dolorida. Es el dolor de África.
Estoy sentado en un sillón repleto de almohadones de seda, almohadones –saboreo lo árabe del término- de colores desvaídos, polvorientos. Cuando escribía “estoy sentado”, a principios de este párrafo, entró un musulmán con los atuendos religiosos tradicionales, pisando suavemente con sus alargadas babuchas. Bonsoir dijo, y me convidó un té de menta; termino esta frase con la frente recalentada por el humo. Casi sin pensar le dije, casi con ironía por ser la única expresión que suelen descubrir los turistas, Salam Alecum; me respondió, con naturalidad, Alecum Salam. Me ofrece fuego y suspendo un momento la escritura para prender un cigarrillo. Todo sucede lentamente, el único movimiento ligero es el de mi mano cuando escribo. Me detengo un momento para recordar el itinerario del día mientras hago algo que me fascina: ver el humo.
Esta tarde, después de visitar el sitio de las abluciones, al lado de la mezquita Kutuluyya, entramos en el Palacio de la Bahía. Este palacio tiene un apelativo que le hace justicia: resplandeciente. Es el más grande y rico de la ciudad, está en la calle Riad ez zitoun el jdid y lo hizo construir Ba Ahmed en el siglo XIX. Según I. está a la altura de los grandes palacios de Estambul, y el arte musulmán se aprecia en ese palacio en todo su esplendor. Ocupa unas ocho hectáreas, y está rodeado de jardines. Su criterio es caprichoso, se trata de una secuencia relativamente azarosa de estancias finamente decoradas que no siguen un orden lógico: el sultán, con el paso de los años, iba comprando las tierras aledañas para extender este palacio en cuyo centro, en medio del patio interior, hay un sol cegador recubierto de mármoles y azulejos. He visto las tres fuentes, las típicas fuentes circulares con forma de concha marina con sus activos surtidores. Y las columnas pintadas, la mayólica verde de los techos, las quillas invertidas de las herraduras, la magnífica geometría de las líneas combinada con la armonía de los colores.
Salimos del palacio, un pequeño pasillo nos llevó al extremo contraste de una ronda de musulmanes regateando todos al mismo tiempo el contenido de una fuente de paja llena de verduras. Empezamos a callejear con la intención de dar con un jardín muy recomendado, el jardín Mejorelle, famoso por sus innumerables especies de plantas y aves. Por supuesto que nos perdimos, y divagamos largo rato por una ciudad muy ruidosa de un tráfico alocado, atestada de autos, motos, caballos, burros, bicicletas, mendigos y turistas. Nos hicimos una idea de lo que puede ser la India. Subimos a un taxi para que nos lleve al jardín pero llegamos a las seis menos veinte, diez minutos después de que lo cierren. Lo lamentamos mucho, dicen que los jardines de Marrakech son imprescindibles, tanto el Mejorelle como el Agdal, jardines que impresionan por el contraste que hay entre el colorido y la naturaleza delicada de sus paseos frente a la aridez del paisaje seco tan propio de esta región. Le dijimos al taxista que nos lleve a la plaza Jamma el Fna en donde, regateando con convicción, compré por ochenta dirhan una remera del país. Salimos de la plaza mientras las voces hacían desde los minaretes el llamado a las oraciones. Estas voces, en un primer momento, se oyen muy lejanas, pero poco a poco se van acercando, primero una calle, luego una manzana, hasta que uno tiene la sensación de que están concentrando la totalidad del país, hasta enloquecer. Hace cientos de años que esto sucede cinco veces por día.
Atravesamos la plaza en dirección al barrio judío para venir aquí. Salimos antes previendo perdernos, pero encontramos el sitio de los masajes sin dificultad y tuvimos que entrar en un café para hacer tiempo. Mientras lo bebíamos entraron dos musulmanes vestidos enteramente de blanco. Uno de ellos era un anciano agrio y desgarbado que llevaba unos enormes anteojos negros; era el arquetipo del fundamentalismo e inspiraba mucho respeto a todos los que lo rodeaban. Se apoyaba en un bastón de manea roída y detrás de sus anteojos negros adivinábamos las miradas escrutadoras que nos largaba. En el café nos sirvieron una especie de panqueque muy dulce. Pedimos un cubierto y como no tenían una cocinera nos prestó un cuchillo que utilizaba para trabajar.
Luego llegamos aquí, y me senté en esta sala para escribir todo esto, pero dejo ya mismo de hacerlo porque estoy muy mareado.

SÁBADO 17 DE FEBRERO, CASABLANCA

07:15
De pie y recién salido de la ducha, oliendo a almizcle, listo para desayunar y tomar un tren a Casablanca. Si Fes es lo regional y Marrakech lo europeizado, Casablanca ya debe ser una ciudad francesa.

12:00
En el tren, a media hora de Casablanca.

12:44
Ya estoy en Casablanca, en la habitación del hotel.
Lo que llegue a ver desde el taxi es una especie de exótica ciudad francesa, al estilo del sur de Francia, francamente horrorosa. A las 14:00 visitaremos la mezquita Hassan II, la segunda más grande del mundo después de la Meca. Eso dicen.

20:00
No podía ser de otra manera, fue un día intenso.
Una vez acomodados en el hotel, dimos una vuelta por la zona buscando dónde comer, pero como no vimos nada que nos convenciera volvimos al restaurante del hotel. I. ya no puede digerir la comida de la calle y de hecho nos enteramos de que es casi imposible que sirvan algo que no esté medio podrido. Entramos al restaurante del hotel a eso de las 13:20 y, ya en la mesa, nos enteramos de que la visita a la mezquita empezaba a las 14:00 y que era el único horario de admisión.
A las 13:40 aún no habían traído la comida y, lamentándolo mucho, tuvimos que cancelar el pedido y salimos como locos: no podíamos perdernos el monumento más importante de Marruecos por un almuerzo. Yo nunca sé cómo lo hace, pero I. siempre consigue llegar a los sitios un segundo antes de que cierren, y la mezquita no fue la excepción.
Nos sacamos las zapatillas e hicimos la visita guiada.
Es verdaderamente impresionante, tal vez el monumento más sublime que he visitado, terrible proeza arquitectónica del siglo XX. No obstante la modernidad hasta me pareció tan impresionante como la Iglesia de Santiago de Compostela, lo cual es decir. En este caso está erigida prácticamente sobre el agua, porque el rey Hassan II, a la hora de imaginarla, se basó en un versículo del Corán donde se dice que “el trono de Dios era sobre el agua”. La diseñó un arquitecto francés y se llevó a cabo en ocho años, desde 1985 hasta 1983. Costó unos quinientos mil millones de euros, cifra suficiente para remediar el hambre en algunos países de África. La sala de oraciones tiene veinte mil metros cuadrados y la construcción en general puede albergar a cien mil creyentes. Todo es enorme, lujoso, esplendoroso, pero me pareció particularmente impresionante la sala de abluciones, provista de más de cuarentas fuentes de mármol. También me asombraron dos fabulosos baños, es decir Hammams, que nos dejaron visitar. Hubiera estado bueno subir al minarete porque tiene d


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Dr. Livingstone
Dr. Livingstone
03-06-2009
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Fecha: Sab Jun 21, 2025 08:37 am    Título: Re: Consejos para Marruecos

Aquí ya estoy cerrando este precioso viaje, espero ya volviendo a Chile hacer diario. Mandala turs ha sido todo un descubrimiento, excelente gestión y coordinación, con nuestro guía Said personal, berenere autebtico que se ha desvivido por mostrarnos su cultura, conocimos su casa y hemos probado la comida hecha por sus parientas
Si pueden vivir una experiencia así se los recomiendo
Como dato en esta época hace calor pero es soportable para nosotros que veníamos del invierno
En el desierto tuvimos viento y lluvia por las tardes, pero eso no entorpeció nada
Papalagui
Imagen: Papalagui
Experto
Experto
17-04-2016
Mensajes: 151

Fecha: Dom Jun 22, 2025 12:03 pm    Título: Re: Consejos para Marruecos

Hola a tod@s!!

He estado 8 veces en Marruecos, en estas ciudades:

- Tánger
- Tetuán
- Larache
- Nador
- Chefchaouen
- Fez
- Mequinez
- Kenitra
- Rabat
- Casablanca
- Agadir
- Tiznit
- Legzira

He conducido mi coche y coches de alquiler, cogido trenes, cruzado la frontera desde Ceuta, ferrys desde Algeciras y también viajes en avión.

Si alguien necesita algún consejo o tiene dudas de cualquier tema y quiere preguntarme, aquí estamos!!
sdfsdf
Imagen: Sdfsdf
New Traveller
New Traveller
01-07-2025
Mensajes: 1

Fecha: Mie Jul 02, 2025 12:56 am    Título: Descubre Marruecos: Una Aventura Inolvidable entre Cultura

Marruecos se ha consolidado como uno de los destinos más fascinantes del mundo, ofreciendo una experiencia única que combina cultura milenaria, paisajes espectaculares y aventuras inolvidables. Este país del norte de África ha experimentado un crecimiento turístico extraordinario, convirtiéndose en el destino africano más visitado en 2024.

¿Por Qué Elegir Marruecos para tu Próxima Aventura?
Una Fusión Cultural Única Marruecos representa el punto de encuentro perfecto entre África, Europa y el mundo árabe. Sus ciudades imperiales como Marrakech, Fez, Rabat y Meknés son...  Leer más ...
spainsun
Imagen: Spainsun
Site Admin
Site Admin
29-09-2002
Mensajes: 95795

Fecha: Mie Jul 02, 2025 01:01 am    Título: Re: Consejos para Marruecos

Menudo tocho creado por IA, para meter publicidad en un párrafo.
Lo edito y te suspendo. Guiño
HAYATI
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Indiana Jones
Indiana Jones
28-06-2007
Mensajes: 1210

Fecha: Mie Jul 02, 2025 05:06 pm    Título: Re: Consejos para Marruecos

spainsun Escribió:
Menudo tocho creado por IA, para meter publicidad en un párrafo.
Lo edito y te suspendo. Guiño

Aplauso Riendo
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