![]() ![]() Dráculas y popes: contrastes en un viaje por Rumanía. ✏️ Blogs de Rumania
Experiencias inolvidables recorriendo la geografía rumana (especialmente Transilvania) con dos niños pequeños y una buena dosis de paciencia.Autor: Troyanazaret Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (25 Votos) Índice del Diario: Dráculas y popes: contrastes en un viaje por Rumanía.
01: Pueblos y bosques, coches y carros: familiarizándonos con las carreteras rumanas
02: El presunto castillo de Drácula y un tranquilo día de bosque.
03: Un palacio para soñadores y un teleférico para pacientes
04: El día de los kilómetros comehoras.
05: ¡Nos vamos a Bucovina!
06: El día de los Monasterios Pintados.
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Etapas 1 a 3, total 11
Cada vez que contaba que el viaje de este verano iba a ser a Rumanía escuchaba comentarios de todos los colores, especialmente de colores grises, marrones o incluso rojos: ¿a Rumanía? ¿y por qué? ¿Y CON LOS NIÑOS? ¿y por vuestra cuenta? ¡¿estáis locos?! ¿pero no visteis el Callejeros de Rumanía? ¡pero eso es muy peligroso!... Los más prudentes se limitaban a decir: ¡ah! ¡qué bonito!mmmm ¿y allí qué hay para ver? También estaban los graciosillos claro: ¡cuidado con Drácula! ¡llevaos muchos ajos!... En fin, como no hay nada como comprar los billetes de avión con mucha antelación y sin derecho a devolución para no alterar el destino viajero, allí que estábamos un calurosísimo 9 de agosto en la muy moderna y ultrafantástica T4 ![]() El viaje desde Madrid dura unas cuatro horas, y gracias al cambio horario se gana una horita extra. Así que nada, un día de 25 horas y sobre las 15:00 ya estábamos en el aeropuerto, dispuestos a hacerle kilómetros a nuestro coche de alquiler, mayor de lo contratado y con menos motor de lo esperado. Y así, sin más preludios, empezamos nuestra particular road movie por tierras rumanas en dirección a Bran, un pequeño pueblo cerca de Brasov. La salida de Bucarest desde el aeropuerto de Otopeni es muy fácil porque para coger la N-1 dirección Brasov, no hay que pasar por la ciudad. Unos kilómetros conduciendo y ya quedan patentes varias cosas, a las que increíblemente pronto nos acostumbramos: los rumanos conducen rápido y bastante mal, de forma peligrosa incluso, hay muchos impedimentos en la carretera (coches aparcados, carros, personas, perros), hay pocas señales de tráfico y el firme de la calzada no es lo que se dice muy firme. Nada más salir empezamos a cruzar los inmensos bosques de Snagov. No había imaginado que fueran tan densos y tan grandes, me da un poco de pena no parar a buscar el monasterio que guarda la presunta tumba de Vlad Dracul, pero también tengo muchas ganas de llegar a Bran y no sabemos cuánto tardaremos, así que continuamos. Al salir de la zona de Snagov llega la enorme llanura de Prahova, monótona y prácticamente sin cultivar. Nos sirvió al menos para darnos cuenta de que los pueblos están dispuestos casi en su totalidad a ambos márgenes de la carretera, por lo que es interminable cruzarlos. ![]() La llanura de Prahova y los Cárpatos al fondo El paisaje se anima al irnos acercando a Sinaia. Empezamos a entrar en los Cárpatos y las montañas dibujan curvas en la carretera.
Sinaia me decepciona un poco porque no resulta una ciudad compacta, sino que cada casa parece estar donde al dueño le pareció mejor ponerla, sin mucho orden ni concierto. Esa sensación algo caótica se ve potenciada por el hecho de que los cables de la luz van todos por fuera, en postes no siempre derechos; y porque en cualquier ancho de la carretera se ha aprovechado para poner una fila de puestos de bagatelas. Al tratarse además de una ciudad grande, el tráfico, canalizado todo por la N-1 sin visos de circunvalación, nos hizo perder bastante tiempo, encontrando caravana hasta la cercana (en el mapa) Busteni. ![]() Puestecillo típico de carretera A partir de aquí el paisaje cambia totalmente: los bosques y las colinas se suceden, alternándose con grandes valles. Este contraste se aprecia en la propia carretera: entre el denso tráfico de coches, en su mayoría bastante buenos, y la presencia cada vez mayor de carros cargados de heno, puestecillos de fruta (sobre todo enormes sandías), miel y licores caseros. ![]() Contrastes en la carretera Los pueblecillos que vamos cruzando repiten la estructura de Sinaia, pero todo es nuevo para nosotros y todo nos llama la atención: las casas de madera con techo de chapa, los hombres manejando las guadañas, el trabajo manual en el campo, las fábricas desmanteladas. Cruzamos algunas zonas de vivienda algo degradadas, pero en general el aire que se respira es de dignidad y trabajo.
![]() Tareas de verano en el campo Resulta que hasta el anochecer no llegamos a Bran. Se ve que es un pueblo bastante turístico, todo lleno de restaurantes y pensiuneas (algo así como el equivalente a nuestros hoteles rurales). El ambiente resulta muy agradable: las casas tienen un profundo sabor rural y todo está rodeado de naturaleza.
La pensiunea que tenemos reservada, Vila Transylvaniann Inn está muy bien indicada: se cruza un débil puente de madera (con un coche caído en un lateral, glup), se sube por un empinado camino de piedra y ya está. ![]() ![]() Habitación de Vila Transylvanian......Vistas desde la habitación Es un sitio perfecto, con unas vistas increíbles del pueblo y el bosque que lo rodea, incluso se ve a lo lejos el Castillo. La habitación es muy grande. Teníamos reservado lo que aquí llaman apartamento, y nos encontramos que era como una suite: la madera y el blanco de las paredes le dan un aire natural y tranquilo. A los niños los metemos en el enorme jacuzzi para que disfruten un rato y... ¡vaya si se lo pasan bien! Entre unas cosas y otras llegó la hora de la cena y decidimos entrar en el comedor de la pensiunea: ¡vaya acierto! ¡cómo se come por aquí! El pollo a la mamalinga es inolvidable, el plato de quesos y tocino fresco delicioso, el helado con fruta genial… y todo es casero y hecho en el acto. Los platos tardan bastante en llegar, pero todo está tan exquisito que se le perdona. Al final, aunque es de noche, dimos un pequeño paseo hasta la carretera acompañados del enorme y manso perro Ursus, al que le han encantado los niños. Recorrido del día: Bucarest – Bran-Predeal : 170 km. aprox. Unas tres horas y media. Etapas 1 a 3, total 11
Amanecer en esta habitación es todo un lujo. La luz del sol tiene un dulce tono dorado y la bruma pone una nota suave en el paisaje difuminando casas y montañas. No sé si en invierno esa niebla le dará a todo un toque tenebroso, pero en verano consigue que lo que vemos parezca pintado, como en un cuadro, lo que le da un aire romántico y tranquilo.
Bajamos a la terraza del restaurante a desayunar y el desayuno es tan espectacular como la cena, menos el café, qué le vamos a hacer. La mañana íbamos a dedicarla al Castillo de Bran, que está muy cerca de la ciudad. Tras haber llegado la noche anterior, a la luz del día descubrimos lo grandes que son las casas por aquí, todas independientes, con su minigranja, su pequeño huerto y el heno, dispuesto de forma de lo más fotogénica para su secado. Nos llamó mucho la atención la ¿tumba? que tiene nuestra vecina ¡en el jardín!, luego vimos alguna más en otras casas o en la carretera ¿simples recordatorios o tumbas reales? no sabemos. La llegada al Castillo nos ratifica la sensación de lo animada que es Bran, toda llena de turistas. Aparcamos cerca y entre restaurantes y bullicio nos acercamos a la puerta. ¡Cuántos puestecillos! ¡y todos con cosas de las tiendas de chinos! ni un draculín de peluche, ni un osito… nada, bagatelas y más bagatelas, entre montones de tazas de dráculas amenazantes y alguna que otra curiosidad. Sólo se salvan las gitanillas vendiendo frutas del bosque en pequeñas cestitas de mimbre y la propia gente. ![]() El Castillo de cerca resulta casi amable, es muy blanco y aunque está en lo alto de una colina, tiene otra colina más alta detrás, lo que hace que no parezca precisamente inexpugnable. La entrada, justo al empezar a subir, marcada por un arco de madera bellamente tallada, da paso a un bonito jardín, muy cuidado y muy verde, como todo en este país. Por la subida vemos algunas cruces con extrañas inscripciones que parecen puestas para que los turistas nos hagamos las fotos en el Castillo de Drácula. La puerta de entrada del castillo, justo en lo alto y con la torre al lado, es lo único que parece imponente.
![]() ![]() El interior tiene una decoración sencilla, resaltando el blanco de las paredes y algunas piezas bonitas, sobre todo las puertas talladas en madera y las estufas de cerámica. El castillo fue habitado por distintos voivodas de la región (nunca por Vlad Tepes) y reconstruído por la reciente monarquía rumana en los años 20. Las fotos de los reyes, especialmente la reina María, parecen sacadas de una película de Rodolfo Valentino y el aire que le dan los divanes y las tapicerías, hacen aumentar esa sensación.
El gran patio interior, que permite apreciar la estructura de madera del edificio, resulta muy alegre. Las vistas desde arriba son preciosas, de todas las montañas, el valle y el pueblo. Algunas parejas de muchachos góticos, góticos, que evidentemente esperaban encontrar otra cosa, era lo único que ponía una nota de novela de terror en un entorno natural y agradable. ![]() ![]() Nos vamos contentos, nos gustó mucho el Castillo y el ambiente que lo rodea, a pesar de todos los comentarios en contra.
Y nada, decididos a relajarnos después de la paliza de ayer, ponemos rumbo a un Parque Natural cercano con idea de dar un paseo en plena naturaleza El Parque es el Piatra Craielui y entramos por Zarnesti. Seguimos las indicaciones de Camelia, la amabilísima directora (¿y dueña?) de la pensiunea y nos adentramos con el coche por una carretera (de piedras) en una zona de bosque de altísimos árboles, bordeada por un arroyo. Hay bastante gente disfrutando del día de sol y comiendo a la sombra, con un ambiente de playa en domingo relajado y relajante. ![]() Resultó ser un paseo sumamente agradable. Comimos tranquilamente dejándonos llevar por el ambiente, y luego seguimos hasta llegar a una barrera que impedía el paso de los coches. A partir de ahí, el paisaje se volvió más salvaje dando sentido a su denominación de Parque Natural: las altas paredes de un cañón estrecho, tanto que en algunos sitios casi no dejaba pasar luz del sol, creaban grandes contrastes entre luces y sombras. Por cierto, el cartel de la cabra descalabrada no tiene pérdida.
![]() Había muchas vías marcadas con clavos y llegamos a ver algunos escaladores subiendo como arañas por la pared vertical. También se veían grupos de senderistas bastante bien preparados y dispuestos a largas caminatas, contrastando con gente paseando en chanclas y comiendo pipas.
![]() Como final del día, decidimos acercarnos a Rasnov, con su iglesia fortificada recién reabierta.
Para tomar fuerzas para el camino nos compramos un dulce de rollito, hecho al carbón, que estaba delicioso y que sería nuestra golosina constante en todo el viaje. La fortificación está en un lateral, algo alejado del pueblo, arriba de una alta colina. Es enorme, con más pinta de castillo que de iglesia desde luego. El festival de cine bélico organizado en la entrada, potencia esa impresión. ![]() ![]() Por dentro las vistas son espectaculares, apreciándose el inmenso bosque que es todo el campo transilvanio (¿cómo puede significar Transilvania más allá de los bosques?), pero la verdad es que me decepcionó un poco porque la parte sin reconstruir está muy derruida y la parte reconstruida parece demasiado de cartón piedra, con las casas preparadas para vender cosillas variadas (¡qué afán!) y las rosaledas.
![]() De Rasnov, cayendo ya la tarde y tras un día tan bonito, directos al hotel. Los niños aún jugaron un rato en los columpios. Otra cena inolvidable y a dormir. Etapas 1 a 3, total 11
Hoy retomamos el camino ya andado y bajamos un poco hasta Sinaia. Habiendo vivido ya la experiencia de las caravanas, no nos pilló de sorpresa la cola entre Azuga y Bucegui y lo caótico de la propia ciudad.
El Palacio Peles, nuestro objetivo, lo encontramos sin problemas gracias a las indicaciones sacadas de Internet. A ver, os cuento: cuando se llega a la ciudad hay que seguir dirección centro, y hay que aparcar en el segundo parking para ahorrarse una buena subida. Desde luego para ser uno de los monumentos más visitados de Rumanía no está lo que se dice bien anunciado. Este palacio es realmente maravilloso. Al subir la boscosa colina se empieza a divisar el imponente edificio, tipo palacio de Baviera (¡qué manía de compararlo con Versalles, no tiene nada que ver!), rodeado de otras edificaciones menores con estructura similar. ![]() A los niños les hizo una gracia tremenda entrar en el palacio que llevaban un año viendo en la pantalla de mi ordenador y ya, sólo con esto, se animaron a subir. En alguno de los árboles se veían carteles avisando de que se tenga cuidado con los osos, que no son animales domésticos ¡qué pena! ¡por mucho que avisan por aquí no hay ni señal! habrá que volver en invierno.
![]() En el patio del palacio donde se compran las entradas los grupos de visitantes formaban un buen barullo, pero casi ni nos dimos cuenta porque la belleza del sitio nos trasladó a otro tiempo. Teníamos a la vista miles de detalles en los que fijarnos: los trampantojos en las paredes, los repujados en las maderas, las esculturas, muchas de emperadores romanos (están Trajano y Augusto)… Decidimos comprar las entradas con tour completo y tasa de fotos, y nos alegramos un montón, merece la pena al cien por cien, a pesar de que el precio es bastante alto.
![]() Al intentar acceder nos hicimos un lío. Sigue la desorganización rumana y no conseguíamos averiguar por dónde se entraba. Decidimos preguntar a un muchacho español y, mira por donde, formaba parte de un grupo de touroperador que nos animaron a que entrásemos con ellos sin más: ¡son nuestros primos! ¡son nuestros vecinos! les decían los más lanzados a la guía; algunos nos miraron un poco de reojo, la guía se encogió de hombros, y cómo la verdad es que tampoco sabíamos muy bien qué hacer, terminamos pasando y así, por pura suerte, vimos el Castillo Peles con guía española y en un grupo reducido. Y nada, nos calzamos los obligatorios patucos y pasamos.
El edificio por dentro es tremendamente lujoso, no exactamente un lujo de dorados y marmolados, sino auténtico. Cuando en Rumanía decidieron poner la monarquía, a principios del siglo XX, y les hicieron el palacio, lo construyeron con lo mejor de lo mejor: maderas nobles, tallas bellísimas, tapices, mármoles de la mayor calidad, reproducciones de cuadros famosos, muchas curiosidades (el techo móvil de la entrada, la escalera secreta desde la estantería de la biblioteca, la fuente de las lágrimas del salón árabe, el servicio de aspiración…). La guía lo contaba muy bien, permitiéndonos además recrearnos en cada detalle habitación tras habitación, cada una tan diferente y exquisita. ![]() ![]() Al salir, una persona del grupo nos felicitó por lo increíblemente bien que se han portado los niños (más de uno debió pensar que vaya cara y encima con niños latosos).
Bajamos hasta el pequeño palacio Peliçor, una joyita art decó capricho del segundo rey, pero al ser martes está cerrado. Vimos que hay una pensiunea al lado del palacio, no tiene que estar mal pasar aquí una noche, no. Dimos un pequeño paseo por los jardines, son bonitos pero pequeños, con más bosque que otra cosa. El río tiene bastante basura, una pena, pero esa también es otra constante en el país, qué le vamos a hacer. Continuamos paseando un poco más entre puestos, vendedoras de dulces, fruta del bosque y mazorcas de maíz, picamos un poco y nos fuimos hasta el siguiente destino. Como a lo largo del viaje tenemos previsto ver bastantes monasterios no nos acercamos al de Sinaia, y empezamos a subir hasta Busteni, con la idea de coger el teleférico y hacer un pequeño recorrido por el Macizo Bucegui. Lo encontramos de nuevo gracias a las indicaciones de Internet (dirección hotel Silva). A esas horas la cola era bastante grande. Alguna gente incluso empezaba a irse a pesar de llevar esperando un rato (eso debería habernos hecho sospechar), pero entretenemos el tiempo con unos bocadillos, jugando con los niños y decidimos mantenernos. Después de una hora y pico, subimos. Al parecer sólo había una cabina y el recorrido era largo, de cualquier modo, sólo la experiencia de la subida nos reconfortó del tiempo de espera. Me volvía a sorprender la enorme belleza de los Cárpatos. No son montañas muy altas, pero sí muy agrestes, y eso hace que se alternen vegetación y rocas creando unos paisajes inigualables. El funicular sube entre cañones, a veces pegado a la pared (lo que nos permite ver las cabras montesas) y a veces colgado a bastante altura en un abismo de muchos, muchos metros. Es la cara más salvaje del Caraiman. Al pasar por las torretas que sostienen el cable, todo se bamboleaba, lo que provocaba exclamaciones en idiomas diversos. La verdad es que daba un poco de miedo. ![]() Al subir del todo, de nuevo, otra sorpresa: una enorme meseta, toda verde, se extendía arriba, salpicada de extrañas formaciones rocosas que eran la gran atracción del paisaje.
Cuando llegamos ya habían dado las tres y a las cinco bajaba el último funicular. Esto hizo que no disfrutásemos del todo del paseo arriba, teniendo luego que tragar horas de cola. Encima, ya en la cola vimos que teniendo el billete de bajada no había problema, el funicular seguía funcionando hasta permitir bajar a todos los que estuvieran en la estación. En fin… Las formaciones arriba eran muy curiosas: las babele y sobre todo la esfinge parecían obra del hombre, no de la naturaleza. Había una cabaña (suponemos que con sitio para quedarse a pecnotar) y entre las familias que subían para echar el ratito como nosotros, había excursionistas bastante preparados. Una opción que tomaremos alguna vez (seguro, seguro, seguro) será subir a primera hora con una mochila, hacer una ruta (hasta las cascadas por ejemplo) quedarnos arriba y luego bajar andando, disfrutando del todo de los Cárpatos. ![]() ![]() Y para volver, nada, lo dicho, tres horas de cola. La verdad es que los niños se portaron tremendamente bien para tanto tiempo de espera, y nosotros entretuvimos el tiempo observando la extraña fauna que formamos: familia con niños sobre todo rumanas, viejecitas, gente con tacones, excursionistas preparados, gitanillos vendiendo maíz, una chica con su perro san bernardo que vende fotos con él (negocio que no falte), todoterrenos y quads allá arriba (¿por dónde han subido?).
![]() La vuelta volvió a ser emocionante, imposible acostumbrarse a lo salvaje del paisaje y a los movimientos de la cabina. La luz del atardecer hizo el paisaje más bello aún.
![]() De camino al hotel, fotos de puesta de sol y, muy cansados, nos fuimos a dormir. Etapas 1 a 3, total 11
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