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Este día decidimos irnos andando a la playa Tamariz, la playa de Estoril, delante del casino, y fuimos dando un paseo por las casas tan bonitas que hay en la zona.
A pesar de que esta playa está más abarrotada, merece la pena, aunque sólo sea por las instalaciones que tiene (y que no hay en las playas del Algarve): duchas, lavapiés, servicios (hombres, mujeres y minusválidos), adaptada a discapacitados y sobretodo personal de limpieza que van recogiendo los restos de basura de la arena y el agua. Por supuesto, está todo limpísimo.
En mi opinión, la playa tiene un encanto especial, supongo que por su situación, delante del casino y la estación de tren de Estoril, rodeada de edificios tipo palacetes y con una clase de turismo totalmente distinto del que se encuentra en la costa sur portuguesa. Es más, se la compara con Biarritz y sus playas e incluso con la Costa Azul francesa tanto por las playas como por el turista que las frecuenta. De hecho, la familia real monegasca aún tiene propiedades aquí.
Esta vez sí me bañé entera, pero el agua está tan fría que realmente sentía dolor en los pies. Tengo que decir que yo en otra vida debí ser un pez porque me encanta estar en remojo en la playa o la piscina, me encanta bañarme y aquí lo único que quería era salirme, y eso que no me gusta tomar el sol. Al menos, el agua está limpísima, aunque hay rocas, pero no suponen ningún peligro, están colonizadas por musgos y son muy suaves, no molestan ni hacen daño.
Nos acercamos a comer al Beach Club Concept que consiste en una terraza, un salón y una piscina al aire libre, aunque su uso no va incluido con la comida (además, es muy cara, pero las vistas son inmejorables). Allí nos encontramos comiendo con la mismísima Infanta doña Margarita de Borbón y Battemberg, la hermana ciega del Rey, acompañada por tres mujeres. Parece ser que, a pesar de todos los años que han pasado desde el exilio, aún siguen yendo miembros de la Familia Real a Estoril.
Aquí comimos una ensalada de pollo con salsa de almendras, una hamburguesa y una ración de patatas fritas. La ensalada consistía en lechuga y rúcula con 3-4 pinchos de pollo con semillas de sésamo. La hamburguesa es solamente pan y carne, si se quiere queso, hay que pagar 1.20€ más y las patatas fritas también hay que pedirlas aparte. Lo mejor es que tienen batidos de frutas naturales que hacen al momento, pero en general, no es un sitio barato para la comida que ofrecen ni la cantidad que ponen en el plato ni la calidad de la misma. Pero merece la pena por las vistas a la playa.
Después de comer seguimos un rato más en la playa y luego nos fuimos andando a Cascais a bañarnos en la piscina oceánica: una piscina artificial construida sobre la roca donde entra el agua del mar. Está bastante más caliente que el mar, pero también hay muchos niños pequeños y cuidado al bajar por las escaleras, ¡hay erizos! De todas formas, está indicado nada más entrar en un cartel que se tenga cuidado con los erizos.
Continuamos nuestro paseo viendo de nuevo magníficas casas particulares:
Llegamos al centro de Cascais para hacer compras y hay mucho donde elegir, está llenísimo de tiendas, así como bares y restaurantes.
En ese momento, nos volvimos de nuevo al hotel andando a ducharnos y ssalir a cenar a Cascais, pero esta vez, ya fuimos en tren, aunque sólo hay una estación entre ambos sitios.
Elegimos un restaurante tailandés para cenar, el Bangkok y, evidentemente, cenamos platos que se pueden comer en cualquier tailandés, muy bueno todo, por supuesto.
Después intentamos ir andando a la Boca do Inferno, pero entre la oscuridad y que nada más que vimos un cartel informativos, decidimos dar media vuelta y justo antes de llegar a la Ciudadela, vimos este precioso edificio: el palacio de los Condes Castro de Guimaraes, construido en 1890.
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