Finalizada nuestra estancia en Abel Tasman por la mañana temprano nos pusimos en camino hacia el oeste, por donde ibamos a estar los siguentes días. La isla sur de Nueva Zelanda está atravesada casi en su totalidad de norte a sur por una cordillera montañosa, los Alpes Neozelandeses que dividen la isla en dos como si de una columna vertebral se tratara. Hay mas de doscientos picos que superan los 2300 metros de altura y, de ellos, varias docenas superan los 3000, con el Monte Cook a la cabeza. La costa oeste está azotada por el mar de Tasmania y los vientos humedos del oeste, al chocar contra la cordillera, provocan frecuentes lluvias que convierten esta zona en la mas húmeda del país. Sin embargo nos seguía acompañando el buen tiempo así que el día prometía bastante.
Nuestra intención era llegar a Hokitika, donde teníamos previsto pasar la noche, parando en primer lugar en Punakaiki para ver las llamadas "Pankake Rocks", unas extrañas formaciones rocosas que hay en esa localidad que asemejan un montón de tortitas(?), de ahí el nombre. Están en la costa y en ellas hay varias chimeneas, de tal manera que cuando sube la marea y hay oleaje el agua entra por debajo y sale después como un chorro a mucha presión o, por decirlo de otro modo, como un geiser. Nuestro problema aquí es que teníamos información contradictoria pues el guía del día anterior nos había dicho que la mejor hora era un par de horas después de la bajamar (que tocaba ese día hacia las diez de la mañana), mientras que yo había leido que no merecía la pena llegar hasta que fuese casi pleamar (a las cinco de la tarde). Así pues nos pusimos en camino con una relativa prisa porque calculabamos que nos llevaría unas cuatro horas llegar hasta allí y no teníamos muy claro a qué hora había que estar.
Conclusión, nos hicimos casi del tirón el trayecto o, al menos, las primeras tres horas con una breve parada en un puente peatonal colgante muy estrecho y que pasa por ser el mas largo del país de ese estilo. No es mas que una curiosidad pero sirve para hacer un descanso durante la ruta. Las prisas nos llevaron a descartar por ejemplo la visita a los Nelson Lakes, consolándome pensando que tendríamos la oportunidad de ver muchos mas lagos a lo largo del viaje. Pero al final y despues de mucho pensarlo prevaleció mi criterio y nos arriesgamos a creer que el mejor momento para llegar a las rocas era cerca de la pleamar. Afortunadamente, porque si no no sé lo que habríamos hecho allí esperando a que suba la marea... Bueno, sí, porque opciones hay, si hace buen tiempo y apetece andar. Por tanto una vez tomada la decisión nos decidimos por desviarnos unos kilómetros de nuestra ruta e ir a ver una playa situada cerca de Westport en uno de cuyos extremos hay una colonia de leones marinos.
Al final llegamos a Punakaiki poco después de las dos del mediodía con la idea de comer algo, si nos daba tiempo, antes de ir a ver las rocas. Tuvimos de sobra, porque segun bajamos del coche vimos un anuncio en una pizarra que estaba delante del centro de visitantes en la que indicaban cuál era la mejor hora para ir a las rocas ese día y no era otra que la pleamar, a las cinco de la tarde. El paseo hasta los miradores es breve, apenas diez minutos. Y después, a esperar a que llegue una ola lo suficientemente alta como para lanzar el agua con la fuerza necesaria para que salga disparada por las grietas. Es un espectaculo curioso, un grupo de rocas de forma extraña en medio de un lugar en el que no hay nada ni remotamente parecido y por las cuales salen chorros de agua de mar al ritmo del oleaje.
El mar de Tasmania es bravo, tiene un punto salvaje que, al menos a mi, hace desconfiar de él. Desconozco qué aspecto tendrá en verano. Imagino que la gente se bañará o hará surf, aunque el agua está bastante fría. Todos los días que estuvimos en él el fuerte oleaje era una constante. Las playas tenían un aspecto increible y da gusto pasear por ellas, pero cuando ves la inmensa cantidad de troncos que el mar ha depositado en las orillas lo de meterse en él da que pensar.
Aun así esta zona es para mi una de las mas bonitas del país. Inmensas playas, una cordillera nevada a unos pocos kilómetros y gran sensación de tranquilidad en una de las zonas mas despobladas de la isla. No es de extrañar porque el clima es bastante duro. Probablemente si no hubiesen encontrado oro en la zona hace algo mas de un siglo, la presencia humana sería casi anecdótica.
Después de pasar un rato en las Pankake Rocks decidimos continuar viaje hasta Hokitika, algo mas al sur, porque al día siguiente teníamos intención de ir al Glaciar Fox y de esta forma ganábamos bastante tiempo. La carretera seguía paralela a la costa y en plena pleamar como estábamos era un espectaculo impresionante. La mayoría de los puentes que hay en las carreteras neozelandesas sólo tienen un carril que se usa para los dos sentidos. Por eso hay que acercarse a ellos con cuidado ya que, aunque siempre hay un sentido que tiene preferencia, si ya hay alguien en él que te viene de frente hay que esperar a que pase. Pues bien, durante esta parte del trayecto se atraviesa uno que, segun los neozelandeses, es único en el mundo porque tiene un único carril para coches y para trenes. Sí, trenes, porque las vías lo atraviesan, están al ras de la carretera y tú pasas con el coche por encima de ellas. La verdad es que no deja de tener su gracia la cosa. Nosotros ganamos al tren por los pelos porque lo adelantamos unos kilómetros antes. La pena es que iba tan despacio que no sabíamos a qué hora pasaría. Si nó igual lo hubiesemos esperado... Un rato después llegamos a Hokitika donde poco mas se podía hacer que pasear por la playa. Para otras opciones por esa zona, como visitar alguna antigua mina de oro o de jade, ya era tarde. De todas formas lo que apetecía era descansar. Al final habían sido muchos kilómetros ese día.
A la mañana siguiente salimos hacia el Glaciar Fox, a un par de horas de viaje desde Hokitika. El parte meteorológico para ese día era mas bien regular y así fue, estaba nublado. Eso nos suponía un pequeño inconveniente pues teníamos intención de contratar una excursión por el glaciar y con mal tiempo no salen. Aun así fuimos hacia allí porque las agencias no confirman la salida hasta unos momentos antes de la hora programada. Los glaciares de esta parte de Nueva Zelanda tienen la particularidad de que están a muy baja altitud, llegan casi al nivel del mar. Por lo demás en cuanto a su tamaño no son muy espectáculares, al menos si los comparas con los de Argentina o Chile que son los que yo conocía antes de ir a éstos.
Los dos mas conocidos y muy próximos entre sí son el Fox y el Franz Josef, ambos prácticamente debajo del monte Cook. Son muy parecidos en cuanto a su tamaño y características. Nosotros nos decantamos por hacer la excursión por el Fox porque la información que teníamos es que estaba menos concurrido que el otro. Así que con la intención de pasar unas horas por el glaciar aparecimos por el pueblito que hay al pie del mismo hacia las diez de la mañana. Es muy pequeño. Apenas unos cuantos alojamientos, varios restaurantes y cafés, las agencias donde se contratan las excursiones y los vuelos panorámicos y una gasolinera. Dudo que vivan ahí mas de doscientas personas.
Allí el tiempo seguía estando bastante nublado, por lo que fuimos a que nos informasen sobre si salían las excursiones. Nuestra intención era hacer la que llaman "helihike", en la que te llevan volando en helicóptero hasta mitad del glaciar para luego caminar unas tres horas por él. A modo de inciso, dependiendo del tipo de excursión que contrates visitas una zona u otra del glaciar y, en principio, cuanto mas alto subas mejores son las vistas y mayores las posibilidades de visitar cuevas de hielo...
En general las excursiones por los glaciares son bastante caras, con bastante diferencia dependiendo de las horas que pases en el hielo, si incluyen vuelos, escalada en hielo e incluso dormir una noche en un refugio que hay en la parte mas alta. La nuestra era mas bien carilla porque incluía los traslados en helicóptero y eso sube bastante el precio (380$ por cabeza), pero las excursiones mas baratas (?) andan por las zonas mas bajas del glaciar que también son aquellas donde el hielo está mas sucio por la tierra y rocas que va arrastrando el glaciar. Además, normalmente estás menos tiempo caminando por el hielo y la panorámica que se ve de los Alpes es bastante peor. Conclusión, llegamos allí y tras comprobar nuestra reserva nos dijeron que confirmarían la salida cinco minutos antes de la hora de inicio. Como nos quedaba un rato aprovechamos para comer algo mientras esperabamos confiando en que el tiempo aguantase lo suficiente como para poder hacer la excursión.
Y así fue. El helicóptero salió a la hora prevista y diez minutos después aterrizó en medio del glaciar donde nos esperaban los guías que iban a llevarnos las siguientes tres horas andando por el hielo. Sobre esto hay que decir que por mucho que avisen en las agencias sobre la dureza de la excursión, no hace falta estar en muy buena forma para ir. Lo puede hacer cualquiera. Con nosotros coincidió una pareja de jubilados californiana que lo hizo sin inmutarse. Uno de ellos incluso se tiró de cabeza por una estrecha rampa en plan tobogán exactamente igual que hicimos nosotros. Así que nos pasamos las tres siguientes horas caminando sobre un glaciar, explorando unas preciosas cuevas de hielo, pasando por grietas mas que estrechas (en algún caso pelín claustrofóbicas) y, como ya he dicho, tirándonos de cabeza por un tobogán natural, de hielo. Además un rato después de llegar el día se despejó y empezó a brillar el sol, lo que nos permitió echar un vistazo a las cumbres que teníamos encima y apreciar con mas intensidad los diferentes colores que adoptaba el hielo, que en algunas zonas era de un color azul intenso. Ello se debe al diferente grado de compactación del hielo al formarse.
Al de un rato nos vino a buscar de nuevo el helicóptero y como aun era pronto decidimos acercarnos al Lago Matheson, a unos 6 km. de allí, para intentar ver una de las mas famosas imágenes de Nueva Zelanda, el monte Cook reflejado en un lago de aguas cristalinas. El problema es que para ello hace falta un día despejado, que no haya niebla en las cumbres y ni gota de viento. Cuando fuimos se daban todas las condiciones salvo lo del viento, porque a mediodía se había levantado una brisa que permitió que se retirasen las nubes y la neblina. Así que tuvimos una vista excelente del monte Cook y del lago pero nada del reflejo porque la brisa agitaba la superficie del agua y no se reflejaba nada en ella.
Y como estábamos lanzados y nos quedaban varias horas de luz por delante optamos por coger el coche y acercarnos a echar un vistazo al otro glaciar que hay en la zona, el Franz Josef, a 20 km. de allí que se recorren por una carretera llena de curvas. Dejamos el coche en el parking y fuimos andando hasta la misma base del glaciar, caminata que lleva unos tres cuartos de hora de los cuales buena parte de ellos son por el cauce del río que se forma al fundirse el hielo del glaciar. El sendero está perfectamente marcado pero hay que tener cuidado con andar por ahí si hace mal tiempo, sobretodo si llueve, porque el caudal del río aumenta muy rápido y puede ocurrir que tengas que mojarte los pies para volver, por lo menos... Volvimos a Fox a cenar y preparar el itinerario para los días siguientes que, tras seguir viaje hacia el sur, ibamos a pasar en la región de los fiordos.