No tenía la mas mínima intención de quedarme en Sydney cuatro días así que un par de semanas antes de llegar a Australia decidí hacer una escapada al centro del país y conocer Uluru. Lo cierto es que la idea me rondaba por la cabeza desde antes de empezar el viaje. Sin embargo no nos pusimos de acuerdo entre nosotros y lo descartamos, al menos como plan de grupo, aunque yo no abandoné del todo la idea. Por desgracia para mi el no haberlo gestionado antes me encareció el precio del capricho y, lo que es peor, me obligó a hacer una escala a la ida en Alice Springs para que el coste no fuese simplemente prohibitivo con lo que perdí varias horas.
Para hacerse una idea Ayers Rock está a mas de 2000 km de Sydney y tres horas y cuarto de avión en vuelo directo, así que la idea en cuestión equivalía poco mas o menos a estar unos días en Bilbao y decidir pasar entremedias una noche en Estocolmo. Y sin embargo fue una idea genial. Sydney es una preciosa ciudad, pero se parece tanto a tantas otras ciudades que hay en los otros cuatro continentes que podría estar perfectamente en cualquiera de ellos sin desentonar lo mas mínimo. Así que aunque sabía que me encontraba en Australia no tenía la sensación de que fuese un lugar, un país o una cultura distinta. Sydney es demasiado parecido a otros muchas ciudades del mundo y desde luego tiene muy poco que ver con la imagen de Australia que tenía antes de aterrizar allí. Por eso al despegar e internarte en el país e ir viendo por la ventanilla un interminable desierto de arena roja la sensación cambia y empiezas a creerte que estás en otro país, en otro continente y, casi, en otro mundo.
Un aeropuerto en medio del desierto, rodeado de arena rojiza por todas partes, y un bofetón de calor a 37ºC es suficiente para darte cuenta de que realmente estas en Australia. Unos cuantos kilómetros por una carretera que corta el desierto por la mitad y de repente aparece a lo lejos una inmensa mole de piedra rojiza que, aunque está dentro del paisaje, da la sensación de estar incrustada en él mas que de formar parte de él. Es una sensación extraña pero real. Y la verdad es que atrae, es como un imán. No ha tardado nada en pasar a ocupar un lugar destacado entre mis favoritos.
El parque nacional Uluru - Kata Tjuta lo forman dos grandes núcleos distantes entre sí unos 50 kilómetros, por un lado Uluru (también conocido como Ayers Rock) y por otro Kata Tjuta o los Olgas que es otro grupo de bloques graníticos de similares características. Ambas zonas son sagradas para los Anangu, tribu aborigen asentada en la zona desde hace milenios y que actualmente gestiona el parque. Únicamente tenía tiempo para visitar Uluru porque el horario del vuelo de regreso al día siguiente impedía acercarme hasta los Olgas, así que opté por dirigirme directamente al parque y hacer el circuito a pie que rodea toda la montaña, de casi 9,5 kilómetros de longitud, antes de que anocheciese.
El sendero está marcado y, como es zona protegida, está prohibido salirse de él. Además hay determinados puntos del recorrido en los que está terminantemente prohibido hacer fotografías por ser lugares de especial significación para los Anangu. Lo que si está permitido, aunque solicitan que por respeto no se haga, es subir a la cima de Uluru siempre y cuando las condiciones climatológicas lo permitan. Yo no subí. Imagino que si hubiese algún lugar de similar significación para mi no me gustaría que hordas de turistas lo pisoteasen por el simple afán de hacerse una foto...
Total, que armado de mi cámara de fotos, un sombrero para el sol y un par de litros de agua (fundamentales para aguantar en ese desierto) empecé a andar con la sana intención de completar el recorrido antes del atardecer, momento en el que tenía planeado ir al mirador para ver la puesta de sol. Vamos, como un turista cualquiera, pero qué vas a hacer si no... Y todo fue perfecto si no fuese porque en mi equipaje no había incluido algo que después me pareció fundamental y que muchos caminantes llevaban, una redecilla para tapar la cabeza y ahorrarte la incomodidad de los millones de moscas que hay allí y que persiguen a las personas de forma inmisericorde. A base de repelente (poco eficaz) y con resignación acabas por acostumbrarte a su presencia (pero no del todo porque cuando van a la cara...). De todas formas no deja de ser un inconveniente menor dentro de una excursión donde la inmensidad de la roca empequeñece todo lo demás.
Es un gran espectáculo la puesta de sol en Uluru. El color de la roca va cambiando por momentos hasta adquirir un fuerte tono rojizo que desaparece en el mismo instante en que se pone el sol. A la mañana siguiente tocaba madrugar porque, según cuentan, si es una bonita visión la puesta de sol no lo es menos el amanecer, así que puse el despertador para levantarme de noche e ir al punto desde donde poder ver la salida del sol.
Por desgracia (?) cuando me levanté lloviznaba así que no hubo rayos de sol brillando sobre la roca. En contrapartida tuve la suerte de disfrutar de un espectáculo mas raro pero igualmente bonito, como es ver llover en el desierto y cómo el agua va cayendo en cascada por todas y cada una de las grietas de la roca, llenando los pozos y charcas que hay por todo su perímetro.
Y ello porque lo que empezó como llovizna se convirtió en una furiosa tormenta que me acompañó prácticamente hasta la hora de tomar el vuelo de regreso a Sydney, penúltima etapa de un viaje de cuatro semanas en las que he recorrido unos 50.000 kilómetros en avión y 4.000 en coche, haciendo noche en 17 ciudades y pueblos diferentes situados en medio del desierto o al pie de un glaciar o un volcán, en costas bañadas por el mar o azotadas por él. Ahora que ha terminado he de decir que ha sido increíble aunque me queda el regusto de no haberme quedado mas tiempo en algunos sitios aunque eso siempre me ocurre. Igual es porque tengo miedo de no poder volver nunca mas, aunque en este caso estoy casi seguro de que no será así. Así que la próxima vez será. Y no dentro de muchos años..
Para hacerse una idea Ayers Rock está a mas de 2000 km de Sydney y tres horas y cuarto de avión en vuelo directo, así que la idea en cuestión equivalía poco mas o menos a estar unos días en Bilbao y decidir pasar entremedias una noche en Estocolmo. Y sin embargo fue una idea genial. Sydney es una preciosa ciudad, pero se parece tanto a tantas otras ciudades que hay en los otros cuatro continentes que podría estar perfectamente en cualquiera de ellos sin desentonar lo mas mínimo. Así que aunque sabía que me encontraba en Australia no tenía la sensación de que fuese un lugar, un país o una cultura distinta. Sydney es demasiado parecido a otros muchas ciudades del mundo y desde luego tiene muy poco que ver con la imagen de Australia que tenía antes de aterrizar allí. Por eso al despegar e internarte en el país e ir viendo por la ventanilla un interminable desierto de arena roja la sensación cambia y empiezas a creerte que estás en otro país, en otro continente y, casi, en otro mundo.
Un aeropuerto en medio del desierto, rodeado de arena rojiza por todas partes, y un bofetón de calor a 37ºC es suficiente para darte cuenta de que realmente estas en Australia. Unos cuantos kilómetros por una carretera que corta el desierto por la mitad y de repente aparece a lo lejos una inmensa mole de piedra rojiza que, aunque está dentro del paisaje, da la sensación de estar incrustada en él mas que de formar parte de él. Es una sensación extraña pero real. Y la verdad es que atrae, es como un imán. No ha tardado nada en pasar a ocupar un lugar destacado entre mis favoritos.
El parque nacional Uluru - Kata Tjuta lo forman dos grandes núcleos distantes entre sí unos 50 kilómetros, por un lado Uluru (también conocido como Ayers Rock) y por otro Kata Tjuta o los Olgas que es otro grupo de bloques graníticos de similares características. Ambas zonas son sagradas para los Anangu, tribu aborigen asentada en la zona desde hace milenios y que actualmente gestiona el parque. Únicamente tenía tiempo para visitar Uluru porque el horario del vuelo de regreso al día siguiente impedía acercarme hasta los Olgas, así que opté por dirigirme directamente al parque y hacer el circuito a pie que rodea toda la montaña, de casi 9,5 kilómetros de longitud, antes de que anocheciese.
El sendero está marcado y, como es zona protegida, está prohibido salirse de él. Además hay determinados puntos del recorrido en los que está terminantemente prohibido hacer fotografías por ser lugares de especial significación para los Anangu. Lo que si está permitido, aunque solicitan que por respeto no se haga, es subir a la cima de Uluru siempre y cuando las condiciones climatológicas lo permitan. Yo no subí. Imagino que si hubiese algún lugar de similar significación para mi no me gustaría que hordas de turistas lo pisoteasen por el simple afán de hacerse una foto...
Total, que armado de mi cámara de fotos, un sombrero para el sol y un par de litros de agua (fundamentales para aguantar en ese desierto) empecé a andar con la sana intención de completar el recorrido antes del atardecer, momento en el que tenía planeado ir al mirador para ver la puesta de sol. Vamos, como un turista cualquiera, pero qué vas a hacer si no... Y todo fue perfecto si no fuese porque en mi equipaje no había incluido algo que después me pareció fundamental y que muchos caminantes llevaban, una redecilla para tapar la cabeza y ahorrarte la incomodidad de los millones de moscas que hay allí y que persiguen a las personas de forma inmisericorde. A base de repelente (poco eficaz) y con resignación acabas por acostumbrarte a su presencia (pero no del todo porque cuando van a la cara...). De todas formas no deja de ser un inconveniente menor dentro de una excursión donde la inmensidad de la roca empequeñece todo lo demás.
Es un gran espectáculo la puesta de sol en Uluru. El color de la roca va cambiando por momentos hasta adquirir un fuerte tono rojizo que desaparece en el mismo instante en que se pone el sol. A la mañana siguiente tocaba madrugar porque, según cuentan, si es una bonita visión la puesta de sol no lo es menos el amanecer, así que puse el despertador para levantarme de noche e ir al punto desde donde poder ver la salida del sol.
Por desgracia (?) cuando me levanté lloviznaba así que no hubo rayos de sol brillando sobre la roca. En contrapartida tuve la suerte de disfrutar de un espectáculo mas raro pero igualmente bonito, como es ver llover en el desierto y cómo el agua va cayendo en cascada por todas y cada una de las grietas de la roca, llenando los pozos y charcas que hay por todo su perímetro.
Y ello porque lo que empezó como llovizna se convirtió en una furiosa tormenta que me acompañó prácticamente hasta la hora de tomar el vuelo de regreso a Sydney, penúltima etapa de un viaje de cuatro semanas en las que he recorrido unos 50.000 kilómetros en avión y 4.000 en coche, haciendo noche en 17 ciudades y pueblos diferentes situados en medio del desierto o al pie de un glaciar o un volcán, en costas bañadas por el mar o azotadas por él. Ahora que ha terminado he de decir que ha sido increíble aunque me queda el regusto de no haberme quedado mas tiempo en algunos sitios aunque eso siempre me ocurre. Igual es porque tengo miedo de no poder volver nunca mas, aunque en este caso estoy casi seguro de que no será así. Así que la próxima vez será. Y no dentro de muchos años..