Aterrizamos en Sydney a primera hora de la mañana después de tres horas de vuelo y pocas horas de sueño. Estaba nublado. Hacía calor pero no se veía el sol por ningún lado. Habíamos optado por un hotel bastante céntrico y tras descargar el equipaje en él nos fuimos a conocer la ciudad. Obviamente el objetivo número uno era el icono, el lugar mas conocido de Sydney y uno de los edificios mas emblemáticos del mundo, el Sydney Opera House. Es una bonita ciudad, calles bien trazadas, amplios paseos, parques inmensos con cartelitos que invitan a los visitantes a caminar por la hierba o tumbarse en ella, ni un papel por el suelo... Vamos, que da gusto pasear por ella... y con la misma sensación de estar viendo mas de lo mismo si no fuera por la ópera, el harbour bridge y esa espléndida bahía en torno a la cual está levantada la ciudad. Porque los rascacielos, parques, avenidas y puertos de la ciudad son tan parecidos a los que hay en otras ciudades de otros paises que están en ese u otros continentes, que al final hacen que uno no sepa muy bien dónde está. Los paisajes, gentes, climas, olores, sabores... marcan diferencias entre los continentes y entre los paises. Las ciudades no, al menos las modernas. Son todas demasiado parecidas entre sí. O igual es que todas intentan parecerse a Nueva York... ¡Quién sabe!
Sin embargo no quiere esto decir que no valga la pena conocerla. Y conocer sus orígenes. Sydney surgió como prisión británica, una carcel situada al otro lado del mundo. Y parte de su trama urbana, que se mantiene en la actualidad, fue diseñada por un arquitecto que era inquilino de esa prisión. Ahora es una ciudad elegante, cosmopolita y dinámica y su pasado carcelario apenas es un recuerdo plasmado en algunos pocos edificios restaurados diseminados por la ciudad. Iniciamos nuestro paseo por lo que nos quedaba mas cerca del hotel, el jardín botánico. Situado junto a la bahía en la zona conocida como "The Domain" estos inmensos jardines incluyen el antiguo palacio del gobernador, que ahora se utiliza para recepciones oficiales, y un tremendamente cursi conservatorio de música. Sin embargo los pasos te llevan inevitablemente al edificio que está situado en el extremo del mismo, la Ópera. Diseñado por un arquitecto danés llamado Jorn Utzon, que se acabó desligando del proyecto por discrepaancias con las autoridades, e inaugurado tras catorce años de obras es sin duda el edificio mas impresionante de la ciudad, lo que la diferencia del resto y por ello imprescindible en cualquier visita a Sydney. Tengo que reconocerlo, me gustó mucho. Ya me gustaba cuando sólo lo había visto en fotos o películas. Estando allí me impresionó. Además el tiempo se despejó y las baldosas blancas que recubren el edificio al reflejar la luz del sol le daban un aspecto aun mas deslumbrante y esto nunca mejor dicho.
Optamos por comer en la zona llamada "The Rocks", al otro extremo de Circular Quay, un antiguo barrio portuario cuyos edificios han sido restaurados y en la que abundan ahora los restaurantes, tiendas y bares; y después continuamos nuestro recorrido por la zona dirigiéndonos hacia el otro gran icono de la ciudad, el inmenso puente de acero inaugurado en 1932 que atraviesa la bahía comunicando el norte y el sur de Sydney. Existe la posibilidad de caminar por la estructura de acero hasta lo mas alto del arco en una bastante cara excursión. Nosotros nos decantamos por otra opción, bastante mas económica, subir los aproximadamente doscientos escalones que hay en el pilar sudeste, el mas próximo a "The Rocks", hasta el mirador que hay en lo mas alto del mismo. No hay gran diferencia de altura con respecto al arco y las vistas son igualmente espectaculares. Imagino que el subidon de adrenalina de los que suben por el arco será bastante mayor pero si sólo quieres ver las vistas creo que es suficiente con el mirador que hay en el pilar. Es interesante también dedicar un rato al pequeño museo que hay en su interior. Está dedicado a la historia del puente y las fotografías y el documental que proyectan están francamente bien. Eso sí, como casi todo en esta parte del mundo cierra a las cinco.
Continuamos el paseo por el centro de Sydney caminando hasta Darling Harbour, otra zona de muelles restaurada y copada ahora por restaurantes, bares de copas, tiendas y centros comerciales para terminar volviendo al hotel para descansar un rato antes de cenar y, en mi caso, preparar la mochila con lo que me iba a llevar al día siguiente a Uluru. Para la vuelta dejaba otra de las cosas que es recomendable hacer en Sydney, darte un paseo en barco por la bahía. Al igual que en Auckland hay infinidad de posibilidades para hacer cruceros por la bahía de Sydney, al amanecer, atardecer, con cena... Además de que no me iba a sobrar el tiempo, condicionado por los horarios de los vuelos, tampoco tenía muchas ganas de un crucero comentado o algo similar, así que opté por otra alternativa, bastante mas barata pero igualmente válida porque puedes ver prácticamente las mismas vistas, que es tomar el ferry a Manly (aprox. 1 h. i/v) desde Circular Quay.
Lo hice según me bajé del avión que me traía de regreso de Uluru así que tuve mi propio atardecer en la bahía, un tanto deslucido porque había bastantes nubes pero igualmente interesante. Para la mañana de mi regreso dejé otro pequeño paseo, consistente en tomar otro ferry desde el mismo sitio para cruzar al otro lado de la bahía, a Milsons Point, y dar una vuelta por los muelles viendo otra panorámica de la ciudad, apenas unas horas antes de ir al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso a casa y dar por finalizadas cuatro semanas de viaje por las antípodas.