A la mañana siguiente nos levantamos temprano para disfrutar del desayuno que Marie nos había preparado, y partimos con destino al Chateau de Chenonceau. El itinerario se nos hizo corto ya que se encuentra a escasos 40 kms de Tours (media hora en coche). Hicimos la ruta bordeando el río, deleitándonos con los hermosos paisajes que nos ofrecía el Loira, hasta que llegamos a la ciudad de Amboise (a la que regresaríamos posteriormente) para tomando una carretera secundaria llegar finalmente a Chenonceau, donde abonamos su entrada, 10,50€/persona.
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De los chateaux que pude ver en mi viaje, fue el que más me gustó en conjunto, tanto por fuera como por dentro (poniendo a un lado a Chambord, que es digamos “especial”). Levantado en el siglo XVI sobre lo que era una antigua fortaleza y molino fortificado, de su origen medieval únicamente conserva la torre del homenaje (remodelada en el Renacimiento) y un pozo. Justo enfrente se encuentra la puerta monumental de entrada donde se pueden ver los blasones de la familia que lo construyó, los Bohier Briconnet, sobre los cuales se ve la salamandra, símbolo del monarca Francisco I.
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Comentar que se puede hacer la visita perfectamente con la guía gratuita que dan a la entrada, disponible en múltiples idiomas incluido el español, muy completa y didáctica, pudiendo prescindir de la recurrente audioguía.
Las estancias que más me gustaron de su interior fueron los aposentos de Diana de Poitiers y Catalina de Medicis, la Galería, los aposentos de Francisco I y la famosa “habitación negra” de Luisa de Lorena, pero en general cuenta con unos interiores espectaculares, sumamente cuidados y restaurados. Decir que las dos primeras pasaron a la historia por ser amante y esposa, respectivamente, del rey Enrique II, el cual había donado Chenonceau a Diana en vida, a la muerte de éste su esposa Catalina hizo que Diana se lo devolviera, entregándole a cambio Chaumont-Sur-Loire, que se ve le gustaba menos. En la habitación de Diana en Chenonceau, concretamente en su chimenea se pueden ver esculpidas las iniciales “H” (Enrique II) y “C” (Catalina de Medicis), las cuales entrelazadas supuestamente forman el anagrama “D” (de Diana de Poitiers). El morbo estaba asegurado y eso que de aquella no había televisión ni prensa del corazón…La habitación de la propia Catalina mucho más lujosa, no da lugar a engaño de quien era la real señora del palacio.
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Otra habitación que tiene una historia tremenda es la de Luisa de Lorena: Tras el asesinato de su esposo Enrique III por un monje llamado Jacques Clement, se retiró a Chenonceau, mandó pintar sus aposentos de riguroso negro, permitiendo como única licencia al color unas lagrimas de plata en el artesanado, llevando hasta el final de sus días una vida prácticamente monacal, encerrada en el palacio y rodeada de monjas. La habitación sobrecoge por lo tétrico del ambiente, además de lo casi insano de ese aislamiento, llegando incluso a ser la ropa de su alcoba e incluso la almohada, negras…
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En el curso de su historia el palacio pasó por diversas manos, no siendo hasta la II GM que su propietaria Simone Menier, lo cedió para ser utilizado como hospital, lo que lo salvo de ser destruido por las cañones alemanes, todo ello a pesar de que durante toda la guerra estuvieron apuntándolo constantemente, ya que el río Cher sobre el que se levanta dividía la zona ocupada de la libre, utilizándose en numerosas ocasiones su Galería (que une ambas orillas) como paso clandestino por los miembros de la Resistencia francesa.
A la salida visitamos sus jardines, extremadamente cuidados, divididos en dos, los de Diana de Poitiers que abarcan unos 12000 metros cuadrados y, los de Catalina de Medicis de unos 5500 metros cuadrados, ambos muy hermosos, aunque debo decir sin ánimo de ser partidista, que me decantó por los de la esposa “oficial”. Y tras pasar por el laberinto vegetal que se encuentra a la entrada, abandonamos el recinto encantados de haber disfrutado de un entorno y un palacio hermosísimos, para dirigirnos a Amboise.
A la salida visitamos sus jardines, extremadamente cuidados, divididos en dos, los de Diana de Poitiers que abarcan unos 12000 metros cuadrados y, los de Catalina de Medicis de unos 5500 metros cuadrados, ambos muy hermosos, aunque debo decir sin ánimo de ser partidista, que me decantó por los de la esposa “oficial”. Y tras pasar por el laberinto vegetal que se encuentra a la entrada, abandonamos el recinto encantados de haber disfrutado de un entorno y un palacio hermosísimos, para dirigirnos a Amboise.
Después de unos 13 kms llegamos a la ciudad de Amboise, con su castillo que perteneció a Francisco I y a Carlos VIII, que cuenta con una zona histórica que bien merecía un paseo, y donde se encuentra la que fue la última morada de Leonardo Da Vinci, el Clos Lucé. Aparcamos el coche en una zona de estacionamiento gratuito al lado del río (ahora volvía a ser el Loira) y nos dirigimos a los aledaños del castillo de Amboise para comer. Como habíamos desayunado bastante bien, nos tomamos unos bocadillos vegetales con pollo, que por cierto estaban bastante bien, le dimos el potito a Sofi, y me tomé mi merecida cerveza de rigor (la marca creo que era Eureliennes) bastante buena, a la sombra del castillo.
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Nos entretuvimos mientras tomábamos un te, charlando con una pareja de californianos que estaban recorriendo Europa. La verdad es que nos sorprendió cuando nos contaron que conocían A Coruña, no porque hubieran estado en ella sino por el Deportivo, ya que la chica era muy aficionada al soccer (que es como ellos llaman al futbol). La verdad es que eran muy majetes y nos echamos unas risas con ellos. La disyuntiva del día fue ¿castillo de Amboise o Clos Lucé? Podríamos haber ido a los dos, pero viajar con una niña de 9 meses te limita más en cuanto a horarios, esfuerzos, etc…Finalmente nos decidimos por el Clos Lucé, siguiendo el consejo de Marie (la dueña de nuestro hotel) y, no es que nos equivocásemos, pero esperaba otra cosa…
El Clos Lucé se encuentra en un extremo de Amboise, andando en línea recta desde el castillo real habrá unos 5 minutos, cuenta con una zona de parking gratuita (pequeña) y otra de pago en su exterior. Se trata más bien de una casa de campo o mansión, que un palacio en si. Construido en el siglo XV, Carlos VIII de Francia se lo regaló a su esposa Ana de Bretaña. Francisco I le cedió su uso a Leonardo Da Vinci entre los años 1516 y 1519, año en que falleció en este mismo lugar. Se accede previo pago de una entrada de 9,50€ (en verano creo que es más cara), pero nos cobraron algo menos porque coincidió que no se podían ver los aposentos de Leonardo por estar restaurándolos. Primer contratiempo, decidimos entrar igual, vimos el hermoso oratorio de Ana de Bretaña, muy pequeño pero con unos frescos fantásticos. Algún salón construido en madera, y nos fuimos a la planta baja donde tienen un museo-exposición con audiovisuales y maquetas sobre los inventos de Leonardo, que la verdad estaba muy bien: El primer tanque, el ala-delta, el paracaídas, puentes giratorios, sistemas de esclusas para ríos, …
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A continuación salimos a los jardines, con una gran extensión e incluyendo un estanque con pequeños riachuelos que lo nutren de agua, en ellos hay reproducciones a tamaño real de las maquetas de los inventos que se encuentran en la casa. En resumen, está muy bien en plan didáctico para ir con niños a partir de una cierta edad, de hecho había bastantes excursiones de escolares visitándolo. Para los adultos digamos que se queda muy corto, más si no puedes ver los aposentos de Leonardo. Como curiosidad contar que cuando Leonardo se instaló allí, trajo tres cuadros de Italia, uno de ellos la Gioconda, perteneciendo a diversos monarcas hasta que finalmente tras la Revolución francesa terminó en el Louvre.
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Y tras un día intenso, regresamos a Tours, algo ligero para cenar y a dormir para prepararnos para el siguiente día.