Hemos reservado el sábado por la mañana para visitar el Thyssen-Bornemisza.

Esta colección podría decirse que complementa a la del Prado porque contiene gran cantidad de obras maestras de la misma época pero ampliada gracias a que también se encuentran aquí los impresionistas del XIX y bastante arte moderno y contemporáneo del siglo XX, ausentes en el Prado. El recorrido que propone la audio-guía es muy completo, ya que además de comentar las obras más destacadas nos da explicaciones sobre la evolución del arte y las diferencias y semejanzas entre las diferentes corrientes artísticas, lo cual nos resulta muy útil en este aprendizaje artístico que hace tiempo emprendimos. Si seguimos así, es posible que al final consigamos saber algo.
En el Thyssen también nos deleitamos y en esta ocasión la obra que más llama mi atención es el Retrato de Giovanna Tornabuoni de Ghirlandaio, de finales del XV y claro exponente de la manera de pintar retratos de esta época en Italia: rostros clásicos, idealizados e inexpresivos.
Tras otras cuatro horas de arte, desconectamos un rato en el Retiro y aprovechamos para completar nuestra colección de fotos, esta vez de día, hasta que llega el momento de entrar en el Reina Sofía.

El arte contemporáneo no nos atrae especialmente, pero no queremos irnos de Madrid sin ver el Guernica. Aprovechamos por tanto la franja horaria en que la entrada es gratis porque en realidad es lo único que nos interesa de este museo. Se nota que el edificio era antiguamente un hospital, bastante feo por fuera y muy compartimentado por dentro.
Nos acercamos a mirar el cuadro de Picasso y tenemos que abrirnos paso entre la multitud que lo está contemplando. Intento descifrar los posibles símbolos que a buen seguro pululan por la obra, y me fijo en la bombilla de la parte superior izquierda situada casi en el centro. Seguro que el artista ha querido representar el ojo de Dios que contempla impasible los desastres de la guerra. Contenta con mi interpretación, busco el folleto explicativo y resulta que no, únicamente es una bombilla que indica que la acción se desarrolla en la era industrial.
Nos entretenemos un poco más con Dalí y Juan Gris y cuando salimos nos damos cuenta de que ni siquiera hemos comido; por suerte los desayunos nos ayudan a pasar el día sin hambre. Vemos el bar El Brillante, famoso por sus bocadillos de calamares, como reza el cartel de la entrada. No podemos resistirnos a probar esta especialidad tan madrileña y para allá que vamos. No está nada mal, y al menos podremos aguantar hasta la hora de la cena.
Tras un breve descanso, y siendo sábado, buscamos un restaurante un poco especial. En nuestra guía hay muchos recomendados, y al final nos decidimos por probar uno que parece ser que está muy de moda, el Bazaar en la calle Libertad. No hacen reservas y por lo visto siempre está muy lleno, así que aunque aún es pronto para nosotros decidimos ir hasta allí no vaya a ser que nos quedemos sin sitio. Efectivamente, no son ni las 9 y ya empieza a haber cola; por suerte el local es grande y encontramos mesa sin esperar demasiado. La decoración muy peculiar, la presentación de los platos también, la calidad buena y el precio correcto, así que salimos contentos por haberlo elegido.