No conocía este pueblo hasta que en una revista me encontré por pura casualidad con una ruta de senderismo por sus tres cascadas. Entonces, me fijé en que formaba parte de un recorrido al que le tenía ganas por el interior de la provincia de Valencia, una zona rica en agua, con abundancia de cascadas y piscinas naturales. En principio, queríamos que fuese en primavera, para evitar los calores y el agobio de gente, pero surgió la oportunidad hace unos días, cuando mi marido me propuso aprovechar el buen tiempo que hacía en Valencia para darnos un garbeo por Cullera, una localidad eminentemente turística que no conocíamos. Así que mirando el mapa para ver qué podíamos ver de vuelta a casa, me encontré con la posibilidad de regresar por el interior hasta Requena, haciendo el itinerario que yo quería. Como en diciembre los días son muy cortos, pensé en alojarnos una noche por la zona y, precisamente, descubrí un hotelito en Anna, que nos venía bien. Entonces, ampliando información, me di cuenta de que hay mucho para visitar en cualquier época del año tanto en el propio pueblo, como en toda la comarca de La Canal de Navarrés, que como conjunto turístico comprende las poblaciones de Estubeny, Anna, Chella, Bolbaite, Navarrés, Quesa, Bicorp y Millares, comunicadas mediante un recorrido lineal de 57 kilómetros (una hora y media en coche) en su casi totalidad por la carretera CV-580, sin contar los desvíos para ver lugares concretos. Pero ese relato queda para la siguiente etapa, ya que esta se la dedico completa a Anna.
Recorrido por la comarca de La Canal según Google Maps.
Anna es un pequeña localidad de poco más de 2.500 habitantes, ubicada en la parte suroriental de la comarca de Canal de Navarrés, que se encuentra solo a 67 kilómetros de Valencia capital, menos de una hora en coche, la mayor parte en un cómodo trayecto por la A-7, hasta la salida 396, donde se toma la carretera CV-590 y después la CV-580. Está bien indicado tanto en el recorrido como en Google Maps. Nosotros íbamos precisamente desde Valencia, donde habíamos dormido la noche anterior. Después de un par de días con 29 grados y mucho sol, la jornada se presentaba con el cielo nublado pero sin lluvia y unos veinte grados de temperatura máxima.
Situación de Anna en el mapa peninsular y ruta para llegar desde Valencia según Google Maps.
Al igual que en el resto de la comarca, en Anna se han hallado restos arqueológicos fechados entre los años 6000 y 5000 a.C. y se cree que su existencia como núcleo poblacional es anterior a la llegada de los musulmanes, si bien sus primeras referencias escritas datan del siglo XIII, cuando Jaime I el Conquistador donó la villa a la Orden de Santiago por su colaboración en el cerco de Biar. Posteriormente, estuvo en manos de Pedro de Vilanova y de la familia Borja, hasta que, en 1604, Felipe II la convirtió en condado, que cedió a los Condes de Cervellón. Con la expulsión de los moriscos en 1609, fue repoblada por cristianos y en 1762 fue incorporada a la Corona.
Hay varias versiones sobre el origen de su nombre, cuyas raíces proceden del vocablo árabe Yanna, que se refiere a huerto o jardín, resaltando una de sus características: la abundancia de agua, procedente del acuífero del Macizo de Caroche que recoge las aguas del río Sallent y que le ha dotado de una prosperidad económica bastante estable a lo largo del tiempo.
Nada más llegar a Anna, paramos junto a la caseta de la Oficina de Turismo, a la entrada del pueblo, en la calle Mayor, donde muy amablemente me dieron unos planos muy útiles y abundante información, no solo de Anna sino de toda la comarca de La Canal. Además, me indicaron dónde dejar el coche para iniciar, solo unos minutos después, nuestra primera visita a uno de sus lugares turísticos más atractivos, aparte de los espacios naturales.
El Palacio de los Condes de Cervellón.
La visita es guiada y realicé la reserva un par de días antes, llamando al teléfono 616 551 877, que es el de la Oficina de Turismo. En esta época, los días laborables solo hay un turno, a las 12 de la mañana. La entrada normal cuesta 4 euros y 1 euro la infantil. El edificio del palacio es de nueva planta, si bien está construido sobre los restos del que fue castillo árabe, del que se conservan algunos restos que se visitan, como la fuente y el pozo. También subsisten las bóvedas de las antiguas caballerizas. El exterior es muy bonito y realmente nos retrotrae a otras épocas.
El interior alberga los Museos de Etnología y del Agua, aprovechando espacios originales del castillo, referentes a las canalizaciones de agua que llevaron a cabo los árabes, así como la importancia que desde siempre ha tenido el agua en la forma de vida y la economía de Anna. Además, hay varias salas dedicadas a objetos antiguos de labranza y de diferentes oficios, así como muebles y utensilios donados por personas destacadas de la localidad, como quien fue una de sus artistas más conocidas, Isabel Sarrión, "La Palmerita".
Aparte del Museo, el Patio y un par de Salas en la planta baja recrean cómo se supone que pudo ser el castillo musulmán, que trae inevitables reminiscencias de La Alhambra. Según nos comentaron, se utilizaron diversas subvenciones para hacer realidad este ambicioso proyecto, que ha contado con artesanos magrebís para realizar con técnicas tradicionales las puertas, los artesonados, los mosaicos, la cerámica, las yeserías, las fuentes… En fin, aunque todo sea nuevo, ha quedado muy bonito.
También hay un espacio dedicado a los condes cristianos que fueron sus propietarios más adelante, con decoración, muebles y lámparas que aluden a su época. Me recordó un poco a un palacio que tienen estos mismos condes en Valencia, algunas de cuyas estancias he visto por internet.
En teoría la visita del palacio lleva en torno a una hora, pero la guía nos proporcionó tanta información que duró casi treinta minutos más. De modo que cuando salimos, fuimos directamente a tomar un menú del día en el primer restaurante que vimos. No podíamos entretenernos demasiado si queríamos ver todo lo que queríamos antes de que anocheciera. Por eso, tras la comida, empezamos nuestro recorrido urbano utilizando el mapa que nos dieron en la Oficina de Turismo. No obstante, si no se encuentra abierta, dispone de una página web muy completa y también hay numerosos paneles informativos repartidos por los lugares más interesantes del pueblo.
Dejamos el coche en la Avenida de la Diputación y fuimos hasta la Avenida del Pantano, donde lo primero que llama la atención es la corriente de agua que corre por la calle, encauzada mediante barandillas adornadas con macetas de flores, sobre todo poinsettias navideñas de varios colores. Muy bonito. Al final, el agua cae en cascada a un precioso lavadero, bordeado por columnas y azulejos. Unos metros más adelante se encuentra el Palacio de los Condes de Cervellón.
Tras superar el Palacio y ver una atractiva fuente, torciendo a la izquierda tomamos la calle Ramón y Cajal, que en un centenar de metros nos llevó hasta el Parque del Surtidor, con una coqueta fuente de azulejos en su centro.
Un cartel anunciaba, a la izquierda, el Camino de las Fuentes, pero lo dejamos para más adelante y continuamos de frente, por la Cuesta de la Ermita, que nos llevó sucesivamente hasta otro lavadero, la Ermita del Santísimo Cristo de la Providencia y un Mirador sobre el pueblo. Una lástima que un edificio moderno estropease la hermosa perspectiva rural. Enfrente hay otro parque desde el que también se obtienen buenas panorámicas.
Volvimos al Parque de Surtidor y seguimos el Camino de las Fuentes, al que se accede a través del puente Garahamet, de origen musulmán y que cruzaban antaño las mozas con sus cántaros para llevar el agua. Primero, pasamos por la Fuente de Abajo, que está dentro de una cueva; después, llegamos la Fuente de Arriba, que cuenta con cinco caños, de los que funcionaban tres. Lo curioso es que en ambas ponía que el agua no era potable y, sin embargo, vimos personas –lugareños, aparentemente- recogiéndola en garrafas . En fin, ignoramos con qué finalidad.
Más adelante, alcanzamos el Gorgo Catalán, un pequeño lago alimentado por el nacimiento del agua de la Fuente Negra, que se precipita mediante una pequeña cascada. En el lago vimos una escalera metálica y una especie de artilugio metálico en la parte superior, quizás un trampolín, lo que nos hizo pensar que esta zona se utiliza como piscina natural en verano. Aunque lo intentamos siguiendo un indicador, fuimos incapaces de encontrar la Fuente Negra, así que lo dejamos para otro momento.
Volvimos al centro del pueblo y salimos a la Iglesia de la Inmaculada, muy cerca de la cual se hallaba nuestro alojamiento de la jornada, una casa antigua rehabilitada con mucho gusto, que se llama El Palacio. Estuvimos solos esa noche allí. Nos atendió una chica majísima, que nos trató como si fuésemos de la familia. Nos ofreció utilizar el comedor, el patio (en verano, debe ser una gozada) y la cocina para prepararnos la cena o el desayuno, incluso quería dejarnos café o pan. La habitación, situada en la planta baja, nos costó 75 euros y estaba adaptada para personas con movilidad reducida. Un sitio muy recomendable. Si acaso, la única pega que pueden encontrarle algunas personas son las escaleras para subir a los pisos de arriba.
Rápidamente, volvimos al principio de la Avenida del Pantano, donde comienza la Ruta de las Tres Cascadas de Anna, si bien ya nos habían informado en la Oficina de Turismo que, probablemente, no podríamos llegar a la tercera porque había mucha agua en la segunda y tendríamos que mojarnos los pies para seguir.
El cartel informativo indicaba un sendero lineal de 3 kilómetros de longitud y unas dos horas de duración total. Iniciamos la ruta tomando un camino de tierra señalizado, que pronto se convirtió en un empinado descenso hasta el Gorgo Gaspar, donde antiguamente se ubicaba una noria para proporcionar energía a una fábrica textil. Aquí un merendero y pudimos observar el gorgo desde dos perspectivas.
Seguimos bajando hasta las ruinas de la antigua fábrica de mantas Miguelín, ya comida por la maleza. En este punto, hay una fuerte bajada por un terreno un tanto abrupto, flanqueado por postes de madera y cuerdas, aunque sirven más para delimitar que para ayudarse, ya que los postes se mueven bastante. Bueno, un poco de cuidado y no tiene por qué haber más problemas salvo que el suelo esté embarrado. En ese caso, mucha precaución.
Poco después, nos encontramos con la preciosa Cascada de los Vikingos. Nos sorprendió que llevase tanta agua, hasta el punto de que, tal como nos habían dicho en la Oficina de Turismo, los tablones que sirven de puente estaban desbordados. Al final, decidimos no mojarnos los pies y dimos la vuelta sin llegar a la tercera cascada, la del Salto.
A continuación, fuimos caminando por la Avenida de la Diputación hasta la confluencia con la calle Valencia, pasamos por el Escorredor –acequía del agua para el riego- y seguimos hasta una fábrica abandonada, donde comienzan los 136 escalones que conducen en bajada hasta el Gorgo de la Escalera, un fantástico lugar de baño en verano, con un paisaje espléndido. Si se prefiere, es posible verlo desde arriba sin afrontar la escalera.
Bajamos, claro está, y, pese a que el día estaba nublado y le restaba luminosidad, pudimos apreciar el maravilloso color del agua. Seguimos caminando saltando sobre las piedras para no mojarnos los pies, sobrepasamos el azud, y llegamos al punto donde las aguas que alimentan el gorgo se precipitan por el barranco, dando lugar a la Cascada del Salto, a la que no habíamos podido llegar desde el otro lado. Desde aquí tampoco era posible alcanzar su base, ya que no existe sendero; y asomarnos para contemplar la caída desde arriba implicaba un riesgo innecesario al estar las rocas muy resbaladizas. Así que retrocedimos y volvimos a subir por las escaleras hasta la carretera.
Como la tarde avanzaba implacable, fuimos en el coche a otros dos lugares que nos faltaba ver. Estaban a un par de kilómetros, pero si íbamos caminando, se nos haría de noche. Primero, llegamos hasta la pequeña Albufera de Anna, un precioso lago, donde nadaban alegres gran cantidad de patos, ocas y otras aves. Se trata de una zona de recreo con bancos, merenderos y restaurantes.
Seguramente está muy concurrida en verano, pero en ese momento no había nadie aparte de nosotros. Así que dimos la vuelta al lago con total tranquilidad, acompañados solo por las aves, que acudían presurosas a nuestro lado, para pedirnos unas migas que no teníamos. Otro sitio de lo más chulo.
Para finalizar la jornada, ya con la tarde cayendo a toda prisa, nos dirigimos con el coche hasta la Fuente de Marzo. No sabíamos lo que nos esperaba allí, así que cuando llegamos nos quedamos sorprendidos. Es un pequeño cañón por el fondo del cual corren las aguas transparentes del río, formando unos recodos fantásticos, sobre todo a aquella hora de la tarde, cuando las nubes grises se volvían rojas al recibir los rayos del sol, pues el cielo se había despejado en segundos. Un sitio fantástico que recorrimos caminando entre las rocas y, nuevamente, en solitario.
Dormimos muy a gusto en nuestro alojamiento. Al día siguiente, la mañana amaneció algo fría pero con un sol radiante. Desayunamos unos bocatas en el único bar abierto del pueblo, que estaba a tope, pues ponían bocadillos al gusto, con un montón de ingredientes. Antes de marcharnos de Anna para seguir nuestro recorrido por La Canal, nos acercamos a la Fuente Negra, pues no queríamos quedarnos con las ganas de saber qué era exactamente. Y, de nuevo, el lugar nos gustó, aunque no tanto como la Fuente de Marzo, si bien las hojas del otoño le daban un toque muy especial.
Ignoro cómo estarán estos parajes en pleno verano, quizás demasiado concurridos, pero en esta época, con tan poca gente y tan buena temperatura, nos parecieron muy bellos y agradables, dignos de preservarse a toda costa sin basuras ni degradación. Así que nos hemos propuesto volver en primavera para hacer las rutas de senderismo que nos han quedado pendientes.
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