Esta tarde toca Montmartre.
No por casualidad, tomamos el metro y nos bajamos en la estación llamada Abbesses, la estación más profunda del metro de París y con una de las entradas más bonitas de las diseñadas por Hector Guimard.
Preciosa.
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Teníamos intención de visitar el Cementerio de Montmartre (nos gusta visitar los cementerios). Afortunadamente de París, ya conozco el de "Père Lachaise", y el de "Montparnasse" un poco, pues entré para visitar la tumba de Julio Cortazar. El llamado cementerio del norte, el de Montmartre, me hubiera gustado esta vez pero, ay, el horario de cierre es en invierno a las cinco y media y eran las cinco y cinco exactamente cuando llegamos.
La señora de la oficina de la información, malhumorada, nos dice que no son horas de llegar, que vamos con niños y que en diez minutos nos quiere fuera. (Como, lógicamente, hablaba en francés, le entendimos la mitad, pero nos dijo eso, lo sé).
Las niñas no están muy convencidas de la visita. Normal. Yo dudo un poco, está oscuro y realmente no tenemos tiempo para nada. Pero mi marido se mete por ahí, a ver qué encuentra y dice que ya le echarán.
Así es que, de su improvisado recorrido, quedan algunas fotos como la de esta evocadora escultura.
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O la de la tumba de Zola, una de los muchas celebridades que descansan en Montmartre.
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Nosotros damos un rodeo por allí y nos acercamos junto a unas chicas que estaban detenidas ante una tumba. Resultó ser la de la cantante Dalida, que era conocida como “la dama de Montmartre” (me he informado). Es una escultura alegre, como debía de ser ella, así es que después de saludarla con una sonrisa, nos vamos tarareando “Ya llega… Gigi el amoroso….”, única canción que conocíamos de esta cantante de la que, en realidad, desconocemos casi todo.
Nota: Un pajarito del foro (¿o era una mariposa?) me pasa el dato de que a la cantante, que no tuvo un final feliz (he vuelto a informarme) se le vinculó amorosamente con el Presidente François Mitterrand... es curioso hacia dónde te llevan, a veces, los viajes.
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En fin, una visita fallida de este cementerio, construido en 1825, y uno de los más visitados de París, en el que reposan, entre otros, Degas, Berlioz, Offenbach, François Truffaut, el bailarín Nijinsky o la Dama de las camelias. Otra vez será.
Cuando salimos y, conforme nos dirigimos al Boulevard de Clichy, encontramos un ambiente bastante animado por la zona. Pasamos por delante del Moulin Rouge, el famoso cabaret. Símbolo de la noche parisina.
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Con sus luces de neón sigue teniendo ese punto del París más bohemio, que seguramente no tendrá nada que ver con la realidad de la sala actual, pero nos hacemos la ilusión y es que París está llena de mitos como ninguna otra ciudad.
Y hablando de mitos, estamos cerca de la rue Lapic. Tenemos la visita pendiente al café de “Amelie”, que a mis hijas les hace tremenda ilusión, pues acaban de ver la película (se la puse yo, para ambientarlas un poco) y sueñan con encontrársela por la calle, por más que les decimos que es una actriz.
“¿Estará en el bar?” preguntan. ¡Ay, la ingenuidad infantil!. El bar resulta algo decepcionante y de no ser, porque hay algún cartel de la película, casi pasa desapercibido. Se llama “Les deux moulins” y está en el número 15 de la calle.
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Va mucha gente a verlo, pues Amelie se ha convertido en un símbolo parisino, sobre todo del Barrio de Montmartre.
Y ahora, como no podía ser de otra manera, nos encaminamos hacia "Le Sacre Coeur", situado en lo alto de la colina de Montmartre. De camino vemos alguna caseta navideña y cierta ambientación por la calle, pero está medio lloviendo y hace mucho frío, lo que nos acobarda un poco. No obstante subimos las empinadas aceras que nos llevan hasta la hermosa basílica, uno de los imprescindibles en cualquier itinerario parisino. Todo el barrio de Montmartre, aunque sin duda es muy turístico y tiene un cierto aspecto de “puesta en escena”, resulta muy pintoresco y bonito de visitar.
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En la "Place du Tertre" los pintores ni se han colocado. Algún caballete olvidado por ahí y vale. No hemos venido ni en el mejor momento ni en el mejor día. Así es que no nos detenemos hasta llegar al punto más alto que nos conducirá hasta la basílica, observando las luces del París nocturno desde la privilegiada altura en que nos hallamos.
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La Basílica del Sagrado Corazón está preciosa al anochecer, a pesar del mal tiempo.
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Ya en su interior, nos quedamos escuchando a unas monjitas que hacen algo previo a la celebración de la misa (que vino después) y que cantan como ángeles. De paso descansamos un rato, mientras esperamos al miembro de nuestro pequeño grupo que se había quedado, en solitario, viendo una exposición en el Barrio Latino.
Descartado volver a la Place du Tertre, pues llueve cada vez más y estamos destemplados y con ganas de tomar algo caliente. Tomamos el funicular y nos situamos a pie de calle en busca de un lugar donde cobijarnos.
Finalizaremos el día, cuando por fin deja de llover, paseando arriba y abajo por las decadentes (al menos hoy lo parecen) calles de Pigalle.
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A nuestro paso, el curioso Museo del Erotismo.
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Clubes nocturnos y tiendas de ropa erótica.
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Disfraces de Vampirela, les explicamos a nuestras hijas, que tampoco preguntaban mucho, preocupadas en taparse hasta las orejas.
Resulta como de otra época, este barrio mítico, con sus luces multicolores y sus corazones de neón.
El día no da para más. Estamos todos demasiado cansados, así es que la cena será de puro trámite (léase bocatas) y para el hotel rápidamente, a ver si mañana podemos todavía aprovechar nuestras últimas horas parisinas.
6 de diciembre de 2011
Nuestro avión sale a las cuatro menos cinco de la tarde, tenemos algo de tiempo, pero no demasiado, ya que hay que contar con el traslado hasta el aeropuerto de Beauvois.
Lógicamente, he dejado para el último día alguna visita por la zona en que está ubicado nuestro hotel: Montparnasse.
No nos cuesta demasiado desplazarnos desde aquí hasta St. Germain des Prés. Allí se encuentra la iglesia más antigua de París, del mismo nombre. Construida sobre una abadía en el siglo XI, fue el mayor centro de culto católico hasta resultar desplazada por Notre Dame.
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Lástima que estén restaurándola en este momento, y no podamos recorrer su interior, pues tiene una imagen que resulta romántica y solitaria.
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El barrio de St. Germain des Prés, tiene un pasado sustancioso. Punto de referencia del París intelectual, tras la segunda guerra mundial, muchos artistas y escritores como Sartre, Camus o Simone de Beauvoir escribieron y ocuparon durante horas cafés, hoy casi legendarios en St. Germain como “Les deux Magots” o el Café de Floré.
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Leyenda tiene también el café “Le Procope”, que, en su cartel se denomina como, el más antiguo de París. Está en la Rue de L’Ancienne- Comédie. Fundado en 1686 por un siciliano, Francesco Procopio, veinte años después de que el café fuera introducido a la corte. Lugar frecuentado por Voltaire, Robespierre y hasta el propio Napoleón, de quien se dice que dejó su sombrero en prenda, por no llevar dinero.
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Empezamos a mirar el reloj con demasiada frecuencia. Aunque hemos dejado todo preparado, un cierto nerviosismo nos acompaña en el paseo por este distrito parisino, que tiene un aire entre bohemio y burgués y que todavía nos regala algunas imágenes para el recuerdo.
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Nos vamos desplazando hacia Montparnasse agotando nuestros últimos minutos en París.
Para el final nos habíamos dejado la gigantesca torre Montparnasse, que tantas veces hemos visto en estos días. Un rascacielos de 210 metros construido en los años setenta que desentona en el paisaje urbano, pero ahí está.
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Se puede subir al piso 56, y disfrutar de hermosas vistas y es lo que, a continuación, nos disponemos a hacer, para finalizar nuestro viaje.
El París por cuyas calles hemos paseado, infatigables, durante dos días, intentando que nos dejara mil y una sensaciones para recordar en las largas tardes de invierno, a vista de pájaro. Inmenso e inabarcable.
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Pero yo me quedo con un París más al alcance de todos. En el que puedes sentirte más cómodo, como en casa. Ese París al detalle, que hemos querido conocer un poco más en este viaje.
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Y así termina nuestro pequeño homenaje a una de las más bellas ciudades del mundo.
Espero que haya sido de vuestro agrado acompañarme hasta aquí.