Nos levantamos contentos al ver el día de sol y bajamos a desayunar. Antes de marchar del hotel quiero ver los caballos lipizanos, con la enorme suerte de que en ese momento hay muchísimos en el prado con un montón de crías. Son preciosos!
Ahora deberíamos repostar, preguntamos en recepción si es mejor hacerlo en Eslovenia o en Croacia, no saben, así que echamos un poco de gasolina nada más salir del hotel. Luego pudimos comprobar que no hay mucha diferencia de precios entre los 2 países, pero aún así es un poquitín más barato en Eslovenia, con la ventaja de que no tienes que molestarte en hacer la conversión de Kunas a €uros, jeje. La carretera que desciende hacia la península de Istria va pegada a la orilla del mar, pasando por todos los pueblinos costeros, es una pasada.
Antes de abandonar Eslovenia paramos en Piran, uno de los pueblos más guapos de su costa. Para preservar su encanto, todo el centro del pueblo es peatonal y está terminantemente prohibido aparcar, así que queramos o no, tenemos que dejar el coche en un párking (3€). Las calles, las casas, los colores de las fachadas, la Iglesia de San Jorge, SXIV en lo alto, la plaza de Tartini, todo en Piran tiene un aire marcadamente italiano, no en vano los venecianos dominaron estas tierras durante 500 largos años. Damos una vuelta por el pueblo (que se ve pronto) y por el paseo de la “playa”. Las playas de esta zona y también la mayoría de las de Croacia no existen como tal, es decir como nosotros las conocemos con arena o piedra, aquí son unos bloques de cemento o rocas que llegan hasta la orilla del mar y la gente se tiende encima a tomar el sol o secar. Muy cómodo no es, la verdad. Además todo el suelo es de piedrecillas y para caminar por él tienes que ir haciendo acrobacias y aún así te haces mucho daño a no ser que tengas pies de fakir. Recomiendo llevar chanclas cerradas de goma. Pero al menos no son playas de pago como en Italia o Francia!
Nos ponemos de nuevo en marcha hacia Croacia, pasamos la frontera sin detenernos y nos dirigimos a Rovinj siempre por carretera nacional para evitar peajes. Se nota que Croacia (al menos la zona de costa) vive del turismo, están todas las direcciones muy bien señalizadas, todo el tiempo te encuentras carteles ofreciendo alojamientos, hoteles, restaurantes, actuaciones, espectáculos y todo lo que podáis imaginar orientado al turista. Como aquí ya se había terminado la parte del viaje planificada, lo primero que hacemos es buscar una oficina de turismo (hay innumerables puestos de información turística) para que nos indiquen un camping. Por cercanía elegimos el Camping Porton Biondi que está solo a 1,5km del pueblo y con la playa enfrente. El camping está llenísimo, pero tenemos suerte y nos asignan una parcela bastante buena (67€ por 3 noches). Nos disponemos por primera vez en nuestra vida a montar una tienda de campaña, por capricho mío no nos compramos una de las maravillosas tiendas "second" que se arman solas sino otra más amplia y cómoda, pero de instalación más compleja, aún así se nos da bien y la armamos sin mayores contratiempos. Y una vez hecho esto..... asalto a la playa!!! Con sendas mochilas al hombro, cruzamos la carretera y allí estamos frente a la mar azulísima, cristalina, templada y sin olas. Con piedras, eso sí. A mí no se me ocurre nada mejor que entrar con todo mi ímpetu en el agua, cual elefanta en una cacharrería, y claro ¡crash! una roca se topó con el dedo gordo de mi pie izquierdo dejándolo no sé si roto, pero si bastante maltrecho. Por poco se me saltan las lágrimas del dolor, los tres días siguientes casi no podía apoyar el pie en el suelo y todo el empeine estaba tan hinchado que tuve que ir en chanclas varios días porque el resto del calzado no me servía. Pasamos la tarde en la playa relajándonos y contemplando la preciosa vista de Rovinj que se veía desde allí.
Después nos encaminamos hacia el pueblo para dar una vuelta por allí y cenar.
Rovinj, al igual que toda la costa de Istria, recuerda muchísimo a Italia y es sin duda uno de los pueblos más turísticos de esa zona. Las calles están repletas de tiendas, restaurantes, terrazas y sobre todo gente, riadas de gente por doquier. Aún así, el pueblo nos encanta.
Tras cenar, mi pie ya no da más de si y regresamos al cámping. Es una noche de verano preciosa, pero más tarde se desata una tormenta bastante fuerte.
Ahora deberíamos repostar, preguntamos en recepción si es mejor hacerlo en Eslovenia o en Croacia, no saben, así que echamos un poco de gasolina nada más salir del hotel. Luego pudimos comprobar que no hay mucha diferencia de precios entre los 2 países, pero aún así es un poquitín más barato en Eslovenia, con la ventaja de que no tienes que molestarte en hacer la conversión de Kunas a €uros, jeje. La carretera que desciende hacia la península de Istria va pegada a la orilla del mar, pasando por todos los pueblinos costeros, es una pasada.
Antes de abandonar Eslovenia paramos en Piran, uno de los pueblos más guapos de su costa. Para preservar su encanto, todo el centro del pueblo es peatonal y está terminantemente prohibido aparcar, así que queramos o no, tenemos que dejar el coche en un párking (3€). Las calles, las casas, los colores de las fachadas, la Iglesia de San Jorge, SXIV en lo alto, la plaza de Tartini, todo en Piran tiene un aire marcadamente italiano, no en vano los venecianos dominaron estas tierras durante 500 largos años. Damos una vuelta por el pueblo (que se ve pronto) y por el paseo de la “playa”. Las playas de esta zona y también la mayoría de las de Croacia no existen como tal, es decir como nosotros las conocemos con arena o piedra, aquí son unos bloques de cemento o rocas que llegan hasta la orilla del mar y la gente se tiende encima a tomar el sol o secar. Muy cómodo no es, la verdad. Además todo el suelo es de piedrecillas y para caminar por él tienes que ir haciendo acrobacias y aún así te haces mucho daño a no ser que tengas pies de fakir. Recomiendo llevar chanclas cerradas de goma. Pero al menos no son playas de pago como en Italia o Francia!
Nos ponemos de nuevo en marcha hacia Croacia, pasamos la frontera sin detenernos y nos dirigimos a Rovinj siempre por carretera nacional para evitar peajes. Se nota que Croacia (al menos la zona de costa) vive del turismo, están todas las direcciones muy bien señalizadas, todo el tiempo te encuentras carteles ofreciendo alojamientos, hoteles, restaurantes, actuaciones, espectáculos y todo lo que podáis imaginar orientado al turista. Como aquí ya se había terminado la parte del viaje planificada, lo primero que hacemos es buscar una oficina de turismo (hay innumerables puestos de información turística) para que nos indiquen un camping. Por cercanía elegimos el Camping Porton Biondi que está solo a 1,5km del pueblo y con la playa enfrente. El camping está llenísimo, pero tenemos suerte y nos asignan una parcela bastante buena (67€ por 3 noches). Nos disponemos por primera vez en nuestra vida a montar una tienda de campaña, por capricho mío no nos compramos una de las maravillosas tiendas "second" que se arman solas sino otra más amplia y cómoda, pero de instalación más compleja, aún así se nos da bien y la armamos sin mayores contratiempos. Y una vez hecho esto..... asalto a la playa!!! Con sendas mochilas al hombro, cruzamos la carretera y allí estamos frente a la mar azulísima, cristalina, templada y sin olas. Con piedras, eso sí. A mí no se me ocurre nada mejor que entrar con todo mi ímpetu en el agua, cual elefanta en una cacharrería, y claro ¡crash! una roca se topó con el dedo gordo de mi pie izquierdo dejándolo no sé si roto, pero si bastante maltrecho. Por poco se me saltan las lágrimas del dolor, los tres días siguientes casi no podía apoyar el pie en el suelo y todo el empeine estaba tan hinchado que tuve que ir en chanclas varios días porque el resto del calzado no me servía. Pasamos la tarde en la playa relajándonos y contemplando la preciosa vista de Rovinj que se veía desde allí.
Después nos encaminamos hacia el pueblo para dar una vuelta por allí y cenar.
Rovinj, al igual que toda la costa de Istria, recuerda muchísimo a Italia y es sin duda uno de los pueblos más turísticos de esa zona. Las calles están repletas de tiendas, restaurantes, terrazas y sobre todo gente, riadas de gente por doquier. Aún así, el pueblo nos encanta.
Tras cenar, mi pie ya no da más de si y regresamos al cámping. Es una noche de verano preciosa, pero más tarde se desata una tormenta bastante fuerte.